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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

jueves, 20 de mayo de 2010

Mutantia

Las guerras que sobrevinieron no excluyeron el canibalismo. Del próspero jardín de las esfinges quedaría con el tiempo un chato pastizal salpicado de estatuas caídas y habitado por apenas un tercio de la antigua población. Son rostros, algunas actitudes, reflexiones, las que impactan. Los chicos se enferman más por el miedo que por las pobres condiciones higiénicas. El dinero ya no existe. Desdicen lo que han dicho en el interior de un café. En el barrio, en las calles, la única manera de sobrevivir era reaccionando a los estímulos de este lugar de un modo imprevisible, irracional. Era posible que en su interior, con tanta luz atrapada, las cosas presentasen una atractiva iluminación. Aunque Blackhole sea invisible desde el exterior, más aún hoy prácticamente hundida pero aún cuando reaparece, su presencia gravitatoria puede ser palpable. Si no vamos con cuidado, en un viaje interestelar podríamos ser arrastrados de un modo irrevocable y nuestros cuerpos podrían quedar estirados desagradablemente formando un hilo largo y delgado. Pero la materia que se iría concentrando en forma de disco alrededor de Blackhole nos ofrecería un espectáculo digno de recordar, en el caso improbable de que sobreviviésemos a la excursión. Es posible que existan galerías para ir de un lugar al otro del universo sin cubrir la distancia intermedia: a través de Blackhole. Podemos imaginar esas galerías como tubos a través de una cuarta dimensión física. Es posible que Blackhole se halle en las cercanías del sol también. Durante muchos años, los seres humanos se habían adaptado y plegado a los rostros anónimos. Las casitas hundidas, las barcazas como únicos medios de transporte. Sus jóvenes son, sin duda, las más bellas en un mundo de ruidos, circulación y desesperación. Los nombres de sus barrios suenan para unos como “Victoria” y para otros como “Derrota”, pero evocan siempre la guerra y su cortejo de ruinas, saqueos y requisas. Llueve con frecuencia sobre mojado. Es una isla testigo de pocas batallas pero víctima de infinitas persecuciones, invasiones y represalias y, finalmente, desgarrada por una querella lingüística, agria y, al parecer, insoluble. Extraña belleza la de esta isla de hoy sólo siete árboles en pie, donde los días y las noches son interminables. Campo de tráfico costero, de contrabando, federación de sultanatos con cortes de opereta, es también el mundo ruidoso y eficaz de los djops que manipulan millones en el fondo de sus góndolas. Antes de ser rediseñada masivamente para crear plantaciones de jebes y estatuas, la isla estaba cubierta de un bosque y una jungla impenetrables, poblada por todo tipo de animales hoy día casi desaparecidos.

Las representaciones al aire libre en Blackhole duran a veces toda la noche. Precedidas de encantamientos mágicos, narran los múltiples episodios del Ramayana, la epopeya de Rama y de Sita. Como Sarah, Blackhole es la isla de la desmesura. Sus habitantes y la misma isla se ocultan bajo el agua y detrás de su sonrisa como tras los muros de un antiguo imperio. Rodeada de pequeñas montañas indefensas y bordeada de una costa inhóspita y deglutida, esta isla hoy no hace, de hecho, más que proseguir una larga y enraizada tradición de aislamiento. La continuidad de esa muralla, que corre a lo largo de las crestas y se cuelga de las pendientes, atraviesa los valles, serpentea en torno a los macizos sin ninguna interrupción, sin una sola abertura fuera de las pocas puertas que antaño estaban celosamente guardadas. Es algo prodigioso. Es un cordero de cinco patas, un monstruo hidrocéfalo donde nadie puede pensarse y crearse. Es un desierto de montañas, un campamento de nómadas. Quedan regiones en las que es casi imposible penetrar si no se dispone de mucho tiempo, de sólidas relaciones y de una paciencia a toda prueba. Con un poco de costumbre se puede reconocer, según la djambiyya sea llevada a la derecha o a la izquierda, según la largura o la calidad del cinturón, según la materia y el cincelado del mango, si el que lo lleva es un notable religioso o un jefe de tribu, si ha realizado la peregrinación submarina o no aún.

Este pueblo se excita especialmente en cuanto aparece un extranjero, cosa que rara vez ocurre. Yo aún no he sido descubierto. Los ratoncitos buscan por el suelo para chupar el frescor bajo los mangles poblados de miles de murciélagos que los niños tratan de cazar. El ponerse nervioso no sirve para nada (aunque sea inevitable). Muy por el contrario, una sonrisa, un poco de conversación, son los mejores instrumentos para ser servido. Las cascadas reversibles discurren en un sentido u otro, pero siempre al ritmo de las mareas.

Blackhole suele estar ausente en los manuales escolares. Y la sola alusión a su nombre levanta vivo asombro, incluso entre personas cultivadas. El salón del trono es grande como un estadio de fútbol. Para sobrevivir a los mortales calores del verano, algunos hombres aprendieron a vivir en el agua cálida, algunos mamíferos a no beber. Algunos pájaros emiten unos gritos impresionantes. Como el kagú, que ladra.

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