Ars
longa, vita brevis. Virgilio
The
lyfe so short, the craft so long to lerne.
Geoffrey Chaucer
Solemos
vivir de una manera tal que perdemos momentos que podrían
considerarse soberanos. Podríamos soñar con la experiencia utópica
de un tiempo reducido a esos momentos que operan en el espesor de las
cosas. Pero siempre terminamos separados de sus centros por la misma
sustancia del tiempo.
Sin
embargo, quizás podamos dar un paso más allá. A pesar de
encontrarnos limitados y presionados por tiempos de incertidumbre,
inseguridad y vulnerabilidad, podemos no perder la posibilidad de
reflexionar sobre los modos de vivir en ellos y en la cultura. Porque
si bien la cultura tiene un aspecto extremadamente dinámico también
posee otro más estable. ¿Hacia dónde van ambos, dinámicos y
estables cultura y tiempo? Esa es una pregunta que no deberíamos
omitir como tampoco desconocer los límites de esos movimientos y de
esa misma pregunta, del espacio de la cultura y del tiempo en una
sociedad y un mundo que tampoco parece tener demasiado en claro hacia
dónde va y cuál es el significado de esos continuos cambios.
Pareciera no haber tiempo para pararse a pensarlo. Y menos aún
tiempo para hacerlo sentados.
Desde
que los estallidos lúdicos del dadaísmo, el surrealismo y el
movimiento hippie nos trajeron en el siglo XX el juego como
posibilidad libertaria de recuperar nuestro tiempo y la preeminencia
del instante, se nos está reclamando otra ética y otras
epistemologías. Vivimos como si fuéramos inmortales pero el tiempo
es un recurso no renovable. Y en vez de ir hacia la prometida
sociedad del tiempo abundante hemos llegado a la sociedad del tiempo
siempre faltante y sin un destino que no sea el de su empleo para el
cronófago consumo. La conexión permanente a internet a través de
los celulares
es hoy parte esencial del cambio cultural en marcha donde no
pareciera ya haber “tiempo perdido” ni nadie esperando a
Godot. Cuando Nietzsche le sugiere a Zaratustra “Mira ese
instante”, esa contemplación era posible porque Zaratustra no
tenía un Ipad.
Los
antiguos griegos tenían tres dioses del tiempo: Cronos, que nos
devora continuamente; Aión, el dios de una vida liberada de Cronos,
tiempo del placer y del deseo cuando queremos que el instante dure
para siempre; y Kairós, fugaz, que determina ese tiempo del
instante, dios de la oportunidad vinculado al arte. Para despegarnos
temporariamente de Cronos y estar en Aión precisamos acontecimientos
que hagan aparecer lo eterno, resistir antientrópicamente a Cronos.
Si hoy más que nunca el tiempo se nos aparece shakesperianamente
desgarrado, hay instantes en que bailamos en la incertidumbre de un
bello contacto con Kairós, con momentos de una vida que pareciera no
morir. Y para eso es necesaria una paciencia que veneraron tanto
Heráclito como Kafka.
Lo
inesperado de ese acontecimiento es difícil y arduo. Borges también
le cantó a la diversidad y profundidad de un instante cualquiera en
la que el escurridizo Kairós nos permite experimentar la eternidad
mientras dura, de Aión a Vinicius de Moraes. Para lograr esa otra
relación con el tiempo es necesario lograr otra relación con el
mundo y con la muerte.
Si el enamorado se pierde en el tiempo, su voluntad es el último
escalón.
Cronos es lo opuesto del amor y es necesario estar siempre listos
para resistir a ese dios y su entropía. La evolución es esa
resistencia. Porque si huir de Cronos es en última instancia
imposible, no lo es escaparse temporariamente de él y atravesar
experiencias vitales que lo desorienten o distraigan.
En
un mundo convertido en un enorme mercado de inevaluables ofertas,
todo lo deseamos, todo queremos experimentar, y en ese despegar del
anhelo muchas veces no somos conscientes del lugar y momento que
habitamos y, por tanto, ni siquiera lo vivimos pues nuestra mente
está en otro lugar: atrás, porque no se entiende lo que rápidamente
pasó, o adelante, porque se teme lo que velozmente vendrá. Y
sospechando que no nos controlamos ni conocemos a nosotros mismos, e
incapaces de aceptarlo, muchas veces perdemos así el tiempo, la vida
y su mismo sentido en los desiertos de una cultivada ansiedad.