"El Fabián no está, hace varios días que no está. Sí que me preocupo, mire diga, usted ya sabe cómo es él, a veces está y otras veces no está. Esta vez tarda más y, bueno, fue más grande la bronca, ¿vio?...con el Walter. El Fabián no lo pasa al Walter, no lo traga o, como dijo la asistente social, 'no lo aceptó'...el chico tiene sus cosas y el Walter hace de padre...¿vio? Y el Fabián no quiere otro padre. '¿Para qué?' dice él, ¿vio?...Tiene un mal recuerdo de un padre, ¿sabe?
La puerta se abre un poco más. Sobre la pared está la foto ajada de una pareja de novios, ella con batido y minifalda como Evangelina cuando bajó del avión. La mesa y el aparador tienen las patas con el enchapado levantado por la humedad de la zona, piso de cemento, cortinas de voile desdibujado. De la cocina llega un olor a guiso, ese que se hace con fideos coditos y codeguín, bien pesado. Cuando se enfría queda la grasa arriba, para protegerlo de las moscas. Aldana sigue explicando por qué Fabián no está, mientras se escucha desde el fondo:
"Dale, Ciru, animate a ir solo a los trenes, el Fabián va a aparecer ¿viste?, en cuanto se canse de hacerse el lindo vuelve, siempre hace lo mismo, se hace el olvidadizo y a la semana cae al barrio otra vez, limpio y con ropa nueva, pelo cortado, todo gratis, ¡hasta más blanco parece!"
Las mujeres se miran. Aldana se limpia las manos en el delantal tratando de aparentar más prolijidad con la visita.
"¿Y Señorita, son cosas de familia, no?"
La voz masculina del interior sobresale: "El Fabián a la edad tuya ya estaba con las bolsitas, era de fierro era. Está bien, eran otras épocas, ahora cada tanto se raya y se hace detener para descansar. Así que ahora te toca a vos. ¿Sos un hombre o qué? A la familia hay que ayudarla, ¿no?"
Las mujeres en la puerta se vuelven a mirar. Hay un acuerdo tácito en ese silencio, pero Aldana quiere justificarse.
"Ya me hizo conocer todos los asilos para ir a buscarlo, pero esta vez lo van a tener que traer en patrullero, porque yo no voy, esta vez sí que voy a dejar que lo conozca al Walter, esta vez no se la va a olvidar más."
Detrás de la madre asoma la cabecita del Ciru.
"¡Mamá, el Fabián dice que es como un hotel, que como él se porta bien le dan de todo!"
"Terminá vos, no me vengas con las ideas del otro, y arreglá las bolsitas", dice dirigiéndose al chiquito y entrando en la casa.
"¡Mamá! ¡Él me empuja!"
"Mirna, levantá a ese chico"
"Gladys, andá a comprar el pan y decile a Doña Eufrasia que te preste un poco de yerba que mañana se la devuelvo"
"Ustedes dos, junten los colchones del piso y apílenlos de una vez, que ya son las diez."
"¡Mamá, está mojado otra vez el nene!"
"Sí, yo no duermo más con él, me piya todas las noches. Terminá, mocosa y ayudá".
La maestra sale despacio, acompañada del chirrido de la puerta sin aceite. Los perros ladran. Salta la zanja y saluda con un movimiento de manos a las cabezas que se asoman por las ventanas desiguales de las casitas del asentamiento.
El Ciru llora, no quiere ir solo.
El Walter ríe, ya tiene otro para el tinto.
Margot, 1983
(Escrito por mi madre cuando era vicedirectora de la Escuela 168 en Ciudad Evita, Provincia de Buenos Aires)
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