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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

jueves, 22 de diciembre de 2016

El año Miló


Brindaremos. Muchas bebidas alegraron las buenas horas de nuestros antepasados. La vid y su uva fueron dibujados en cavernas de hace 7.500 años. En el 39 a.c. el poeta Virgilio cantó en sus Églogas la forma conveniente de sacar el jugo a la uva para vinificarla y honrar “con devoción a los dioses”. Con la llegada del cristianismo, los excesos públicos se transformaron en “orgías hogareñas” ya que numerosos edictos prohibían el consumo desaforado de bebidas en las calles. El carácter místico de la libación llegó hasta los monasterios. Se creía firmemente que el alcohol podía facilitar el éxtasis.
Y también comeremos. Y celebraremos. Una vieja fiesta es la menuda o gran historia que nos hace ser dueños de la inmortalidad. Y esto en Argentina bajo el sol del verano, el todopoderoso dios Ra que influye en el movimiento del corazón: la luz moderada aumenta la actividad distólica y la luz intensa excita la sístole. Diremos Merry Christmas, Eine Gütte Jahr, Buon Natale, Feliz Ano Novo o, simplemente, “Felicidades”, y nos estaremos bañando con tiempo, historia y eternidad.
Hay antropólogos que suponen que donde no hay religión no puede haber fiesta. Y la Navidad es, efectivamente, una fiesta cristiana. Pero, para el cantor pagano, cualquier motivo es fiesta. En cuanto al Año Nuevo, poca gente sabe que el 31 de diciembre es para la Iglesia Católica simplemente el día consagrado a San Silvestre, un romano que en realidad se llamaba Rufino. Y no es muy antigua la división del tiempo que establece que año tiene 365 o 366 días. La aplicación del tiempo que tarda la Tierra en girar alrededor del sol para medir un año es tan arbitraria como cualquier otra; fue consagrada por el uso reemplazando a otros criterios. El año podría tener ocho meses, o menos, o más, que también podrían no llamarse meses. Pero una vez aceptada una convención, no respetarla produce tremendos trastornos. Sin convenciones no es fácil vivir. De cualquier manera, tenemos que estar de acuerdo en que celebramos un momento -que bien podría ser otro- para renovar nuestras esperanzas. Tal vez por eso mi abuelo Miló brindaba todo el año con sus amigos al grito de “Que nunca falte”, privando de golpe a su copa de todo rastro de etílica humedad. Vivía atrapado en un tiempo de solo dos días -24 y 31 de diciembre- que se repetían de manera incesante. Era el “año Miló”, un vrai bon vivant que había sido carpintero y creó una fábrica de guitarras de juguete que se incendió -y no tenía seguro- y lo dejó con mi madre -su hija- sin siquiera un colchón en la calle. Hijo de franceses venidos de la ciudad de Cognac, tal vez inspirado en ese acontecimiento, de chiquito me enseñó a cantar “Tout va très bien, Madame la Marquise”, aquella a la que se le incendia el castillo, después de ver juntos una película de Louis de Funes.
Todo el sol para ustedes, amigos. Y las mejores lluvias que, como decía Spinetta, borran la maldad y lavan todas las heridas del alma.

2 comentarios:

Teresa Tedin dijo...

Gracias Daniel, muy buen aporte para las fiestas, agrego a tus deseos la magia, el misterio y los buenos hados.

Daniel Scarfò dijo...

Gracias, Teresa.