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Hijo de familia obrera católica y humildes abuelos irlandeses (un motivo irlandés, resalta el mismo autor, recorre todo el texto), monaguillo de niño y portero en un convento de carmelitas, este prominente crítico de la posmodernidad ha publicado un libro de tono a menudo irónico dieciséis años después de La idea de cultura (2000) y solo dos años después de La cultura y la muerte de Dios (2014).
Aburrido hace tiempo por la teoría –ver Después de la teoría–, Terry Eagleton ve a la cultura convertida en una forma de no hablar sobre el capitalismo y sacude los lugares comunes de los estudios culturales. Llama entonces a “hinchar” el concepto de cultura, luego de explorar la evolución de esta a lo largo de los dos últimos siglos y enlazar sus ideas con la de varios otros pensadores mientras censura su mercantilización y la atención prestada por sus estudiosos a la diferencia pero no a la justicia.
Si la cultura tiene muchas caras, Eagleton las aborda desde distintas perspectivas y en relación con las nociones de naturaleza, civilización y barbarie. Con la idea de la cultura como una suerte de inconsciente social examina la obra de Edmund Burke y Herder, y comenta las de T. S. Eliot y Raymond Williams, su maestro. Asimismo, le rinde homenaje a Oscar Wilde mientras se pregunta por qué la idea de cultura ha ocupado un lugar tan preponderante en tiempos considerados filisteos.
A la vez que la destaca como crítica del capitalismo industrial, examina el relativismo cultural en un libro que por momentos pareciera ser escrito con ese tipo especial de ligereza con la que se expresa quien ha trabajado fatigosamente un tema. La palabra “cultura” puede implicar muchas cosas distintas, nos muestra, a la vez que nos recuerda que consiste en atender y nutrir, que la diversidad es compatible con la jerarquía y no siempre es beneficiosa, que algunas diferencias merecen ser borradas, que la exclusión no tiene nada de malo, que algunos marginales deberían seguir siéndolo a cualquier precio y que se corre el peligro de extraer el dolor de la hibridez y la pluralidad. El colapso de las jerarquías culturales en su mayor parte es efecto de la forma mercancía, afirma, más que de un espíritu democrático.
La cultura, señala Eagleton, es al mismo tiempo mucho más y mucho menos consciente de sí misma que la mayoría de las cosas que hacemos. El poder político solo puede prosperar mediante la sensibilidad hacia ella, y si esta última se convierte en un instrumento de poder también es un ámbito en el que este puede disputarse, puede ser una forma de resistencia. Sin embargo, cree que su vínculo con la política se ha desgastado.
Terry Eagleton examina diversos temas de la teoría de la cultura, lo que esta fue considerada y lo que puede ser, y su marxismo le obliga a afirmar que si bien la cultura trasciende las condiciones materiales, son estas las que determinan hasta qué punto puede ser esto posible.
Nos recuerda las numerosas fuentes del concepto moderno de cultura y cree que si la literatura y las artes son indispensables, esto sería en buena medida porque son el medio en virtud del cual podemos sopesar en nuestras manos los valores fundamentales por los que debemos vivir, realizando una función semejante a la de la religión, aportando una solución imaginaria de los conflictos humanos.
Finalmente propone que si la cultura ha perdido su inocencia, si su noble ideal ha sido desmitificado, si se ha vuelto cómplice del poder, tal vez haya que devolverla a su lugar.
Cultura, Terry Eagleton. Taurus, 200 págs.