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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

miércoles, 19 de mayo de 1993

Fantasía, ambigüedad y terror en Jorge Luis Borges

"Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso" (OI, p. 135)

Si para Todorov la ambigüedad es el elemento definitorio de lo fantástico (ver Tzvetzan Todorov, Introducción a la Literatura Fantástica), los cuentos de Jorge Luis Borges rara vez escapan a este género. Si lo fantástico es, ante todo, un ambiente, una atmósfera o también está definido por el miedo (ver H. P. Lovecraft, Supernatural Horror in Literature), los cuentos de Borges se hallan a gusto también bajo estas caracterizaciones.

El terror ficticio, el miedo filosófico, hacen más llevaderos el horror real. El mismo Borges citaba a Coleridge cuando decía que lo fantástico precisa de una "suspensión voluntaria de la incredulidad".

La duda, la vacilación basada en la ilusión de los sentidos también puede y da lugar en sus cuentos a lo fantástico. El mundo sería así "a game with shifting mirrors" (en J. Alazraki: Versiones, inversiones, reversiones, Madrid: C. Abierto, 1977). Borges también se definió a sí mismo como un escéptico que, como tal, no está seguro de serlo: "yo no estoy seguro de que todo sea un sueño" (en Jorge Champeau, Borges et la métaphysique, Librairie Philosophique J. Vrin, 1990, 6, Place de la Sorbonne, V e.)

En Borges todo es posible, todo es igualmente verosímil, nada se excluye porque la ley operante es la de la permutación causal de un número de elementos que agota todas las posibilidades combinatorias y las posibilidades de las posibilidades hasta el desmayo metafísico. Las leyes que encausan "normalmente" la vida humana están como fulminadas. Y tal vez Borges sea tan abstracto (en relación a Cortázar, por ejemplo) puesto que para él el infinito es demasiado "infinito" como para dejarse concretar en una visión particular. 

Hay también en Borges una estética del asombro. Sería ilusorio buscar en el ajedrecismo metafísico borgiano un sistema que aspire a la Seriedad, a la Verdad. Borges es un "teólogo sin fe" (Revista Iberoamericana núm. 100-101, 1977, 40 Inquisiciones sobre Borges). Como diría Nabokov, en Borges uno se siente como en un pórtico pero no hay casa. Dios acechando en los intervalos.

En los relatos borgianos se nombra siempre con cautela y con desvío. "El conjetural idioma de "Tlön Uqbar Orbis Tertius", por ejemplo, evita el sustantivo, cifra por excelencia del simulacro fijo y paralizador, contracara de la ambiguedad.

La ficción es en Borges el bote salvador que rescata al ser de una realidad confusa, cruel e inabordable.

En Borges parece no haber sino realidades deformadas que no permiten determinar límites entre la fantasía y lo real, entre el sueño y lo veraz. Aún cuando el hombre esté consciente de que lo que hace es evasión, escape o fantasía, el milagro de la fusión de realidades merece ser aprovechado al máximo. La fantasía, la recreación de una historia abre caminos y posibilidades. Para el lector, los sueños en estas narraciones son más que pozos oscuros, son claves anticipatorias, dimensiones lúdicas que nos obligan a hacer una lectura reticente del texto.

Lo fundamental en Borges es la ambigüedad como la define Rimmon Shlomith: "When the two hypothesis are mutually exclusive, and yet each is equally coherent, equally consistent, equally plenary and convinving, so that we are confronted with narrative ambiguit" (Rimmon Shlomith, The Concept of Ambiguity -the example of James, p. 10).

En estas narraciones los planos de los sueños, de la narración dentro de la historia, de lo sobrenatural y la realidad física se dan desde una relación binaria de coexistencia y de versiones mutualmente exclusivas acentuando lo impropio, lo inaceptable desde las circunstancias que rodean al ser humano, condenando a la incapacidad de capturar sus experiencias, organizarlas y transformarlas. La heterogeneidad del mundo y su realidad se recalca en estas existencias pobladas de alucinaciones, sueños y palabras.

Como sostiene Ana María Barrenechea (La expresión de la irrealidad en la obra de J. L. Borges, Paidós, Bs. As., 1967), en Borges "vamoa a asistir a la admirable creación de un universo afantasmado donde pueden convivir el patetismo y la lucidez, la precisión y el misterio, el hecho de vivir en las nieblas de un sueño y saber que se está soñando, de ser una sombra y tener conciencia de serlo (...) Y sobre todo un orbe donde se han borrado los límites de la realidad y de la ficción literaria, donde no se sabe qué es lo imaginado y qué es lo verdadero, donde pueden alternar (...) los autores reales y los apócrifos" (p. 54). La influencia de Berkeley y Schopenhauer, sostienen Barrenechea y otros críticos, ha dejado su huella en Borges, especialmente en el estilo filosófico de su narrativa fantástica. La misma Barrenechea sostiene que "Borges se siente interesado por las construcciones filosóficas, teológicas, matemáticas o literarias con posibilidades estético-imaginativas. Entre las sugestiones de maravilla que la filosofía le ofrece, el idealismo de Berkeley unido a la idea de un Dios creador y soñador del mundo, le sirve para convertir las cosas y los seres en fantasmas surgidos delas mentes de otros seres" (Barrenechea, A. M., op. cit., p. 65). Seres como el mago que descubre "con alivio, con humillación, con terror, que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo" (Borges, "Las ruinas circulares", en Ficciones, p. 73).

Insiste Barrenechea en que también "da horror a sus invenciones la sensación de que existe una oscura e implacable divinidad que nos acecha desde el comienzo de los tiempos" (Barrenechea, op. cit., 66).

Para Cortázar la dimensión de lo fantástico entra en erupción en el Río de la Plata con las principales obras de Borges al punto que, visto desde fuera, parece concentrarse casi solamente en sus obras. Pero ya antes de Borges lo fantástico era en el Río de la Plata un género familiar (ver Cortázar, El estado actual de la narrativa en hispanoamérica). Para Cortázar, en Borges lo fantástico "hace pensar en un despiadado teorema geométrico, un teorema perfectamente capaz de demostrar que la suma del cuadrado de los ángulos de un triángulo es igual a la ejecución de Madame Dubarry" (Cortázar, Julio, op. cit., p. 74). Estos teoremas ocultan terrores secretos de fuerzas extrañas, del poder de la imaginación. En "Notas sobre lo gótico en el Río de la Plata", Cortázar nos habla de lo "fantástico mental de Jorge Luis Borges" (artículo extraído de Cahiers du Monde Hispanique et Luso-Bresilien (Caravelle), 25 (1975), pp. 141-151).

Borges nos habla del miedo que nos lleva a refugiarnos en las casas, como Asterión. Borges destila escepticismo y encuentra fragilidades, simulacro. Es el reino del humor y del horror, la historia como tragedia y como farsa.

Hay mutilación, prisión en Borges. Una preocupación muy profunda por la historia, una de mutilaciones y asesinatos, como todo metafísico. Con lo primero que se enfrentan un intelectual y un poeta es con la violencia.

El placer que Borges descubrió de niño leyendo a Stevenson y Wells lo ha perseguido luego a través de su carrera como lector y como narrador: la sensación del terror y la violencia implícita en él. Como lector lo vivió tal vez por vez primera en Treasure Island y en The First Man in the Moon. Vuelve a vivirlo aparentemente con los tempranos films de Von Sternberg, que lidian con el mismo tipo de conducta excitante e infame en el mundo del gangster norteamericano. Y, por supuesto, Chesterton, quien promovió también ese espíritu con cuentos de crímenes y asesinatos misteriosamente religiosos.

Encontramos entonces a Borges lidiando con personajes y situaciones que producen esa violencia horrorosa, y esa sensación de soledad e indefensión consiguientes, no sólo en la Historia Universal de la Infamia, sino también en su ficción madura. Los cuentos de Borges provienen de historias violentas, de derrota y soledad. Veamos algunos casos:

"La espera" es la historia de un asesinato. Villari se propone vivir como en un sueño, y con los materiales de la realidad "va armando su frágil tablado. Asume el nombre de su enemigo "porque le fue imposible pensar en otro". Las trágicas historias del hampa que Villari ve en el cine "incluían imágenes que también lo eran de su vida anterior". En la literatura volvemos a encontrar algo de la verdadera realidad del pistolero: la situación de Villari, confinado en una pesnsión, en un encierro a la espera de sus asesinos. Para que los asesinos fueran un sueño, Villari se vuelve hacia la pared. Este acto final de Villari es un último esfuerzo para obligar a la realidad a ingresar al sueño.

En este cuento nos topamos con una Buenos Aires gris y pesadillesca. La fealdad, tanto física como moral, de la capital de Perón era el marco de algunos de los cuentos de este período. Quizás Borges también esperaba, o soñaba esperar, que la policía ingresara y lo llevase. 

Si las alusiones, pesadillas e historias de esta época son ambiguas, algunos poemas que Borges publicó durante esos años explícitamente revelan sus odios y miedos. Aún el periódico La Nación fue reticente a publicar un poema que podría fácilmente haber sido construído como defensa del asesinato de tiranos (E. Rodríguez Monegal, Borges, a literary biography. Dutton, N.Y., 1978, p. 427-8).

"El Sur", como metáfora de la experiencia infeliz, es la historia de una derrota: Juan Dahlmann sucumbe, indefenso, a la violencia del puñal y al código del coraje en una noche que Borges describe como una pesadilla infernal.

El argentinismo de la escritura borgiana no reside en idealizar al cuchillero sino en mostrar la cruda verdad del destino argentino, tarea nada fácil en un país que por boca de uno de sus más agudos pensadores declara: "La verdad nos ha espantado siempre" (E. Martínez Estrada, Muerte y transfiguración de Martín Fierro, México: FCE, 1948).

La novela de Mir Bahadur Alí, en El acercamiento a Almotásim, se subtitula: "A game with shifting mirrors". El argumento consiste en "la insaciable busca de un alma a través de los delicados reflejos que ha dejado en otras". Ese alma es Almotásim, cuya claridad puede iluminar hasta la más aborrecible de las infamias. Una divinidad que todos buscan y que no encuentran porque ellos son la ansiada divinidad. Dentro del cuento, Borges dirige nuestra atención al misterio metafísico y criminal.

En "El Aleph" el punto de partida de la narración es la muerte de una mujer con la que el narrador ha tenido una relación frustrada. Mientras en "La casa de Asterión" el Minotauro logra esa resignada calma que viene con toda aceptación (la aceptación del filósofo que sabe que "la profunda pertenencia del lenguaje y el mundo se ha deshecho" -M. Foucault, Las palabras y las cosas, México: Siglo XXI, 1968, p. 50-), en "El Aleph" la actitud es de desafío: es el poeta aceptando la condición de fracaso de la palabra en relación a la realidad y creando una realidad nueva a partir de este fracaso. El filósofo ha renunciado a lo real, lo sabe impenetrable y se vuelve resignado hacia su signo: allí se siente seguro, es su propio laberinto, es un cielo creado por el hombre, lo fantástico, que nada tiene que ver con ese otro que se abre ancho e insondable, el de la calle y la naturaleza, y que el poeta mira con ilusión y nostalgia.

En "La muerte y la brújula" Borges recurre a la geometría de la que hablábamos anteriormente, a un compás y una brújula para encerrar al razonador en una casa que "abundaba en inútiles simetrías" que son anticipo de la derrota:

"Para la otra vez que lo mate -replicó Scharlach- le prometo ese laberinto, que consta de una sola línea recta y que es invisible, incesante."

En un episodio de este cuento el criminal usa máscaras para atraer al detective a un argumento que ponga en peligro su vida. Las máscaras son terroríficas no sólo porque esconden las propias figuras reales sino porque sobre ellas la expresión del carácter está forjada para siempre. Para Borges sobrevive el que lee mejor, el que mejor interpreta las ficciones convirtiendo al otro en un personaje de su ficción. Al igual que en "La espera", Buenos Aires es la ciudad horrorosa que es transcripta fantasmagóricamente y bajo nombres europeos.

El estilo gnómico de Borges y su enciclopédico suministro de alusiones generan una atmósfera gótica amenazadora que recuerda la teoría de Lovecraft.

"La casa de Asterión" es para mí un texto clave para entender lo fantástico en Borges. Porque esa casa es el laberinto de la cultura, un mundo artificial opuesto al que está más allá, en la calle, ese gran laberinto creado por los dioses. El Minotauro fue concebido por la pasión bestial de Pasiphae por un toro blanco; el laberinto fue la casa construida por Dédalo para esconder (enmascarar) al monstruo producto de esa unión. El amor es aún pasmoso. Eso es, el amor te arroja a un espasmo. Para Borges,
"Así veo la vida. Un pasmo continuo. Una continua bifurcación del laberinto"(cit. por E. Rodríguez Monegal, op. cit., p. 41).

Borges encierra en un laberinto linguístico al lector, nos provoca angustia, una angustia que dimana de saberse único, perdido y perplejo:

"Creo que debe haber algo verdadero en la idea de un monstruo que quiere ser asesinado, que necesita ser asesinado. El sabía todo el tiempo que había algo terrible en él, por lo cual debió sentirse agradecido al héroe que lo mató."

La frustrada esperanza de Asterión. El laberinto es más que la prisión de Asterión, es su casa. Más que cumplir una condena, Asterion parece haber aceptado un destino. Regresa al laberinto por el temor que le causan los hombres y porque "la casa es el tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo": La casa es una alternativa humana a las fuerzas ciegas de la naturaleza. Entre un mundo que le infunde terror y otro que le depara momentos de felicidad (el fantástico), Asterión prefiere el segundo. Es tan único como lo es cualquier hombre y acepta su destino con el mismo heroísmo y resignación con que la vida se impone a todos los hombres. Sus juegos son los juegos con los cuales se solaza cualquier existencia dentro de las realidades triviales de cada día, sin dejar por eso de ser juegos que todos jugamos, tal vez porque, como Asterión, nos sentimos solos y buscamos un disolvente de nuestra soledad. ¿No ha jugado siempre el hombre, como Asterión?

El escepticismo de Asterión es una reverberación del escepticismo de Borges, pero en esa metáfora de su escepticismo alcanza éste último la síntesis más concentrada de una visión del mundo que dimana en toda su obra. La casa del Minotauro es el laberinto creado por el hombre y destinado a que lo descifren los hombres. Más allá está la calle, el gran laberinto creado por los dioses, ese que infunde temor a Asterión y que le obliga a volver al suyo, donde ha encontrado alguna felicidad. Asterión no ignora el gran laberinto ("Algún atardecer he pisado la calle") pero ha reunciado a él. Ha encontrado en el laberinto de la cultura, de lo fantástico, una forma de vivir en aquél, una forma de escapar dle infinito en cuyo caos se pierde despavorido, para encontrar un infinito humano. Más que un monstruo, el Minotauro es un ser condenado fatalmente a la soledad. 

En "El Milagro Secreto", Hladík es el soñador de un drama que es la tragedia de su raza perseguida y que eventualmente desemboca en su drama personal. Ha sido mostrado por la crítica que la repetición de alucinaciones crea un aura de horror en este cuento. El temor y la sacudida lanzan a Hladík a un extraño territorio donde ocurre lo que no puede ocurrir.

En "Funes, el memorioso" la memoria del personaje es un absoluto contra el cual no hay apelación posible, es espantosa y sórdida.

El aislamiento físico se halla de manera repetida en los cuentos de Borges. En "El Brujo Postergado", Don Illán es descubierto leyendo en "una habitación apartada", lugar único donde pueden impartirse las artes de la magia. Los instrumentos mágicos del escondite de Don Illán seguramente incluían libros. Pero este lugar privilegiado se vuelve una celda. El aislamiento es una condición que la imaginación requiere si pretende preservarse de las "invasiones" de la realidad.

En "La forma de la espada", el traidor persigue al "delator" a través de "negros corredores de pesadilla y de hondas escaleras de vértigo" de la casa laberíntica del General Berkeley.
El argumento secreto de "El Inmortal" sugiere que después del roce corrosivo con el misterio volvamos a hundirnos en nuestra falible condición humana, "con incredulidad, silenciosa y felizmente" o con alivio, con humillación, con terror, y que dejemos el resto del juego a los inmortales. Marco Flaminio Rufo, confrontado con la parodia monstruosa, se niega a describir la Ciudad de los Inmortales que por fin descubre. Borges reproduce la pesadilla extrema de la descomposición linguística para conjurarla mágicamente. Vemos esta mutilación en el último párrafo del cuento.

El narrador-protagonista sueña con un cántaro, pero ese cántaro está fuera del alcance del soñador. En el sueño, el cántaro está en el centro de un laberinto y "yo sabía" -nos dice el soñador- "que iba a morir antes de alcanzarlo". La fabricación de monstruos se vuelve intolerable para el narrador de este cuento: la "nefanda Ciudad de los Inmortales" atemoriza y repugna, no sólo porque sea simulacro o parodia sino porque ilustra la atroz y carnavalesca cohesión de las diferencias:

"un caos de palabras heterogéneas, un cuerpo de tigre o de toro, en el que pululan monstruosamente, conjugados y odiándose, dientes, órganos y cabezas, pueden (tal vez) ser imágenes aproximativas".

La obra de Borges constituye un llamado de atención sobre la descomposición. Descomposición de la personalidad, del tiempo lineal, de la historia literaria, del pensamiento orientado y didáctico, de la aceptada secuencia narrativa, del personaje rotundo.

Se trata de continuar el juego de máscaras. La convicción de que aún el horror es "subalterno" está presente en el ensayo de 1939 llamado "La biblioteca total". Antes que Hannah Arendt y Jean Baudrillard, Borges había descubierto "la banalidad del mal".

Acorde a Borges, el "objeto" de la litertura es en cualquier caso vertiginoso y alucinatorio, es decir, fantástico. Es el aleph que aparece, en su verdad transfinita, en el momento de un descenso en un sótano de una casa -por definición- condenada a la destrucción. Una literatura que osa relatar los confusos tormentos de tal descenso, como la de Carlos Argentino Daneri, no es más que mediocre burla de una memoria arcaica que el lenguaje tanto traza como traiciona. A menos que sea la incansable repetición de un paseo que, impulsado por una pérdida inicial, no deja de vagar, decepcionado, hasta que encuentra su único objeto estable -la muerte. ¿No es acaso el destino de luchar contra la muerte lo qeu caracteriza a la escritura?  Solo hay que imaginar la máquina imaginaria de "El espantoso redentor Lazarus Morell" transformada en una institución social -y lo que se obtiene es la infamia del fascismo, de la violencia: los enemigos secretos de Borges.
Borges no disimula sus simulacros. Reconoce que "la literatura es un arte que sabe profetizar aquel tiempo en que habrá enmudecido, y encarnizarse con la propia virtud y enamorarse de la propia disolución y cortejar su fin".

Es difícil saber si el interés de Borges por lo unheimliche encierra una alusión al ensayo de Freud "Das Unheimliche". En los dos casos obra la incertidumbre sobre la que se basa la "deformación". Lo unheimliche, como señala Freud, no es antónimo de lo heimliche sino a menudo su sinónimo: lo no familiar -lo inquietante, lo desapacible- no se opone diametralmente a lo familiar dado que lo familiar, por secreto, contiene y a en sí la sospecha de lo extraño. Unheimliche -escribe Freud- es de algún modo una subespecie de heimliche"(cit. por S. Molloy, Las letras de Borges. Bs. As.: Sudamericana, 1979). Lo familiar es siempre una fuente potencial de extrañeza, así como lo extraño puede descubrirse como familiar.

No en vano abundan los traidores en los relatos de Borges: "la traición implica una ficción con una superficie engañadora que se muestra y un trasfondo que permanece oculto y es la sustancia traidora"(Marcial Tamayo y A. Ruiz Díaz, Borges: enigma y clave. Bs. As.: 1955, p. 63, cit. por S. Molloy, op. cit.).

En Historia de la Eternidad se acusa el caracter monstruoso de la Trinidad: "una deformación que sólo el horror de una pesadilla pudo parir" (H.E., 25).

"And yet, and yet...Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos",

escribe Borges en "Nueva refutación del tiempo". Un yo, un tiempo, un mundo espantosos porque pueden ser irreversibles y de hierro. Tan atroces como la idea "de un dios que fabrica el universo para fabricar su patíbulo" (O. I., 133).

Sintetizando, en Borges vemos el horror del hombre moderno en un universo aótico en el que los valores que lo habían sostenido han sido fuertemente sacudidos. A veces Borges enfatiza lo absurdo de la condición humana a través de la exposición del simple y elemental terror humano con el rostro del dolor físico.

La vida, por lo tanto, es una cuestión caótica y arbitraria cuyas características predominantes son las marcas del desorden y el azar -la pesadilla, la soledad y el desamparo. ¿Quién puede olvidar la monstruosa "biblioteca" de Babel o el "palacio" donde medita el solitario Asterión?

Estamos perdidos entre inefables espejos, infinitas bibliotecas y laboriosos laberintos. Lo intolerable en la vida de vigilia es tolerable en los sueños; lo intolerable en la realidad accede a la literatura. El universo borgiano es la racionalización de la perplejidad de manera fantástica.

Schopenhauer, como Keats, separó el mundo real de tiempo y decadencia del mundo ideal (fantástico) de la eternidad. Borges estaba probablemente muy impresionado por el pesimismo de este filósofo.

Scheherezade, como Borges, se mantuvo viva contando historias. Abrumado por el insoluble laberinto de los dioses, el hombre crea su propio laberinto, su literatura fantástica. Y entre estos dos sueños transcurre la historia humana como una inevitable desgarradura. Borges expresa esa trágica condición del hombre que se sabe un sueño y un soñador, el habitante perdido y frustrado del mundo "real" y el habitante risueño y sosegado de ese planeta construido por su imaginación:
"Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo. Un instante cualquiera es más profundo y diverso que el mar" (1964).

   





martes, 18 de mayo de 1993

Conocimiento y acción 1


1. ¿Qué es conocer?


Y  era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del 
puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la 
Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo
de que un encuentro casual era lo menos casual en 
nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas 
es la misma que necesita papel rayado para escribirse
o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.
Julio Cortázar,  Rayuela

La problemática del conocimiento ha desempeñado un papel central en la reflexión filosófica a lo largo de la época moderna (Cassirer, 1990). El desplazamiento de las preocupaciones ontológicas, relativas a la naturaleza de las cosas, a las gnoseológicas, relativas a la naturaleza del conocer, está estrechamente ligado al proceso de desencantamiento del mundo que hizo estallar los nudos que ataban a las palabras con las cosas en el mítico mundo medieval. Hoy estamos recorriendo ese camino en sentido inverso. (1)

Después de cuatro siglos de adoración del mundo material y habiendo desplegado una lucha tenaz y constante por arrancarle sus secretos a la naturaleza, la ciencia posmoderna desubstancializa a la materia, al mismo tiempo que postula el carácter constructivo de los procesos cognitivos remitiendo la organización de lo real a la organización de lo viviente. (2)

Partiendo de las célebres afirmaciones de Francis Bacon y Galileo Galilei, que postulaban el carácter matemático de la naturaleza y convertían al científico en un Sherlock Holmes capaz de descifrar sus secretos, hasta llegar al carácter elusivo e inapresable de la física de las partículas (Weizsäcker, 1980; Gregory, 1988), se ha desplegado un grandioso proyecto de producción y sistematización del conocimiento que hoy llega a su fin. O recomienzo. 

La ciencia clásica concebía.

* al hombre como un semidios,
* la naturaleza como un mecanismo de relojería,
* al científico como un investigador infatigable,
* el conocimiento como una panacea universal,
* la mentira como un vicio fácil y necesariamente irradicable,
* la miseria como resultado de la ignorancia.

El mito del progreso tenía muchos de estos deseos, pero no por ello los volvía menos apetecibles. Hoy no estamos tan seguros de las razones por las que los paraísos, tantas veces prometidos, no advinieron sobre la Tierra. Quizás haya contribuido a la desilusión nuestro desconocimiento de la naturaleza del conocer y de su enraizamiento en la acción. (3)

Durante siglos proliferaron clasificaciones que intentaban asir las propiedades que definirían al ser humano como un fenómeno único e irrepetible de la creación. Así, numerosos autores creyeron encontrar en algún rasgo milagroso (el lenguaje, el trabajo, la inteligencia, el juego, la promesa, la risa, etc.) la propiedad determinante capaz de separar para siempre al ser humano de sus ancestros animales. (4)

Se llevó tan lejos esta fragmentación del hecho biosocial total -la historia y la estructura de la especie humana- que hoy nos cuesta imaginar como podríamos suturar lo que estas operaciones de distinción se esmeraron en separar.

Así, se han querido ver propiedades y rasgos definitorios, ya sea de la identidad humana -en contra de la animal-, o características específicas del comportamiento humano, fácilmente oponibles las unas a las otras (trabajo vs ocio, lenguaje vs acción, conocimiento teórico vs conocimiento aplicado, etc.), donde lo único que existe es una perpetua continuidad. 

Una de las más desafortunadas oposiciones de este tipo fue la que separó el conocimiento, por un lado, y la acción, por el otro, convirtiéndolos en formas antinómicas de la naturaleza humana. De todos estos olvidos los dos que más nos preocupan hoy son: la negación de que el conocimiento sea una forma de comportamiento, y la negación de que todo comportamiento se halle enraizado en una historia biológica individual y colectiva. Estamos tan familiarizados con esta división que nos cuesta detectarla y nos resulta todavía mucho más difícil revertirla. 

(1) Un examen magistral de la primera fase de este proceso puede consultarse en el clásico de Michel Foucault Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. México: FCE, 1968. Para un estudio más reciente de los esfuerzos en cuanto a reencantar la naturaleza consúltese, de Morris Berman, The reenchantment of the world. New York. Bantham, 1984. Un trabajo de epistemología experimental sumamente sugerente donde se intenta romper el corset de la dualidad encantamiento/desencantamiento puede verse en Gregory Bateson El miedo de los ángeles. Barcelona: Gedisa, 1988. Uno de los intentos más osados y mejor logrados de articular una ciencia holista con el pensamiento oriental se encontrará en F. Varela et al, 1992.

(2) El locus clásico donde examinar estas cuestiones es la obra de Jean Piaget Biología y Conocimiento. Ensayo sobre las relaciones entre las regulaciones orgánicas y los procesos cognoscitivos. Madrid: Siglo XXi, 1969. Para una exploración más detallada de la relación entre desarrollos lógicos y pensamiento concreto consúltese Jean Piaget & E. W. Beth Relaciones entre la lógica formal y el pensamiento real. Madrid: Ciencia Nueva, 1968. Los fundamentos de una biología del conocimiento se encuentran ya en Konrad Lorenz Behind the mirror. A search for a natural history of human knowledge. New York. H. B. jovanovich, 1977.

(3) No negamos ni la especificidad ni la potencia del conocimiento humano, totalmente irreductible a sus bases biológicas. Creemos empero que la tentación narcisista que nos lleva a defender la antropomorfización del conocimento tiende, inevitablemente, a desconocer nuestros orígenes animales -bloqueando de este modo la posibilidad de una historia natural del conocimiento. Para aportes complementarios sobre el tema véanse Rupert Riedl Biología del conocimiento. Los fundamentos filogenéticos de la razón. Labor, 1983 y Humberto Maturana Biología de la cognición y epistemología. Temuco: Universidad de la Frontera, 1990.

(4) He aquí una de las variantes de las explicaciones funcionalistas que rechazamos explícitamente. Nos oponemos abiertamente a esta profesión de fe funcionalista que ve en cada rasgo anatómico -y, por extensión, al cerebro y sus productos, incluyendo el lenguaje, el trabajo, la inteligencia, el juego, la promesa- como la respuesta a una demanda evolutiva clara y precisa. La aparición de cada atributo humano distintivo no es en este caso sino el extremo de un arco reflejo que tendría en el estímulo externo el motor de su gestación. Cada atributo se explica en esta lectura como la adecuación funcional a demandas exógenas. Un ejemplo paradigmático de esta forma de razonar -que termina siendo tautológica y dormitiva- es la definición del fenómeno de la vida en términos de propiedades funcionales. Así se acostumbra clasificar dentro del reino de lo viviente a aquellos seres que comparten, entre otros de la misma clase, las características de la motilidad, la locomoción, la autorreproducción, etcétera. por otra parte se define cada uno de estos atributos en términos de su finalidad. Ser viviente sería ser para la reproducción, para el movimiento. Sin embargo, estas caracterízaciones funcionales no describen el dominio fenomenológico de manifestación de lo viviente, sino que son atributos del dominio descriptivo en el cual creemos apresar tales características. Toda explicación funcional no hace sino invertir las relaciones causales proponiendo la preexistencia de un todo emergente de la composición de las partes, que sin tal todo no remite a nada. ¡Pero ese todo es el que se postula por anticipado! Por lo tanto las partes no son menos ficticias que ese todo. Al constatar esta circularidad de la definición todo el castillo afanosamente construido se derrumba estrepitosamente. Afortunadamente, la teoría de la autoorganización ha llevado a cabo una denodada y profunda crítica de este pensamiento funcionalista, proponiendo modos efectivos de "superarlo". Para elaboraciones sobre este punto remitimos a Francisco Varela (1980).


Redacción final: Alejandro Piscitelli
Investigación, redacción preliminar, críticas y sugerencias: Daniel Collasius, Julia Buta, Silvia Hirsch, Adriana Gordon, Daniel Scarfo y Eduardo Rinesi.

miércoles, 12 de mayo de 1993

Todo para la tripa

            Ya desde el titulo del libro primero de Gargantúa, Rabelais nos hace mención de "La muy horrorífica vida del gran Gargantúa": el horror es barroco, o el barroco es horroroso, pantagruélico, grandioso. Se nos dice que fue compuesto por M. Alcofibras, (¿o las fibras del alcohol?), destilador de la quintaesencia. Es decir, hay algo que destilar, hay esencias que develar, hay un sentido último que puede arrancarse. Y esa sustancia es el mismo pantagruelismo del que dice estar lleno el texto.

            A continuación encontramos una carta a los lectores, amigos (como no podía ser de otra manera en el humanismo renacentista), instándolos a despojarse cartesianamente para leer con picardía, para reírse en lugar de escandalizarse, porque es lo mejor para el duelo, para el duelo que socava a los hombres. Es preferible reír que llorar, la antropología lo dictaría. En fin, nos previene esta carta, nos instruye sobre cómo hay que leer el texto, es decir, el placer por sobre la instructividad de la obra.

            En el "prólogo del autor" nos dice el narrador en un principio que sus escritos están dirigidos a los bebedores y los variolosos (vaya osadía) pasando inesperadamente a una reflexión sobre un diálogo platónico, yendo de lo bajo a lo alto, de la "cultura popular" a la "cultura de élite" sin intermediarios. Rabelais trastoca los papeles. Al mismo tiempo está la apelación a la boca como orificio del cuerpo. En las fauces abiertas de Gargantúa casi todos se ahogan menos los que se salvan en una carie, en la descomposición. Es un mundo bucal: dientes, lenguas, caries, salivas socarronas.

            Dicho diálogo ( El Banquete  de Platón), que para los místicos platonizantes de la Edad Media, para los libertinos espirituales de Italia, Alemania y Francia algo así como un libro sagrado,  hace referencia a la similitud de Sócrates con las silenas, especialmente en lo contrahechas "para excitar la gente a la risa" en la superficie pero, también como Sócrates, por dentro se hallaba la fineza, lo precioso. Es decir, cómo detrás de lo insignificante puede hallarse lo más profundo, cómo trazar puentes, cómo dialogan los mundos que nos parecen opuestos. Cómo el mundo nos engaña. Sócrates bebía, reía y disimulaba su saber: "Sólo sé que no se nada". La risa y la bebida, los placeres, como escondite ideal de los sabios.

            Entonces Rabelais-Alcofribas se vuelve a dirigir a los lectores diferenciando sus discípulos de los "tontos a perpetuidad", pero acusándolos a ambos, o mejor dicho previniéndolos, del juicio fácil que no les permita ver que cuando un perro  encuentra un hueso con tuétano es la bestia más filosófica del mundo. La carne, la animalidad, el cuerpo, lo bajo, lo instintivo se convierten en sagrados. Hay que leer Gargantúa como un perro devora un hueso con tuétano, hay que descubrir la médula de la realidad, Este es un prólogo que llama a la acción reveladora: es esencialmente religioso. El cuerpo es el fin, el goce es el camino.

            La comparación de Sócrates con las figuras de Sileno parece haber causado gran impresión en el Renacimiento (Erasmo la menciona en sus Adagios , y quizá constituya la fuente inmediata de Rabelais). Dicha comparación permite imaginarse la personalidad y el estilo de Sócrates de suerte que la mezcla de zonas heredada de la Edad Media aparezca autorizada por el prestigio de la figura más impresionante entre los filósofos griegos. También Montaigne invoca a Sócrates como testigo principal en el mismo sentido, en el libro tercero, al principio del ensayo decimosegundo.

             Montaigne y Rabelais comprendían bajo el concepto de "estilo socrático" algo libre, desenvuelto, cercano a la vida diaria, y Rabelais hasta algo que raya en lo bufo (ridículo de talante, teniendo la nariz puntiaguda, la mirada de toro y la cara de tonto...siempre estaba riendo, siempre bebiendo tanto como el que más, siempre burlándose...)  y que lleva oculto dentro de sí una sabiduría divina y una virtud perfecta. Se trata de un estilo de vida tanto como de un estilo literario; como en Sócrates (y como en Montaigne), expresión del hombre.

            Ya por una razón práctica este estilo se adecuaba perfectamente a Rabelais: exponer equivocadamente todo lo que repugnaba a las fuerzas reaccionarias de su tiempo. Servía cabalmente a sus propósitos: los de una ironía creadora, que trastrueca los aspectos y las proporciones acostumbradas de las cosas, que hace aparecer lo sensato en lo loco (Erasmo nuevamente), la indignación en la alegría cómoda y sabrosa de la vida, haciendo resplandecer la posibilidad de la libertad. Lo que se esconde en la obra, en el cuerpo, es una actitud espiritual-material, que él mismo denomina pantagruelismo, una absorción de la vida que capta al mismo tiempo lo espiritual y lo sensible, y que no deja escapar ninguna oportunidad. La embriaguez no quita sino que agrega vida.

            En el prólogo al libro segundo se repiten las primeras características del anterior, y en una décima que Rabelais-Alcofribas se autodedica describe la supuesta utilidad del libro y hace referencia a como se está pareciendo a Demócrito en su burla de la vida humana, tal vez  para quien el átomo sería la quintaesencia, el tuétano, el cuerpo. Y se insta a continuar, a no abandonarse, a perseverar que "si aquí no te ensalzaren, te ensalzarán en el otro mejor mundo", o sea, "don't worry, be happy", no tiene sentido encarar la vida si no es burlándose de ella misma, ni tiene sentido afirmarse como seres humanos ni la idea renacentista del hombre, si no se funda en una ridiculización de esa misma idea.

            Pero, a diferencia del primer prólogo, éste va dirigido a los "muy ilustres y muy caballerosos paladines, gentilhombres y otros que de buen grado os entregáis a toda suerte de delicadezas y excelentes obras", es decir, al polo social opuesto que en el texto anterior, aunque también burlándose de sus creencias e instándolos a la vagancia, obligándolos (el tono es imperativo) aprender de memoria sus obras por si desaparece la imprenta. Las referencias a las tripas y el alcohol son continuas y el autoelogio constante llegando a decir de su libro que "más han vendido los impresores en dos meses que Biblias se venderán en nueve años", es decir, el "somos más famosos que Dios" de Los Beatles. Rabelais es popular, se produce masivamente. Sus obras están destinadas a ser impresas, a ser leídas. Creó un auténtico mito de la imprenta. Rabelais se sintió entusiasmado por esto, le interesaron las potencialidades de democratización del saber que la imprenta traía consigo  y, por lo tanto, le pareció completamente natural entonar un himno al libro impreso. 

            Rabelais insiste en pantagruelion  como símbolo e imagen de la impresión con tipos móviles. Porque éste es el nombre de la planta de cáñamo con que se hace la cuerda. Y  tuvo la visión del "mundo entero en la boca de Pantagruel".  En su carta a Pantagruel, en Paris, Gargantúa proclama el elogio de la tipografía. La imprenta, dice Rabelais, ha comenzado la homogeneización de individuos y talentos.

            El comentario sobre este aspecto de Rabelais que se hace en The Life and Death of an Ideal  es como sigue:

            Este pantagruelismo triunfante inspira los capítulos (...) que, al final del tercer libro, dedica al elogio de la bendita planta Pantagruelion. Literalmente, Pantagrueliones simple cáñamo: simbólicamente, es industria humana, (...)  Rabelais muestra primero al hombre, en virtud de este Pantagruelion, explorando las más remotas regiones del globo (...). ¿Qué podía impedir a Pantagruel y sus hijos el descubrimiento de una hierba todavía más poderosa, con ayuda de la cual pudieran escalar el mismo cielo?

            Más adelante en el segundo prólogo, Rabelais-Alcofribas dice no ser un doctor de la Ley y que no ha nacido en este planeta. Él es diferente, es un esclavo de sus lectores, de Pantagruel (aunque éste le paga un sueldo). Rabelais se ríe. Aún de una posible tragedia familiar. Se mofa de la vida y de la muerte y nos desafía, nos aterroriza, nos amenaza con las peores calamidades corporales si no le creemos. Es una lucha de creencias. Pantagruel posee un ejército porque cree en la vida como campo de batalla. La naturaleza lo sorprende y su tendencia, también natural, es a juntar los cuerpos estrechamente y cubrirlos con una lengua. Para Rabelais, el conocimiento, el saber, se construye en un campo de batalla en donde tal vez gane el más p’caro, el más seductor.

            Había sido franciscano en su juventud (E. Gilson ha puesto de relieve esta filiación en su estudio "Rabelais franciscain" en Les idées et les lettres  ). Casi todos los elementos que confluyen en su estilo le han sido transmitidos por la Edad Media tardía. Pero, en lo que refiere a su visión del mundo, cristianamente, para Rabelais el hombre que sigue su naturaleza propia es bueno. El realismo "criatural" recibe con Rabelais un sentido totalmente nuevo. No existe ningún pecado original. Se dirige a la vida palpitante del hombre y de la naturaleza, nos incita a abrirnos a todas las posiblidades.

             En Anatomy of Melancholy , Robert Burton sostiene que Rabelais sigue el "principio de la mezcla promiscua de categorías de sucesos, experiencia y conocimiento, así como de dimensiones y de estilos". Es como un glosador medieval del Derecho Romano al apoyar sus absurdas opiniones con una oleada de erudición que manifiesta "rápidas variaciones entre una multitud de puntos de vista", un escolástico en sus procedimientos, una chusma colectiva de eruditos y glosadores que desemboca súbitamente en un mundo carnal. Es precisamente la incongruencia de estos dos mundos, cuando se mezclan y entrelazan en el mismo lenguaje de Rabelais, lo que nos da el especial sentido de su importancia para nosotros. En la física moderna existe también el concepto de "superficie interfacial" o encuentro y metamorfosis de dos estructuras. Tal "interfacialidad" es la verdadera clave del Renacimiento, como lo es de nuestro siglo XX, es el dialogismo e intertextualidad del que nos habla Bachtín.

              También, como ya en parte vimos, bajo burlesco tono de amenaza Rabelais esperaba que el público dedicara su vida al estudio de su obra:

            Por tanto, y para poner fin a este prólogo, del mismo modo que yo me doy a cien mil banastas de bellos diablos, cuerpo y alma, tripas y mondongos, en el caso de que haya mentido con una sola palabra en toda esta historia, igualmente os abrase el fuego de San Antonio, el mal de la tierra os vuelva, el rayo, la peste os haga reventar, se os presente una congestión, el mal fuego de riquirraque[1], menudo como pelo de vaca, reforzado con azogue, se os entre por el fundamento; y, como Sodoma y Gomorra, caigáis en el azufre, en el fuego y en el abismo, si no creéis firmemente todo lo que os contaré en esta crónica.

              Febvre considera a Rabelais "el mayor artista de la prosa que hubo en su Žpoca", "el primero de los grandes novelistas modernos". Según este autor ni un testimonio prueba el "ateísmo" de Rabelais, ninguno es anterior a 1550, ninguno "emana de un espíritu libre". Sostiene que en estas controversias todos aquellos hombres se lanzaron mutuas injurias; y que la palabra "ateo" no tenía entonces el significado preciso que le damos: se empleaba en el sentido que se quisiera darle de manera holgada y constituía la mayor injuria que algunos polemistas de tendencias muy diversas se lanzaban mutuamente.

            Rabelais salpica su novela de chispeantes burlas antiguas, de malicias de Iglesia. En los primeros libros de Rabelais hay páginas enteras atiborradas de citas o de alusiones evangélicas y bíblicas.  En la novela rabelesiana se ora ampliamente.

            Influencia erasmiana: la piedad de los gigantes está más cerca de la religión erasmiana que de la religión reformada -más próxima por su profunda humanidad y por su optimismo.

            Como Febvre ha querido situar la religión rabelesiana en correspondencia con las otras religiones de aquella época y oponerla a las tendencias irreligiosas, se topa también por un lado con los "de fe vacilante", con los "semicreyentes", y por otro con los demasiado crédulos, con los "pobres idiotas".

            Todos los contempor‡neos de Gargantœa  y de Pantagruel  tenían un Dios en la Tierra al que rendían veneración, era el mismísimo Dios del Humanismo: Erasmo. La obra de Erasmo ofrece muchas analogías con la de Rabelais. Tanto el Pantagruel, (1532) como el  Gargantúa, (1534) constituyen dos manifestaciones del primer humanismo heredero de Erasmo ¿Rabelais reflejo de su época? Según Febvre, de ningún modo. Se trataría de un espíritu marginal, fuera de toda catalogación. Sería el precursor de los librepensadores del siglo XVIII, un creyente de la incredulidad.

            Para Febvre no hay que dejarse engañar por "la carcajada enorme del gran satírico", bajo ella "se disimulan las más audaces intenciones. La máscara de la locura es tan sólo un expediente del que se sirve Rabelais para lanzar a todo el mundo las verdades y las negaciones que le era imposible hacer oír de otra manera."

             Según este autor, cuando se considera a Rabelais un borracho y un bufón, no se comete un error. El Rabelais que se figura es sin duda "un borracho y un chocarrero, ya que encarna todas las borracheras, cuentos verdes (...) de la novela rabelesiana. El verdadero  Rabelais no existe para ellos. El único Rabelais que existe es el que ellos conciben, el único que crean, que fabrican a su gusto, a imagen y semejanza del libro y de sus protagonistas. Rabelais engendra a Gargantúa, a Pantagruel y a Panurgo. Gargantúa en correspondencia engendra...un Rabelais a su imagen: el único, el verdadero, para esos lectores poco exigentes, para esos niños grandes, ingenuos y carentes de ideas sobre un tema capital, el de la creación literaria que era un problema que no se planteaban; incluso cuando se llamaban Ronsard o Du Bellay."

            No hay para Febvre nada temible ni sacrílego en tantas picarescas chanzas, en tantas burlas atrevidas, en tantos chistes anticlericales cuyo inventor no habría sido ciertamente Rabelais, "que tomó los temas allí donde los encontró".

              Alcofribas, en el segundo prólogo por medio de un ataque directo, alega el testimonio de uno de los Evangelistas. Pretendiendo, con un argumento burlesco, garantizar la autenticidad de la información y su propia veracidad, dice tranquilamente: "Hablo de esto igual que San Juan del Apocalipsis : Quos vidimus, testamur. "¿Quién superó en materia de sátira religiosa este grado de ironía fustigadora? No cabe duda posible, ya desde el principio; esta risa lucianesca oculta aquí designios extraños que nadie se había atrevido a concebir a lo largo de muchos siglos". Se abre el Pantagruel. Nos reímos.

            Retrospectivamente no me produce escándalo la observación de Rabelais relativa a la mala venta de Biblias y al despacho de ejemplares de las Chroniques Gargantuines.  Pues nada nos dice que maese Alcofribas se regocije por aquello y se felicite por esto. Y Febvre se pregunta si el sentimiento que quiere expresar no será el mismo que ha de hacerle exhalar, en otro lugar, su queja y su lamento, al ver que en París "cualquier saltimbanqui o sacamuelas reúne más espectadores y oyentes en la calle de los que consigue un buen predicador evangélico en la iglesia".

             No olvidemos que durante toda su juventud Rabelais pudo percibir el eco de las voces inspiradas y satíricas de aquellos famosos enderezadores de entuertos; y tengamos en cuenta que siendo él sacerdote y franciscano también, pudo haber predicado igualmente, y si lo hizo fue de acuerdo con la costumbre y estilo que su orden había establecido en casi toda la Europa culta de entonces, es decir, con la jovialidad, la tendencia a las bromas y el ingenio mordaz que sabían entreverar lo erudito con lo trivial, la osadía del lenguaje popular con las expresiones cultas. Si leemos a Menot y a Maillard,(citados por Febvre) en sus sermones descubriremos la fuente de multitud de chistes y anécdotas graciosas rabelesianas que, como decíamos, no fueron originales del propio Rabelais, sino patrimonio de la orden a que perteneciera.

            Me inclino a considerar, en relación con los otros escritos de la época, inofensivas las alegres bromas sacrílegas de Rabelais. El ingenio del fraile y sacerdote Rabelais fue en gran parte fruto de un espíritu profesional, de un ingenio de clase o de grupo: un espíritu de eclesiàstico católico que no considera pecado la risa y que hablando de las cosas del culto de una manera desenvuelta y sin prejuicios desconoce algunos escrúpulos circunspectos, "ciertas actitudes timoratas que eran propias del reformista...o del incrédulo". (Febvre)

             Hoy no somos teólogos; los hombres del siglo XVI sí lo eran; lo eran incluso cuando no pasaran algunos años en un convento, como Rabelais. Los hombres que en el siglo XVI hablaban con libertad sobre los milagros no eran necesariamente racionalistas de raíz filosófica sino reformados liberales.

            Siguiendo las huellas de Rabelais, resulta que nuestros pasos y nuestra atención tienen que dirigirse, como insinuábamos, hacia Erasmo y hacia Lutero; hacia aquellos que, por los mismos días de Rabelais, habían emprendido la tarea de proporcionar nuevas ediciones de los textos de un cristianismo más que milenario, y que se mostraban francamente decididos tanto a arrojar por la borda los milagros como a demoler el Purgatorio.

            En los primeros textos rabelesianos se invoca, cita, alega, preconiza, honra y celebra al Evangelio veintenas de veces y siempre con un tono y acento de sinceridad conmovida y de respeto entusiasta. Pantagruel proclama la obligación que tienen los reyes de hacer que se predique el Santo Evangelio por todos los reinos "pura, simple y enteramente", a fin de que "los engaños de un hato de hipócritas, gazmoños y falsos profetas que han emponzoñado al mundo con decretos humanos y depravadas mentiras..." sean exterminados en todos los países auténticamente cristianos.

            En 1535 el propio Rabelais, al redactar con su nombre un Almanach , escribe:
"Yo aseguro que si los príncipes y pueblos cristianos tuvieran en reverencia la divina palabra de Dios y rigieran sus actos propios y los de sus sÏbditos por ella...veríamos la inmensidad de los cielos, la anchura de Tierra y el vivir del pueblo gozosos, alegres, plácidos y benignos como no lo fueron desde hace cincuenta años."

            Se lamenta, como vemos, Rabelais del estado espiritual en que viven los parisienses.  Si quien, al comienzo de la Pantagruéline Prognostication ,  cita el Salmo V: Tú que haces que perezcan todos los que hablan mentiras ; si el que proclama: "pecado es, y no pequeño, mentir a sabiendas y engañar al mundo desdichado"; si Rabelais, al hablar de la Escritura con tanto respeto y entusiasmo, mentía, no bastaría invocar los peligros de aquella época ni las leyes de una necesidad que no conocía ley moral, para admirar en Rabelais una prodigiosa habilidad para el engaño, la falacia y la simulación. En el prólogo de Pantagruel, por ejemplo, hay otras referencias a la mentira, pero se podría decir que son artificiosas. Baste con decir que habla dos o tres veces de la mentira de una manera directa y personal.

             Rabelais saboreó el Evangelio. Hacia el año 1520, cuando estudiaba griego y hacía ensayos de composición de epístolas en este idioma para perfeccionarlo, la actividad de los hombres preocupados por los problemas religiosos y las modalidades de una renovación que todo el mundo reconocía como indispensable oscilaba entre dos polos:  Lutero y Erasmo.

            Entre la religión reformada y lo que Febvre llama la forma tridentina del catolicismo, la religión humanista de Erasmo experimentó un repentino y completo eclipse. El cisma, la condena de Lutero por Roma fueron las sentencias de muerte para los designios de Erasmo.

            Lo esencial, según Erasmo, era que en cada cristiano se hicieran fructificar los dones del Espíritu Santo: amor, gozo, bondad, paciencia, fe, modestia. Hermoso sueño muy cercano en parentesco ideal a aquel otro que en 1516 había expuesto en un famoso opúsculo el amigo de Erasmo, Tomás Moro, cuando esbozaba las características generales  sencilla y tolerante religión de los utópicos.

            Podría suponerse que Rabelais conoció y saboreo el pensamiento de Erasmo tal como se desarrolló y reflejó en algunas obras resonantes mucho antes de 1517 y de la aparición de Lutero. Erasmo, religioso agustino en el monasterio de Steyn, recibió allí las órdenes sacerdotales el 25 de abril de 1492. Rabelais, fraile franciscano en el convento de Fontenay-le-Comte, también se hizo sacerdote en aquel claustro. Erasmo ley— clandestinamente los clásicos latinos. Pero también Rabelais había devorado las obras de ambas antiguedades clásicas.

            Desde muy temprano se pensó que Rabelais había leído los Coloquios de Erasmo y los había aprovechado ampliamente y sin reparos ni escrúpulos.

            Para Febvre, cuando se lee el Gargantúa  y el Pantagruel de Rabelais, y se penetra en el pensamiento de Erasmo, nos salta de inmediato un hecho evidente: en sus líneas generales el catecismo de los gigantes es precisamente el catecismo erasmiano del Enchiridion , del Elogio de la Locura  y de los Adagios. Según este autor, no hay una sola de las frases y expresiones religiosas del Pantagruel o del Gargantúa  que no se pueda comentar en nota con copia de frases erasmianas. Las osadías de Rabelais las encontramos todas en la pluma de Erasmo. Todas las burlas, todas las críticas, todos los ataques de Rabelais contra los teólogos, los frailes, las monjas, los engaños, los abusos y las prácticas cuturales, están en Erasmo e incluso son de Erasmo, aunque también se encuentren en las obras y en el pensamiento de los evangélicos y de los reformados de aquellos d’as.

            Febvre no intenta disminuir "la parte de la Reforma" que intervino en la formación religiosa del Rabelais de entre 1530 y 1535. Rabelais degustó, como dijimos, la lección del Evangelio.

            En 1542, cuando revisaba para una reedición su Pantagruel , incluyó en el Prólogo entre los engañadores y los seductores, la mención de los prestinadores; y esta alusión a la doctrina calvinista de la predestinación no debió ciertamente pasar inadvertida en Ginebra. Significó la ruptura clara, terminante y pública de Rabelais con los reformados, proclamada por terceras personas antes de que lo fuese por los dos interesados: el propio Rabelais y Calvino.

            Las simpatías religiosas de Rabelais por la Reforma quedan, por otra parte, también de acuerdo a Febvre, corroboradas con toda claridad en los cuatro libros.

            Ni en la filosofía, ni en la ciencia del siglo XVI podía encontrar un contemporáneo de Rabelais apoyos valederos para su obra, lo que lleva a Febvre a concluir:

             a) que lo que pudo decir un hombre contra la religión no tiene importancia. ¿Negó Rabelais el cristianismo en 1532? Si Rabelais no podía apoyarse en un haz de razonamientos y comprobaciones debidamente realizadas; si Rabelais fue en 1532 ese negador del cristianismo, entonces tendremos un Rabelais despojado de todo sentido, de todo valor, de todo alcance histórico y humano.

            b) Hablar de racionalismo y de librepensamiento en una época en la que contra una religión que dominaba universalmente, los hombres más inteligentes, los más eruditos, sabios y temerarios, eran incapaces de descubrir, de hallar un apoyo ya en la filosofía, ya en la ciencia, es hablar de una quimera.

            Muchos conocedores han sostenido la tesis de que el humanismo y la ciencia se desenvolvieron de una manera separada y sin acción recíproca directa. Pero Rabelais que sentía en Roma incontenible anhelo de empadronar y registrar todos los restos de la Antiguedad, Rabelais puede entonar en su Gargantúa  y en su Pantagruel un himno a la Ciencia y al saber ilimitado de los hombres.

             Para Febvre, aunque le supusiéramos dotado de una prodigiosa inteligencia de precursor, un hombre como Rabelais, de haber emprendido la tarea o el propósito de realizar contra la religión cristiana esa especie de cruzada disparatada de que se ha hablado, no hubiera podido llevar a cabo nunca una obra verdaderamente seria.

            En los días del Pantagruel no existía aún un racionalismo coherente, un sistema racionalista bien organizado y por ello mismo peligroso por estar apoyado en especulaciones filosóficas y en adquisiciones científicas valederas. Estaba viva la religiosidad profunda de la mayoría de los creadores del mundo moderno: y esta frase que es aplicable a un Descartes, un siglo antes es aplicable a Rabelais.

            Otro teórico, Bachtín, señala que Rabelais ha recogido directamente la sabiduría de la coriente popular de los antiguos dialectos, refranes, proverbios y farsas estudiantiles, de la boca de la gente común y los bufones. Las fuentes populares determinaron su sistema de imágenes y su concepción artística.

            Es ese peculiar carácter popular y radical de sus imágenes el que explica "el aspecto no literario" de Rabelais, es decir su resistencia a ajustarse a los cánones y reglas del arte literario. Las imágenes de Rabelais se caracterizan por una especie de "carácter no oficial". No hay dogmatismo, autoridad ni formalidad unilateral que pueda armonizar con las imágenes rabelesianas, decididamente hostiles a toda perfección definitiva, a toda estabilidad, a toda formalidad limitada.

            Las imágenes rabelesianas están perfectamente ubicadas dentro de la evolución milenaria de la cultura popular. Si Rabelais es el más difícil de los autores clásicos, es según Bachtín porque exige una investigación profunda de los dominios de la literatura cómica popular.

             La literatura cómica latina de la Edad Media llegó a su apoteosis durante el apogeo del Renacimento, con el Elogio de la locura  de Erasmo. Encontramos numerosas muestras en Rabelais de un lenguaje carnavalesco tipico,  empleado también por Erasmo. Sin conocer esta lengua es imposible para Bakhtín (en la otra acepción de su nombre) conocer a fondo y bajo todos sus aspectos la literatura del Renacimiento y del barroco. No sólo la literatura, sino también las utopías del Renacimiento y su concepto del mundo estaban influídas por la visión carnavalesca del mundo y a menudo adoptaban sus formas y símbolos.

            Destacamos ya el predominio  que tiene en la obra de Rabelais el principio de la vida material y corporal  : imágenes del cuerpo, de la bebida, de la satisfacción de las necesidades naturales y la vida sexual. Muchos bautizaron a Rabelais con el titulo de gran poeta de la "carne" y el "vientre".

             El principio material y corporal es el principio de la fiesta, del banquete de la alegría, de la "buena comida". Este rasgo subsiste considerablemente en la literatura y el arte del Renacimiento, y sobre todo en Rabelais.

            Las degradaciones que vimos en los prólogos son también muy características de la literatura del Renacimiento, que perpetúa de esta forma las mejores tradiciones de la cultura cómica popular .

             Pero el énfasis está puesto "en las partes del cuerpo en que éste se abre al mundo exterior o penetra en él a través de orificios, protuberancias, ramificaciones y excrecencias tales como la boca abierta, los órganos genitales, los senos, los falos, las barrigas y la nariz. En actos tales como el coito, el embarazo, el alumbramiento, la agonía, la comida, la bebida y la satisfacción de las necesidades naturales, el cuerpo revela su esencia como principio en crecimiento que traspasa sus propios límites".

             Es preciso señalar especialmente la expresión estrepitosa que asumía la concepción grotesca del cuerpo en las peroratas de feria y en la boca del cómico en la plaza pública en la Edad Media y en el Renacimiento.

            Esta concepción se encuentra evidentemente en contradicción formal con los cánones literarios y plásticos de la Antiguedad "clásica" que han sido la base de la estética del Renacimiento.

            La cosmovisión carnavalesca y el sistema de imágenes grotescas siguen vivendo y transmitiéndose únicamente en la tradición literaria, sobre todo en la del Renacimiento. El grotesco de la Edad Media y el Renacimiento representa lo terrible mediante los espantapájaros cómicos, donde es vencido por la risa que ellos mismos generan.

            Las novelas de Rabelais excluyen el temor más que ninguna otra novela. Las imágenes grotescas de la cultura popular no se proponen asustar al lector, rasgo que comparten con las obras maestras literarias del Renacimiento. Toman el terror y lo transforman en carcajada.

            Se reconoce el "espíritu del Renacimiento" en cierta conciencia de sí mismo que implica la certeza de que el orden de las cosas está a punto de seguir un rumbo nuevo. En la plena y enfurecida discusión sobre problemas gramaticales y morales -pues es una época de polémicas- los antagonistas experimentan la necesidad de manifestar su sorpresa ante la nueva vitalidad de la cultura.

            La declaración de Erasmo: "¡Dios inmortal, qué siglo veo abrirse ante mi! ¡Cuànto desearía rejuvenecer!" (carta del 21-2-1517)  y la exuberancia del prólogo de Pantagruel son testimonios que atañen a la cultura y emanan de escritores fascinados por la recuperación de las literaturas y los vestigios del mundo antiguo. El ardor intelectual que surge alrededor de los herederos de Petrarca está ligado a un esfuerzo cada vez más patente por concebir la ética, el saber, el arte, y por lo tanto a un trabajo de integratio, de visión global, intertextual, eso sí bajo un manto mítico típico del renacimiento: La confianza irresistible en la posibilidad de resolver todas las dificultades, de vencer todos los obstáculos, de superar todas las contradicciones.

             La perspectiva desde la cual procede situarse es evidentemente la de la actividad y no ya de la ociosa contemplación. La vida intelectual es actividad, conquista, aquiescencia total a todas las formas de la existencia física y espiritual. En la valoración de la vida activa, aprarece en primer lugar un esfuerzo encaminado a proporcionar al hombre en sociedad un sentido de equidad y de la dignidad. Los humanistas permanecerán largo tiempo preocupados por la ética civil. Otro aspecto de esas preocupaciones es la educación de quienes estàn llamados a desempeñar un papel en la sociedad y que tienen necesidad de dones, aptitudes, conocimientos personales sin par: uno de los grandes objetivos de la nueva pedagogía será muy pronto el formar individualidades brillantes.

            Las múltiples formas de la diversión que acompasan y vivifican la vida social, escapan a los sabios y a los moralistas, pero los poetas y los humanistas participan cada vez màs activamente en ellos.

            Se ve a Rabelais emplear más que generosamente la burla, reanimar las fuentes vivas de un humor que puede ser muy corrosivo. En el Elogio de la locura, el humanismo erasmiano asocia presencia y crítica sin temer, aparentemente, la ambigüedad. El descubrimiento del hombre es la manifestación de una aspiración invencible a la felicidad y un deslizamiento perpetuo hacia la estúpida vulgaridad y la inanidad, la locura. No se ponen en duda las facultades de la inteligencia y la finalidad del espíritu humano, pero se discute sobre la esencia del saber.

             La inspiración del Renacimiento no fue científica. Háblase del Renacimiento de las letras y de las artes:  un ideal de retórica. De hecho, fueron los literatos sus precursores. 

             La época del Renacimiento fue una de las épocas menos dotadas de espíritu crítico que haya conocido el mundo. Y, paradójicamente, si miramos la producción literaria de esta época, es evidente que no son los hermosos volúmenes de traducciones de clásicos salidos de las prensas valencianas los que constituyen los grandes éxitos de librería: son las demonologías y los libros de magia.

             Rabelais es un ejemplo de la carnavalización de la literatura. La carnavalización implica la parodia en la medida en que equivale a confusión, la interacción de distintas texturas linguísticas, la intertextualidad. Textos que en la obra establecen un diálogo, un espectáculo teatral cuyos portadores de textos son otros textos; de allí el carácter polifónico, estereofónico  de la obra de Rabelais. 

             En el humanismo renacentista las culturas griega, latina, arábiga y hebrea, unidas al estudio de la naturaleza, deben servir de base a una nueva sabiduría cuyos rasgos principales sean el amor a la vida, a la naturaleza, a la razón y a los hombres, as’ como el disfrute de todos los posibles goces materiales y espirituales: a eso también se le llamó "pantagruelismo". En nombre de la nueva sabiduría, condenará Rabelais el fanatismo, la intolerancia y la hipocresía. Algunos sostuvieron que Rabelais es el creador del verdadero realismo cuyo principio esencial es la fuerza de la vida de los seres. 

            La leyenda creada por sus enemigos nos pinta a Rabelais como un hombre desordenado, borracho, inmoral y despreciable. Comenzó siendo monje, luego se hizo médico. La regla de la casa es: "Haz lo que quieras" y "Todo para la tripa". El único oráculo es el de la Diosa Botella.  Bebed de todas las fuentes del conocimiento, de todas las botellas, de toda la vida.

             El "pantagruelismo": dejar en libertad todas las fuerzas del ser y satisfacerlas lo más completamente posible. El Mal: todo lo que disfraza y mutila a la naturaleza.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     



[1] Uno de los innumerables nombres asignados por Rabelais al pene.