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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

martes, 21 de enero de 2025

De lo mucho que hay por decir se dice poco

 

De lo mucho que hay por decir se dice poco.

No hemos resuelto bien el conflicto entre el hablar y el callar.

Por eso los poetas insisten en

hablar

allí donde la lógica indica

callar

ante la imposibilidad del decir.


Hay también una locuaz idiotez que nos invita a callar.

O a hablar, en todo caso, como la lluvia.

O como los huesos, con el abrazo de un tango.


Hablar al nivel casi del silencio.


Pero la voz irrumpe, como una alucinación, con todos los sentidos, con demasiadas palabras.

Nacen del dolor, de una ausencia.

Intento respirar en ellas el trazo de lo que sea que permanezca.

Palabras como souvenirs.

Como una bomba en el cuerpo.

Porque la historia se ha perdido.

El cocinero de las almas así lo dispuso.

Y yo ya olvidé lo que perder el miedo me enseñó.

Se lo llevaron los ríos que se van.


Tengo entonces que volver a avivar el ojo.

Lejos ya de las learned societies.

Pero siempre tuve una fe inocente en la autoridad.

Siempre fui un artesano de milagros entre los transgresores de la ley.

Y eso ha sido un problema.


Ahora tengo entonces que moverme.

Removerme.

Y no está claro cómo.

Me veo entonces arrojando tristes palabras al viento.

Cantando para huir del miedo.


Para eso, dicen, están los sueños.

¡Pero vea usted el grado de arrogancia y mal gusto que despliegan!

Y deseo evitar cualquier conflicto abierto con las fuerzas represivas.


¿Cómo se hacen mejores los sueños?

A veces parecen bromas.

Otras, actos obsesivos.

Otras, rituales.


Eso sí: no hay nada trivial, arbitrario o azaroso.

Uno se enferma de tanta realidad.

No es fácil soñar la verdad.

Y menos aún tener conceptos claros.

Siempre hay un significado escondido en algún lado.

Y nos han quitado el libro que lo revela.

Mi cuerpo lo ha padecido.


Me espanta lo que dejo sin decir.

Tome nota.

Todo el mundo se dice poeta y, sin embargo, la lengua se muere.


¿Y si no escribo más?

Después de todo, se trata solo de la historia de un accidente.

Y del retorno eterno de la ignorancia.

De las partidas

(Hay algo que no se entiende del todo en ellas).


Intento entender que casi me muero.

Por eso bailo, para caer graciosamente.

Para preparar un renacimiento.

Una especie de ascenso en la caída.

Como una marioneta sostenida por sus propias manos.


Por eso soñar sea tal vez más importante que despertar.

Algo en la misma realidad nos hace dormir.

Ese entrenamiento para la muerte.

Despertar para contar la historia de la muerte.

Soñar para homenajear la realidad.


Y escribir estas líneas para esa gente

tan conocida

que ya no sabe lo que quiere.

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