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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

sábado, 31 de diciembre de 2016

2017

Comparto mis deseos para el año que se inicia en breve:
Felicidad, conciencia, sentido, despertares.
Resistir el absurdo y la violencia.
Sufrir injusticias antes que cometerlas.
Vivir la vida intensamente, aún en los bordes de la desesperación.
Sentir la calidez del agua y de la luna.
Agradecer al sol, cada mañana.
Poder seguir admirando la fortaleza de mi madre.
Tender la mano a aquellos en desgracia.
Seguir siendo, como siempre, rigurosamente ético. Aunque haya que padecer por ello.
Viajar, cantar, leer: cultivar esa tríada sagrada.
Conservar la pasión por la libertad, la amistad y el amor, contra todos los males de este mundo.
Descubrir que algunos de mis deseos se encuentran con los tuyos en el camino.

viernes, 30 de diciembre de 2016

Un Deleuze molecular

La materia puede ser más compleja que la vida y el deseo lo que haga irrumpir el acontecimiento virtual en un mundo codificado, abriendo nuestra capacidad de devenir a través de múltiples pliegues. Así pensaba quien, heredero de Bergson y Whitehead, definiera su filosofía como un empirismo trascendental y suponía que la buena vida consistía en expresar nuestras propias potencias virtuales, abandonando territorios para extenderlos. Deleuze nos creía desiertos poblados de múltiples tribus y veía en la experimentación sobre nosotros mismos la única oportunidad para las combinaciones que nos habitan.

En Cartas y otros textos encontramos cartas, textos que no figuran en volúmenes anteriores y escritos de juventud. Percibimos allí su búsqueda de un nuevo estilo en filosofía, nos enteramos de un pensado artículo sobre Céline que no llegó a ver la luz y vemos cómo lo que eran unas notas sobre Lewis Carroll acabaron en la Lógica del Sentido. Sus cartas a Guattari revelan su preocupación por la necesidad de elaborar teóricamente sus conceptos, su interés por Beckett, sus conversaciones con Foucault, su desprecio por Lyotard y por la gente del cine.

En las cartas a Klossowski le cuenta del libro con Guattari sobre la esquizofrenia y anticipa el silencio o la guerra con los psicoanalistas, en las enviadas a Foucault le dice que se ve lleno de “pequeñas cosas”, comprometido por demasiados fragmentos. En un cuestionario admite que su obra gira alrededor de cierta idea de la naturaleza, que la conclusión de Mil Mesetas es una tabla de categorías incompleta a lo Whitehead, que se siente bergsoniano cuando dice que la ciencia moderna no ha encontrado su metafísica. Vemos también en estos textos cómo a Deleuze le repugna toda cultura trágica por neurótica. Dice escribir libros para combatir errores, reparar olvidos y crear conceptos. Se queja de cómo nociones como “rizoma” y “devenir-animal” fueron tomadas de cualquier modo y encuentra abrigo en lo que hay de más terrible en el arte que pone en desbandada la abyección de este mundo. En ese sentido, tal vez lo más interesante sea su texto sobre Sacher-Masoch y el masoquismo donde discurre sobre la imposibilidad de un encuentro entre un sádico y un masoquista.
En la reproducción de una entrevista a Deleuze y Guattari sobre El Antiedipo que nunca viera la luz, Deleuze sostiene que los jóvenes se hallan atrapados por el análisis como una droga y reivindica el derecho al sinsentido y a la regresión. Deleuze veía dos políticas del deseo: una paranoica, yoizante y otra -propuesta junto Guattari- que en el momento en que algo se desgarra, huye. Reflexionan aquí asimismo sobre la sexualidad y el secreto como elemento estructural de toda sociedad y sobre cómo la interpretación de sueños sirve para reforzar una política fascista. Por ello Deleuze opone un dominio de experimentación a ese dominio de interpretación. Un bergsoniano Deleuze sostiene que los recuerdos de la infancia se hacen al mismo tiempo que la infancia, y llama a proceder por el olvido y no por la memoria.

En una versión de una conferencia dada por invitación de Pierre Boulez, nos habla de un devenir molecular de la música y de un tiempo no pulsado, liberado de la medida y la forma; y en un prefacio para su libro sobre Bacon sostiene que el pintor descubre en sus trípticos al ritmo como esencia de la pintura y le interesa una violencia que ya solo es la del color y del trazo, de una sensación, el grito que nos arranca el presentimiento de fuerzas invisibles e interiores que se ejercen sobre la carne. Finalmente, llegamos a lo más perturbador del libro: sus textos de juventud. El primero es una descripción de la mujer en donde advierte que corre hacia su perdición puesto que su lugar está en el interior, en la casa, y que el maquillaje es la formación de dicha interioridad: la mujer como secreto sin espesor, mientras que lo masculino se define por la exterioridad. Se entiende por qué no quiso volver a publicarlos.

Estos textos fueron compilados por David Lapoujade, asimismo autor de Los movimientos aberrantes, libro en el que afirma que la filosofía de Deleuze es una filosofía de esos movimientos que explican la torsión de las figuras en Bacon y la definición de la filosofía misma en Deleuze, concebida como el movimiento aberrante de crear conceptos. ¿A qué lógica obedecen estos movimientos aberrantes? Este problema, revela, ha acosado a Deleuze puesto que lo que le interesa sobre todo es la lógica, y para Deleuze un movimiento es tanto más lógico cuanto más escapa a toda racionalidad, cuanto más aberrante es. La filosofía de Deleuze se presenta entoces como una lógica irracional de los movimientos aberrantes. Su vitalismo le permitiría suponer que las potencias de la vida producen continuamente nuevas lógicas que nos someten a su irracionalidad. Y si bien su experimentación puede implicar una especie de autodestrucción, la empresa suicida solo ocurriría cuando todo se vuelca sobre un único flujo. Los movimientos aberrantes amenazan la vida tanto como liberan sus potencias. Todo pasaría como si lo que hay de más vital fuera insoportable o existiera en condiciones que hubiera que pasar por muertes que nos desorganizan. Los movimientos aberrantes darían por ello testimonio de la “vida inorgánica” que atraviesa los organismos y amenaza su integridad. Habría algo “demasiado fuerte” en la vida que solo podemos vivir como un riesgo que hace que uno ya no se aferre a su vida en lo que tiene de personal.

Los movimientos aberrantes serían siempre luchas moleculares contra la muerte en vida. ¿Con qué derecho? ¿Quid juris? Esa pregunta atraviesa para Lapoujade toda la filosofía de Deleuze. La pregunta por lo que funda tendría de aberrante el hecho de que nos hace remontar más allá de todo fundamento hacia un “desfondamiento” como en la meditación heideggeriana sobre el Ser, o como en Bergson quien opone a la actividad de fundar la de “fundir”. Hacer ascender el sin fondo que gruñe bajo el fundamento sería importante para Deleuze, no por el descubrimiento de nuevas profundidades sino por la producción de nuevas superficies, el trazado un plano, la construcción de una nueva tierra para el pensamiento y para la vida.

La desterritorialización, movimiento aberrante de la Tierra, es a la tierra lo que el sin fondo es al fundamento. No es un movimiento por el cual uno se aleja de la tierra sino aquel mediante el cual uno se reúne con ella. Según Lapoujade, quizás la cuestión última de la filosofía de Deleuze sea constituir una filosofía de la tierra y en relación con ella. Fundar es siempre fundar la representación y saltar más allá de los límites que el juicio asigna a los seres sería la señal misma de los movimientos aberrantes. Si se puede decir que la filosofía de Deleuze es una “filosofía del acontecimiento” es ante todo porque el acontecimiento da testimonio de la acción de lo sin fondo sobre nosotros. Al abrirnos al cosmos y sus fuerzas moleculares que lo agitan nos arrancamos de los territorios en un instinto de muerte, lo que nos hace ya no pensar el cosmos como separado del caos sino como lo que procede de él. La doctrina de los movimientos aberrantes que resulta de la crisis del fundamento sería el empirismo trascendental. Es de ese sin fondo que salen todos los movimientos aberrantes. Todo comienza por una especie de despoblamiento porque la filosofía tiene necesidad de un desierto y desterritorializar es arrancar la tierra al hombre, poblarla con todo lo que hay de no humano en él, convirtiendo los cuerpos en bergsonianas figuras de luz.


¿Por qué según Lapoujade los movimientos aberrantes son importantes para la filosofía de Deleuze? Por su potencia genética y por un motivo vital más profundo: plantean el problema de los límites y la ley. El primer límite es el de la ley pero el otro es “más allá del bien y del mal”. La ambición heredada de Nietzsche consiste en querer invertir el platonismo pero con ligereza, humor y una spinoziana alegría. 

martes, 27 de diciembre de 2016

Pensamiento japonés y argentino

Pensamiento japonés: "Si alguien puede hacerlo, yo también puedo hacerlo. Si nadie puede hacerlo, yo puedo ser el primero en hacerlo." Pensamiento argentino: "Si nadie puede hacerlo, ¿por qué carajo tengo que hacerlo yo? Si alguien puede hacerlo, que lo haga él."

jueves, 22 de diciembre de 2016

El año Miló


Brindaremos. Muchas bebidas alegraron las buenas horas de nuestros antepasados. La vid y su uva fueron dibujados en cavernas de hace 7.500 años. En el 39 a.c. el poeta Virgilio cantó en sus Églogas la forma conveniente de sacar el jugo a la uva para vinificarla y honrar “con devoción a los dioses”. Con la llegada del cristianismo, los excesos públicos se transformaron en “orgías hogareñas” ya que numerosos edictos prohibían el consumo desaforado de bebidas en las calles. El carácter místico de la libación llegó hasta los monasterios. Se creía firmemente que el alcohol podía facilitar el éxtasis.
Y también comeremos. Y celebraremos. Una vieja fiesta es la menuda o gran historia que nos hace ser dueños de la inmortalidad. Y esto en Argentina bajo el sol del verano, el todopoderoso dios Ra que influye en el movimiento del corazón: la luz moderada aumenta la actividad distólica y la luz intensa excita la sístole. Diremos Merry Christmas, Eine Gütte Jahr, Buon Natale, Feliz Ano Novo o, simplemente, “Felicidades”, y nos estaremos bañando con tiempo, historia y eternidad.
Hay antropólogos que suponen que donde no hay religión no puede haber fiesta. Y la Navidad es, efectivamente, una fiesta cristiana. Pero, para el cantor pagano, cualquier motivo es fiesta. En cuanto al Año Nuevo, poca gente sabe que el 31 de diciembre es para la Iglesia Católica simplemente el día consagrado a San Silvestre, un romano que en realidad se llamaba Rufino. Y no es muy antigua la división del tiempo que establece que año tiene 365 o 366 días. La aplicación del tiempo que tarda la Tierra en girar alrededor del sol para medir un año es tan arbitraria como cualquier otra; fue consagrada por el uso reemplazando a otros criterios. El año podría tener ocho meses, o menos, o más, que también podrían no llamarse meses. Pero una vez aceptada una convención, no respetarla produce tremendos trastornos. Sin convenciones no es fácil vivir. De cualquier manera, tenemos que estar de acuerdo en que celebramos un momento -que bien podría ser otro- para renovar nuestras esperanzas. Tal vez por eso mi abuelo Miló brindaba todo el año con sus amigos al grito de “Que nunca falte”, privando de golpe a su copa de todo rastro de etílica humedad. Vivía atrapado en un tiempo de solo dos días -24 y 31 de diciembre- que se repetían de manera incesante. Era el “año Miló”, un vrai bon vivant que había sido carpintero y creó una fábrica de guitarras de juguete que se incendió -y no tenía seguro- y lo dejó con mi madre -su hija- sin siquiera un colchón en la calle. Hijo de franceses venidos de la ciudad de Cognac, tal vez inspirado en ese acontecimiento, de chiquito me enseñó a cantar “Tout va très bien, Madame la Marquise”, aquella a la que se le incendia el castillo, después de ver juntos una película de Louis de Funes.
Todo el sol para ustedes, amigos. Y las mejores lluvias que, como decía Spinetta, borran la maldad y lavan todas las heridas del alma.