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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

miércoles, 12 de mayo de 1993

Todo para la tripa

            Ya desde el titulo del libro primero de Gargantúa, Rabelais nos hace mención de "La muy horrorífica vida del gran Gargantúa": el horror es barroco, o el barroco es horroroso, pantagruélico, grandioso. Se nos dice que fue compuesto por M. Alcofibras, (¿o las fibras del alcohol?), destilador de la quintaesencia. Es decir, hay algo que destilar, hay esencias que develar, hay un sentido último que puede arrancarse. Y esa sustancia es el mismo pantagruelismo del que dice estar lleno el texto.

            A continuación encontramos una carta a los lectores, amigos (como no podía ser de otra manera en el humanismo renacentista), instándolos a despojarse cartesianamente para leer con picardía, para reírse en lugar de escandalizarse, porque es lo mejor para el duelo, para el duelo que socava a los hombres. Es preferible reír que llorar, la antropología lo dictaría. En fin, nos previene esta carta, nos instruye sobre cómo hay que leer el texto, es decir, el placer por sobre la instructividad de la obra.

            En el "prólogo del autor" nos dice el narrador en un principio que sus escritos están dirigidos a los bebedores y los variolosos (vaya osadía) pasando inesperadamente a una reflexión sobre un diálogo platónico, yendo de lo bajo a lo alto, de la "cultura popular" a la "cultura de élite" sin intermediarios. Rabelais trastoca los papeles. Al mismo tiempo está la apelación a la boca como orificio del cuerpo. En las fauces abiertas de Gargantúa casi todos se ahogan menos los que se salvan en una carie, en la descomposición. Es un mundo bucal: dientes, lenguas, caries, salivas socarronas.

            Dicho diálogo ( El Banquete  de Platón), que para los místicos platonizantes de la Edad Media, para los libertinos espirituales de Italia, Alemania y Francia algo así como un libro sagrado,  hace referencia a la similitud de Sócrates con las silenas, especialmente en lo contrahechas "para excitar la gente a la risa" en la superficie pero, también como Sócrates, por dentro se hallaba la fineza, lo precioso. Es decir, cómo detrás de lo insignificante puede hallarse lo más profundo, cómo trazar puentes, cómo dialogan los mundos que nos parecen opuestos. Cómo el mundo nos engaña. Sócrates bebía, reía y disimulaba su saber: "Sólo sé que no se nada". La risa y la bebida, los placeres, como escondite ideal de los sabios.

            Entonces Rabelais-Alcofribas se vuelve a dirigir a los lectores diferenciando sus discípulos de los "tontos a perpetuidad", pero acusándolos a ambos, o mejor dicho previniéndolos, del juicio fácil que no les permita ver que cuando un perro  encuentra un hueso con tuétano es la bestia más filosófica del mundo. La carne, la animalidad, el cuerpo, lo bajo, lo instintivo se convierten en sagrados. Hay que leer Gargantúa como un perro devora un hueso con tuétano, hay que descubrir la médula de la realidad, Este es un prólogo que llama a la acción reveladora: es esencialmente religioso. El cuerpo es el fin, el goce es el camino.

            La comparación de Sócrates con las figuras de Sileno parece haber causado gran impresión en el Renacimiento (Erasmo la menciona en sus Adagios , y quizá constituya la fuente inmediata de Rabelais). Dicha comparación permite imaginarse la personalidad y el estilo de Sócrates de suerte que la mezcla de zonas heredada de la Edad Media aparezca autorizada por el prestigio de la figura más impresionante entre los filósofos griegos. También Montaigne invoca a Sócrates como testigo principal en el mismo sentido, en el libro tercero, al principio del ensayo decimosegundo.

             Montaigne y Rabelais comprendían bajo el concepto de "estilo socrático" algo libre, desenvuelto, cercano a la vida diaria, y Rabelais hasta algo que raya en lo bufo (ridículo de talante, teniendo la nariz puntiaguda, la mirada de toro y la cara de tonto...siempre estaba riendo, siempre bebiendo tanto como el que más, siempre burlándose...)  y que lleva oculto dentro de sí una sabiduría divina y una virtud perfecta. Se trata de un estilo de vida tanto como de un estilo literario; como en Sócrates (y como en Montaigne), expresión del hombre.

            Ya por una razón práctica este estilo se adecuaba perfectamente a Rabelais: exponer equivocadamente todo lo que repugnaba a las fuerzas reaccionarias de su tiempo. Servía cabalmente a sus propósitos: los de una ironía creadora, que trastrueca los aspectos y las proporciones acostumbradas de las cosas, que hace aparecer lo sensato en lo loco (Erasmo nuevamente), la indignación en la alegría cómoda y sabrosa de la vida, haciendo resplandecer la posibilidad de la libertad. Lo que se esconde en la obra, en el cuerpo, es una actitud espiritual-material, que él mismo denomina pantagruelismo, una absorción de la vida que capta al mismo tiempo lo espiritual y lo sensible, y que no deja escapar ninguna oportunidad. La embriaguez no quita sino que agrega vida.

            En el prólogo al libro segundo se repiten las primeras características del anterior, y en una décima que Rabelais-Alcofribas se autodedica describe la supuesta utilidad del libro y hace referencia a como se está pareciendo a Demócrito en su burla de la vida humana, tal vez  para quien el átomo sería la quintaesencia, el tuétano, el cuerpo. Y se insta a continuar, a no abandonarse, a perseverar que "si aquí no te ensalzaren, te ensalzarán en el otro mejor mundo", o sea, "don't worry, be happy", no tiene sentido encarar la vida si no es burlándose de ella misma, ni tiene sentido afirmarse como seres humanos ni la idea renacentista del hombre, si no se funda en una ridiculización de esa misma idea.

            Pero, a diferencia del primer prólogo, éste va dirigido a los "muy ilustres y muy caballerosos paladines, gentilhombres y otros que de buen grado os entregáis a toda suerte de delicadezas y excelentes obras", es decir, al polo social opuesto que en el texto anterior, aunque también burlándose de sus creencias e instándolos a la vagancia, obligándolos (el tono es imperativo) aprender de memoria sus obras por si desaparece la imprenta. Las referencias a las tripas y el alcohol son continuas y el autoelogio constante llegando a decir de su libro que "más han vendido los impresores en dos meses que Biblias se venderán en nueve años", es decir, el "somos más famosos que Dios" de Los Beatles. Rabelais es popular, se produce masivamente. Sus obras están destinadas a ser impresas, a ser leídas. Creó un auténtico mito de la imprenta. Rabelais se sintió entusiasmado por esto, le interesaron las potencialidades de democratización del saber que la imprenta traía consigo  y, por lo tanto, le pareció completamente natural entonar un himno al libro impreso. 

            Rabelais insiste en pantagruelion  como símbolo e imagen de la impresión con tipos móviles. Porque éste es el nombre de la planta de cáñamo con que se hace la cuerda. Y  tuvo la visión del "mundo entero en la boca de Pantagruel".  En su carta a Pantagruel, en Paris, Gargantúa proclama el elogio de la tipografía. La imprenta, dice Rabelais, ha comenzado la homogeneización de individuos y talentos.

            El comentario sobre este aspecto de Rabelais que se hace en The Life and Death of an Ideal  es como sigue:

            Este pantagruelismo triunfante inspira los capítulos (...) que, al final del tercer libro, dedica al elogio de la bendita planta Pantagruelion. Literalmente, Pantagrueliones simple cáñamo: simbólicamente, es industria humana, (...)  Rabelais muestra primero al hombre, en virtud de este Pantagruelion, explorando las más remotas regiones del globo (...). ¿Qué podía impedir a Pantagruel y sus hijos el descubrimiento de una hierba todavía más poderosa, con ayuda de la cual pudieran escalar el mismo cielo?

            Más adelante en el segundo prólogo, Rabelais-Alcofribas dice no ser un doctor de la Ley y que no ha nacido en este planeta. Él es diferente, es un esclavo de sus lectores, de Pantagruel (aunque éste le paga un sueldo). Rabelais se ríe. Aún de una posible tragedia familiar. Se mofa de la vida y de la muerte y nos desafía, nos aterroriza, nos amenaza con las peores calamidades corporales si no le creemos. Es una lucha de creencias. Pantagruel posee un ejército porque cree en la vida como campo de batalla. La naturaleza lo sorprende y su tendencia, también natural, es a juntar los cuerpos estrechamente y cubrirlos con una lengua. Para Rabelais, el conocimiento, el saber, se construye en un campo de batalla en donde tal vez gane el más p’caro, el más seductor.

            Había sido franciscano en su juventud (E. Gilson ha puesto de relieve esta filiación en su estudio "Rabelais franciscain" en Les idées et les lettres  ). Casi todos los elementos que confluyen en su estilo le han sido transmitidos por la Edad Media tardía. Pero, en lo que refiere a su visión del mundo, cristianamente, para Rabelais el hombre que sigue su naturaleza propia es bueno. El realismo "criatural" recibe con Rabelais un sentido totalmente nuevo. No existe ningún pecado original. Se dirige a la vida palpitante del hombre y de la naturaleza, nos incita a abrirnos a todas las posiblidades.

             En Anatomy of Melancholy , Robert Burton sostiene que Rabelais sigue el "principio de la mezcla promiscua de categorías de sucesos, experiencia y conocimiento, así como de dimensiones y de estilos". Es como un glosador medieval del Derecho Romano al apoyar sus absurdas opiniones con una oleada de erudición que manifiesta "rápidas variaciones entre una multitud de puntos de vista", un escolástico en sus procedimientos, una chusma colectiva de eruditos y glosadores que desemboca súbitamente en un mundo carnal. Es precisamente la incongruencia de estos dos mundos, cuando se mezclan y entrelazan en el mismo lenguaje de Rabelais, lo que nos da el especial sentido de su importancia para nosotros. En la física moderna existe también el concepto de "superficie interfacial" o encuentro y metamorfosis de dos estructuras. Tal "interfacialidad" es la verdadera clave del Renacimiento, como lo es de nuestro siglo XX, es el dialogismo e intertextualidad del que nos habla Bachtín.

              También, como ya en parte vimos, bajo burlesco tono de amenaza Rabelais esperaba que el público dedicara su vida al estudio de su obra:

            Por tanto, y para poner fin a este prólogo, del mismo modo que yo me doy a cien mil banastas de bellos diablos, cuerpo y alma, tripas y mondongos, en el caso de que haya mentido con una sola palabra en toda esta historia, igualmente os abrase el fuego de San Antonio, el mal de la tierra os vuelva, el rayo, la peste os haga reventar, se os presente una congestión, el mal fuego de riquirraque[1], menudo como pelo de vaca, reforzado con azogue, se os entre por el fundamento; y, como Sodoma y Gomorra, caigáis en el azufre, en el fuego y en el abismo, si no creéis firmemente todo lo que os contaré en esta crónica.

              Febvre considera a Rabelais "el mayor artista de la prosa que hubo en su Žpoca", "el primero de los grandes novelistas modernos". Según este autor ni un testimonio prueba el "ateísmo" de Rabelais, ninguno es anterior a 1550, ninguno "emana de un espíritu libre". Sostiene que en estas controversias todos aquellos hombres se lanzaron mutuas injurias; y que la palabra "ateo" no tenía entonces el significado preciso que le damos: se empleaba en el sentido que se quisiera darle de manera holgada y constituía la mayor injuria que algunos polemistas de tendencias muy diversas se lanzaban mutuamente.

            Rabelais salpica su novela de chispeantes burlas antiguas, de malicias de Iglesia. En los primeros libros de Rabelais hay páginas enteras atiborradas de citas o de alusiones evangélicas y bíblicas.  En la novela rabelesiana se ora ampliamente.

            Influencia erasmiana: la piedad de los gigantes está más cerca de la religión erasmiana que de la religión reformada -más próxima por su profunda humanidad y por su optimismo.

            Como Febvre ha querido situar la religión rabelesiana en correspondencia con las otras religiones de aquella época y oponerla a las tendencias irreligiosas, se topa también por un lado con los "de fe vacilante", con los "semicreyentes", y por otro con los demasiado crédulos, con los "pobres idiotas".

            Todos los contempor‡neos de Gargantœa  y de Pantagruel  tenían un Dios en la Tierra al que rendían veneración, era el mismísimo Dios del Humanismo: Erasmo. La obra de Erasmo ofrece muchas analogías con la de Rabelais. Tanto el Pantagruel, (1532) como el  Gargantúa, (1534) constituyen dos manifestaciones del primer humanismo heredero de Erasmo ¿Rabelais reflejo de su época? Según Febvre, de ningún modo. Se trataría de un espíritu marginal, fuera de toda catalogación. Sería el precursor de los librepensadores del siglo XVIII, un creyente de la incredulidad.

            Para Febvre no hay que dejarse engañar por "la carcajada enorme del gran satírico", bajo ella "se disimulan las más audaces intenciones. La máscara de la locura es tan sólo un expediente del que se sirve Rabelais para lanzar a todo el mundo las verdades y las negaciones que le era imposible hacer oír de otra manera."

             Según este autor, cuando se considera a Rabelais un borracho y un bufón, no se comete un error. El Rabelais que se figura es sin duda "un borracho y un chocarrero, ya que encarna todas las borracheras, cuentos verdes (...) de la novela rabelesiana. El verdadero  Rabelais no existe para ellos. El único Rabelais que existe es el que ellos conciben, el único que crean, que fabrican a su gusto, a imagen y semejanza del libro y de sus protagonistas. Rabelais engendra a Gargantúa, a Pantagruel y a Panurgo. Gargantúa en correspondencia engendra...un Rabelais a su imagen: el único, el verdadero, para esos lectores poco exigentes, para esos niños grandes, ingenuos y carentes de ideas sobre un tema capital, el de la creación literaria que era un problema que no se planteaban; incluso cuando se llamaban Ronsard o Du Bellay."

            No hay para Febvre nada temible ni sacrílego en tantas picarescas chanzas, en tantas burlas atrevidas, en tantos chistes anticlericales cuyo inventor no habría sido ciertamente Rabelais, "que tomó los temas allí donde los encontró".

              Alcofribas, en el segundo prólogo por medio de un ataque directo, alega el testimonio de uno de los Evangelistas. Pretendiendo, con un argumento burlesco, garantizar la autenticidad de la información y su propia veracidad, dice tranquilamente: "Hablo de esto igual que San Juan del Apocalipsis : Quos vidimus, testamur. "¿Quién superó en materia de sátira religiosa este grado de ironía fustigadora? No cabe duda posible, ya desde el principio; esta risa lucianesca oculta aquí designios extraños que nadie se había atrevido a concebir a lo largo de muchos siglos". Se abre el Pantagruel. Nos reímos.

            Retrospectivamente no me produce escándalo la observación de Rabelais relativa a la mala venta de Biblias y al despacho de ejemplares de las Chroniques Gargantuines.  Pues nada nos dice que maese Alcofribas se regocije por aquello y se felicite por esto. Y Febvre se pregunta si el sentimiento que quiere expresar no será el mismo que ha de hacerle exhalar, en otro lugar, su queja y su lamento, al ver que en París "cualquier saltimbanqui o sacamuelas reúne más espectadores y oyentes en la calle de los que consigue un buen predicador evangélico en la iglesia".

             No olvidemos que durante toda su juventud Rabelais pudo percibir el eco de las voces inspiradas y satíricas de aquellos famosos enderezadores de entuertos; y tengamos en cuenta que siendo él sacerdote y franciscano también, pudo haber predicado igualmente, y si lo hizo fue de acuerdo con la costumbre y estilo que su orden había establecido en casi toda la Europa culta de entonces, es decir, con la jovialidad, la tendencia a las bromas y el ingenio mordaz que sabían entreverar lo erudito con lo trivial, la osadía del lenguaje popular con las expresiones cultas. Si leemos a Menot y a Maillard,(citados por Febvre) en sus sermones descubriremos la fuente de multitud de chistes y anécdotas graciosas rabelesianas que, como decíamos, no fueron originales del propio Rabelais, sino patrimonio de la orden a que perteneciera.

            Me inclino a considerar, en relación con los otros escritos de la época, inofensivas las alegres bromas sacrílegas de Rabelais. El ingenio del fraile y sacerdote Rabelais fue en gran parte fruto de un espíritu profesional, de un ingenio de clase o de grupo: un espíritu de eclesiàstico católico que no considera pecado la risa y que hablando de las cosas del culto de una manera desenvuelta y sin prejuicios desconoce algunos escrúpulos circunspectos, "ciertas actitudes timoratas que eran propias del reformista...o del incrédulo". (Febvre)

             Hoy no somos teólogos; los hombres del siglo XVI sí lo eran; lo eran incluso cuando no pasaran algunos años en un convento, como Rabelais. Los hombres que en el siglo XVI hablaban con libertad sobre los milagros no eran necesariamente racionalistas de raíz filosófica sino reformados liberales.

            Siguiendo las huellas de Rabelais, resulta que nuestros pasos y nuestra atención tienen que dirigirse, como insinuábamos, hacia Erasmo y hacia Lutero; hacia aquellos que, por los mismos días de Rabelais, habían emprendido la tarea de proporcionar nuevas ediciones de los textos de un cristianismo más que milenario, y que se mostraban francamente decididos tanto a arrojar por la borda los milagros como a demoler el Purgatorio.

            En los primeros textos rabelesianos se invoca, cita, alega, preconiza, honra y celebra al Evangelio veintenas de veces y siempre con un tono y acento de sinceridad conmovida y de respeto entusiasta. Pantagruel proclama la obligación que tienen los reyes de hacer que se predique el Santo Evangelio por todos los reinos "pura, simple y enteramente", a fin de que "los engaños de un hato de hipócritas, gazmoños y falsos profetas que han emponzoñado al mundo con decretos humanos y depravadas mentiras..." sean exterminados en todos los países auténticamente cristianos.

            En 1535 el propio Rabelais, al redactar con su nombre un Almanach , escribe:
"Yo aseguro que si los príncipes y pueblos cristianos tuvieran en reverencia la divina palabra de Dios y rigieran sus actos propios y los de sus sÏbditos por ella...veríamos la inmensidad de los cielos, la anchura de Tierra y el vivir del pueblo gozosos, alegres, plácidos y benignos como no lo fueron desde hace cincuenta años."

            Se lamenta, como vemos, Rabelais del estado espiritual en que viven los parisienses.  Si quien, al comienzo de la Pantagruéline Prognostication ,  cita el Salmo V: Tú que haces que perezcan todos los que hablan mentiras ; si el que proclama: "pecado es, y no pequeño, mentir a sabiendas y engañar al mundo desdichado"; si Rabelais, al hablar de la Escritura con tanto respeto y entusiasmo, mentía, no bastaría invocar los peligros de aquella época ni las leyes de una necesidad que no conocía ley moral, para admirar en Rabelais una prodigiosa habilidad para el engaño, la falacia y la simulación. En el prólogo de Pantagruel, por ejemplo, hay otras referencias a la mentira, pero se podría decir que son artificiosas. Baste con decir que habla dos o tres veces de la mentira de una manera directa y personal.

             Rabelais saboreó el Evangelio. Hacia el año 1520, cuando estudiaba griego y hacía ensayos de composición de epístolas en este idioma para perfeccionarlo, la actividad de los hombres preocupados por los problemas religiosos y las modalidades de una renovación que todo el mundo reconocía como indispensable oscilaba entre dos polos:  Lutero y Erasmo.

            Entre la religión reformada y lo que Febvre llama la forma tridentina del catolicismo, la religión humanista de Erasmo experimentó un repentino y completo eclipse. El cisma, la condena de Lutero por Roma fueron las sentencias de muerte para los designios de Erasmo.

            Lo esencial, según Erasmo, era que en cada cristiano se hicieran fructificar los dones del Espíritu Santo: amor, gozo, bondad, paciencia, fe, modestia. Hermoso sueño muy cercano en parentesco ideal a aquel otro que en 1516 había expuesto en un famoso opúsculo el amigo de Erasmo, Tomás Moro, cuando esbozaba las características generales  sencilla y tolerante religión de los utópicos.

            Podría suponerse que Rabelais conoció y saboreo el pensamiento de Erasmo tal como se desarrolló y reflejó en algunas obras resonantes mucho antes de 1517 y de la aparición de Lutero. Erasmo, religioso agustino en el monasterio de Steyn, recibió allí las órdenes sacerdotales el 25 de abril de 1492. Rabelais, fraile franciscano en el convento de Fontenay-le-Comte, también se hizo sacerdote en aquel claustro. Erasmo ley— clandestinamente los clásicos latinos. Pero también Rabelais había devorado las obras de ambas antiguedades clásicas.

            Desde muy temprano se pensó que Rabelais había leído los Coloquios de Erasmo y los había aprovechado ampliamente y sin reparos ni escrúpulos.

            Para Febvre, cuando se lee el Gargantúa  y el Pantagruel de Rabelais, y se penetra en el pensamiento de Erasmo, nos salta de inmediato un hecho evidente: en sus líneas generales el catecismo de los gigantes es precisamente el catecismo erasmiano del Enchiridion , del Elogio de la Locura  y de los Adagios. Según este autor, no hay una sola de las frases y expresiones religiosas del Pantagruel o del Gargantúa  que no se pueda comentar en nota con copia de frases erasmianas. Las osadías de Rabelais las encontramos todas en la pluma de Erasmo. Todas las burlas, todas las críticas, todos los ataques de Rabelais contra los teólogos, los frailes, las monjas, los engaños, los abusos y las prácticas cuturales, están en Erasmo e incluso son de Erasmo, aunque también se encuentren en las obras y en el pensamiento de los evangélicos y de los reformados de aquellos d’as.

            Febvre no intenta disminuir "la parte de la Reforma" que intervino en la formación religiosa del Rabelais de entre 1530 y 1535. Rabelais degustó, como dijimos, la lección del Evangelio.

            En 1542, cuando revisaba para una reedición su Pantagruel , incluyó en el Prólogo entre los engañadores y los seductores, la mención de los prestinadores; y esta alusión a la doctrina calvinista de la predestinación no debió ciertamente pasar inadvertida en Ginebra. Significó la ruptura clara, terminante y pública de Rabelais con los reformados, proclamada por terceras personas antes de que lo fuese por los dos interesados: el propio Rabelais y Calvino.

            Las simpatías religiosas de Rabelais por la Reforma quedan, por otra parte, también de acuerdo a Febvre, corroboradas con toda claridad en los cuatro libros.

            Ni en la filosofía, ni en la ciencia del siglo XVI podía encontrar un contemporáneo de Rabelais apoyos valederos para su obra, lo que lleva a Febvre a concluir:

             a) que lo que pudo decir un hombre contra la religión no tiene importancia. ¿Negó Rabelais el cristianismo en 1532? Si Rabelais no podía apoyarse en un haz de razonamientos y comprobaciones debidamente realizadas; si Rabelais fue en 1532 ese negador del cristianismo, entonces tendremos un Rabelais despojado de todo sentido, de todo valor, de todo alcance histórico y humano.

            b) Hablar de racionalismo y de librepensamiento en una época en la que contra una religión que dominaba universalmente, los hombres más inteligentes, los más eruditos, sabios y temerarios, eran incapaces de descubrir, de hallar un apoyo ya en la filosofía, ya en la ciencia, es hablar de una quimera.

            Muchos conocedores han sostenido la tesis de que el humanismo y la ciencia se desenvolvieron de una manera separada y sin acción recíproca directa. Pero Rabelais que sentía en Roma incontenible anhelo de empadronar y registrar todos los restos de la Antiguedad, Rabelais puede entonar en su Gargantúa  y en su Pantagruel un himno a la Ciencia y al saber ilimitado de los hombres.

             Para Febvre, aunque le supusiéramos dotado de una prodigiosa inteligencia de precursor, un hombre como Rabelais, de haber emprendido la tarea o el propósito de realizar contra la religión cristiana esa especie de cruzada disparatada de que se ha hablado, no hubiera podido llevar a cabo nunca una obra verdaderamente seria.

            En los días del Pantagruel no existía aún un racionalismo coherente, un sistema racionalista bien organizado y por ello mismo peligroso por estar apoyado en especulaciones filosóficas y en adquisiciones científicas valederas. Estaba viva la religiosidad profunda de la mayoría de los creadores del mundo moderno: y esta frase que es aplicable a un Descartes, un siglo antes es aplicable a Rabelais.

            Otro teórico, Bachtín, señala que Rabelais ha recogido directamente la sabiduría de la coriente popular de los antiguos dialectos, refranes, proverbios y farsas estudiantiles, de la boca de la gente común y los bufones. Las fuentes populares determinaron su sistema de imágenes y su concepción artística.

            Es ese peculiar carácter popular y radical de sus imágenes el que explica "el aspecto no literario" de Rabelais, es decir su resistencia a ajustarse a los cánones y reglas del arte literario. Las imágenes de Rabelais se caracterizan por una especie de "carácter no oficial". No hay dogmatismo, autoridad ni formalidad unilateral que pueda armonizar con las imágenes rabelesianas, decididamente hostiles a toda perfección definitiva, a toda estabilidad, a toda formalidad limitada.

            Las imágenes rabelesianas están perfectamente ubicadas dentro de la evolución milenaria de la cultura popular. Si Rabelais es el más difícil de los autores clásicos, es según Bachtín porque exige una investigación profunda de los dominios de la literatura cómica popular.

             La literatura cómica latina de la Edad Media llegó a su apoteosis durante el apogeo del Renacimento, con el Elogio de la locura  de Erasmo. Encontramos numerosas muestras en Rabelais de un lenguaje carnavalesco tipico,  empleado también por Erasmo. Sin conocer esta lengua es imposible para Bakhtín (en la otra acepción de su nombre) conocer a fondo y bajo todos sus aspectos la literatura del Renacimiento y del barroco. No sólo la literatura, sino también las utopías del Renacimiento y su concepto del mundo estaban influídas por la visión carnavalesca del mundo y a menudo adoptaban sus formas y símbolos.

            Destacamos ya el predominio  que tiene en la obra de Rabelais el principio de la vida material y corporal  : imágenes del cuerpo, de la bebida, de la satisfacción de las necesidades naturales y la vida sexual. Muchos bautizaron a Rabelais con el titulo de gran poeta de la "carne" y el "vientre".

             El principio material y corporal es el principio de la fiesta, del banquete de la alegría, de la "buena comida". Este rasgo subsiste considerablemente en la literatura y el arte del Renacimiento, y sobre todo en Rabelais.

            Las degradaciones que vimos en los prólogos son también muy características de la literatura del Renacimiento, que perpetúa de esta forma las mejores tradiciones de la cultura cómica popular .

             Pero el énfasis está puesto "en las partes del cuerpo en que éste se abre al mundo exterior o penetra en él a través de orificios, protuberancias, ramificaciones y excrecencias tales como la boca abierta, los órganos genitales, los senos, los falos, las barrigas y la nariz. En actos tales como el coito, el embarazo, el alumbramiento, la agonía, la comida, la bebida y la satisfacción de las necesidades naturales, el cuerpo revela su esencia como principio en crecimiento que traspasa sus propios límites".

             Es preciso señalar especialmente la expresión estrepitosa que asumía la concepción grotesca del cuerpo en las peroratas de feria y en la boca del cómico en la plaza pública en la Edad Media y en el Renacimiento.

            Esta concepción se encuentra evidentemente en contradicción formal con los cánones literarios y plásticos de la Antiguedad "clásica" que han sido la base de la estética del Renacimiento.

            La cosmovisión carnavalesca y el sistema de imágenes grotescas siguen vivendo y transmitiéndose únicamente en la tradición literaria, sobre todo en la del Renacimiento. El grotesco de la Edad Media y el Renacimiento representa lo terrible mediante los espantapájaros cómicos, donde es vencido por la risa que ellos mismos generan.

            Las novelas de Rabelais excluyen el temor más que ninguna otra novela. Las imágenes grotescas de la cultura popular no se proponen asustar al lector, rasgo que comparten con las obras maestras literarias del Renacimiento. Toman el terror y lo transforman en carcajada.

            Se reconoce el "espíritu del Renacimiento" en cierta conciencia de sí mismo que implica la certeza de que el orden de las cosas está a punto de seguir un rumbo nuevo. En la plena y enfurecida discusión sobre problemas gramaticales y morales -pues es una época de polémicas- los antagonistas experimentan la necesidad de manifestar su sorpresa ante la nueva vitalidad de la cultura.

            La declaración de Erasmo: "¡Dios inmortal, qué siglo veo abrirse ante mi! ¡Cuànto desearía rejuvenecer!" (carta del 21-2-1517)  y la exuberancia del prólogo de Pantagruel son testimonios que atañen a la cultura y emanan de escritores fascinados por la recuperación de las literaturas y los vestigios del mundo antiguo. El ardor intelectual que surge alrededor de los herederos de Petrarca está ligado a un esfuerzo cada vez más patente por concebir la ética, el saber, el arte, y por lo tanto a un trabajo de integratio, de visión global, intertextual, eso sí bajo un manto mítico típico del renacimiento: La confianza irresistible en la posibilidad de resolver todas las dificultades, de vencer todos los obstáculos, de superar todas las contradicciones.

             La perspectiva desde la cual procede situarse es evidentemente la de la actividad y no ya de la ociosa contemplación. La vida intelectual es actividad, conquista, aquiescencia total a todas las formas de la existencia física y espiritual. En la valoración de la vida activa, aprarece en primer lugar un esfuerzo encaminado a proporcionar al hombre en sociedad un sentido de equidad y de la dignidad. Los humanistas permanecerán largo tiempo preocupados por la ética civil. Otro aspecto de esas preocupaciones es la educación de quienes estàn llamados a desempeñar un papel en la sociedad y que tienen necesidad de dones, aptitudes, conocimientos personales sin par: uno de los grandes objetivos de la nueva pedagogía será muy pronto el formar individualidades brillantes.

            Las múltiples formas de la diversión que acompasan y vivifican la vida social, escapan a los sabios y a los moralistas, pero los poetas y los humanistas participan cada vez màs activamente en ellos.

            Se ve a Rabelais emplear más que generosamente la burla, reanimar las fuentes vivas de un humor que puede ser muy corrosivo. En el Elogio de la locura, el humanismo erasmiano asocia presencia y crítica sin temer, aparentemente, la ambigüedad. El descubrimiento del hombre es la manifestación de una aspiración invencible a la felicidad y un deslizamiento perpetuo hacia la estúpida vulgaridad y la inanidad, la locura. No se ponen en duda las facultades de la inteligencia y la finalidad del espíritu humano, pero se discute sobre la esencia del saber.

             La inspiración del Renacimiento no fue científica. Háblase del Renacimiento de las letras y de las artes:  un ideal de retórica. De hecho, fueron los literatos sus precursores. 

             La época del Renacimiento fue una de las épocas menos dotadas de espíritu crítico que haya conocido el mundo. Y, paradójicamente, si miramos la producción literaria de esta época, es evidente que no son los hermosos volúmenes de traducciones de clásicos salidos de las prensas valencianas los que constituyen los grandes éxitos de librería: son las demonologías y los libros de magia.

             Rabelais es un ejemplo de la carnavalización de la literatura. La carnavalización implica la parodia en la medida en que equivale a confusión, la interacción de distintas texturas linguísticas, la intertextualidad. Textos que en la obra establecen un diálogo, un espectáculo teatral cuyos portadores de textos son otros textos; de allí el carácter polifónico, estereofónico  de la obra de Rabelais. 

             En el humanismo renacentista las culturas griega, latina, arábiga y hebrea, unidas al estudio de la naturaleza, deben servir de base a una nueva sabiduría cuyos rasgos principales sean el amor a la vida, a la naturaleza, a la razón y a los hombres, as’ como el disfrute de todos los posibles goces materiales y espirituales: a eso también se le llamó "pantagruelismo". En nombre de la nueva sabiduría, condenará Rabelais el fanatismo, la intolerancia y la hipocresía. Algunos sostuvieron que Rabelais es el creador del verdadero realismo cuyo principio esencial es la fuerza de la vida de los seres. 

            La leyenda creada por sus enemigos nos pinta a Rabelais como un hombre desordenado, borracho, inmoral y despreciable. Comenzó siendo monje, luego se hizo médico. La regla de la casa es: "Haz lo que quieras" y "Todo para la tripa". El único oráculo es el de la Diosa Botella.  Bebed de todas las fuentes del conocimiento, de todas las botellas, de toda la vida.

             El "pantagruelismo": dejar en libertad todas las fuerzas del ser y satisfacerlas lo más completamente posible. El Mal: todo lo que disfraza y mutila a la naturaleza.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     



[1] Uno de los innumerables nombres asignados por Rabelais al pene.

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