Inconclusión: Para un “delicado entendimiento” del Don Quijote.
Repasemos: En la introducción a esta serie hemos discutido el concepto de “obra”, “libro” y “autor” para ver como podríamos lidiar con fantasmas. Luego hemos definido el término “aporía”, sus semejanzas y diferencias con la “ambigüedad” y la ironía, y sus juegos recíprocos. Luego hemos analizado las visiones “romántica” y “desencantada” y sus moralidades respectivas para luego ver como estas confrontaciones constituyen el alimento de las aporías de la novela. Finalmente, la necesidad de la apuesta ante el discurrir del tiempo y, por consiguiente, la muerte.
Sin duda el lector ha padecido este ensayo porque el escribiente ha decidido tomar como modelo las heridas de lo real, su desequilibrio. Para finalizar, llamaremos “delicadeza” a la actitud del sujeto que acepta esta agonía de lo real, su agonía, como Alonso Quijano. Los libros habían echado a perder “al más delicado entendimiento que había en toda la Mancha” (5,133) dice el ama . Ante un “delicado entendimiento” hace falta otro “delicado entendimiento” para lidiar con las problemáticas aporías de sus aventuras. Esta novela nos dice todo el tiempo que las cosas son más complicadas de lo que creemos:
...every sign, even and especially those which appear to make straightforward declarations and those we must most like to embrace, must be read as partial signs (...), as problematic rather than programmatic (Randel 97).
El Quijote es, como toda obra de arte, un enigma que, como dijimos anteriormente, algo dice y algo oculta. Acorde a esta concepción, hemos intentado ser concientes en este ensayo del acto de interpretación más que de una interpretación determinada. Y aún la interpretación elegida es poco interpretativa. La pregunta que quisiera dejar luego de estas vagas imprecisiones del pensamiento es ésta: ¿Qué mirar? ¿Qué es lo que debemos mirar? Ya que no podemos verlo todo. Los neoescolásticos buscaban el significado lógico, los humanistas el significado filológico. ¿Y nosotros?
Quizás ya he ido demasiado lejos, en parte porque no soy un filósofo, en parte porque no es para nada mi propósito entretenerlo a usted con algún ensayo de lectura veloz. De cualquier manera, ya que he llegado tan lejos, debería decir que he olvidado algunas cosas. Por ejemplo, hablar del lugar de la figura de Dios en las aporías cervantinas. Quedará para otra vez.
Una recomendación de lectura (obviamente, ahora que ha terminado la misma): recuerda, lector, que Menard tenía el hábito
resignado o irónico de propagar ideas que eran el estricto reverso de las preferidas por él (Borges 449),
recomendación fundamental para encarar un intento aporético de estudio de aporías.
A lo largo de una angosta y extendida senda se ha extendido este ensayo, quijotesco en algún sentido, que intenta la aporía de un acto pasivo, no agregar “nada” a la obra, como lenguaje profundamente interpretativo.
Basta. No te ayudaré ni fatigaré más. Tú no lo necesitas. Adiós, lector. Mucho me alegraría, modestamente, que dijeras más tarde por ahí, también quijotescamente, en mi elogio: “para lo poco que sabía del asunto, bastante habló, porque no es gracia hablar de lo que se sabe”*.
*Macedonio Fernández le pide lo mismo a su lector en su "Para una teoría de la novela", en Museo de la Novela de la Eterna. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1992.
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