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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

martes, 4 de septiembre de 2001

¿Qué TAL?

¿Qué TAL? 

¿Qué TAL? Pregunta por el estado de la situación, del alma de las cosas. ¿De dónde vendrá esta expresión que derivaría en la Argentina juvenil en un coloquial, amigable y risueño “¿Qué TALco?, hoy casi impronunciable en tiempos de anthrax.

Y, “aquí andamos”, respondemos, es decir estamos donde no podemos sino estar, andando por los mismos lugares en un estado de las cosas que suponemos no cambia demasiado. Repuesta que incluye cierta resignación a un lugar y a un caminar que se excluyen y miman mutuamente.

“ReTALiation” era la voz más escuchada en los primeros días posteriores al atentado contra las torres gemelas del 11 de septiembre. Es decir, venganza. TAL para cual. Palabra que deriva de “TALión” y su famosa ley que uno aprendió en la clase de historia del viejo colegio secundario: “ojo por ojo, diente por diente”. Es decir, respuesta árabe si las hay para el mundo “occidenTAL”.

¿Y la “reTALiation” contra quién? Bueno, contra los TALibanes, es decir, los “buscadores del conocimiento religioso”, ya que eso es lo que la palabra TALibán significa. Complejo, ¿vió?, ¿Qué TAL?

Mientras todo eso ocurre y cuesta despegarse del fascismo ideológico y mediático de las cadenas de televisión yo me había propuesto escribir una nota sobre el CEJ, con una jota que suena bastante árabe también. Pero en este caso no se trata de ningún grupo terrorista sino de unos jóvenes que conocí en un viaje a Venado Tuerto. Yo no sabía de que se trataba porque nadie me lo había contado previamente. Yo suponía que iba a dar una charla sobre “Como sobrevivir en caída libre” a la gente de la vieja “Facultad Libre” de la Biblo que yo había conocido años atrás. Tampoco sabía que iba a ver gente en caída libre arrojándose desde las torres un poco después.

Ya pasaron varios meses desde entonces. Se me mezclan las fechas. Fue TAL vez en agosto, o en julio. Y los nombres que ya no recuerdo. Puedo ver sus rostros, sin embargo. Y recordar algunos hechos. Como el traslado en taxi desde la estación de ómnibus hasta un bar donde conocí a estos tímidos jóvenes que me mostraban una carpeta con el historial de una murga. Creo recordar que la chica que guardaba esta carpeta y que me explicaba por primera vez un poco lo que hacían tenía el apodo de “pulga” o algo así. Luego charlaría basante con ella y me dejaría impresionar por su sensibilidad. En casi todos resaltaba, por otra parte, el bajo tenor de sus voces. Yo seguía pensando que iríamos a la Biblio pero acabamos en un Viejo galpón de ferrocarril. Allí comencé a comprender: el olor a asado, algunos torsos desnudos, algun que otro tatuaje, las vías desiertas, y jóvenes que le hablan a uno con un respeto y una distancia cortesana inmerecidas.

Esa noche tocaba un grupo de rock de Buenos Aires. Estaban insTALados con su trailer o casa rodante o lo que fuera junto al galpón que, ahora ya sabía, era el CEJ: Centro de Expresión Juvenil, o algo así. En la mesa nos tocó estar cerca. No se diferenciaban mucho de los jovenes del CEJ. Pero entre ellos algunos parecían más propensos a soltar la lengua, como uno. Y yo había ido allí a hablar.

Luego de un asado de agasajo era la hora de seguir hablando, pero ya en otra escena. El galpón pasó rápidamente a convertirse de un salón comedor en un centro de conferencias con una velocidad y un realismo pasmosos. Alguien entre esos jóvenes me hacía notar esa versatilidad del espacio.

Éramos dos expositores. Cuando me tocó hablar a mi sobre “como sobrevivir en caída libre” me sentí desubicado y en caída libre. En realidad se habían invertido los roles y yo estaba allí para escuchar, mirar, entender, comprender, aprender a “sobrevivir en caída libre”. Y hablé de textos inútiles, de libros distantes, de realidades imaginarias. ¡Y encima después querían pagarme el viaje!

A la noche tocaba la banda que era del norte del Gran Bs. As: Olivos, Martínez o alguno de esos barrios, no recuerdo exactamente. Decidí quedarme. Algo me hacía quedarme: un proyecto interesante, recuerdos de mi infancia, el aroma a asado y cerveza, las breves palabras de los jóvenes, la sensación de estar en un ambiente de dignidad y utopía, de recuperación, quien sabe, TAL vez.

La sala de conferencias ya se había convertido en una sala de conciertos, Ya no había mesas ni sillas. Sólo una barra donde se conseguía cerveza. Muchos sentados en el piso, otros parados, escuchamos el concierto. Recuerdo que un tema me impactó: hablaba del derrumbe de Manhattan, o algo así, sin duda premonitorio. ¿Qué TAL ese tema?, me  dije. No le faltaba cierto oscuro candor que hoy ya no tiene en mi memoria. Antes de la banda tocaron unos niños para el encanto de sus papás y de todos los que estabamos allí.

Al día siguiente desfilaba la murga. Podía irme o quedarme. Me quedé, a ver que TAL esa murga. Estarían de recorrida, se suponía que los encontrara en un TAL Barrio de la Carne. Recuerdo que caminé varias cuadras hasta encontrar la plaza donde estarían. No había nada. Entonces le pregunté a una señora que estaba allí con sus hijos. El evento, me dijo, se había suspendido por la lluvia o el viento, ya no recuerdo puesto que, como dice la canción, eran dos hermanos. Pero después se iban a cantar y a bailar a otro barrio. La señora lo averiguó todo y me acompaño hasta una casa donde había un servicio de remise. Anduvimos bastante en el remise, no era cerca. Yo esperaba una tarifa alta acorde a la distancia. Pero creo que me salió solo dos pesos o menos. Es que dos pesos eran mucho más de lo que yo pensaba. ¿Qué TAL?

El desifle era en una calle polvorienta. Era el día del niño y los jóvenes del CEJ se proponían llevar un poco de alegría en esa tarde a los niños del lugar. Yo llegué bastante antes. Entré en una pequeña casa/almacén a comprar unos doscientos gramos de queso de máquina y un par de pebetes ya que tenía hambre. Me los preparé en la calle mientras miraba a los niños de la cuadra corer carreras de carretillas descuajeringadas. Todo con una enorme precariedad, y no siempre abundaban las sonrisas. No era Afganistán pero algo había en común en esas calles desoladas y en esas ruidosas carretillas, algo unía a Kabul y Venado Tuerto, y yo ni lo intuía entonces.

Los distribuidores de mercancías para los almacenes locales, por su parte, habrían donado algunas bebidas y  comida para la celebración, según entendí. Cuando la murga llegó, asisitimos a una explosion de alegría simulada, triste, bochinchera, como son todas las murgas. Pocas cosas más melancólicas que una murga, ese digno intento de revivir lo invivible.

Allí me junte con ellos y nos fuimos a otro lugar donde la murga volvería a esforzarse por arrancar alguna sonrisa en los niños que no siempre parecían prestos a festejar. Ahora se trataba de una escuela. Entonces recordé a mi madre, mi infancia y mis años en la escuela primaria de Ingeniero Brian, en La Matanza. Era el escenario del esfuerzo barrial, era un mundo de solidaridad y, no casualmente, de abundantes perros callejeros. La murga era el arrojo y la fuerza de la dignidad juvenil por alegrar el mundo, el de los niños y el suyo propio. Un muchachito rubio, el más joven de la banda, la dirigía. Recuerdo muy bien la serenidad de su sonrisa. Otro tocaba el tambor y estudiaba. Algunos viajaban a Rosario para estudiar en la semana, otros aún no habían terminado la escuela secundaria. 

Ahora miro por la ventana de mi oficina y veo el mar y las montañas. Ahora pienso en el país vecino oscilando entre Doris Day y Terminator. Y en bin Laden, un nombre que pronunciado suena casi como un jerarca nazi salvaje y criminal. ¿Qué pasa cuando la “santidad de la vida” es puesta en cuestión y aparece una “santidad de la muerte”? ¿No habrá demasiada santidad dando vueltas? Pienso en Venado Tuerto, pienso en Kabul, pienso en Nueva York y no puedo dejar de tener un sentimiento religioso. Y sigo pensando: lo que necesitamos no es “reTALiation” ni castigos sino redención, piedad humanas. No se trata de una baTALla del bien contra el mal como lo plantean Bush y bin Laden ambos citando a Dios y creando una otredad que no es TAL para acabar con la otredad que sí es TAL.

Veo herramientas usadas y demonizaciones fáciles. Kabul y Venado Tuerto no tienen torres gemelas que proteger. Afganistán es un país donde la gran mayoría de la población es analfabeta, un país de polvo, de un polvo que se extendería en Manhattan haciendo sentir su presencia primero gris, disfrazándose de cemento, oficinas y cenizas de las víctimas de Nueva York, sin sangre, y que recuerda al Fuego Gris de Spinetta, y luego blanco como la leche, como el polvo del ánthrax, como la leche en polvo.

Mr Bush nos quiere con ellos o con los terroristas. Y yo no estoy con ninguno de ellos sino con los chicos de Venado Tuerto. Esa “cruzada” santafecina parecía interesante y no la de ninguna “justicia infinita” de ningún bando. Escuché unos días después del atentado a un senador norteamericano diciendo que harán todo lo que sea para obtener información de los terroristas y que no van a jugar a los abogados ya que los terroristas serán considerados prisioneros de Guerra. Igual que la dictadura militar argentina. O se estaba con los militares o se era subversivo. Y nada de cortes jurídicas, y mucho menos internacionales. En estos días se habla en los periódicos de supuestas órdenes de matar a Bin Laden.

¿Qué TAL? ¿Qué hacer? Volver a Venado Tuerto, quedarme en Canadá, volver a Buenos Aires? Uno se va pensando en una vida mejor. Yo no tengo ya idea de que es una vida mejor ni dónde está mi casa. Desenraizado y a la deriva, Venado Tuerto fue un espejo y el recuerdo de un hogar. En cada lugar nos encontramos con preconcepciones sobre quien somos o deberiamos ser. Y una vez que uno es TAL cosa es difícil convencer a la gente de que se tiene algo más para ofrecer. Pero los chicos del CEJ parecen haberlo logrado. En la última noche después de la murga asistí a una representación teatral, la sala de conciertos se había transformado en un teatro. Ese galpón parece tener siempre algo más para ofrecer. Ese galpón se reinventa a sí mismo. 

Pienso que a esta chica en Estados Unidos nadie podría llamarla “pulga”. Sería demandado. En el EEUU de lo “políticamente correcto” hacen su hogar la hipocresía y también el otro fanatismo religioso de un fundamenTALismo de cruzados que incluye universitarios y cantineros, minusválidos y válidos, negros y blancos, feministas y machistas, latinos y orientales. Un país hoy sórdido, de pocos matices, que le teme a lo tenue y en donde buena parte de la humanidad quisiera vivir por razones entendibles. Ya hemos perdido, entonces.

Frente a un mundo implacable y frívolo, de Bin Laden a Bush, los chicos del CEJ me hicieron pensar que TAL vez nada esté dicho en una Argentina cada vez mas precaria, país de exiliados y de encantos atroces, ajados. Y sin embargo a mí Buenos Aires se me parece cada vez más a Nueva York y otros lugares en la Argentina me recuerdan a California o a Egipto, donde nunca estuve. Y mucho se parecen entre sí el terrorismo artesanal y el de alto nivel tecnológico, el de ambos fundamenTALismos religioso y mercantil, el de desesperados y poderosos, delirantes y profesionales. Todo se parece mucho, sospechosa y terriblemente.

 Ya no se sabe quien es quien. Algunos caminamos a los tumbos sin saber donde está nuestra casa y todos somos enemigos potenciales. El Departamento de Estado norteamericano ve terroristas anti-norteamericanos en todas partes, de Cuba y Colombia a Sri-Lanka y las Filipinas. Y siguen tratando al enemigo como al villano de una película. Lo mismo hacen los Talibanes  con respecto a la amenaza occidental. Y el mundo se indigna debidamente de lo ocurrido pero porque ocurrió en New York y no en Guatemala o en Venado Tuerto. No hubo una sola línea en los diarios canadienses de la aparición de “ántrax” en la Argentina. Venado Tuerto ni siquiera figura en la Enciclopedia Británica que seguramente hojea Blair.

   Entonces, yo me pongo a escuchar jazz norteamericano, digo que soy afgano cuando me preguntan mi nacionalidad y me pongo a mirar el mar y las montañas desde mi oficina. Pero por momentos el mar se me vuelve desierto, las montañas se derrumban. E imagino todo esto como parte de mi formación viTAL para un día poder llegar a ser un gran argentino.

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