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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Firma

Yo no firmo. No me gustan las firmas. Me dan miedo las firmas. Son demasiado firmes. Firmá vos. ¿Vos sabés lo que estás firmando? Claro, a vos no te importa la firma, por eso. Sólo firma el inconciente, el atrevido o el resignado. Y yo, lamentablemente, no soy ninguna de esas cosas. Y menos el resignado, que vuelve y vuelve a firmar. Re-signa.

Podríamos resumirlo así: la firma es la burocratización del compromiso y, por lo tanto, el compromiso queda sometido a una lógica, burocrática, ajena al corazón y, por ende, extrañándose a sí mismo. La firma es lo peor del compromiso, su parte más falsa, basada en la desconfianza que se guarda en el papel para esgrimirla como recuerdo cuando, precisamente, se traiciona. Por eso los contratos sólo se vuelven a leer cuando se traicionan. La firma importa cuando es traicionada, sino es insignificante. No se los firmo, se los afirmo.

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