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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

martes, 13 de septiembre de 1994

Céline: Despojos para un intelectual finisecular V

La inutilidad de los gestos

Bardamu ansia la libertad y todo lo lleva hacia la temporalidad, hacia la cotidianeidad de la muerte. Es voluptuoso, quijotesco, quiere deglutir el mundo. Pero no puede abandonar su cuerpo. La pasión postmoderna por la pureza lo enloquece, lo demoniza, y penetra en las raídas llanuras de la epopeya como ser desposeído, como ser superior que sucumbió, divinidad débil luckasiana. Esta inadecuación demónica se convierte en la esencia de su realidad, la realidad de alguien que se siente insultado por el cosmos y entonces, como los intelectuales, está condenado a reacionar y no a accionar. Re-sentimiento: volver a repetir la escena del insulto cósmico. Bardamu renuncia a querer ser Dios, y con ello se permite contemplar a Dios como su otro. La decadencia sería la imposibilidad de aspirar al todo. Para Nietzsche cada hijo varón es creado para ser un Mesías que nunca llega: la base del resentimiento cristiano es la impotencia. En el fondo lo que sentimos por el otro, como Céline, es aversión. Para amar hay que descender con Cristo al fin de la noche. El resentimiento es el sentimiento de todos los sirvientes y deberíamos liberarnos de ese puesto "leyendo mejor" la lógica del deseo: la muerte.

Un sabor a fin del mundo permea este asco a la humanidad. La pregunta por la posibilidad de una comunidad humana mas allá de las formas sociales existentes representa la expresión más profunda de una desorientación social de los intelectuales que se sienten dispersos, solitarios y heridos de carnaval. Bakhtin podría haber sido perfectamente un personaje celiniano: Padeció de osteomeitis y luego de enfisema pulmonar. Exiliado en diferentes partes de la URSS, huyendo de las purgas stalinistas que no entendían su materialismo ni su teología, Céline onsigue unir a Derrida con Bakhtin, la tendencia al solipsismo con la negación corporal. Voyage es el lugar donde el sujeto celiniano, azorado, descubre al otro, el motivo abyecto de la historia que genera la carcajada horrorosa, apocalíptica, fascinada, bakhtiniana.

Tenemos envidia del júbilo renacentista de Rabelais que se abandona a los placeres de un paladar donde la humanidad se intoxica. Y cuando no se tienen amenazas que pronunciar ni moralidad que defender estalla un misticismo profundo, nocturno, trascendental, sin juicio, sin esperanza, desafiante de la desesperación. Céline escogió el papel literario de víctima para sí mismo. Desde allí hay sólo un paso para volverse acusador. Como acusador, uno prontamente se vuelve acusado. Nos hace responsables por nuestra actitud de campo de concentración, nuestra explotación, sarcásticamente. El Voyage golpeó en su momento a los críticos comunistas porque no contenía revuelta ni esperanza. "La voluntad de crear sistemas es un deseo de honestidad", escribió Nietzsche, quien sabía que la búsqueda de conociiento es un impulso ético y que la ética requiere que nos reconozcamos con la realidad. Pero en el sistema del Voyage la realidad se disuelve. Contra la ética -prerrogativa de la razón- y de cara a la muerte -condición del ser-, se erige la máquina celiniana que intenta saltar el hiato entre la verdad objetiva y la experiencia subjetiva, la ideología y la narración. Aunque el tiempo esté perdido, se puede buscar. Voyage  es una máquina epistemológica que piensa y busca con el corazón, pero que está preñada de historia.

"Cuando alguien se embarca en un viaje, tiene algo para contar", y la gente imagina al narrador como alguien que ha llegado de lejos, nos dice Benjamin. Pero si decrece la comunicabilidad de la experiencia, si el silencio aumenta, si el aislamiento crece, el intelectual del siglo XXI como Girondo sonreirá ante la inutilidad de sus gestos.

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