La autoorganización social implica, ante todo, reafirmar la influencia de lo político sobre lo económico, y traduce la voluntad de las personas de participar activamente en el funcionamiento de la democracia suprimiendo lo más posible la distancia que las separa del poder.
Por otra parte, la noción se refiere a la capacidad de los miembros de cualquier empresa de resolver situaciones por sí mismos. La transferencia de poderes desde la cúspide a la base encuentra su aplicación no sólo en el terreno de una empresa, sino también en el terreno educativo donde la relación entre educadores y educandos pierde su carácter autoritario, en la organización del trabajo que no responde ya más al esquema "orden-ejecución", y en la concepción misma de la actividad laboral combatiendo la alienación a través de la inserción de la creatividad en el proceso productivo.
Globalmente, podemos considerar que la autoorganización social se define de dos maneras:
-por oposición al clásico concepto de nacionalización, en el terreno económico.
-como rebelión frente a un sistema basado en la centralización de las decisiones, la división del trabajo y la jerarquización de los poderes, en el terreno sociopolítico.
La noción de autoorganización está ligada a la noción de autogesión, que en su misma estructura evoca la idea de autorregulación y de gestión autónoma llevada a cabo por los órganos internos de una entidad y no por exterioridades de dentro o fuera de la misma entidad.
Constituye "una forma de organizaión y de dirección de la sociedad en lo económico, lo social, lo cultural y lo político, en la cual los trabajadores controlan los resortes del poder y los centros de decisión mediante la democracia directa qeu permite una amplia y efectiva participación en los bienes y servicios de la sociedad (Ander Egg, 1983).
También la idea de autoorganización se halla muy ligada a la noción de autogobierno como acción de una organización o ente administrativo que dirige y orienta su propia actividad.
Por otro lado se emparenta a una noción de autonomía en donde ni lo social se cierra sobre sí como en la comunidad medieval, ni se autoorganiza a través de una exteriorización interiorizada (el Estado) en las sociedades modernas, sino una noción abierta en la que la entidad autónoma sabe que el edificio de sus significaciones no descansa sobre ningún soporte último: es ella misma la que constituye su mundo dotándolo de sentido. Es decir, se autonomizan y descentralizan las actividades sociales para evitar el verticalismo alientante y lograr una mejor distribución del poder que permita una producción eficaz de valores sociales.
La teoría autogestionaria en síntesis implica contraponer la noción de administración como crecimiento -no reducción- de los grados de libertad del sistema a administrar, a la tradicional noción de administración como reducción de los grados de libertad: "Si no permitimos que el observador ingrese al sistema estipulando su propio propósito, será el sistema quien estipulará con el propósito del observador" (Von Foerster, 1984). Y en ese caso el sistema ya no sería más un sistema autónomo en el cual el actor es responsable de sus acciones. Todo esto requiere revisar las viejas ideas de jerarquía, flexibilidad, adaptación, control y conocimiento: comenzar a pensar en sistemas administrativos autoorganizados en los que cada participante es también un administrador de ese sistema.
La situación argentina
La alta centralización, la deuda externa, el déficit estatal, las deudas impagables de las empresas públicas, el destrozo de los presupuestos nacional, provinciales y municipales que se gastan sólo en pagar a los mal pagados trabajadores del Estado: la crisis ecológica (inundaciones) y otros factores más nos muestran que hay problemas estructurales que no se resuelven sólo con el cambio de gobierno, y nos llevan a un replanteo acerca de las formas tradicionales de abordar estas cuestiones.
En los términos caracterizados anteriormente, la Argentina posee en su seno importantes sectores organizados en forma "auto-". Dichos fenómenos autoorganizacionales presentan, en muchos aspectos, rasgos similares a los de los países más desarrollados. Pero, al mismo tiempo, la sociedad argentina sufre problemas políticos, económicos y culturales, cuyos efectos se revelan en el modo de conformación de estos fenómenos y en la manera en que los mismos se insertan en el conjunto de las prácticas sociales.
El proceso particular de politización que conoció la Argentina entre fines de la década de 1960 y comienzos de la de 1970 pueden servir para ejemplificar la situación a la que hacemos referencia. A nivel mundial, como resultado de la convergencia de factores de diverso orden, en la mayoría de los países occidentales se produjo a fines de la década de 1960 un generalizado proceso de cuestionamiento de los valres y modelos culturales y políticos aceptados hasta entonces. De acuerdo a las problemáticas específicas de cada país la politización y los movimientos autoorganizados adquirieron rasgos propios. La oposición a la guerra de Vietnam en los EEUU; antiguallismo y rechazo de la programación social en Francia; antiamericanismo y antiautoritarismo en Alemania Occidental; contra el franquismo y el tradicionalismo cultural en España; fueron, entre otros, los rasgos asumidos por movimientos que atravesaron todas las sociedades occidentales.
Pero en los años del Proceso han comenzado a aparecer en la Argentina nuevos movimientos sociales que proliferaron en forma de asociaciones de personas organziadas de modo independiente. No sabemos muy bien cómo catalogar a todos estos fenómenos que están surgiendo pero sí sabemos que no podemos limitar su análisis en términos de poder político y de determinismo direccional en cuanto a sus caminos. La dicotomía "alienación-identidad" y la autocreación de sus sujetos por el propio proceso pueden darnos algunas pistas sobre ello (Tilman Evers, 1985). Revisar las ideas dominantes sobre el poder y otorgar mayor atención a la lectura de lo sociocultural son dos elementos necesarios para comprender estos mecanismos autogestionarios, descentralizados, locales y participativos.
Autoorganización y política en la Argentina
Las hipótesis y explicaciones sobre los fenómenos de autogestión y autoorganización social elaboradas en los países desarrollados no son susceptibles de ser aplicadas directamente al caso argentino. Se hallan entre las razones el hecho de que estos análisis se ocuparon de sociedades con regímenes democráticos; con economías desarrolladas, y en expansión; y por tratarse de países en los que las clases dirigentes y el Estado acordaban un rol de primera importancia al desarrollo científico, tecnológico y cultural.
Respecto a la situación política, entre 1930 y 1983 la Argentina se caracterizó por la inestabilidad política, las intervenciones militares y la imposibilidad de crear instituciones democráticas estables. En ese contexto el aprendizaje o socialización política de los individuos quedó marcado por el predominio de prácticas autoritarias, no sólo en el Estado sino también en la sociedad civil.
Aún cuando existió una modernización económica y un proceso de industrialización relativamente importante, la Argentina vio siempre sus posibilidades de crecimiento limitadas por la falta de dinamismo de su burguesía industrial y por su agitada vida institucional.
En lo científico y en lo cultural, la ausencia de una clase dirigente o de un Estado que se deje identificar con un proyecto societario orientado hacia el desarrollo y la modernización, hizo que
el lugar asignado a la ciencia, a la tecnología y a la cultura fuese siempre secundario y devaluado. La Argentina seguía siendo definida por su pasado: el país rural.
Por otra parte, el proceso que va desde 1930 a 1983 favoreció en general el arrinconamiento de la participación democrática en la Agentina, en favor de la consolidación de elementos corporativos en el interior de su cultura política. Quizás estas particulares formas de participación características de muchos países latinoamericanos se hallen relacionadas con la falta de articulación interna de los mismos en lo que refiere a los aspectos políticos, culturales y económicos.
De esta manera, la relación entre la autoorganización social y la política en la Argentina remarcó la exclusión-represión de alternativas democrático-participativas y, a la vez, provocaba las condiciones sociales, económicas y culturales para que las mismas surgiesen.
Autoorganización, autogestión y política en el contexto democrático
Si se considera la Argentina actual, los cambios que se hallan con respecto a la situación caracterizada anteriormente son notables. Con ellos, naturalmente, cambian también las formas de relación entre la autoorganización social y la política.
Por primera vez en muchas décadas la Argentina se encuentra realizando una reconstrucción de sus instituciones democráticas. Este tipo de transición política, como lo muestra la experiencia de otros países, suele enfrentar dificultades y tensiones surgidas, sobre todo, por la ación de aquellos sectores que con la implantación de la democracia pierden ventajas y privilegios.
En el nivel económico la situación es mucho más incierta ya que la Argentina atraviesa una de las ciris más graves de toda su historia. Esta crisis económica, iniciada en 1975 y agravada luego con las políticas económicas neoliberales, dio como consecuencia la desarticulación de la actividad productiva y el aumento de la desocupación. Allí es, por ende, el tiempo y el espacio en donde aparecen alternativas como la de la fábrica Lozadur en Boulogne (provincia de Bs. As.) (ver "Lozadur: un caso exitoso de autogestión a a Argentina", de Ana Proietti-Bocco, Fund. Ebert, serie Debate sindical, Buenos Aires 1986). Este es el caldo de cultivo de la autogestión laboral.
En lo científico y cultural, la Argentina registra actualmente cambios significativos. Los años del reciente régimen militar dejaron como resultado inesperado el debilitamiento de la influencia de los sectores sociales de pensamiento más tradicional. Por otra parte, y como reacción ante las prácticas oscurantistas y limitativas de las libertades individuales, con el retorno a la democracia se plantea por primera vez la necesidad de renovar las instituciones y los modelos culturales vigentes.
En resumidos términos puede afirmarse que:
1) La transición a la democracia crea posibilidades inéditas de autoorganización social y política.
2) La crisis económica lleva al empobrecimiento y restricción del consumo en los sectores de clase media y baja, y a la crisis en numerosas industrias, abriendo campo para nuevas formas de organización.
3) La renovación del interés por la ciencia y la cultura facilitan la emergencia en la sociedad de nuevas maneras de pensar la participación social
4) La autogestión podría constituirse en una forma eficaz para detener la avalancha de cierre de fábricas y despidos (como en los casos de Lozadur y Campo de Herrera, por ejemplo).
Teoría autogestiva posible
Si definimos a la libertad como el desarrollo de la aptitud autoorganizacional que permita utilizar la incertidumbre y el azar en un sentido autónomo, la autogestión puede constituir uno de los elementos que nos lleven hacia la libertad de las sociedades humanas.
Todos los rasgos de humanidad están, no reducidos, sino originados en los caracteres principales de la autoorganización biológica. Pensar la autonomía de los sistemas vivientes sin remitirnos a una sustancia (vitalismo) sino a una lógica de la organización que les es propia, nos entronca directamente con el tema de la cultura y de la dificultad que los procesos de cambio más radicales experimentan en cuanto a transformar la estructura de necesidades del hombre.
La teoría autopoiética (ver al respecto los trabajosd de F. Varela y H. Maturana), por otra parte, nos propone un marco dentro del cual solucionar la confusión que surge del reconocimiento "subjetivo" del sistema y la clasificación arbitraria de sus imputs y outputs. Por ejemplo, cómo tratar a los sistemas autopoiéticos (es decir, autoproductores de sí mismos) como si no lo fueran. Los sistemas autopoiéticos pueden tener componentes alopoiéticos, por lo que deberemos definir al sistema en su contexto apropiado (entendiendo por contexto -alo- la recursión de sistemas dentro de la cual está inmerso el sistema a estudiar).
Stafford Beer, por ejemplo, le otorga a las instituciones sociales "identidad" en el sentido biológico: no son sólo el ensamblado aleatorio de partes interesadas que se piensa que son. Y en cuanto a la evolución social y a los cambios políticos, no nos vemos ante instituciones y sociedades que serán diferentes mañana por la legislación que podamos aprobar hoy. Esto no los altera para nada, sino que constituye un nuevo desafío a su adaptación autopoiética.
Otro autor, Cornelius Castoriadis, ante el supuesto dominante de que las sociedades no podrían mantenerse si no fuera separándose de sí mismas contrapone lo que él llama "la auto-institución explícita de lo social" que acabaría con las divisiones antagonistas y asimétricas de la sociedad.
Todo esto parte del nacimiento de un nuevo paradigma en la sociología que aún se resiste a surgir, que retoma la idea de unidades complejas tan afines a Edgar Morin, conflictivas, paradojales, contradictorias, llenas de ruido.
Autores como I. Illich, C. Castoriadis, H. Atlan, F. Varela, H. Von Foerster, comienzan a cruzarse entre sí al enfocar de esta manera el tema de la autogestión: la autonomía aparente de los grupos autogestivos respecto de su entrorno tampoco se remite a una sustancia o principio específicos, sino a una lógica de la organización que les es propia.
El pensamiento "auto-" de Pierre Rosanvallon junto a las críticas de la "cultura política social-estatal" fueron dejados de lado en la Argentina en un contexto social y político de las investigaciones científicas en nuestro país que marcó otros rumbos en los últimos tiempos.
¿Qué es lo que piden los trabajadores?
Lo que los trabajadores piden ante momentos de crisis socioeconómica y recesión es la reproducción de la fuerza de trabajo ante los despidos de personal o cierre de fábricas. Así es como aparece la demanda autogestiva, como respuesta a una situación de crisis y desempleo (cuyo caso paradigmáico es el LIP francés). pero éste es un paso difícil para los mismos quienes en primera instancia suelen pedir al Estado que ayude al empresario, o que el Estado mismo se encargue de las empresas. En este sentido tienen un importante papel los asesores técnicos en tanto apoyos seductores para los no convencidos de la salida autogestiva.
Una vez la autogestión en marcha, la política interna toma ribetes diferentes, ligado esto al conocimiento mutuo de las personas.
El hecho de que cada actor autogestivo sea un "trabajador de la empresa" se relaciona con la visión estrictamente realista que los mismos tienen de su propio contexto. No hay teorías ni definiciones previas que guíen explícitamente su accionar. Sin patrón y sin partido en este plano, la política pasa a ser una cuestión "natural" ligada a la vida cotidiana.
Una premisa fundamental de la cual suelen partir los asesores técnicos para elaborar una alternativa teórica comunitaria es la que dice que las sociedades que tienen al lucro como motivo fundamental tendrán en la promoción de los aspectos sociales sólo un fin secundario, no específico, y siempre y cuando sea funcional a un fin primordial: un nivel accesorio, un incentivo a una mayor productividad. Por el contrario, ven en el sistema autogestivo la posibilidad de una economía sólida, pero sólo como medio para lograr otro fin primordial ("medio" en la sociedad de lucro): la solidaridad, la convivencia, la elevación moral e intelectual de los individuos. Si aceptan las sociedades anónimas no se entendería por qué no aceptar esta opción siendo que implica además trabajo personal de los dueños transformando a la tierra en un instrumento de trabajo y no en un bien de renta en los casos de autogestión agraria.
La opción autogestiva es perfectamente compatible con eficiencia empresaria, competición, basada en el aporte de trabajo de sus socios, con administraciones de bajo costo, capaces de capitalizar a la empresa por sus propios medios: proporciona ocupación a desocupados y es herramienta económica productora de bienes suficientes para financiar un nuevo desarrollo (social, comunitario o individual) del elemento humano afectado por una crisis socioeconómica determinada, generando a través de un realismo democrático en lo político, relaciones entre líderes y base que no son más las relaciones de jefes y subordinados.
La autogestión y la economía
En una primera etapa la autogestión funciona como método efectivo para combatir el desempleo, como dijimos antes. Pero luego se va transformando cualitativamente en una salida productiva con eje en la acumulación e inversión hacia adentro, tendiendo a mejorar las condiciones y calidad de vida de sus trabajadores.
Ante situaciones caóticas, respuestas de este tipo hoy representan una vía de democratización de la economía, llevándonos a pensar en la posibilidad de un sistema autogestionario que a partir del nivel sectorial se extendiera al nivel nacional.
La autogestión es producto de una negativa de sectores marginados de un modelo de desarrollo a esa misma marginación, a la lógica de la especulación, generando un modelo alternativo de desarrollo desde y para los sectores populares.
En muchos casos el Estado obtiene, al menos momentáneamente, beneficio de esta solución autogestiva: junto con esta opción, se ve ligada una probable rentabilidad. Pero los beneficiarios principales son sin duda los actores autogestivos, dotados de sacrificio y heroísmo cotidiano que, si en un momento se debía sólo a una necesidad vital (conservar el empleo), hoy se le debe también a la transformación de lo deseable (reactivación/reelaboración del sistema productivo) en posible en un accionar que favorece los intereses de todos. Aquí la voluntad desdibuja, aunque no elimina, los límites de lo viable y lo no viable.
La homogeneidad de los asociados, su conocimiento del trabajo, la solidaridad, la internalización de los objetivos de la empresa autogestionaria y la armonía en la convivencia son factores decisivos para la supervivencia y crecimiento de una empresa de este tipo.
Los intereses de los socios son los intereses de la empresa autogestora (sin ser solamente esos): esto genera una actitud de los socios hacia la misma que afecta en forma positiva su funcionamiento: la fuerza de la autogestión inaugura una nueva realidad.
Inconvenientes
Algunos inconvenientes aparecen con la instauración de estas organizaciones autogestivas, y los mismos son de variado tinte. Por un lado, están aquellos derivados de las necesidades de inserción en una economía de merado. La competición con empresas más fuertes y con más capital los lleva a enfrentarse a situaciones políticas adversas, muchas veces con la indiferencia de las organizaciones de los trabajadores.
Otro inconveniente está dado por la limitación en el crecimiento económico que se convierte en un obstáculo para la generación constante de trabajo. Pero el problema es más grave aún: al tener un topo límite para el crecimiento, algunos socios comienzan a veces a mostrarse reacios a incorporar a asalariados que trabajan para la misma empresa, dejando de lado uno de los principios básicos del cooperativismo.
Existen también otros elementos que juegan en contra en estas experiencias autogestivas, por ejemplo: a) el enómeno de las burocracias (ligado a razones técnicas, organizacionales y psicológicas); b) La co-presencia y lenta aparición conjunta de la reducción de la desigualdad y el aumento de la participación. c) El peso de la tradición como hecho co-constitutivo de las personas inscripto en las circunstancias reales de la transición.
Constancia temporal y éxito
Algunas de estas experiencias han sido de corta duración y otras han perdurado. El logro de los fines propuestos es sin duda el elemento final determinante de su supervivencia. Pero ¿qué fue importante para esto?
En primer término es fundamental en el caso de empresas a gran escala (como la administración de una fábrica o de un ingenio, por ejemplo) un asesoraiento técnico integral y permanente. No al estilo de un moralismo positivista que con voluntarismos vanguardistas ha causado grandes desastres en política, sino con una intención, a la vez perturbadora y sugerente, no instruyente pero lo suficientemente seductora y produnda humanamente como para evitar caer en roles tecnocráticos que racionalizan todas las opciones, institucionalicen los conflictos, ascepticen la autogestión reduciéndolo todo a recetas de organización "científica". No hay un solo camino ni una sola solución para el éxito de estas empresas. Hay un proceso de momentos deterministas y azarosos que se va definiendo y construyendo en su andar. Por ello es fundamental para su supervivencia un asesoramiento que no destruya la organización, que la estudie desde dentro y, sobre todo, nada de intervenciones quirúrgicas que apuñalan la red infinita de relaciones que mantienen viva a esa organización. Su no dependencia de un entorno es un factor esencial de su supervivencia: la autonomía. El apoyo técnico, sin embargo, si bien en su momento es relevante no es suficiente para el éxito de la empresa, en relación a la magnitud del proceso que se desata en estos casos. Los agentes y condiciones exteriores intervienen en su desarrollo pero no dirigen ni imponen a la empresa autogestionaria su organización. Huir del equilibrio (crisis), predispone a la intervención del azar a través del orden por fluctuaciones que aporta (en contraste a la adaptación) las novedades genuinas para el cambio. La consolidación de tales novedades depende de una selección posterior según una racionalidad bien convincente, la supervivencia.
Ámbito de aplicación
Estas opciones pueden aplicarse ante problemas de idéntica índole en zonas donde la marginalidad o la desocupación aquejen. Durante 1983 nacieron 2.000 nuevas cooperativas representando más del 50% del movimiento cooperativo existente para entonces, abarcando las ramas del consumo, vivienda, trabajo, servicios públicos y actividades agropecuarias. Y hay actualmente 15 grandes empresas industriales en autogestión, en los sectores metalúrgico, de alimentación, carne y gra´ficos, por ejemplo, surgiendo en similares circunstancias críticas iniciales.
Me permito insistir en la importancia de la posibilidad de transformación en la vida cotidiana cuando se tiene en cuenta el lugar de aplicación de estas alternativas que no son sólo utopías o mitos sorelianos, ni alienantes velos sobre el proletariado, sino movimientos de ampliación de la democracia sugerentes en contextos de democratización social, que tienden a permitir que se reconstruya una poderosa sociedad civil en un mundo aplastado entre el Estado y el reino de la mercancía desfigurador/constituidor de imaginarios sociales reificantes y, por lo tanto, al servicio del status quo.
Comparación-Tipologías
En la vaguedad del término "autogestión" reside también su fuerza, que le permite recuperar la tradición y autoafirmarse como socialismo democrático, y profundizar el concepto de democracia en función de las exigencias actuales.
La autogestión, por lo tanto, no es un modelo Existe el azar, hay muchos problemas de transición. Sí, en cambio, está ligada a una democracia real y concreta, terrena; a una apropiación social de los medios de poder; a una definición de estrategias y objetivos y a un modo de produción autónomo. También implica el fin de las parejas malditas utopía/voluntarismo, utopía/realismo, Rousseu/Maquiavelo, para pasar a situarse en el filo de la navaja, en la barra, en el borde, en un renacimiento de lo político a través de la definición en la acción de los conceptos. La autogestión no es en sí un elemento ni cooptativo ni disruptivo. Probablemente la función que cumpla dependa de las condiciones nacionales en las que se desarrolle. Es cierto que no hay siempre coherencia ideológica en el accionar de los actores autogestivos. Pero: ¿por qué tendría que haberla? La sola existencia de nucleos de oposición puede suscitar una regresión o un avance. La crisis puede llegar a permitir cuestionar los viejos esquemas o modelos, incitar a la intervención, favorecer nuevas ideas.
El trabajo comunitario es tan antiguo como el hombre. Y hoy puede representar un instrumento válido para el cambio social. Es cierto que si estas experiencias no se adhieren a proyectos políticos nacionales difícilmente tengan importancia para ese cambio. Pero éste se halla allí en potencia, cuestionando viejas formas participativas, permitiendo a cada uno decidir su propio propósito para que no sean otros los que decidan por nosotros.
Reflexiones sobre lo dicho
La oposición que iguala lo oponible mediante su negación pura siempre se recupera. El poder global es la continuidad del método.
Con la autogestión se trataría de hacer algo que no se deje codificar, inventar un cuerpo en el que esto pueda fluir, que sería nuestro propio cuerpo. Encontrar el más allá del bien y del mal, ese campo donde se entremezclan fuerzas de todo tipo, es acercarse a lo intenso por sobre la representación, a la posibilidad del cambio social.
Se trata de poner en cuestión la idea misma de diseño como planificación: la autogestión como reflexión práctica. La revalorización de lo simbólico ante lo sustantivo ya ha constituido un gran golpe a la creencia en los "grandes métodos". Aquí no presentamos a la autogestión como un "gran método". Esta reconceptualización de la relación teoría-práctica de la que estamos hablando está íntimamente relacionada con la problemática del diseño. No es que esté optando por no diseñar, sino que la cuestión es: ¿cómo diseñar lo indiseñable, la sociedad, la libertad? ¿Cómo ser sociólogo? ¿Cómo poder serlo? ¿En qué medida nuestras teorías tienen que ver con una praxis social y actúan sobre ella?
Lo primero que se podia hacer quizás sea revisar la concepción de sistema viviente que estamos usando, ver cuál es nuestra antropología (base de toda ideología).
Desde Platón hasta hoy, la libertad y la autogestión han sufrido similar camino al descripto para el sexo por Foucault en su historia de la sexualidad. ¿Cómo generar cambios sociales sin que éstos sean pasibles de ser manipulados por las características viles y oscuras de la generación del consenso? Mediados por las nociones de pueblo, ciudadanía, nación, ¿cómo intentar crear miles de sociedades autogestoras sin peligro de crear en cambio un nuevo Leviathán? ¿Y la ciudad? ¿Y las vidas cotidianas que están detrás? El idealismo autogestivo supone disolución final del Estado. Pero esto no es posible si bien el Estado es una construcción social y, por lo tanto, pasible de ser reconstruido. No es posible en tanto estamos identificados con el Estado y esta identificación está mediada por las nociones mencionadas antes: ciudadanía, nación, pueblo y, por qué no, patria. La tradición nos constituye. No hay bisagras en la historia. El Estado imaginario de Lourau es imaginario "real". Los partidos políticos, aún con bajísimos niveles de representatividad, nos constituyen. Pero no somos sólo tradición, sino también novedad. En este juego de tradición/novedad es donde debería insertarse la actual inviabilidad del modelo de desarrollo latinoamericano actual, el cuestionamiento al verticalismo empresario, la posibilidad de distribución equitativa del poder económico y político, la base para que los propios autores autogestivos y las ciencias sociales asuman, con conciencias de los obstáculos y dificultades, las posibilidades de una vida diferente.
Conclusiones
Como sostiene Tilman Evers, "las formas de organización y de acción que imitan el proceso productivo de la vieja fábrica capitalista ya no son plausibles. Las rígidas jerarquías sólo serían aceptables si pudieran ser propuestas como indispensables para el proyecto social que se busca. Pero, ¿por qué someterse a ella cuando ese proyecto se ha desvanecido?" La crisis económica y social estimuló como alternativas potenciales constructivos de experiencias autoorganizacionales, que no se oponen al funcionamiento organizativo y auxiliar del Estado, pero sí a la coerción estatal. La pregunta obligada de todo esto es: ¿Son la autogestión y la autoorganización social una alternativa superadora para la sociedad, o sólo una respuesta defensiva para los momentos de crisis? Este es un gran desafío de nuestros días. Por ello es que investigar en estos temas podría resultar relevante para las ciencias sociales en Latinoamérica.
La posibilidad de aportar nuevos conocimientos sobre autogestión y autoorganización social en un mundo cada vez más burocratizado y en un país donde la crisis económica es permanente se vuelve interesante para que dirigentes sindicales, políticos, especialistas laborales, sociólogos y economistas, entre otros, puedan partir de la realidad argentina y de las experiencias nacionales de participación existentes, y discutir para elaborar en acción modelos operativos de autogestión y autoorganización social