Translate

Dramatis Personae

Mi foto
Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

miércoles, 15 de mayo de 1996

Las aporías del Quijote XI: para un "delicado entendimiento" del Caballero de la Triste Figura

Inconclusión: Para un “delicado entendimiento” del Don Quijote.

Repasemos: En la introducción a esta serie hemos discutido el concepto de “obra”, “libro” y “autor” para ver como podríamos lidiar con fantasmas. Luego hemos definido el término “aporía”, sus semejanzas y diferencias con la “ambigüedad” y la ironía, y sus juegos recíprocos. Luego hemos analizado las visiones “romántica” y “desencantada” y sus moralidades respectivas para luego ver como estas confrontaciones constituyen el alimento de las aporías de la novela. Finalmente, la necesidad de la apuesta ante el discurrir del tiempo y, por consiguiente, la muerte.

Sin duda el lector ha padecido este ensayo porque el escribiente ha decidido tomar como modelo las heridas de lo real, su desequilibrio. Para finalizar, llamaremos “delicadeza” a la actitud del sujeto que acepta esta agonía de lo real, su agonía, como Alonso Quijano. Los libros habían echado a perder “al más delicado entendimiento que había en toda la Mancha” (5,133) dice el ama . Ante un  “delicado entendimiento” hace falta otro “delicado entendimiento” para lidiar con las problemáticas aporías de sus aventuras. Esta novela nos dice todo el tiempo que las cosas son más complicadas de lo que creemos:

...every sign, even and especially those which appear to make straightforward declarations and those we must most like to embrace, must be read as partial signs  (...), as problematic  rather than programmatic  (Randel 97).

El Quijote es, como toda obra de arte, un enigma que, como dijimos anteriormente, algo dice y algo oculta. Acorde a esta concepción, hemos intentado ser concientes en este ensayo del acto de interpretación más que de una interpretación determinada. Y aún la interpretación elegida es poco interpretativa. La pregunta que quisiera dejar luego de estas vagas imprecisiones del pensamiento es ésta: ¿Qué mirar? ¿Qué es lo que debemos mirar? Ya que no podemos verlo todo. Los neoescolásticos buscaban el significado lógico, los humanistas el significado filológico.  ¿Y nosotros?

Quizás ya he ido demasiado lejos, en parte porque no soy un filósofo, en parte porque no es para nada mi propósito entretenerlo a usted con algún ensayo de lectura veloz. De cualquier manera, ya que he llegado tan lejos, debería decir que he olvidado algunas cosas. Por ejemplo, hablar del lugar de la figura de Dios en las aporías cervantinas. Quedará para otra vez.            

Una recomendación de lectura (obviamente, ahora que ha terminado la misma): recuerda, lector, que Menard tenía el hábito

resignado o irónico de propagar ideas que eran el estricto reverso de las preferidas por él (Borges 449),

recomendación fundamental para encarar un intento aporético de estudio de aporías. 

A lo largo de una angosta y extendida senda se ha extendido este ensayo, quijotesco en algún sentido, que intenta la aporía de un acto pasivo, no agregar “nada” a la obra, como lenguaje profundamente interpretativo.

Basta. No te ayudaré ni fatigaré más. Tú no lo necesitas. Adiós, lector. Mucho me alegraría, modestamente, que dijeras más tarde por ahí, también quijotescamente, en mi elogio: “para lo poco que sabía del asunto, bastante habló, porque no es gracia hablar de lo que se sabe”*.

*Macedonio Fernández le pide lo mismo a su lector en su "Para una teoría de la novela", en Museo de la Novela de la Eterna. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1992.

Bibliografía

Adorno, Theodor W. Teoría Estética, Buenos Aires: Ed. Orbis, 1983.

--------------------------. Negative Dialectics. New York: Seabury Press, 1973.

Auerbach, Eric. “La Dulcinea encantada”. Mimesis. México: FCE, 1987. pp. 314-339.

Barthes, Roland. S/Z. Paris: Ed. du Seuil, 1970.

Bergson, Henri. La Risa. Barcelona: Ed. Orbis, 1986.

Bloom, Harold. The Western Canon. New York: Riverhead Books, 1995.

Borges, Jorge Luis. “Nueva refutación del tiempo”. Obras Completas. vol. 2. Buenos Aires: Emecé, 1989. pp.135-149.

-------------------------. “Pierre Menard, autor del Quijote”. Obras Completas. vol. 1. Buenos Aires: EmecŽ, 1989. pp.  

     444-450.

Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Ed. e int. de Martín de Riquer. Barcelona: RBA Editores, 1994.

Cioran, Emil M. La Caída en el Tiempo. Barcelona: Planeta-Agostini, 1986.

de Maeztu, Ramiro. Don Quijote o el amor. Salamanca: Anaya, 1969.

de Man, Paul. Blindness and Insight. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1975.

Derrida, Jacques. Aporias. Stanford (California): Stanford University Press, 1993.

Durán, Manuel. La ambiguedad en El Quijote. México: Universidad Veracruzana, 1960.

Empson, William. Seven Types of Ambiguity. New York: New Directions, 1947.

Fernández, Macedonio. “Para una teoría de la novela”. Museo de la Novela de la Eterna. Caracas: Biblioteca                                                         

     Ayacucho, 1992.

Foucault, Michel. “Don Quijote”. Las palabras y las cosas. Barcelona: Planeta-Agostini, 1985.

González, Horacio. El Filósofo Cesante. Gracia y desdicha en Macedonio Fernández. Buenos Aires: Atuel, 1995.

González Echevarría, Roberto. “The Life and Adventures of Cipión. Cervantes and the Picaresque”. Celestina’s Brood:

    Continuities of the Baroque in Spanish and Latin American Literature. Durham: Duke University Press, 1993.

Kierkegaard, Soren. Either/or. Princeton: Princeton University Press, 1944.

Lukács, Gyorgy. Theory of the Novel. Cambridge (Massachussetts): MIT Press, 1982.

Morón Arroyo, Ciriaco. Nuevas meditaciones del Quijote. Madrid: Gredos, 1976.

Nietzsche, Friedrich. Más allá del bien y del mal. Buenos Aires: Ed. Orbis, 1983.

Ortega y Gasset, José. Meditaciones del Quijote. Madrid: Alianza Ed., 1981.

Randel, Mary Gaylor. “Cervantes’Portrait of the Artist”. Cervantes 3, núm. 2 (1983).

Riley, E. C. “Literature and Life in Don Quixote”. Cervantes. A collection of Critical Essays. ed. Lowry Nelson, Jr.

     Englewood Cliffs, N.J.: Prentice Hall, 1969.

Schopenhauer, The World as Will and Representation. New York: Dover Publications, 1969.

--------------------, El Mundo como Voluntad y Representación. Madrid: Ed. Orbis, 1985.

Simmel Georg. “La philosophie de la aventure”. Philosophie Relativiste, n.p.: Alcan, 1912., pp. 139-154.

Unamuno, Miguel de. Vida de Don Quijote y Sancho. Madrid: Ed. Cátedra, 1988.

Wardropper, Bruce W.  “Don Quixote: Story or history?”. Modern Philology LXIII, núm. 1 (1965).

sábado, 4 de mayo de 1996

Las aporías del Quijote X: para un "delicado entendimiento" del Caballero de la Triste Figura

Melancolía y muerte

Cuando Don Quijote empieza a  percibir todas sus metamorfosis de fuga como inútiles empieza su melancolía.  Don Quijote ya es lo alcanzado y atrapado. Ya no puede escaparse. Ya no se transforma. Todo lo que se intento es percibido como algo vano. Don Quijote se entrega a su destino y es como una presa. Su voluntad flaquea. Su último intento desesperado de convertirse en pastor ni él mismo lo cree demasiado. También Cervantes está cansado. Yo también. Usted, lector, sin duda. Nuestra melancolía ahora nos llega porque hemos dejado atrás la aporía. Porque el tiempo, ahora, transcurre.

Don Quijote está desconsolado por haber triunfado sobre sus arrebatos y sucumbe al veneno de una melancólica quietud. Don Quijote se deja morir, no sin  previamente encarnizarse, en vano, contra el ídolo que más ha venerado[1].


[1] Esa melancolía requeriría una discusión ética que rebasaría un ensayo ya  rebasado.

 

Las aporías del Quijote IX: para un "delicado entendimiento" del Caballero de la Triste Figura

La apuesta

            Llego la hora. Luego de estos macedonianos ejercicios de increencia llego la hora de creer. Porque hay que tomar una decisión, como Sancho en su gobierno. Una creencia final para apostar entre el romanticismo y el desencanto a la hora del juego. Porque hemos bebido una pócima como la que Don Quijote y Sancho se lanzan el uno al otro: esa bebida era la materialización de la misma aporía o, como diría González respecto de Macedonio: “una filosofía que no se aguanta a sí misma”. Podríamos elegir el silencio como disconformidad para salir de esta situación incómoda. Pero el silencio siempre es sospechoso y

                       The need to lend a voice to suffering is a condition for all truth (Adorno, ND 17-18).

¿Qué sería de nosotros en cuanto críticos si borrásemos el recuerdo del sufrimiento acumulado? Ahora sin duda, ahora ciegamente, estamos frente a la hora de apostar llevando, obviamente, “las de perder”. Y decidimos recordar, de Cervantes y de Don Quijote, sus adversidades, sus prisiones y sus encantamientos. Esta es una opción oscura, fracturada, fruto de una vida dañada. Y vacilamos al elegir porque sabemos que lo hacemos sólo de malcriados que somos, de la futilidad de ese paso, así como Cervantes elige estar, creemos, en última instancia, de parte de Don Quijote y de sus sueños. Porque Don Quijote es el único personaje que escapa al vacío (Durán 163).

Al no haber criterio final de verdad optamos por la vida como criterio de elección (aunque no de verdad, como hace Unamuno) , como en una apuesta de Pascal. Llega un momento en que no es más una cuestión aporética de esto/aquello, momento en que, aunque ambas posibilidades nos conduzcan al vacío, no podemos dejar de elegir si pretendemos existir. Cuando el tiempo ya no está detenido, cuando el instante se ha ido, es la hora del paso más allá del más allá del bien y del mal, destruyendo la aporía, con Sancho gobernante.

Lo que depende de nosotros es únicamente la voluntad, que se muestra en éste, el último escalón, como un esfuerzo ciego, como una impulsión oscura y vaga, desprovista de todo conocimiento (Schopenhauer 143).

Esta voluntad sabe siempre lo que quiere a la hora de optar, pero jamás sabe lo que quiere en general. Es la voluntad libre del sí en relación con el mundo de la novela. Pero El Quijote es también la expresión del fracaso de dicha voluntad, novela escrita por un soldado, poeta y autor de comedias “fracasado”, novela que escribe cansado y desilusionado, preso. Y, sorprendentemente, será ésta la novela de su éxito. La que nace de su fracaso[1].



[1] Juro que a esta altura de mi ensayo no quería volver a las aporías, pero como por fuerza de un encantamiento éstas reaparecen para desafiarme, a esta altura ya como una maldición.

 

Las aporías del Quijote VIII: para un "delicado entendimiento" del Caballero de la Triste Figura

Algunas otras aporías en acción en el Don Quijote

“Es un loco cuerdo y un mentecato gracioso” (II,36), dice Sancho . Y el Caballero del Verde Gabán sostiene que Don quijote es un “cuerdo-loco y un loco que tiraba a cuerdo” (II,17).

“...admirado quedó el canónigo de los concertados disparates, si disparates sufren concierto” (I,50)

“...tiene malicias que le condenan por bellaco, y descuidos que le confirman por bobo; duda de todo, y créelo todo; cuando pienso que se va a despeñar de tonto, sale con unas discreciones que le levantan al cielo”, dice Don Quijote de Sancho. Uno de los caballeros que se cruza con Don Quijote habla de sus “simplicidades agudas”. Si la vida es sueño, en el episodio de la cueva el sueño también es vida.

           

En la aporía que se le presenta a Sancho Gobernador aquellos que pasen un puente tienen que jurar donde van y para qué, y si alguno es sorprendido mintiendo deberá ser colgado. Pero un hombre juramenta que va a ser colgado, entonces Sancho se encuentra con un dilema irresoluble, dilema que le fue llevado  expresamente para su solución[1]:

                       

-Digo yo, pues, agora -replicó Sancho- que deste hombre aquella parte que juró verdad la dejen pasar, y la que dijo mentira la ahorquen (...)

-Pues señor gobernador (...) será necesario que tal hombre se divida en partes, en mentirosa y verdadera; y si se divide, por fuerza ha de morir, y así no se consigue cosa alguna de lo que la ley pide (...)

-Venid acá, señor bueno hombre -respondió Sancho-; este pasajero que decís, o yo soy un porro, o él tiene la misma razón para morir que para vivir y pasar la puente; porque si la verdad le salva, la mentira le condena igualmente; y siendo esto así, como lo es, soy de parecer que digáis a esos señores que a mí os enviaron que, pues están en un fil las razones de condenarle o absolverle, que le dejen pasar libremente, pues siempre es alabado más el hacer bien que mal...(51, 1003).

           

Sancho comienza por intentar dividir lo indivisible y luego, certificado de la imposibilidad, se da cuenta de que este personaje aporético tiene la misma razón para vivir que para morir, es decir, ha superado esa frontera, ha comprendido su condición por lo que la aporía lo salva. Quiero decir, este personaje ha reconocido su falta de relevancia, de importancia en el juego aporético, su nadería y, al mismo tiempo, su lógica imposible. Sancho tiene que tomar una decisión y opta por el bien, es decir, rompe la aporía, el hechizo. Alabamos su decisión y, como dijimos, luego veremos que nos mueve a esta elección.

           

Cervantes pone los sueños ya gastados de su juventud idealista en el cuerpo de un viejo impotente que toma sus desgracias por dichas y cuyas aventuras no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza o una oreja menos (10,172).

Eso es una aporía, una encrucijada, un juego impasable entre el mal y el bien:

           

Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca (18,247).

               

Pero en la aporía se logra exactamente lo opuesto de lo que se busca, porque las cosas son su opuesto:

            -No sé como pueda ser eso de enderezar tuertos -dijo el bachiller-, pues a mí de derecho                                       me habéis vuelto tuerto, dejándome una pierna quebrada, la cual no se verá derecha en                                            todos los días de su vida; y el agravio que en mí habéis deshecho ha sido dejarme                                  agraviado de manera que me quedaré agraviado para siempre; y harta desventura ha sido                                        topar con vos, que vais buscando aventuras (19,254).

 

No hay camino cierto en las aporías, no se puede caminar sino a través de una guía animal, es decir, azarosa, una voluntad anterior a la voluntad misma, una voluntad ciega (que es también la voluntad de escritura):

           

...y sin tomar determinado camino, por ser muy de caballeros andantes el no tomar ninguno cierto, se pusieron a caminar por donde la voluntad de Rocinante quiso, que se llevaba tras de sí la de su amo, y aún la del asno, que siempre le seguía por dondequiera                 que guiaba, en buen amor y companía. Con todo esto, volvieron al camino real y siguieron por él a la ventura, sin otro designio alguno (21, 276).

           

Y la verdad aporética está en todos los caminos y en ninguno pues, siempre se refugia en la puerta que no se abre. Apenas abrimos ésta, la verdad busca otra puerta detrás de la cual refugiarse. La verdad es, sin duda, veloz y escurridiza:

                                               

-Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas, especialmente aquel que dice: “Donde una puerta se cierra, otra se abre” (21: 272).

Las causas justas que defiende Don Quijote son causas injustas y viceversa. Y es que Don Quijote, como le dice el comisario, anda “buscando tres pies al gato”  (22,292). Ese tercer pie del gato, que el gato no tiene ni tendrá (caso en el cual  dejaría de ser gato), es el pie aporético por excelencia, pie que sólo pueden ver los que tienen la Fosca Vista, es decir, que siempre ven las cosas al revés, del otro lado, navegando

                por mar no usado y peligrosa vía,

                adonde norte o puerto no se ofrece![2] (34, 435).

También Leandra

                nos tiene a todos suspensos y encantados, esperando sin esperanza y temiendo sin                                                        saber que tememos (51, 597).

           

Por ello es que Sancho piensa que sería mucho mejor volver a su casa con lo que Dios le dió “y no andarme tras vuestra merced por caminos sin camino y por sendas y carreras que no las tienen” (28,838).

                                ...voto a tal que no nos movemos ni andamos al paso de una hormiga (29,844).

Y esa imposibilidad aporética de moverse vuelve a repetirse de manera explícita:

                       

...que osaré jurar que en todos los días de mi vida he subido en cabalgadura de paso más

llano: no parece sino que no nos movemos de un lugar (41, 926).

           

No quisieron preguntarle más de su viaje, porque les pareció que llevaba Sancho hilo de pasearse por todos los cielos, y dar nuevas de cuanto allí pasaba sin haberse movido del jardín (41, 931).

 

Los personajes aporéticos huyen, y porque huyen son atrapados, como Edipo:

                -¿Por qué huías, hombre? -preguntó Sancho.

                A lo que el mozo respondió:

                -Señor, por escusar de responder a las muchas preguntas que las justicias hacen (49, 985).

Don Quijote dice que nació para vivir muriendo (59, 1058); dice que espera la luz después de las tinieblas (68,1125); la cueva de Montesinos tiene verdades y  sueños (62, 1090). Y te daremos un poco de descanso de tantos ejemplos aporéticos, lector, pues “nadie se puede obligar a lo imposible” (70, 1139).

Las aporías del Quijote son “golpes que dan en el vacío”, como sostiene Auerbach, pero no hay que cambiar el argumento como este autor, de manera un tanto insolente, pretende. Lo que Auerbach no entendió es que precisamente de eso se trata la novela: de golpes que dan en el vacío, en un abismo, generando una suspensión del juicio en el instante como vía rota entre lo absoluto y lo relativo, cuya claridad ante nuestros ojos parte de la suspensión misma del mismo acto de comprensión[3].

 

Como sostiene de Man:

                       

The center always remains hidden and out of reach; we are separated from it by the very                 substance of time (de Man 76-77).

               

Los eventos del Don Quijote son prácticamente atemporales y atemporalizadores, por eso don Fernando dice con respecto a la historia del cautivo:

           

Todo es peregrino y raro, y lleno de accidentes que maravillan y suspenden a quien los oye (42, 519).

Solo florecemos en medio de estas maravillas, aunque sean simulacros, y nos marchitamos si el tiempo prosigue, si desenmascaramos el mundo y despertamos de nuestros sueños. Nuestros poderes son poderes de ensoñación, sin los cuales no podemos crear. La realidad es una ilusión en marcha y en un mundo desencantado el Quijote es la imagen de un embrujo que ya no se soporta. Pero si la crítica se sigue prestando ciegamente al encantamiento, entonces se  pone en contra de su propia exigencia de verdad y se deshace a sí misma. En un mundo desencantado, todo arte parece romántico aunque no lo sea. El Quijote es un libro sobre embrujos,  sobre los embrujos, sobre los encantamientos en un mundo desencantado. Sobre la locura y tonteras del encantamiento y, a pesar de esto, como ya dijimos, encanta. 

Los estoicos y los epicúreos se pasaban el tiempo estableciendo comparaciones imposibles entre cualidades absolutamente inconmensurables, arrojándose los unos a los otros las sentencias paradójicas y contradictorias que deducían. La experiencia aporética es la angustiosa experiencia de esta imposible certidumbre. Solo ensayándola podríamos, potencialmente, ser capaces de conquistar lo imposible, entrando, como andantes caballeros, en los más intrincados laberintos.

Reflexionando sobre todos estos hechos es como llegamos a la imposible cosa en sí que precisa salir de sí para aspirar ox’geno (Adorno TE 89), el momento en que el sujeto se desprende de la vigilancia para alimentar los torbellinos, los molinos de viento, con el soplo de su alma:

                       

¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos                de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza? (8, 156). 

Torbellinos, molinos de viento que nos marean. Los mareos son las imposibilidades de que haya una “vida fantástica” y una “vida real” enteramente concientes. No se sabe donde se está, hay siempre un estar mareados, y ese modo lo produce el contacto espectral del lector y la novela (González 76).

Y también lo produce toda aporía. Veamos la reflexión de Macedonio Fernández al respecto de los mareos y de El Quijote:

Leed nuevamente el pasaje en que el Quijote se lamenta de que Avellaneda publique una inexacta historia de él; pensad esto: un “personaje” con “historia”. Sentiráis un mareo; creeréis que Don Quijote vive al ver a este “personaje” quejarse de que se hable de él, de su vida. Aún un mareo más profundo: hecho vuestro espíritu por mil páginas de lectura a creer lo fantástico, tendréis el escalofrío de si no seréis vosotros, que os creéis al contrario vivientes, un “personaje” sin realidad (404).

La sabiduría de la novela es así la sabiduría de la incertidumbre de los tres pies del gato. Caminar esta senda es 

anular el tiempo sucesivo, es atravesar un mágico cristal que descarta la historia para que las almas queden libres para transitar por otras biografías espiritualizadas (González 122).

 

Andar estos caminos es atravesar pistas falsas[4], encrucijadas, inquietudes.

 



[1] Nos ocuparemos más adelante de la “solución” que Sancho le da. Que es una posibilidad para salir de la aporía cuando, evidentemente, hay que tomar decisiones.

[2] Parte final de un soneto recitado por Lotario en la novela.

[3] de Man atribuye esta cualidad a la escritura crítica de Blanchot, por ejemplo.

[4] Manuel Duran sostiene, por ejemplo, que Cervantes empieza por imitar al crítico lanzándole una pista falsa, al anunciarle que su propósito fue precisamente combatir a los libros de caballería y no otra cosa (Duran 10). Y esto, dado el énfasis sospechoso que se pone al respecto y  que contamos con un autor que cultiva la ironía, parecería probable.

 

Las aporías de El Quijote I de XI: para un “delicado entendimiento” del Caballero de la Triste Figura

Introducción

En nuestros días, en que hemos llegado a ese punto en que lo paradójico y lo falso parecen idénticos, ¿qué hombre ilustrado se avendría a encontrar en cada página opiniones que contradicen directamente todo aquello que él ha admitido de una vez y para siempre como verdadero y definitivamente resuelto? Es conveniente que comencemos por precavernos, puesto que vamos a penetrar en los dominios en que éste impera. Y si  nuestro ensayo tiene algún mérito, consistirᇠel mismo en no lograr nada con esa inútil penetración, en no lograr ninguna conclusión. Porque estamos entrando al reino de lo que Kierkegaard llamaba el “esto o aquello”. Esto será un “esto/aquello”. Permíteme entonces, lector, hablarte como si no estuvieses leyendo, en parte porque no puedo reclamar ningún derecho a escribirte así, y en parte porque estamos hablando de los “actos de habla”: y no sé qué provocará esta acción, desconozco mis próximos pasos ya escritos en estas líneas, que no son estas líneas, sino las líneas que vendrán.  Entonces, lector, ¿por qué no tomas mejor el periódico, por qué no miras a aquella niña que pasa tan llena de gracia, por qué no recuerdas que había piedad en tu alma e inocencia en tu pensar? Olvida estas líneas antes de que sea demasiado tarde. Déjalas. Tienes algo mejor que hacer. Tienes cómo ayudarme. Parte, como Montaigne, al azar, sin rumbo fijo. Si tú no lo hicieras, yo me iré de mi camino, descuidado. Hay obras en Plutarco donde éste olvida la razón por la que escribe, qué escribe...y sólo la fortuna, la guía de su Rocinante, nos marca su paso. 

Te he advertido. Ya es demasiado tarde. Has entrado en la cruzada de rescate del sepulcro de El Quijote del poder de los moralistas de todo tipo, románticos y resentidos, idealistas y desencantados, que lo tienen secuestrado. Yo no quería que entraras aquí. Porque no hay itinerario ni programa. Porque no hay camino posible. Porque sólo hallarás (te digo mientras callo) aporías... Ya has perdido tu oportunidad. Ya no podrás evitarlo. Y yo no perderé ahora mi oportunidad. Mi elección.

A estas meditaciones les seguirán otras que renuncian -como éstas renuncian al seguir las de Ortega y Gasset- a invadir los secretos últimos del Quijote. La verdad histórica, para Menard, no es lo que sucedió: es lo que juzgamos que sucedió. Sólo quisiera, entonces, darte este escrito mondo y desnudo, ajeno de invención, menguado de estilo, que trae a la mano un Quijote: ¿Cuál es el Quijote que aquí llega? ¿Será mi lectura la de su público primigenio, la de los vecinos de Don Quijote? ¿Es que podría serlo? ¿Es que debería serlo?           

Me anticipo a las críticas a mis posibles desvaríos, propias de estudiantes inteligentes al enfrentarse a este libro[1]. Es que así como a Don Quijote se le secó el cerebro de tanto leer libros de caballerías, a mí se me puede haber secado de tanto leer críticas que sostienen que tal libro “sólo puede ser entendido....” de una manera, cerrando la puerta a cualquier interpretación que no sea la de dicha crítica. Por eso también debe leerse este trabajo como una crítica a las críticas totalizadoras, tan ampulosas y seguras de sí mismas, como lo suele también ser la crítica de la crítica, por la misma razón. ¿Intenta ser ésta una crítica de la crítica de la crítica? (No, no se maree aún, lector, que esto recién comienza).

¿Existe aún la obra que escribió Cervantes? ¿Hay un texto original, una lectura  ideal? ¿Es ésta la lectura de su tiempo?  Si las obras se reconstruyen en la lectura, el Don Quijote y sus personajes ya no pertenecen más a Cervantes y su tiempo. Y saber quéŽ representó en el momento de su primer edición es interesante, importante, pero no por ello revelador de la obra que leemos hoy, muy distinta[2].  ¿Qué es, entonces, el Don Quijote?[3] Si el autor ha muerto, si hemos bebido de las teorías de la recepción para pensar qué es un texto, podemos insistir en que el valor literario del libro es medible acorde con lo que fuera llamado “distancia estética”, es decir, el grado en el cual una obra se escapa del “horizonte de expectativas” de sus primeros lectores. Y en lo mismo insisten las tradiciones hermenéuticas cuando sostienen que un texto puede tener significados totalmente diferentes para diferentes lectores en diferentes tiempos, y que el texto es esa diferencia en danza. De esta manera, un lector crea el significado de un texto.[4]

Nada tienen de nuevo estas otras comprobaciones nihilistas: lo singular es la decisión que de ellas derivó Pierre Menard. Resolvió adelantarse a la vanidad que aguarda todas las fatigas del hombre; acometió una empresa complejísima y de antemano fútil. Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas. Esa técnica de aplicación infinita nos insta a recorrer la Odisea como si fuera posterior a la Eneida y el libro Le Jardin du Centaure de Madame Henri Bachelier como si fuera de Madame Henri Bachelier. Esa técnica puebla de aventura los libros más calmosos. Atribuir a Luis Ferdinand Céline o a James Joyce la imitación de Cristo ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales? (Borges 450).

Recorrer, entonces, el libro de Cervantes como si fuera de Cervantes. Pero...¿cómo medirnos con fantasmas?

 



[1] 1 Wardropper sostiene que cualquiera que haya dirigido un seminario sobre el Don Quijote sabe que los estudiantes inteligentes se eloquecen un poquito cuando discuten este libro (Wardropper 6).

[2] J.L.Borges en “Pierre Menard, autor del Quijote”, insisto, muestra claramente este proceso.

[3] Sostiene H.Bloom que  “...there are always Cervantine critics who persist in labeling the Don a fool and a madman, and who tell us that Cervantes is satirizing his hero’s ‘undisciplined egocentricity’. If that were true, there would be no book, for who wants to read about Alonso Quijano the good?”(Bloom 127).

[4] Roland Barthes desarrolló una distinción entre dos tipos básicos de textos: el “lisible” y el “scriptible” (Barthes, 1970) que nos son muy útiles para esta discusión. Un texto “scriptible” demanda al lector, tiende a centrar la atención en cómo está escrito, en su mecánica, en el particular uso del lenguaje; tiende a ser autoconciente; reclama atención como una obra de arte y convierte al lector en productor. Ahora bien, somos igualmente productores de un texto aún cuando un crítico pueda leer cualquier texto como “lisible” o “scriptible”, porque la lectura no es inherente al texto.

Las aporías del Quijote VII: hacia un "delicado entendimiento" del Caballero de la Triste Figura

Polaridades: confrontaciones y diálogos

La mirada romántica y desencantada también puede leerse como la dualidad magia/política, amor/humor, erótico/irónico, vida/arte, desear/mirar. Sólo una  metaironía aporética permitirá poner en comunicación estos opuestos sin sintetizarlos, sin disolver la oposición que creemos insoluble, como toda aporía. La solución es una broma, como en Joyce y, según especula Ortega y Gasset, también como en Cervantes. O una ironía mayúscula, como en Borges[1],  quien defendía estéticamente (pero la estética es filosofía) la confusión de los opuestos en el cielo.

En el corazón del Don Quijote se halla, creemos con Riley, esta confrontación de mundos, de estas dos ficciones, romántica y realista, la última llamándonos a la risa y la primera a lo trágico. Nosotros queremos leerlo de todas las maneras posibles, especialmente de la manera menos leída en cada momento. Es más: en realidad queremos leerlo de una manera imposible y como el tratado sobre una imposibilidad, cómica y trágica a la vez.[2]

¿No representan las “ideas fijas” del caballero las “ideas fijas” de nuestras lecturas? ¿Su “automatismo” nuestro “automatismo”? ¿Son estas condiciones del observado o del observador? El “automatismo” de Don Quijote es tan risible como el de las lecturas “automáticas” del mismo, románticas o desencantadas.

¿Cómo leer “automáticamente” cuando lidiamos con fantasmas, cuando (sobre todo en la segunda parte del libro) ficción y realidad se confunden, al punto que los personajes han leído el libro del que forman parte? En un bello párrafo Unamuno incluso invierte, románticamente, llevando a su extremo, la ecuación:

...tenemos a un escritor por persona real y verdadera e histórica, por verle de carne y hueso, y a los sujetos que finge en sus ficciones no más sino por de pura fantasía, y sucede al revés y es que estos sujetos son muy de veras y de toda realidad y se sirven de aquel otro que nos parece de carne y hueso para tomar ellos ser y figura ante los hombres. Y cuando despertemos todos del sueño de la vida, se han de ver ha este respecto cosas muy peregrinas y se espantarán los sabios al ver que es la verdad y que la mentira y cuán errados andábamos al pensar que esa quisicosa que llamamos lógica, tenga valor alguno fuera de este miserable mundo en que nos tienen presos el tiempo y el espacio, tiranos del espíritu (de Unamuno, 526).   

Preso del tiempo y del espacio también el Don Quijote es sofocado bajo la masa de las proposiciones y distinciones proferidas como oráculos o sentencias por canonistas y anticanonistas que se creen la salvaguarda del honor, por una parte, y los censores, por otra, de la humanidad.

También ésta es la confrontación entre lo abstracto y lo intuitivo. Si con lo segundo podemos desfigurar la realidad, con lo primero podemos también errar y, con este error, ahogar los impulsos más nobles.

Nuestro mínimo intento es aquí pensar en la verdad más bien como la posibilidad de un conjunto compartido de interrogantes[3]. Porque, lector, no estoy escribiéndote para decirte nada, ni sacrificaré mi vida por resolver estos interrogantes. Ya me he sacrificado por cosas tal vez más insignificantes. Estoy escribiéndote, es verdad, pero con la menor teleología posible. Porque este ensayo no importará, aún escribiendo estas mismas cosas que estoy escribiendo ahora. A menos que coincidamos con Nietszche cuando nos insta a ver el arte con la óptica de la vida.  En ese sentido, sostenemos con Riley que

the interaction of literature and life is a fundamental theme of Don Quijote (Riley 12)


Los intentos de vivir la literatura de parte de Don Quijote, de vivir poéticamente, de hacer arte de la vida, vuelven indeterminables los límites entre lo imaginario y lo real, interfiriendo la vida y la literatura continuamente la una con la otra al ser, los libros, parte de la vida real.

 

Entonces este ensayo sólo tendría sentido si tratase, como la novela de Cervantes, entre otras cosas, de la escritura en la vida. Por lo menos para poder hablar del libro de Cervantes del que, a veces infructuosamente y conociendo esta situación, intentamos no hablar. Pero estamos hablando cuando decimos esto. Y estamos hablando de lo que tenemos que hablar: de las aporías. Y de como hablamos de ello en relación con nuestras escrituras/vidas.[4]

De todas estas polaridades que estamos tratando, una polaridad epistemológica esencial es la de sujeto/objeto. Tanto en las lecturas románticas como en las desencantadas, el sujeto se deglute al objeto, olvidando cuánto el sujeto es en sí mismo un objeto. Adorno sitúa como contraste a estas dos miradas lo que llama “la  preponderancia del objeto” irreductible, si bien no enteramente desmediatizado por ella, a una subjetividad activa (Adorno, ND 183). Aunque sólo sea potencialmente entonces, como una aporía, la objetividad puede ser concebida sin un sujeto y no al revés.  Y no es verdad que podamos balancearlos, aunque la banalidad de la síntesis y el “punto medio” (con su caparazón “democrática”) pretenda hermanarnos a todos. Después de todo,

           el ciudadano medio desea un arte voluptuoso y una vida ascética, y sería mejor lo contrario (Adorno, TE 25)

Toda belleza esconde un terror, como terrible es el canto de los pájaros que el “ciudadano medio” admira cuando no derriba con una hondera. El ambiente en que se escribió El Quijote era precisamente un ambiente de desengaño, del desengaño oculto detrás de toda gloria, del pájaro derribado cuyo canto  era una desesperación.

De allí, también, la posible locura de Don Quijote, anclado en las apariencias para fecundar en la imposibilidad, en medio de todas esas oposiciones ficticias por las que enloquecen los hombres inquietos. Nietzsche sostenía que la conciencia creciente era un peligro y una enfermedad y el hombre loco en Occidente ha sido visto en general como un salvaje y una bestia, como un niño y un tonto, como un soñador y como un profeta apresado por fuerzas demónicas, asociado con la visión y la vitalidad (romanticismo) pero también con la ceguera, la enfermedad y la muerte  (desencanto)[5].

Es decir, la construcción de sentidos precisa de momentos de unidad y de momentos de diversidad, de repetición y variación. Reconocer que es lo idéntico en los fenómenos diversos y lo que es distinto en los semejantes es, Platón dixit , una condición indispensable para filosofar[6].  ¿Cómo lidiar, sino, con aporías? Si el caballero y su escudero son sólo uno, si el terror y la belleza son uno solo[7] en El Quijote, estamos frente a una galería de espejos reversibles.

El Don Quijote es una paradoja del saber, un desacomodamiento de quien tal vez posea conciencia del juego que está jugando. Cervantes, Don Quijote y Sancho  se toman el juego en serio, como los niños, es decir, libremente. Después de todo, para Cervantes, “el orden de la realidad residía en el juego” (Auerbach 339)[8]. Por eso es pensable que Don Quijote esté “jugando” a ser caballero, que tenga conciencia de su situación, voluntaria, lo cual marginaría la hipótesis de la locura:

-Yo sé quien soy -respondió Don Quijote-, y sé que puedo ser no sólo los que he dicho, sino todos los doce Pares de Francia...(5, 132-133).

...y yo sé si vienen a mí o no, estos señores leones (17, 745).

Para Foucault ese juego es un juego delirante, sin reglas, llevado adelante por el hombre de las “semejanzas salvajes”. Todo es teatral en la segunda parte de El Quijote que se convierte en un escenario mismo.

En fin, estamos frente a una discordancia entre los impulsos artísticos y la historia, que tal vez siempre discordaron, y esta desarmonía hay que soportarla como se soportan las aporías, o por lo menos no adaptar simplemente los unos a la otra. No un nihilismo, sino una desorientación: se confunden el lado de acá con el lado de allá. Y nos extraviamos en nuestro conocer de puros apasionados del conocimiento:            

Non deve fermarsi l’uomo in una sola cosa perché allora divien matto: bisogna aver mille                                               cose, una confusione nella testa[9].

La misma inadecuación del mundo es una precondición para la existencia del arte (Lukács 38) y la novela es una expresión especial de esa falta de adecuación, de hogar, del personaje extrañado y extraviado en el mundo (Lukács 66).  Don Quijote no tiene hogar puesto que su casa es el hogar de Alonso Quijano.

Para cerrar este capítulo, y volviendo a la posibilidad de la actuación, es interesante comprobar que tampoco “actuación” y “locura” son incompatibles. Schopenhauer sostiene que la locura ocurre con mayor frecuencia entre actores. El mismo Unamuno sostiene que            

El loco suele ser un comediante profundo, que toma en serio la comedia, pero que no se  engaña, y mientras hace en serio el papel de Dios o de rey o de bestia, sabe bien que ni es Dios, ni rey, ni bestia (de Unamuno 352).


[1] Y antes en Schopenauer quien creía que todas las cosas de este mundo son la objetivación de una misma voluntad y, por consiguiente, idénticas en su esencia íntima; por lo tanto, análogas al fin ya que su polaridad pertenece al mundo como representación, a la armazón del mundo.

[2] Habrá notado el lector como el narrador pasa del “yo” al “nosotros”, del singular al plural con cierta irresponsabilidad. Ello se debe, creemos/creo, a otra aporía en juego que deberá, tal vez, el lector descifrar.

[3] Horacio González intuye, en su reciente libro El Filósofo Cesante: Gracia y Desdicha en Macedonio Fernández (Buenos Aires: Atuel, 1995), esta posibilidad, derivándola de la afirmación de Emerson en The American Scholar sobre la existencia de una sabiduría “en el fondo de las cosas” que podríamos evocar adecuadamente, es decir, tal vez volviendo a coincidir en las cosas con el lenguaje, sólo retomando (diríamos nosotros) esa aporía con su inevitable modo de interrogación.

[4] Quien duda de lo que escribe acaba por creer que escribe lo que no escribe ni escribió jamás, dudando.

[5] Ver al respecto Luis Sass. Madness and Modernism.New York: Basic Books, 1992.

[6] Se tecleó esta palabra, ahora el lector lo ha descubierto todo: la altanería, la ambición desmedida del escribiente.

[7] También podría decirse lo grotesco y lo renacentista.

 

[8] Es necesario recordar también aquí que el mismo Cervantes gustaba de los juegos de azar , y la importancia que estos adquirieron en una España en decadencia como uno de los pocos medios de alcanzar fortuna.

 

[9] Frase que Goethe cuenta, en sus Viajes Italianos, que un capitán le dijo al verlo pensativo (cit. en Ortega y Gasset 107).