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Dramatis Personae
- Daniel Scarfò
- Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.
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sábado, 29 de mayo de 2010
Salvavidas
–Es por el bien de ustedes–, les decía a sus hijos, mientras los obligaba a ponerse los salvavidas para que no puedan ahogarse ni tampoco nadar. Patalear, sí, claro.
Desperdiciando millones
Lo viejo está muriendo, lo viejo siempre muere. Ahora bien, hay cada carcamán!!! Cada institución carcamán!!! Cada funcionario carcamán!!!! (palabra que aprendí de chiquito leyendo a Isidoro Cañones). Y así se desperdician millones en cosas que están muriendo y que no sirven absolutamente para nada.
viernes, 28 de mayo de 2010
NUEVOS CURSOS EN ROSARIO
Estimados amigos: Aquí les envío información de dos cursos que estaré dictando en Rosario, por si les interesa o saben otras personas a quienes pudiera interesarles. El curso anterior programado con una fundación se cayó pero se armaron estos otros dos. No hay mal que por bien no venga.
Les agradezco el reenvío a sus contactos y la difusión en los medios de comunicación en el caso de aquellos entre uds. que trabajan en los mismos o tienen acceso a ellos. A aquellos que ya habían publicitado el curso anterior (cancelado) les pido disculpas y les agradezco el esfuerzo de divulgar estos otros.
Gracias a todos.
Un saludo afectuoso,
Daniel Scarfo
SEMINARIO DE LOS VIERNES
Educación Sentimental -Reloaded-
(2dos y 4tos viernes de cada mes, salvo en Octubre que serán el 3ro y el 5to)
De junio a noviembre
Fecha de Comienzo: Viernes 11 de junio
18:30 a 21:00 hs
Programa
1. PAZ, O. Chuang Tzu
2. BALZAC, H. de. Papá Goriot
3. MELVILLE, H. Bartleby, el escribiente
4. KAFKA, F. Informe para una Academia
5. BORGES, J. L. El fin. Biografía de Tadeo Isidoro Cruz.
6. SEINFELD. Selección de capítulos.
7. RIDLEY SCOTT. Blade Runner
8. WIM WENDERS. Las alas del deseo.
9. WACHOWSKY BROTHERS. The Matrix
10. LARS VON TRIER. Dogville
11. LARS VON TRIER. Manderville
12. CHICO BUARQUE y CAETANO VELOSO. Seleccion de temas.
SEMINARIO DE LOS SÁBADOS
LITERATURA Y MEDICINA
10:30 a 13:00
2dos y 4tos Sábados de c/mes (salvo en octubre, que serán el 3ro y el 5to)
Fecha de comienzo: Sábado 12 de junio (excepcionalmente ese día a las 9:00, ya que debuta la selección argentina en el Mundial a las 11:00. Lo mismo ocurrirá el día 26 en caso de que Argentina dispute los octavos de final)
El arte del que cura y el del escritor deben ir de la mano: cada uno derrama luz sobre el otro y ambos se benefician de su mutua proximidad. Un médico que posea el arte del escritor sabrá consolar mejor a aquél que se revuelca en la agonía: a la inversa, un escritor que conoce la vida del cuerpo, sus jugos y fuerzas, venenos y facultades, posee una gran ventaja sobre el que nada entiende de estas cosas. Un médico egipcio
Programa
1. Báidaba, “Historia del médico Barzauáih” en Calila y Dimna y la “Historia del médico judío”, en Las mil y una noches.
2. Ibsen, Un enemigo del pueblo
3. Chéjov (Chekhov), Antón. “El pabellón número seis”,“El doctor”, “Intrigas”, “Aniuta”, “Ostras”, “Tristeza”
4. Kafka, Franz. Un médico rural
5. Bulgakov, Mihail. Morfina
6. Williams, William Carlos. Historias de médicos
7. Márai, Sándor. La hermana
8. Onetti, Juan Carlos. Los adioses
9. Berger, John. Un hombre afortunado
10. Carver, Raymond. “Catedral” y “Tres rosas amarillas”
11. McEwan, Ian. Amor perdurable
12. Roth, Phillip. Elegía
Inscribirse enviando un mail a: scarfedu@yahoo.com.ar o por teléfono al 011-15-53779999.
Arancel mensual de los cursos: 100$, a pagar en la primer clase de cada mes
Vacantes limitadas (15 por curso). La vacante se confirma solamente al abonar el primer día.
En caso de no haber lugar, se abrirán listas de espera.
jueves, 20 de mayo de 2010
Mutantia
Las guerras que sobrevinieron no excluyeron el canibalismo. Del próspero jardín de las esfinges quedaría con el tiempo un chato pastizal salpicado de estatuas caídas y habitado por apenas un tercio de la antigua población. Son rostros, algunas actitudes, reflexiones, las que impactan. Los chicos se enferman más por el miedo que por las pobres condiciones higiénicas. El dinero ya no existe. Desdicen lo que han dicho en el interior de un café. En el barrio, en las calles, la única manera de sobrevivir era reaccionando a los estímulos de este lugar de un modo imprevisible, irracional. Era posible que en su interior, con tanta luz atrapada, las cosas presentasen una atractiva iluminación. Aunque Blackhole sea invisible desde el exterior, más aún hoy prácticamente hundida pero aún cuando reaparece, su presencia gravitatoria puede ser palpable. Si no vamos con cuidado, en un viaje interestelar podríamos ser arrastrados de un modo irrevocable y nuestros cuerpos podrían quedar estirados desagradablemente formando un hilo largo y delgado. Pero la materia que se iría concentrando en forma de disco alrededor de Blackhole nos ofrecería un espectáculo digno de recordar, en el caso improbable de que sobreviviésemos a la excursión. Es posible que existan galerías para ir de un lugar al otro del universo sin cubrir la distancia intermedia: a través de Blackhole. Podemos imaginar esas galerías como tubos a través de una cuarta dimensión física. Es posible que Blackhole se halle en las cercanías del sol también. Durante muchos años, los seres humanos se habían adaptado y plegado a los rostros anónimos. Las casitas hundidas, las barcazas como únicos medios de transporte. Sus jóvenes son, sin duda, las más bellas en un mundo de ruidos, circulación y desesperación. Los nombres de sus barrios suenan para unos como “Victoria” y para otros como “Derrota”, pero evocan siempre la guerra y su cortejo de ruinas, saqueos y requisas. Llueve con frecuencia sobre mojado. Es una isla testigo de pocas batallas pero víctima de infinitas persecuciones, invasiones y represalias y, finalmente, desgarrada por una querella lingüística, agria y, al parecer, insoluble. Extraña belleza la de esta isla de hoy sólo siete árboles en pie, donde los días y las noches son interminables. Campo de tráfico costero, de contrabando, federación de sultanatos con cortes de opereta, es también el mundo ruidoso y eficaz de los djops que manipulan millones en el fondo de sus góndolas. Antes de ser rediseñada masivamente para crear plantaciones de jebes y estatuas, la isla estaba cubierta de un bosque y una jungla impenetrables, poblada por todo tipo de animales hoy día casi desaparecidos.
Las representaciones al aire libre en Blackhole duran a veces toda la noche. Precedidas de encantamientos mágicos, narran los múltiples episodios del Ramayana, la epopeya de Rama y de Sita. Como Sarah, Blackhole es la isla de la desmesura. Sus habitantes y la misma isla se ocultan bajo el agua y detrás de su sonrisa como tras los muros de un antiguo imperio. Rodeada de pequeñas montañas indefensas y bordeada de una costa inhóspita y deglutida, esta isla hoy no hace, de hecho, más que proseguir una larga y enraizada tradición de aislamiento. La continuidad de esa muralla, que corre a lo largo de las crestas y se cuelga de las pendientes, atraviesa los valles, serpentea en torno a los macizos sin ninguna interrupción, sin una sola abertura fuera de las pocas puertas que antaño estaban celosamente guardadas. Es algo prodigioso. Es un cordero de cinco patas, un monstruo hidrocéfalo donde nadie puede pensarse y crearse. Es un desierto de montañas, un campamento de nómadas. Quedan regiones en las que es casi imposible penetrar si no se dispone de mucho tiempo, de sólidas relaciones y de una paciencia a toda prueba. Con un poco de costumbre se puede reconocer, según la djambiyya sea llevada a la derecha o a la izquierda, según la largura o la calidad del cinturón, según la materia y el cincelado del mango, si el que lo lleva es un notable religioso o un jefe de tribu, si ha realizado la peregrinación submarina o no aún.
Este pueblo se excita especialmente en cuanto aparece un extranjero, cosa que rara vez ocurre. Yo aún no he sido descubierto. Los ratoncitos buscan por el suelo para chupar el frescor bajo los mangles poblados de miles de murciélagos que los niños tratan de cazar. El ponerse nervioso no sirve para nada (aunque sea inevitable). Muy por el contrario, una sonrisa, un poco de conversación, son los mejores instrumentos para ser servido. Las cascadas reversibles discurren en un sentido u otro, pero siempre al ritmo de las mareas.
Blackhole suele estar ausente en los manuales escolares. Y la sola alusión a su nombre levanta vivo asombro, incluso entre personas cultivadas. El salón del trono es grande como un estadio de fútbol. Para sobrevivir a los mortales calores del verano, algunos hombres aprendieron a vivir en el agua cálida, algunos mamíferos a no beber. Algunos pájaros emiten unos gritos impresionantes. Como el kagú, que ladra.
sábado, 15 de mayo de 2010
Piojos
Ante esta situación, Gamin decidió dedicarse a colincharse, que es el arte de colgarse de los paragolpes de los autos, y a drogarse aspirando a pleno pulmón las emanaciones de la nafta que flotaban como manchas en el agua. No quiso esforzarse. Nunca fue un mal ciudadano, por un mal pálpito. También por eso nunca fue tapa de revista alguna. Hizo todo tipo de pequeños oficios: vendedor de diarios, lustrabotas, cantor de subtes, payaso publicitario pagado al día por un comercio.
Con el alma en la cara, con la bronca vapuleada, bajo el sol nocturno del mundo, Walker aún respira tumultos. Da pena vernos aquí retocados. Otros, sin embargo, así la pasan muy bien. Y todos tenemos razón, buscamos permanentemente un sentido. Unos diferirán de algunos, otros diferirán de otros.
Al crecer económicamente, Giovanni se había adueñado de todos los objetos y signos disponibles que confirmaran su ascenso: se había actualizado en su actividad, había cuidado su apariencia, se había sometido a dietas, y había seguido los modelos impuestos, seleccionando los rasgos de su rostro.
José Luis, átomo estadístico en la masa, payaso de la tecnociencia con vida interior sin substancia, sirvió de relevo más a la imagen de la Virgen que a la del Rey. Y sería éste último el que señalaría la verdad definitiva. Verdad que cualquiera, aún él, podía usar sin permiso, ya que todos en Blackhole eran muy díscolos, todos desvariaban un poco.
El domingo a la mañana, antes de zarpar, tuve la suerte de ir al médico, sin duda un hombre mediocre. La consigna de la hora involucraba a unas pocas personas entre las que él no estaba, aún con toda su información a cuestas. ¿Cuánto menos informado más original? Ordenó sus papeles y se despidió hasta el lunes, como si nada se inundara.
El lunes allí estaban, carcomiendo, de manera precisa, como debía ser. Violados con total responsabilidad, donde lo turbio es magnánimo, habían generado su propia debacle, cavado su propia fosa, por la ingenuidad con la que se habían tomado en serio su propia retórica, regodeándose en el revés mientras las personas ocupadas no se daban por aludidas. Como Antonio, para quien la cita con el brillo y las luces era impostergable. Cuando le decían que era auspicioso, su interpretación paranoica sobre los hechos siempre era otra.
Martín odiaba los conceptos y las promesas. Y entendía que no hubiera sido oportuno prometerles a todos el hambre y la inmortalidad en ese momento. Hasta que de pronto dejó de serle difícil. Muchos lo animaron, solitario y miserable, buscando seguridades primarias, defendiendo su propia, risible, dignidad, en busca también de una solidaridad acrónica. Las preguntas se trasladaron.
Potencial, marginal, social, Yasser afilaba sus cuchillos. Los promotores, los suprapersonales estaban llegando al muelle. Apasionados de lo que no hacen, era gente que no sabía lo que quería pero que hacía lo que le daba la gana, queramos o no, tentadoramente ateos.
Yoshiaki descubría lugares, exploraba costumbres, importaba hábitos, sacralizaba espectáculos, imponía modas, organizaba actos y ceremonias de despedida en Blackhole.
–Simplemente quería hacerlo–, dijo Giovanni.
–¡Pero sabés que no me gusta!–, le reclamaba Catalina.
–¡Pero si lo hice por vos!
–¡Mentira!
–¿Qué otra cosa podría haber hecho?
Muchas veces Walker ha tenido temor, ha esperado algún tipo de ayuda.
–Pero si vos me ayudás...pero vos no me podes ayudar–, concluía.
Porque esa ayuda era necesaria pero, aún estando, tampoco era suficiente. Porque así es y era el programa. La gente parecía vivir en medio de dictaduras esquizofrenizantes. Y yo nunca alcancé a entender por qué se confundían con el énfasis que venía de antes, con los intentos retardatarios, identitarios. Aún hoy se hacen los distraídos, se olvidan de que queda acá nomás. Por eso, sutil, insolente, astuto, irreverente, copión, Gamin se mantenía independiente de los eventos, inaprehensible, conmovedor en su deseo de renunciar a la vida de paria que llevaba su padre. Como no tenía el disgusto de conocerlo realmente, no aceptaba por una especie de miedo irrespetable. Eran posturas que se reservaba para sí mismo.
Finalmente Walker, enajenado a la espera de un misterio, encontraría un compañero, con el que se acopló y en el cual cristalizó lo patético, que era un perro que deseba morir sobre la tumba de su amado dueño y, cazador con el hombre, le llevaría el diario y las pantuflas a esa misma tumba.
Hace muchos años ya que en Blackhole se coparticipa. Es la esencia nacional. Y para que quede claro y no haya confusiones, yo nunca dije que George estuviera mintiendo ni nunca acabé tampoco de conocer a Catalina, ni a su pelo teñido y modelado por un paciente y antiguo brushing. Ella siempre tuvo muchos admiradores. Los ojos celestes, dibujados con delineador y una sombra brillante. Porque fue siempre así. La boca pintada: rouge fuerte, labios húmedos. Tuvo la desgracia de salir de su cueva, de agradar a quien la miraba. Nunca pudo disimular el esmero puesto para mostrarse natural. Y una vez le dijeron:
–No, no, no...aquí no hay problemas, vas a ver que no vas a tener ningún problema–. Entonces ya no había más tiempo ni espacio que perder. Después de todo, ella era la hija de un portero.
Antes juegos, ahora números. A Fahri, imperturbable, los náufragos le han visto perder seis millones de dólares en una sola noche en los casinos de Blackhole. Tan sólo Walker, tal vez Walker, audaz como nunca, hubiera hecho algo. Ahora no, ahora emoción, hambre, caprichos. Ahora los niños les pegan a los padres. Walker, extraviado en el engranaje, quería chicles de banana, quería pararse para no pecar.
Ya no había fiesta posible. Con un poco de suerte, en un plazo de cien años recién podría haber una sentencia para Kojiro por sus desprolijidades y por no haber hecho nada como presidente del honorable Senado de Blackhole.
–Que Dios y la Virgen lo bendigan por su gesto y humilde corazón. Con sinceridad se lo agradecemos–, rezaba José Luis.
–Algún día lo voy a explicar–, dijo Max, a quien las mujeres, los niños y el sexo lo desconcertaban. Walker los entendía, él era social, también pensaba que era casi feliz, jugaba a la báciga aún en esas condiciones.
–No me gusta la situación–, llegó a decir Giovanni, a quien sólo le preocupaban las metas y las pirámides.
–¿Qué cosa?–, preguntó Yoshiaki, conviviendo perfectamente con su incertidumbre y con el desorden que su búsqueda y la respuesta a esa pregunta le puedan originar.
–Pero de él, ¿qué dicen?–, preguntaba Fabián, para quien todo aquello que los demás consideraran digno de una posición social destacada era objeto de su deseo.
–El individualismo, los matices del yo–, respondía José Luis, analizándose siempre como Narciso, sintiéndose comúnmente irreal, desorientado por el fin de los valores tradicionales.
–¿Y a quién le importa eso?– , protestaba Giovanni, cuyo único objetivo eran los ascensores y los probadores de ropa.
–Frente a las tinieblas, la hora del despertar ha llegado–, sentenció José Luis internado, intentando, en un último esfuerzo, hacer que sobrevivan las creencias.
Con todos ellos regresaba hoy el revés del la trama a Blackhole. Su pasión era la única felicidad posible.
–Todo es peligroso–, alcanzó a decir Walker con la mirada húmeda y con una condición: aceptar, decir sí y poner “peros”. Como en una danza sin pareja, Fahri, jugador noctámbulo y empedernido, apuesta a todos los naipes de la baraja. Más allá de su harén, se le atribuyen innumerables aventuras amorosas, aceptadas ya que los que sostienen las reglas premian al transgresor. Pero yo no puedo afirmar esto. A mí no me consta. Todo lo que se es que, en el tormentoso corazón del verano, aquél era un día de tantos en los que llegaba el teatro y la nueva inundación.
–Lo que varía es la cosa que se toma y su mayor o menor concentración por zonas–, prescribía Max, camuflado eternamente por ahí. Y ahí estaban, todos contentos, esperando que el agua los vuelva a tapar. Con las pocas palabras con que nos viste la vida. Ni siquiera a la moda, puesto que ya no se podía. Fahri ahora ya tenía un palacio de veinte salones que le costó ocho millones de dólares, una mezquita de ciento y un habitaciones y una suntuosa residencia neorenacentista de treinta y ocho habitaciones. La fantasía popular imaginaba que era flotante.
Ayer a la tarde, sin explicaciones, fui con algunos juglares a un lugar especial. Visitamos la piscina cubierta de Fahri, cuyo fondo está tapizado con ciento y un mil bloques de mosaico, cuarenta y cuatro mil de ellos de oro puro. Sólo quedó afuera la plata negra. Porque ahora exigen un plus. Todo era legal, estaban los papeles. Así que nada de andar ensuciando la pileta.
Arpad avanzará entonces más, acudirá al pillaje, al robo y al incendio que le han enseñado, ya que huye no sólo por la inundación sino sobre todo ante la amenaza de los “Hijos de Alguien”. Todo era una trampa muy bonita: la trampa de los grados de complejidad.
–¿Qué te parece?–, preguntó Fabián, a quien le fascinaban las olas novedosas siempre y cuando no corriera el riesgo de ver desestructurado su estilo de vida.
–¿Está mal?
–No, está perfecto, cada vez menos adecuado en su perfección–, contestó Antonio, cuya cita con el brillo y las luces se hacía cada vez menos postergable. Él era uno de ellos, uno más de aquellos a quienes la popularidad les permitía ventilar, quizás, sus vidas. Aunque la mayor parte de las veces esto no ocurría.
–Al hombre lo que es del hombre, a la computadora lo que es de la computadora–, decía Jack, a quien casi no lo motivaban los símbolos de status o prestigio, y preguntaba:
–¿Qué es eso de la cibernética acuática?–. Sabía que aunque no podía comprarse una computadora sumergible tampoco quería no estar al tanto de lo que ocurría. Además, si se trataba de soñar, el siempre había querido una, aunque supiera que fuera un sueño imposible.
–Algo relacionado con las computadoras que instalaron en el mar–, respondía inútilmente Fabián, que siempre adoptaba lo nuevo pero tan sólo si lograba incorporarlo a su vida sin que ésta sufriera modificaciones serias.
George, por su parte, era tan amable que a fin de compensar a los buenos por su benevolencia acababa confesándolo todo. Fue un justo que decidió no problematizar a la justicia y, por lo tanto, aún como justo, aceptó un veredicto absurdo. Demócratas en el fondo, ¿qué duda cabe? Ya hemos visto esta comedia muchas veces y, bueno, aquí está nuevamente en pantalla.
Mientras tanto, Roberto dormía en el subte preparándose para un regreso al mar en el que afrontar las contradicciones. En ese mismo subte, Walker era un ciudadano correcto y un partisano clandestino de reservas, cautela, astucias, aparentes normalidades.
George había confesado un crimen que no había cometido. Nadie ofreció explicación alternativa alguna, aunque nadie se creía esta otra. Ni siquiera Mario Vallejo, como presidiario liberado por la inundación, tuvo la capacidad para gozar dando un par de patadas al tablero. Yasser, sin hablar, no se aprovechó por eso de él. Hubiera sido una burla.
Allí está Antonio, en medio del desfile de modas en el puerto y los flashes, entre guiños y apariencias, mostrándose ante la inundación, sosteniendo todo por un rato para que no se caiga, para que siga la fiesta. Arpad no le pegó. Ahora, mucho más pacíficamente, formaba parte de esas hordas de caballeros que erraban por la estepa, enterrando a sus muertos ahogados con sus armas y sus caballos.
Para que no lo vean, George se agachaba un poco más, hasta sumergirse. Las leyes eran así pero él no era como las leyes. Patricio Parada, avispado, orgulloso, acogedor, brutal, generoso para autoafirmarse, avasallar, agredir, arremeter, no entendía de qué se trataba todo esto.
–¿Quién lo mandó a éste?–, preguntó Giovanni, mientras le agendaban entrevistas con tres años de anticipación, para cuando volviera a la isla. Todos los estilos son como el mismo ser humano: no importa lo felices que hayan sido alguna vez, al final son casi siempre infelices.
–Apagaré la luz–, dijo Walker, para quien la vida se fragmentaba en el ocultamiento de aquello que el enemigo no debía saber.
–Y apagaré la luz–, dijo Fahri, quién también podía quedarse por ahora en casa protegido de las miradas y las aguas indiscretas por una muralla de veinte metros de alto.
Antropofobia. O robar en lugar de inventar, tras haber guerreado contra los redholes, los whiteholes y los yellowholes, para que vaya finalmente Arpad en camino del éxodo, un éxodo que adoptaba la forma de una conquista.
Irresistible, aquí llegaba otro día.
–“Y la angustia feroz, despótica sobre mi cráneo inclinado, planta su bandera negra”–, sentenció Walker, una figura que ahora pertenecía ya sólo al pasado, aunque estuviera presente. Era lo mejor en todo pueblo, lo menos probable y colectivo. Desde que le habían visto condiciones había empezado la sobreprotección. Realmente marginal, muy poco se supo de él desde entonces. Semejante obviedad debería, en este caso, sorprender.
Yoshiaki entró a la escena a las diez y cuarto y sintió que todos lo miraban. No le preocupaba ser visto como alguien diferente porque atendía a criterios de consenso propios y no exteriores. Su sinceridad sacó finalmente a George del libreto. No era el heroísmo sino los grandes sentimientos el centro de su vida.
Diosblo, meditativo, sutil, oscilante, siempre hipotético en todo, opinaba o jugaba (ganaba) partidas de ajedrez. Su mito estaba vivo (la última gambeta, no). ¿Qué expectativas podía tener Walker en este país, un huérfano que desconocía la identidad de sus padres? Esas cosas Yasser las sabía, siempre esperando, siempre conociéndolo todo.
–Es por el bien de ustedes–, les decía Kojiro a Yoshiaki y a Seiji, sus hijos, mientras los obligaba a ponerse los salvavidas.
De espaldas a las ametralladoras, junto a sus amigos en la bronca y en el miedo, Diosblo, vacilante, de pronto se sintió inseguro y cayó en el remordimiento fecundante del cuestionamiento centrífugo.
Como ustedes pueden ver, los de Blackhole son gente cuyos sueños ciertos son los sueños cancelados. Tenían que acostumbrarse alguna vez a que la vida no fuera una kermesse y aprender a llevar una vida heroica. La inundación repetida era rápidamente olvidada, por lo que había que empezar siempre todo de nuevo. En Blackhole las mordazas al respecto hasta entonces eran de seda, todo debía ser dulce y ambiguo por fuera, férreo e inmisericorde por dentro. Con excepciones, obviamente.
–Yo no sabía nada de lo que pasaba–, dicen ahora. Ninguno se anima a defenderse desde otra posición. Son las ventajas del juego del balero. Quizás por eso Yasser no se sorprendió. Era la contracara de George: la inocencia de la historia delante de los pensamientos altivos que buscan un momento cierto para lanzar un grito con voz colectiva. Místico, ambicioso o predestinado, cuando Antonio terminó de exponer sus principios y virtudes como gobernador de la isla llegó la respuesta. El resto era sólo una reflexión sobre el tema.
–Este es un operativo de prevención, por la peligrosidad de la gente que vive acá–, dijo Patricio Parada, guerrero de alta estatura, de perfil aquillino y con los ojos azules, que vive a caballo de lo que aquí llaman “la frontera”. Antonio, en sintonía divina y telepredicadora, decía lo que iba al día siguiente, el mes próximo y el año por venir, y explicaba después por qué eso no había ocurrido. La vida es sueño y los sueños no pueden contarse ni compartirse, a pesar de los deseos y prédicas de José Luis. No importa que la voz de Antonio, vacilante y desesperado, suene algo temblorosa ante la inundación, excesivamente gentil. El era un actor merodeando el sistema del espectáculo, buscando su imagen.
La situación, tanto como los personajes, era inaceptable. Pero eso podía seguir así. No sé muy bien cual era la situación, pero sé que era la que no debía ser. Los infortunios y las obras de bien acababan confundiéndose en el enjambre de los tiempos. Todo era solemne y sin sentido de las proporciones. Los gatos se asomaron a las ventanas bajas con gestos de animales perseguidos. Era una madrugada tensa, de espectros y tinieblas. Pero para Guillermo era tan solo parte de la ratonera, como la primavera, la igualdad, el cuerpo y los santos.
Mario Vallejo cambió sus horarios, vendió sus cosas.
–Me voy porque ya no hay punto donde recalar–, dijo. Al poco tiempo se rapó la cabeza.
Catalina tenía una peluquería y trabajaba como modelo en desfiles casi escolares. Luego puso una boutique que más tarde tuvo que clausurar porque no podía pagar el alquiler. Al poco tiempo había perdido también la peluquería y se había encerrado más todavía. Ni siquiera la dejaron participar en el desfile del muelle. Hacía tanto que no la veían que nadie la hubiera reconocido.
Walker, que ya estaba encerrado, se encerró aún más.
Patricio Parada, con más conciencia de pertenecer a su clase que de ser ciudadano de Blackhole, como todo torturador de esta isla, fanático de Bach, llegó puntualmente al lugar donde habían acordado.
–Es tremendo–, dijo Antonio, quien pertenece a un clan que se reúne cada año celebrando su existencia, más allá de toda diferencia de color político y de sentimientos, en una trama de relaciones densamente incestuosa y desesperada.
Jack, casi ascético, no se permitía ningún tipo de placer, no cuidaba su aspecto, no se divertía, no prestaba atención a sus impulsos. Volvía a este tema una y otra vez: ¿Cuál es la mano verdadera? La mirada impasible y de una decisión trágica de Kaman le parecía grotesca y lo desasosegaba. No le gustaban ni el desorden ni la alteración de la estructura familiar o social.
–Soy la persona más feliz del mundo–, llegó a decir Yoshiaki, antes de embarcarse.
–Como si fuera posible tocarla y llevársela–, decía Walker mientras hablaba con Diosblo, la autoridad, los estancieros y Catalina, ya sin virtudes ni defectos visibles.
–¿Y a mí que me importa? ¿No te parece?–, le dijo Antonio a Fahri, cuyos intereses se ligaban a ese reducido grupo de amigos, rivales a veces, pero de acuerdo en cuestiones de fondo.
–¿Y a vos quién te dio permiso para tutearme?–, le contestó Fahri, que compró y transformó en palacio volador un Boeing 747 que puede transportar seiscientos pasajeros.
Allí quedaron muchas cosas.
–Lo que pasa es que Fahri es muy político, sabe cuidar sus intereses–, decía Fabián, particularmente sensible a todo lo importado o imitación de la moda de países bien vistos.
Todos los que quedábamos dejamos el trabajo y nos fuimos hacia el centro de la ciudad, último lugar destinado a hundirse. Diosblo, no reverenciado por el sentido común, ni por creyentes y adivinos, ni por la lógica formal y el autoritarismo, hizo una “ese” y consiguió por muy poco que no lo atropelle un kagú, magnífico pájaro color de plata, coronado por un moño, incapaz de volar: no utiliza más que sus patas para desplazarse por el bosque lanzando roncos chillidos que recuerdan a los de los cachorros.
Yoshiaki ya no era un hombre que razonaba, sino tan sólo un gran instinto. Su norte solía ser el placer, aún en esas condiciones, y consumía en función de una organización previa para el goce.
Walker tenía la ventaja de haber perdido contacto con el suelo hacía tiempo ya, nómade desapegado por la desterritorialización. Pasaba sus horas hablando y no trabajando. Hacía ya muchos años que no le hacían falta los hábitos obreros.
En Blackhole, un ser bebe la sangre del otro y existe lo inefable. Si no existe una plenitud históricamente alcanzable, se trataba de estar lo menos mal que se pudiera estar en la no plenitud, de elaborar modos de vivir en el presente, aunque no sea fácil entenderse cuando los tiempos se desgajan. Sabiendo de esto, los gatos, después de todo, aman las casas, ni se les ocurre morir sobre la tumba de sus amados, no hacen nada por nadie, no consiguen vivir sin ellos mismos.
El amor comenzaba en el mismo lugar donde la historia de Blackhole establecía sus imposibles. La blasfemia siempre era participación en ese amor sagrado de los que al mismo tiempo se resistían a ejercer y experimentar el terror. El error de Walker, del idealista, si es que es un error serlo, habría consistido en no haber tenido en cuenta lo que hubiera podido enseñarle la vida, y en haber hecho como si las cosas ocurrieran en la realidad tal como deberían ocurrir según la idea de un mundo ideal que éste se habría formado. Martín era, en cierto modo, responsable de sus desdichas, pero lo descubre demasiado tarde. Su defecto también era la abstracción. Tenía necesidad de sentir su persona más allá del sentimiento que la sobrepasaba. No sabía que no disfrutar el hoy era prostituirse. La paz de su espíritu provenía de la aceptación de lo peor. Por la misma razón la escuela había destrozado en Kaman muchas cosas, y ahora aquél se había vuelto metafísico. Lo que es aprender, sólo aprendió ficciones.
Entonces, ¿qué les quedaba por desear si sólo existía una elección entre el heroísmo y la ahistoricidad cuando Fahri, uno de los principales compradores de armamentos en Blackhole hubiera conseguido roer la totalidad de sus almas? Patricio Parada, timorato, también atacaba con piedad cuando era más fuerte y se ponía a salvo cuando era más débil. Iba armado hasta los dientes con ametralladoras Waterproof.
Sus vidas eran bufonadas. Lo que decían no siempre se parecía a ellos. Martín Walker, que no había nacido en la pampa, confundía galopares y bombos con latidos y terremotos.
De noche tenían más miedo, liviano era el pesar. Y todo el carnaval gritando: ¡Viles, impíos! Por lo que más se los castigaba era por sus virtudes. La vida era como un racimo de estrechez donde ni siquiera el miedo, siendo mayor, era intenso. Ni siquiera el desconsuelo era intenso. Los álamos montaban guardia, enmarcando con sus blancos troncos las grises lejanías en las calles estrechas, a veces sinuosas y rodeadas de muros. Un buen café irlandés, con un poco de whisky azucarado y coronado con nata fría, ardía en los pocillos de políticos barrocos en fortificaciones. Calles tranquilas con sus arcadas, casas de estilo colonial con fachadas color ocre, con terrazas sombreadas y silenciosas, guardaban un secreto de persianas medio cerradas y ya húmedas.
–Mi nombre es Fabián, digamos–, sostuvo figurón mientras se ponía un pullover peruano porque su uso se consideraba in. Sin elección, tenía un maremoto en el cabello y ponía caras cuando lo fotografiaban, sonriendo ante el progreso tecnológico.
Jack tenía los dedos negros de tanto leer el periódico. La inseguridad del contexto exterior hacía que se sintiera a salvo en grupos pequeños, con su familia o con sus amigos más íntimos, o sino en contacto directo con la naturaleza. O cuando se fascinaba por una comida, aunque estuviera mojada.
La casa de Patricio Parada estaba fortificada y era, a la vez, arsenal y fábrica de armas. Patricio se fascinaba por el oleaje y las curvas de una nuca, se desvivía por el mismo mal. Sentía la misma fascinación y frescura cuando, al fin del día, se quitaba los firmes borceguíes debajo de la mesa y estiraba los dedos de los pies, descalzo, seco.
¡Permanecer espíritu! ¡Mantener la distancia! ¿Dónde estaba la simplicidad? Fabián necesitaba mostrarse y vivía dependiente de la opinión de los otros. También sus niños agitaban sus sonajeros y arrojaban su mierda alrededor suyo. El portero del hotel, apegado a su uniforme, solía estar demasiado conciente de esta situación como para estar triste. Estas personas eran sus padres pero podían haber sido otros. Y, además, Fabián no estaba por ello al amparo de los mosquitos ni de las serpientes ni de esas arañas gigantes, negras y velludas, que se dejan colgar suavemente de un árbol. Por más que fuera todo lo influenciable que fuera, en particular por quienes ocupaban posiciones de liderazgo aceptadas.
En el fondo todo esto eran cosas ridículas. Nada mejor para Fabián que tener un amigo famoso, soberano, santo. El reconocimiento asegurado que le ofrecían los amigos de marcas conocidas lo hacía su fiel consumidor, para poder controlar de esa manera la incertidumbre que le provocaba toda el agua que le rodeaba e ignoraba.
Y cuando quiere paz es demasiado tarde. Era una gloria no haber hablado del miedo que tenía en la vida ni de la claridad de los cuerpos desnudos. Después, y sólo después, vino gente dispuesta a matarse por Martín, gente dispuesta a torturar. Y la paloma de la paz ya servía tan sólo para dibujarla.
Es probable que estas historias se hallan iniciado en las aldeas rurales de Blackhole. Como Hróvoro, la serpiente que se traga su propia cola, Fabián, poco afecto al desorden –interno u externo– se vio obligado a restringir finalmente su protagonismo, sus capacidades de expresión y creación, para asegurarse un lugar legal ante la mirada de los otros en el barco.
Walker se mordía ahora el dedo gordo del pie. Protegiéndose encima de un auto abandonado, filmó a los niños mientras saltaban y bailaban en el patio de juego de la escuela a la hora del almuerzo. Piojos, pulgas. El resto de lo que debo contarles es previsible.
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