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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

miércoles, 4 de octubre de 2023

Royal Circo (Nueva versión mi anterior nota "De Borges a Milei: La política como frivolidad peligrosa")

   En 1930 Leónidas Barletta publicaba una novela titulada Royal Circo. En ella la amazona de la historia se acuesta con el director del circo y el equilibrista, para no caerse, entrega a su pareja: "Yo no tengo la culpa de que ella tenga que venderse para vivir", afirmaría. En esos años en la Argentina se definían aspectos muy importantes de lo que sería nuestra identidad cultural en los tiempos por venir.

            Hace poco tiempo en una conocida e importante escena política se utilizó el término “fullero”, revivida palabra de nuestro lunfardo que, según la Real Academia Española, remite a la “trampa y engaño que se comete en el juego” o a la “astucia, cautela y arte con que se pretende engañar”, pero que en este caso creaba una honra en la escena política como la que significa ser candidato a presidente de un país.

            La política misma se ha vuelto en realidad un lugar donde no escasean fulleros y fullerías que, como en la tradición picaresca, buscan adquirir una honra. La honra es la protección de un linaje, una propiedad, un poder, según bien lo veía Hegel. Es el pretexto del dinero hecho agua, vapor, yate, jet privado, tarjeta. Es la escenografía del interés disfrazado de sociabilidad y compromiso. Teléfono celular y redes mediante, la delación, la traición o el resentimiento de una disputa fálica y primitiva, o varias de esas cosas a la vez, tal vez se pongan en juego a la hora de tender las sábanas (prefiero esta metáfora a la vulgar expresión “hacer la cama”) y vislumbramos con un flash las vísceras de nuestra clase política en escenas desbordantes de una bioestética vulgaridad. Ahora bien, lo importante para estos cuerpos sitiados es tener influencias, lectores aviesos de la fuerza y la seducción, lagartos orgiásticos que con demasiada frecuencia (pero no siempre) saben desembarazarse.

            Más allá de la necesidad social de poseer víctimas para devorar que calmen nuestro viejo pero actualizado y justificado rencor tanguero, la mirada sobre estos hechos al menos reduce imaginariamente en el otro el anhelo de no temer ningún inquisidor, nadie que pregunte... ¿viste? Y eso es lo único que incomoda: estos otros. No la servidumbre de un cuerpo-depósito sino los jirones de una abofeteada voluntad. Mientras tanto, todo esto facilita aún más el surgimiento de risueños candidatos que representan el retorno de fuerzas reprimidas culturalmente por décadas y entonces, como reza otro tango, “te ríes corazón, dan ganas de balearse en un rincón”.

En el primer debate presidencial, en el que la palabra Argentina fue una de las más utilizadas por los candidatos, pensé en Jorge Luis Borges y en Roberto Arlt, protagonistas privilegiados de una vieja grieta en el mundo de la cultura. Entonces recordé que alguna vez Borges se refirió a la política como “una frivolidad peligrosa” y que no debíamos limitarnos a lo argentino para ser argentinos porque “o ser argentino es una fatalidad, y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara” y, al menos también en las formas dominantes de la vida política, podríamos decir que tal vez también “una frivolidad peligrosa”. Especialmente cuando “las ciudades, como las prostitutas”, me recordaba Arlt desde los tiempos de Royal Circo, “están enamoradas de sus rufianes y sus bandidos”.

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