“Nosotros hacemos” reza la campaña del gobierno, frente a lo que se define nuevamente como “la máquina de impedir”. “Mejor que decir es hacer”, decía Perón. ¿Pero qué hay detrás de estas frases en tiempos que, al igual que en los comienzos del Estado, se trata de dar arraigo a instituciones de acción política efectiva que puedan rivalizar con fuerzas económicas globales? Voy a detenerme exclusivamente en la crítica moral al “hacer” de la política.
En un mundo global no pueden separarse la responsabilidad moral y los intereses de la supervivencia: por eso la globalización ha sido definida como un desafío ético. Y, sin embargo, hoy se habla mucho de la “declinación de la ética”, queriendo decir que ha caído la observancia de ciertas reglas. ¿Sucede esto porque no nos importa la ética o las reglas se han estado rompiendo porque obedecerlas en ciertas circunstancias no ha sido recomendable? Por eso con frecuencia se dice también que la ética está muy bien en la teoría y no tanto en la práctica. Pero no podemos quedarnos contentos con una ética que no nos sirve en nuestra vida cotidiana. Si alguien propone una ética tan noble que vivir bajo ella sería un desastre para todos, entonces esa ética no es tan buena. La ética es práctica o no es realmente ética. Y recordemos que Eichman dijo que vivió acorde a los preceptos morales de Kant, cumpliendo su deber.
Vivir una vida moral requiere actuar con un tipo de modestia sobre los propios juicios morales. Actuar mientras se reconoce la propia falibilidad moral de uno parece ser una condición necesaria para desarrollar una buena personalidad moral. En tanto vivir la vida moral tiene que ver con actuar bien, la persecución de esa vida se da en la esfera de la acción, en contraste con la de contemplación, devoción u otro tipo de actividad. La vida moral no se consigue bien aislados de las dinámicas sociales.
Y es la imperfección del carácter la que hace posible la preocupación por la moralidad. Que los personajes políticos tengan fallas morales y deban actuar con ellas es lo que provee la posibilidad de interesantes y problemáticas decisiones en el mundo real. Porque vivir una vida ética reflexiva no es un problema de observación estricta de un conjunto de reglas. La vida es demasiado variada para ello y todos tenemos derecho a pensar por nosotros mismos sobre la ética.
La ética es práctica o no es realmente ética. Vivir éticamente es actuar y reflexionar, incrustados en la vida, sobre cómo uno vive. El gobierno posiciona su discurso como el de los que “hacen”, a pesar de todo, frente al “no harás” tal o cual cosa de los mandatos kantianos o de las tablas de la ley. Y si recordamos que es en el habla donde acontece el fenómeno del liderazgo y que los líderes transforman el mundo, no debemos olvidar que para hacer esto deben desarrollar una narrativa sobre el mundo en el que viven. No pueden ser como el príncipe Hamlet, cavilador enamorado de sus propios pensamientos. El “hacer” se le demora al príncipe a quien le es imposible seguir soportando la corrupción de su tío pero tampoco puede matarlo ni suicidarse, puesto que está prohibido por la Iglesia. Su ética le impide actuar y cuando finalmente consigue hacerlo lo hace desesperadamente, desencadenando la tragedia. Del país terminan aprovechándose los de afuera, como podría llegar a decir el Martín Fierro de Fortinbrás, a quien le es fácil ocupar tierra arrasada. Por ello hay que ser cautelosos cuando se emplean palabras como “ética” sólo por su valor de posición política, como símbolos protectores que se adhieren a sus objetos con tanta tenacidad cuanto menos se está en condiciones de comprender su significado, usando las metáforas comunes de los medios y, por tanto, como diría Nietzsche, mintiendo “según una convención establecida».
La ética se constituye en otro lugar, en la preocupación por las consecuencias que tienen las acciones. Lo social es un espacio ético y las preocupaciones éticas jamás van más allá del espacio social donde surgen. Es desde la convivencia social que la ética surge y tiene sentido. Por eso no puede plantearse como exigencia, porque la exigencia niega al otro.
Hemos tenido muchas ilusiones previas y expectativas desmesuradas acerca del cambio que parecía prometer la acción política con el advenimiento de la democracia. Con ella “se comía, se curaba y se educaba”. Ello dejó muchos ciudadanos desilusionados también porque el quehacer diario de la política tendió a ser bastante más «sucio» que los ideales «limpios» que motivaron la entrada a la arena política y porque no se le han podido poner “bisagras a la historia”. Pero la retirada en busca de la felicidad privada tampoco ha dado resultados. En esta encrucijada, el compromiso con “público” y con el “hacer” de la política ha de ser defendido y promovido para potenciar la conversación social, único escenario que podría depararnos otro futuro más “ético”.
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