Adriana J. Bergero. Haciendo camino: pactos de la escritura en la obra de Jorge Luis Borges. México: Universidad Nacional Autónoma de México. 1999. 700 pp.
Con dos citas clave comienza este texto. La primera resalta el simulacro. La segunda lleva hacia el otro y el amor. Ése sería el camino a recorrer: el que va de una cita a la otra, el que va de una "escritura dela deuda claustrofílica" (10) a la de "el otro". La primera, producción clásica borgeana, sería el resultado de un pacto/deuda edípico (luego heterofóbico o endogámico) que desacreditaría utopías colectivas dejando poco espacio para la "transformación de lo social" (329), viviendo en a lna obsesión alejada de la contaminación de "lo otro", con una sintomatología fóbica" en solidaridad con "lo mismo" que expulsaría "la diferencia en el ámbito de lo social argentino" (442).
Bergero parece abogar por una productividad sexual y por una praxis emancipadora en relación a una formulación utópica teórica. En ese sentido, Babel sería una civilización que muere por "falta de sexualidad", por "insalubridad del sistema" (270). La "emancipación" estaría cancelada en un Borges "de lo político como caduco" (19) o película donde habría muerto "lo real" (64). Salud o productividad (o lo opuesto) preocupan a Bergero. Un Borges "a lo Baudrillard" (293) negaría la reentrada del sujeto de la historia. Los mismos sorteos en Babilonia hablarían de una "desterritorialización política" (287), simulacros lejanos de la lucha de clases que Bergero ve en el siglo XX en Argentina y en la cual la obra borgeana tendría un lugar. En los textos borgeanos de "lo mismo" habría una relación con una cultura del agotamiento. Pero "lo mismo", insoportable, propendería esperanzado hacia las salidas, hacia un "hacerse camino" (362) hacia el otro, hacia el amor al que aspira Asterión. Según Bergero, Borges haría visible al final de su vida este "hacerse camino" cuando habla del horror de la dictadura dando la espalda al "juego de la ilusión de la historia" (616), cuando percibe que "there are more things".
El Borges clásico de la paradoja estaría ligado a una imposibilidad de lo social donde lo colectivo sería "concebido únicamente como masificado" (279). Según Bergero, este Borges "escamotea lo otro, el signo como acontecimiento y el otro como acontecimiento" (253). Los hechos históricos y políticos serían sólo "pseudoacontecimientos" (325): muerte del acontecimiento, especialmente emancipador o revolucionario. "Toda interlocución con el otro, o toda reflexión", sería "un paso al abismo" (486), una pérdida de control ante lo que se desea y se teme. Sin esta interlocución, sin sexualidad e intersubjetividad exogámicas, sólo se generaría "lo mismo" en una "reproducción sin acontecimiento" (566). De allí el interés en Asterión, puesto que este personaje anhelaría el acontecimiento que lo rescate "de la fatiga neurótica de su soledad" (582): sería eso que no piensa y pensaría donde no es (585), "sería al mismo tiempo agorafóbico y claustrofófico" (584). Bergero piensa que la escritura de Borges "intuyó que el acontecimiento vendría con la apertura hacia lo otro, con la audición del otro que muere en los duelos" (585). Así el pacto comenzaría a resquebrajarse frente al "sujeto de la espera" (635) de la salida.
Bergero se pregunta "por qué no imaginar propuestas emancipadoras en vez de la destrucción homofóbica y claustrofílica" que liga a los genocidios y ve en "Deutsches Requiem" la aversión de Borges a esas soluciones (313-314). El "alivio utópico" ofrecido por "Utopía de un hombre que está cansado" propondría "erradicar lo político" y sus instituciones masificadas (329-330). Este cansancio sería "comparable a la pérdida del acontecimiento" (372). De allí el "doble", "dividido entre la desesperación por dormir y la imposibilidad de hacerlo" (369). Habría una doble escritura entre los Borges esperanzados y los humillados por la espera. El insomnio, entonces, como incapacidad del "abrirse camino" o del "alivio de una salida", porque los sueños serían una "trampa de salida" (372). Por ello la "hipervigilancia" y "ansiedad anticipatoria" (448). Sin embargo, Bergero considera que hay "en la escritura borgeana una gradual construcción de modelos de salida...capaces de sortear la regulación heterofóbica de la ideología" (529). La palabra del pacto de la "escritura de la deuda" (631) serviría también para buscar una salida claustrofílica sin morir. La misma imaginación de "mundos ficcionales y personajes sometidos a espacios...sin acontecimiento" estaría allí para "poder salir" (637). Y el querer salir visto como voluntad de cura, como "deseo de historia" (646) -cuando el amor, el otro, no sea más el peligro- encuentra en la escritura un sitio de batallas del que ya no desea ser el "sujeto del no saber" ni pretende "evadir lo otro en la copia, en el espejo" (628-29), sino abrirse y esperarlo.
En este texto las ciencias políticas y sociales, el discurso de la posmodernidad, los pensamientos posestructuralistas, las reflexiones políticas, culturales y filosóficas, la crítica literaria, la psicología, las matemáticas y la biología, nos acompañan en un enriquecedor y original recorrido por las tensiones de Borges con la modernidad. Sólo cabría tal vez agregar que el discurso al que Bergero llama "de la posthistoria que llamaré postmoderno hegemónico o deconstructivo" (81) también parece ser parte de este texto. La autora sospecha del control del obsesivo, llama a la responsabilidad y escribe un libro al que creo no son ajenas ni las paradojas del psicoanálisis y el existencialismo ni las sospechas de la mejor crítica literaria. Bergero parecería recorrer un camino que va del amor al simulacro en setecientas páginas. Pero ¿hasta qué punto no será este texto también deudor del lenguaje académico postmoderno de nuestro tiempo: obsesivo, puntual, repetitivo, pactista, deconstruyéndose a sí mismo? Y así la lectora de Borges encontraría en Borges su propio texto que nos hablaría directamente de Borges. Su texto sería Borges, también buscando hacerse camino y encontrar una salida como la de pablo en el Antiguo Testamento, la del simio en "Informe para una Academia" de Kafka, la del marido en "La Sonata Kreutzer" de Tolstoi. En este sentido, Bergero sugiere que lo atroz en Borges busca desalentarnos para que nunca pensemos lo claustrofílico como atractivo, para traicionarlo. De allí la relevancia que Bergero encuentra en la lectura de Borges sobre la violencia de la dictadura en Argentina y su unión con la mujer: ambos hechos restaurarían lo histórico en una "actitud post-agorafóbica" que asumiría "la hiperventilación de la vida y de la historia" (648). Un Borges equilibrista, imagina la autora, habría construido "territorios equidistantes a sus lealtades divididas"(652) como una estrategia de supervivencia en el tránsito de la cuerda de la vida. Como tal vez Bergero lo ha hecho al escribir este libro. No se quién de todos nosotros escribió todas esas páginas -aquellas y éstas- en la ciudad de los inmortales.
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