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Dramatis Personae
- Daniel Scarfò
- Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.
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sábado, 22 de julio de 2017
sábado, 15 de julio de 2017
jueves, 6 de julio de 2017
Tomar clases de danza neuronal
Publicada en el Diario Clarín el 6 de julio de 2017. Ver publicación en la web en:
https://www.clarin.com/opinion/tomar-clases-danza-neuronal_0_rkt8JxjEW.html
https://www.clarin.com/opinion/tomar-clases-danza-neuronal_0_rkt8JxjEW.html
Comprendemos los estados mentales de los demás en forma casi continua, con frecuencia sin prestar demasiada atención, simulando estar en la situación del otro. El cerebro percibe el habla de los otros simulando que somos nosotros quienes hablamos. Y cuando conversamos tendemos a imitar la sintaxis de nuestros interlocutores. Imitar a los otros nos ayuda a percibir sus expresiones y sus emociones, precede y ayuda al reconocimiento.
Desde que nacemos tendemos a sincronizar nuestros movimientos, miradas y diálogos. Es como una danza. Por eso estar con personas inteligentes nos vuelve más inteligentes y estar con quienes no lo son nos estupidiza, así como jugar al tenis con grandes tenistas nos vuelve mejores y jugar con quienes no juegan tan bien reduce nuestro rendimiento. Esto sucede, entre otras cosas, porque cuando miramos a los otros nos encontramos tanto con ellos como con nosotros. Durante mucho tiempo hemos estado dominados por el prejuicio de que existe una separación completa entre el yo y el otro. ¿Pero cómo nos conectamos entonces? Es cierto que cada persona dice lo que dice u oye lo que oye según su propia determinación estructural y la comunicación no depende de lo que se entrega sino de lo que ocurre con el que recibe. Las palabras son acciones, no son cosas que se pasan de aquí para allá. Pero la trama de nuestras coordinaciones conductuales en la manipulación de nuestro mundo y la comunicación es inseparable de nuestra experiencia. A su vez, si bien existe un sistema cerebral social en el que no nos diferenciamos de los otros, como cada ser humano se cría en un ambiente diferente y tiene experiencias distintas, la arquitectura de cada cerebro humano es por cierto única.
La narración de nuestro cerebro está incesantemente en busca de y creando sentido. Y si la forma o contenido de una experiencia son su construcción eso no vuele ilusoria tal experiencia. Somos de alguna forma prisioneros de la huella cultural almacenada en nuestro cerebro. Las preguntas sobre lo verdadero y el bien están enredadas en nuestros circuitos neuronales y tienen que ver con su historia. Las intuiciones morales están ya allí pero el aprendizaje modifica las conexiones sinápticas entre las neuronas y su intensidad. Y, contrariamente a lo que el prejuicio indica, la neurobiología revela que nuestro cerebro es fundamentalmente lo que hacemos de él. Si usted, lector, recuerda algo de esta nota será porque su cerebro cambió ligeramente después de leerla.
Desde que nacemos tendemos a sincronizar nuestros movimientos, miradas y diálogos. Es como una danza. Por eso estar con personas inteligentes nos vuelve más inteligentes y estar con quienes no lo son nos estupidiza, así como jugar al tenis con grandes tenistas nos vuelve mejores y jugar con quienes no juegan tan bien reduce nuestro rendimiento. Esto sucede, entre otras cosas, porque cuando miramos a los otros nos encontramos tanto con ellos como con nosotros. Durante mucho tiempo hemos estado dominados por el prejuicio de que existe una separación completa entre el yo y el otro. ¿Pero cómo nos conectamos entonces? Es cierto que cada persona dice lo que dice u oye lo que oye según su propia determinación estructural y la comunicación no depende de lo que se entrega sino de lo que ocurre con el que recibe. Las palabras son acciones, no son cosas que se pasan de aquí para allá. Pero la trama de nuestras coordinaciones conductuales en la manipulación de nuestro mundo y la comunicación es inseparable de nuestra experiencia. A su vez, si bien existe un sistema cerebral social en el que no nos diferenciamos de los otros, como cada ser humano se cría en un ambiente diferente y tiene experiencias distintas, la arquitectura de cada cerebro humano es por cierto única.
La narración de nuestro cerebro está incesantemente en busca de y creando sentido. Y si la forma o contenido de una experiencia son su construcción eso no vuele ilusoria tal experiencia. Somos de alguna forma prisioneros de la huella cultural almacenada en nuestro cerebro. Las preguntas sobre lo verdadero y el bien están enredadas en nuestros circuitos neuronales y tienen que ver con su historia. Las intuiciones morales están ya allí pero el aprendizaje modifica las conexiones sinápticas entre las neuronas y su intensidad. Y, contrariamente a lo que el prejuicio indica, la neurobiología revela que nuestro cerebro es fundamentalmente lo que hacemos de él. Si usted, lector, recuerda algo de esta nota será porque su cerebro cambió ligeramente después de leerla.
Estamos
entrando en una era en la que la biología molecular de la cognición
y las emociones puede allanar el camino para mejorar la comunicación
de los seres humanos en tiempos en que está cambiando todo
velozmente sin que nuestro sistema nervioso esté preparado para
ello.
Ahora
vuelva usted a leer estas líneas pensando en la afamada grieta. Y
baile luego con su oponente -no le queda otra- tratando de no
pisarse mutuamente. Si es necesario, tome algunas clases de danza
neuronal. Relájese y trate de escuchar la música que toca la
orquesta, es fundamental para bailar mejor.
sábado, 1 de julio de 2017
Pensar a solas, vencer bien acompañado
Publicada en la Revista Ñ el sábado 1 de julio (ver link abajo)
https://www.clarin.com/revista-n/literatura/pensar-solas-vencer-bien-acompanado_0_Sy249H_EZ.html
Georges
Bataille escribió libros imposibles, tal vez un único libro
imposible. A esta edición de los dos primeros tomos de su Suma
ateológica se
agregan numerosas variantes y notas nunca antes editadas en español.
Comúnmente se habla de esta obra evocando el tríptico compuesto
por La
experiencia interior, El
culpable y Sobre
Nietzsche,
a los que se agregan otros textos menos conocidos: Método
de meditación y El
aleluya,
incluidos en estos dos volúmenes.
Disuelto
su Colegio de Sociología Sagrada y ante el estallido de la Segunda
Guerra Mundial, el autor se sumergió en una experiencia de la que da
cuenta en estos libros, que muestran sus legados en pos de lo que
podría llamarse la creación de un sistema inacabado del No-saber.
El principio de su experiencia interior es que no se alcanza el
estado de éxtasis sino tocando el extremo de lo posible. Esta supone
una ruptura y el libro que lleva ese título es un relato en el que
el pensamiento se pierde, y se pone en cuestión lo que el hombre
puede saber.
La
experiencia es la única autoridad y sus enunciados deben ser
impugnados por ella misma. Su naturaleza es la denuncia de la tregua,
un ser sin prórroga, una voluntad agotadora que no puede entenderse
tan cabalmente como el costo que implica. Y se alcanza precisamente
yendo en contra del proyecto que se tiene de obtenerla, revuelta
contra los apaciguamientos que ella misma sugiere y ligada a la
necesidad que tiene el espíritu de cuestionarlo todo, a la
supremacía de la muerte. Lo que tal vez explique la negación de
estos libros y la paradójica paz de quien sabe que no llegará a
reposo alguno.
La
súplica sin respuesta sería para Georges Bataille la única verdad
del hombre. Cuando en “Método de Meditación” busca una
definición de la operación soberana “la imagen menos inexacta”
le parece ser “el éxtasis de los santos”, acompañada de otras
como la efusión erótica, sacrificial y poética, y la risa: un
método en las antípodas de la salvación y de todo misticismo.
Sin
embargo, El
culpable es
el relato de una experiencia “mística”. La culpa consiste en
sobrevivir al duelo del amor y continuar con la embriaguez y la
meditación en medio de la catástrofe. Su escritura coincide con la
muerte de su amada y el fin de la comunidad alrededor de la
revista Acéphale,
donde esperaba recobrar la experiencia de lo sagrado. Duelo del amor
y de la comunidad de amigos, Bataille lo define como un libro escrito
por el viento que sopla afuera, por quien desea dejar la autoridad
del yo y participar tanto de la suspensión como del gasto del
tiempo. La comunicación debe revelar el ser común de poder morir y
por ello el escribir pertenece a la noche, donde todo comunica y
quien escribe no se percibe separado de las cosas y de los otros: en
la oscuridad todos somos iguales.
En
la escritura de este diario que niega su pertenencia al día, Georges
Bataille comunica la noche con el futuro e imagina la comunidad por
venir cuando, muerto, ya no pueda estar separado de lo escrito. La
comunicación se da así en la aniquilación y la vida es espera de
aquella, de lo sagrado y el éxtasis. El erotismo anticipa la muerte
y la culpa de no morir se disuelve en la certeza de la muerte, único
impulso para seguir escribiendo. De allí el odio a la angustia que
impide vivir y nos quita la inocencia y la gloria.
El
concepto de “soberanía” es decisivo en la Suma.
Es “soberano” quien se niega a ser siervo; allí la subjetividad
humana alcanza su cumbre. Pero la cumbre es también el lugar de la
perdición porque para acceder a ella es preciso poner en cuestión
la propia vida, razón, e individualidad. La soberanía exige el
sacrificio de todo saber y poder, la indiferencia con respecto al
futuro y la renuncia a todo dominio, la afirmación del presente
inmediato y la comunicación con los otros, la aceptación del azar.
El ser solo es soberano insubordinado en una “puesta en juego”
que rechaza todas sus prisiones y encarna en las efusiones del
éxtasis, el erotismo, la embriaguez, lo sagrado, el sacrificio, la
danza, la poesía, el arte. La soberanía es esa revuelta.
Todos
los esfuerzos de Bataille apuntan a la necesidad de un mundo sagrado.
Estar frente a lo imposible cuando ya nada es posible es para él
tener una experiencia de lo divino. No hay filosofía que valga sino
la que tiene en cuenta esta “ausencia de respuesta” y de
descanso. La conciencia de lo imposible sería así una “conciencia
de impotencia infinita” de la que está cargada toda vida profunda.
Subordinarnos a lo posible sería dejarnos desterrar del mundo
soberano de las estrellas, los vientos, los volcanes. De esa prueba
angustiante nos separan el tejido del conocimiento y sus ficciones,
el proyecto y el cálculo que destruyen la aventura. La decisión y
el sacrificio son el revés de quien socráticamente sabe que no sabe
y con ese no-saber comunica el éxtasis. Allí llega mediante el
cuestionamiento y la interrogación infinita sin sufrir la necia
angustia, puesto que esta se transforma en deleite, gracia y gloria:
el sentido esencial de esta Suma.
El
proyecto es solo un arrastrado aplazamiento de la existencia que se
recupera en la fiesta que lo olvida e impugna. La risa aclara la
oscuridad de la nada y llega a ella embriagada de vacío, supone la
ausencia de angustia no teniendo otro origen que esta. La
representación de las miserias de los culpables los haría reír,
confundiéndolos con el impiadoso viento. Nada es serio sin la risa
que se burla del pensamiento y la preocupación, y su entusiasmo
infantil resuelve las brumas de la tragedia.
El
lenguaje sagrado es aquí lenguaje destruido, extranjero a la
comunicación. Un soberano silencio interrumpe su articulación. Sin
embargo, escribe contra la agitación del discurso y para anunciar
ese pasaje del proyecto al ser, buscando el sacrificio de las
palabras apartándolas de su servidumbre, invitándolas a descubrir
su ruina interior y a que vuelvan intolerable nuestra miseria. Mejor
no escribir si las palabras no tienen para el lector la gravedad del
sacrificio, supone. Porque la escritura también permite al escritor
poner en juego su ser. Como la fiesta, no tiene aquí otro fin que
romper el aislamiento del ser. Pero esa comunicación aparece sobre
todo en experiencias –como la risa, el éxtasis y la súplica– no
mediatizadas por el discurso; se alcanza suprimiendo lo que
usualmente llamamos comunicación.
Cual
Sísifo camusiano, Georges Bataille se definió como un filósofo
feliz cuyo espíritu de revuelta accede al extremo por exceso,
perdiéndose en un movimiento que no quiere ser más todo y que
morirá ciego. Ese es el último coraje: olvidar y volver a la
inocencia, a la vivacidad de la desesperación. Porque todo lo que
es, es demasiado.
Una
relación social sagrada y soberana no teme la muerte, no calcula, es
indiferente al futuro, afirma el deseo y la entrega en el presente,
supone el filósofo que, una vez estallada la guerra, se volvió
incapaz de esperar. Si su destino era el desierto no temió imponer
ese misterio árido y espantoso que lo liberó y obligó al
cuestionamiento de lo que designa al ser humano, perdiéndose en
movimientos que parecían imposibles y en un vértigo que adivina lo
insensato en tiempos de abismos, para los que ningún cobarde refugio
es imaginable.
La experiencia interior. Suma ateológica I, Georges Bataille. El cuenco de plata, 316 págs.
El
culpable. El aleluya. Suma ateológica II,
Georges Bataille. El cuenco de plata.
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