Roberto Arlt, Los siete locos
En el reino de la materialidad, el goce es el de la comida y el sexo. La denuncia no podía sino ser anónima, las preocupaciones familiares y los billetes falsos. Nicolás Olivari publicaba La musa de la mala pata en 1926. Una pata fea donde lo alto y lo bajo se entrecruzan, el banquero y la prostituta de las fiestas. Como en Royal Circo de Barletta, las mujeres cargan con el peso mayor. La amazona se acuesta con el director del circo y el equilibrista, para no caerse, entrega a su pareja: "Yo no tengo la culpa de que ella tenga que venderse para vivir". En la gran vidriera de Duchamp se desvaloriza el "objeto parcial" de Freud: seno materno, excremento -en este caso su par metafórico: oro. Su voluptuosidad es más lúdica que erótica, parodia de la reproducción, una transgresión más que un diálogo de los cuerpos. Y para su legitimación el pretexto de un jugador de naipes que, simulación mediante, crea una honra. Se puede realizar lo peor y reclamarse honrado. Porque la honra es la protección de un linaje, una propiedad, un poder, según bien lo veía Hegel. La honra es el pretexto del dinero hecho vapor, tarjeta de crédito. Es la escenografía del interés despojado de sociabilidad por su "gratuidad". Teléfono celular mediante, la delación, quizás la traición o el resentimiento de una disputa fálica y primitiva. Un flash en las vísceras de nuestra sociedad. Una cena desnuda. Un rockero encantado. Se dice que no había mujeres y es que la mujer es menos que cero en la cueva del chancho. Posiblemente fueran simulaciones de realidad virtual, hipermujeres de la bioestética. ahora lo importante para estos cuerpos sitiados es tener influyentes, lectores aviesos de la fuerza y la seducción tendidos sobre nubes, lagartos orgiásticos que saben desembarazarse. ¿Por qué fisgonear? Más allá de la necesidad social de víctimas a devorar, la mirada al menos posterga imaginariamente el anhelo de Cándido de no temer ningún inquisidor, nadie que pregunte... ¿viste? Y eso es lo único que incomoda: el otro. No la servidumbre de un cuerpo-depósito, sino los jirones de una voluntad.