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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

miércoles, 14 de abril de 1993

Eugenio, el ultrarrealista indignado

Pintar un cuadro social. Entre los personajes, un pÍcaro, un antihéroe: Vautrin. Un testigo y un astuto aprendiz: Eugenio de Rastignac. Ambos personajes se crearon, según el autor, en base a modelos existentes, a veces en el mismo Balzac.

Rastignac es el eje. Un joven debutante en la vida, más torpe que tímido, con el corazón lleno de ardientes deseos que se centran en la primera mujer que llega y chocan contra los obstáculos de las convenciones sociales.  

La señora Vauquer, rechoncha como una rata de iglesia, armoniza con la sala que destila desgracia, donde se agazapa la especulación y donde ella respira el aire cálidamente fétido sin sentir náuseas. Toda su persona explica la pensión, como la pensión explica su persona. La gordura fofa de esta mujer es el producto de su vida (Balzac mismo dice estas frases, hace en la obra la crítica literaria -en este caso, el análisis de personajes- de su obra). 

La casa es el escenario de un teatro donde se desarrolla la historia de una desolación, donde todo se vuelve problemático como el color de las levitas de los hombres. Allí encontramos cuerpos que habían resistido las tempestades de la vida, caras frías, duras. Dramas continuos. La casa Vauquer es uno de los asnos de nuestro molino social, una de sus monstruosidades, de sus calabozos.

Vautrin -el personaje más admirado- entiende de cerraduras, entiende de todo. Su mirada penetra hasta el fondo de todas las cuestiones, de todas las conciencias, de todos los sentimientos.

Hacer sufrir, medir fuerzas: dinámicas sociales. Balzac, crítico social. Balzac, crítico ético. Vautrin conoce las caras. Vautrin es un libertino. Vautrin ha recorrido largo tiempo el mundo. Por eso canta con voz irónica. París es la ciudad como lodazal, la moral del ladrón mayor, envuelta en una niebla frenética, lúgubre, melancólica, verde, repulsiva, enferma, una niebla Goriot.

Los jóvenes de esta ciudad se hacen desgraciados al ver destruidos proyectos que sólo tenían vida en sus desenfrenados deseos. Un joven piensa: Cuando se ataca al cielo, debe apuntarse a Dios. Un adulto piensa: Cuando se ataca al cielo, hay que disimular, engañar, apuntar para otro lado.

Tenemos necesidad de tanta protección que un poco de parentesco no nos viene mal. Hacerse amigo del juez. Para salir airosos, no ser tan violentamente demostrativos: La ciudad como campo de batalla, de disputa, de negociación. Cuanto más fríamente calcule, más arriba llegará. No dejar mostrar. Mirar mucho. El mundo es una reunión de bribones y de engañados. No pertenecer a ninguno de los dos. Inventarse un mundo.

Actuar para no ser burlado por los muñecos. No entretenerse.

Goriot gozaba  masoquistamente con el mal que sus hijas le hacían. Goriot es el enfermo de una pasión, se aferra a una idea. Tiene sed de una cierta agua contenida en una cierta fuente. Tiene sed perversa de sus hijas. Las desea. Le gustaba que sus hijas lo pisotearan. Su vida le sirve para sufrir. Sado-Masoquista. 

Te protege el que te iba a matar. Un hombre que hace lo que le da la gana (pero va preso), que es bueno con aquellos que le hacen bien o que tienen un corazón que está de acuerdo con el suyo (pero un pícaro no compatibiliza fácilmente con otro -problemas de la picaresca social). Ser un artista. Es una partida interesante verse solo contra todos los hombres y tener suerte. Está bien creer en algo a los veintiún años. Ya no. Ahora lo sabemos todo (¡já!) y se trata de ser revolucionarios, ambiciosos, de estudiar el código, lo cual no es divertido ni enseña nada, pero es necesario. Si no se tiene protección muere uno. Tener el brillo del genio o la astucia de la corrupción.

Tener el brillo del genio. Hay que penetrar en esta masa de hombres como una bala de cañon o deslizarse como una peste. La corrupción es el arma de la mediocridad, de la peste. La tercer alternativa es la de la Cofradía de los Parias.

Hay que dar grandes golpes.

Desembarazarse bien: esa es toda la moral de nuestra época.

Hombres que saben sobreponerse a todo, hasta a las leyes. Luchando contra todo el mundo, contra la medianía. Ser un gran poeta en las acciones, en los sentimientos. No ser uno de esos imbéciles que se aferran a sus opiniones. Hacerse ultrarrealista, re-ontologizarse. No hay principios, solo acontecimientos. No hay leyes, sólo circunstancias: el superhombre se amolda a los acontecimientos y a las circunstancias para dirigir a unos y a otros. Hay que hacerse bala de cañon. Ponerse una careta. Vautrin sociólogo. Besar vivamente, pero sin pasión.    

Cuando se conoce una gran ciudad, no se cree nada de lo que se dice ni se dice nada de lo que se hace. Los que creen en algún dios son tal vez los únicos que hacen el bien en secreto, y Eugenio Rastignac creía en algún dios. Eugenio es siempre capaz de indignación. Y es un hermoso joven, delicado, altivo como un león  y cariñoso como una niña. Es una hermosa presa para el diablo.

Dejarde fisgonear como niños. Burlar la muerte de la estrechez del respeto maquinal-ministerial. Se puede perder la vida, es cierto. Pero también se puede tener policía propia. Como los narcotraficantes colombianos pero sin blanca. Negra. Para los que estamos en perpetuo estado de guerra con la sociedad pero aún nos quedan algunos pañales manchados de virtud.

Vautrin es un hijo de la ciudad. Y allí hay que actuar. Aunque a veces haya que huir de la caverna, para tomar aire, para no ahogarse. Nobleza. Bruscas transiciones de lo horrible a lo cómico:  Vautrin es el hombre tipo de toda una nación degenerada, como Goriot: un poema infernal. ¿Hay alguno que tenga mas de diez mil hermanos dispuestos a sacrificarse? Ser terrorífico o ser asqueroso, esa parece ser la opción. Vautrin es un discípulo decepcionado de Rousseau. Sólo como un perro contra el gobierno y sus tribunales, oficinas y gendarmes, burlándose de ellos. 

La ciudad necesita víctimas para devorar. Un padre pervertido necesita hijas paraviolar. Afectos que se negocian. En la soledad, las almas que no se han dejado arrastrar por las doctrinas sociales viven cerca de algún manantial de agua clara y fugitiva: refugio. El padre, Goriot, ha muerto. O tal vez simule, como buen comediante.

La ciudad falsa, fría, comete parricidios. Eugenio es un aprendiz de la lucha entre la obediencia y la revolución, entre su familia y Vautrin. Pero dice que nunca más volverá a Paris y al mundo. Pero vuelve. Ya aprendió: dice una cosa, hace la contraria. No más jóven, no máscándido.  

Al retirarse del mundo, el consuelo de haber dejado alrededor  sinceras emociones. Sin eludir las leyes del corazón ni vivir sin penas. Nadar en el infierno, obtener dinero para obtener un alma.  Despreciar la opinión. Eugenio no puede dejar de indignarse, de retar a la sociedad. Pero ahora el reto va por dentro, astuta, diabólicamente.                   

1 comentario:

Romeo Juárez Carreón dijo...

¡Qué novela! Y es solo el Papá Goriot. Es asombroso como el realismo puede retratar la maldad de "la civilización", una sociedad llena de lodo por todas partes, y como el pícaro Vautrin se vuelve el poderoso al estar inmiscuido con todos y sin escrúpulos, la conversión de Rastignac de ser un joven de bondad hacia el exterior a volverse una mente astutamente diabólica al interior para sobrevivir. Y eso se palpaba en el París de inicios de siglo XIX con el ladrón Vidocq, molde del futuro personaje literario Vautrin, es de imaginarse lo que ha adelantado el progreso de "la civilización" hasta el siglo XXI...