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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

sábado, 4 de mayo de 1996

Las aporías de El Quijote II: para un “delicado entendimiento” del Caballero de la Triste Figura II

Aporías

Como dice Heidegger, el ser-ahí es un proyecto arrojado, arrojado una y otra vez. El ser no es; el ser, más bien, acontece. El acaecer es aquello que deja subsistir los rasgos metafísicos del ser al tiempo que los pervierte, explicitando su mortalidad constitutiva. El pensamiento de la verdad no es un pensamiento que “fundamenta” sino aquel que, al poner de manifiesto la mortalidad como constitutiva al ser, lleva a cabo una des-fundamentación o hundimiento. El punto de apoyo se convierte así en algo casi equiparable a la nada, una nada que es, sin embargo, una explosión de vida, una imposibilidad que, para Simone Weil, era la única puerta que llevaba a Dios, lugar imaginario e impensable. Así, el ser se aleja siempre e indefinidamente de su lugar, en un andar errante, como la tragedia de un vigor que flaquea. La sumisión romántica irresponsable acaba reforzando el peso de la necesidad, lo que Weber llamara ética irresponsable de la convicción. ¿Se deja morir, entonces, Alonso el Bueno, como solución responsable en un mundo dominado por la necesidad? Este juego aporético está diseñado de tal manera que nos hiere, su vértigo nos marea y, cansados, nos detenemos en alguna de las máscaras que nos dan sosiego, en algún discurso tranquilizador.

Si poseemos como único saber las certezas de lo incierto, nos refugiamos en este término: aporía, camino impasable, intransitable, imposible. El término es muy usado en el deconstruccionismo para indicar el irresoluble conflicto entre la retórica y el pensamiento. La aporía nos habla del vacío que hay entre lo que un texto pretende decir y lo que puede decir. Derrida , por ejemplo, discípulo de Saussure, ve al texto como una secuencia infinita de significantes sin un significado último. Pero, si algo intentaremos eliminar aquí, no será El Quijote, sino el intento de dominación de las interpretaciones romántica o desencantada con respecto al mismo. Derrida sostiene que un texto puede ser leído como algo muy diferente a lo que parece decir, muy diferente a lo que la crítica puede ver con su típico “...it can only be understood...”. Así, un texto puede traicionarse a sí mismo. No hay significado a elucidar sino como práctica del fracaso, ya que las retóricas de los textos literarios y de la crítica literaria son altamente inestables. Y entre los elementos autocontradictorios de un texto está todo lo que no está en el texto, lo que no se dice, la aporía: la ceguera como precio de toda mirada.[1]

No haré toda la historia del pensamiento aporético, desde Pirrón y Lao-Tsé  y Aristóteles hasta nuestros días, porque ese no es el objeto de este ensayo. Tampoco recurriré al ya remanido ejemplo de la carrera perpetua entre Aquiles y la tortuga inventada por Zenón de Elea y que Borges utiliza para ejemplificar su aporética “Nueva refutación del tiempo”,  otro de los intentos, desde Parménides en adelante, para negar, aunque sea estéticamente, que algo pueda suceder en el universo, aún ese ensayo.

Como se ve, lector, hablar de cosas muy antiguas, de tesis recurrentes. De como sólo podemos perder lo que nunca hemos tenido. De como usted, lector, ya ha leído lo que aún yo no he escrito[2]. Así que deténgase. No pase aún a la frase siguiente que todavía no sé qué decirle. Aunque, hágalo o no, lo lamentará de cualquier manera. Es esto o aquello de nuevo[3]. Es verdad. ¿No lo es? Hay algo muy infantilmente serio en todo esto, propio de quien lanza su esto/aquello aún sin la frialdad resignada de una arrogante determinación.

Y aquí no hay mediaciones posibles, porque sino no habría elecciones, y si no hay elecciones no hay esto/aquello. Esta es la dificultad. La imposibilidad. En la lengua árabe, los verbos “andar” y “descansar” tienen una raíz comœn en rih  (viento) y ruh  (alma). Y en chino hay un sino-antónimo, es decir, una palabra aporética, chih , que significa tanto “ir” como “detenerse”. En  esta imposibilidad nace la  ironía de los personajes que “se agitaban, en busca de mas vida, y se encuentran de pronto con la muerte” (Duran 71)[4].

Don Quijote, creemos, ve gigantes y molinos, ambas cosas son porque ninguna de ellas lo es. El realismo como crítica de la realidad, Don Quijote y Sancho alimentándose el uno del otro, transfigurándose en sus negaciones. 

Don Alonso Quijano, el bueno, era probablemente un hombre muy solo, absolutamente solo, tanto que aporéticamente no podía estar ni aún consigo mismo. De allí, podemos especular, la invención de Don Qujijote, el frenesí del mismo que, de hecho, lo socava.

           

Estamos aquí para hacer evidente que nada referente al Quijote es evidente, que sólo son verdaderos aquellos pensamientos que no consiguen entenderse a sí mismos; que pensar, como diría Nietzsche, es pensar contra uno mismo; que al crecer la intensidad de la reflexión será el contenido mismo de la obra el que se oscurezca y que, como en la música, los relámpagos de belleza desaparecerán en cuanto intentemos determinarla, cosificarla. El objeto de la estética sólo puede determinarse como lo indeterminable.

En este sentido, las adivinanzas repiten aporéticamente lo que en serio hacen las obras de arte: lo que ocultan se manifiesta y al manifestarse se ocultan.  La experiencia de la aporía es la de una pasión interminable, una resistencia infinita, unos restos imborrables, de aquello que no puede salir, que est‡ atrapado, que necesita lo imposible. La falta de camino, el impasse,  deriva del hecho de que estamos ante una experiencia ilimitada. No hay más bordes que cruzar ni oposiciones sino límites porosos. No hay más casa y calle. Cuando alguien sugiere una solución para escapar de una aporía puede usted, lector, estar casi seguro de que se ha decidido dejar de preguntar, de comprender, porque este alguien ya ha asumido que ha entendido[5] .

 

Y en este sentido de carencia de l’mites es que Derrida habla del absolute arrivant  :

                         

He surprises the host (...)enough to call into question (...) all the distinctive signs of a prior identity, beginning with the very border that delineated a legitimate home and assured lineage, names and languae, nations, families and genealogies (...). Since the arrivant does not have any identity yet, its place of arrival is also de-identified: one does not yet know or one no longer knows which is the country (...) and the home in general that welcomes the absolute arrivant (Derrida 34).

               

¿No es éste el caso de Don Quijote saliendo de su vida varias veces, adquiriendo nueva identidad, aquel que se extravía mientras camina como forma de la muerte? ¿No sorprende Don Quijote a los que se cruzan en su camino, no los pone en cuestión, no cuestiona todos los signos, los de su propia identidad y las ajenas, los de su linaje, su nombre, su desconocida genealogía? ¿Qué casa acoge al absolute arrivant ?

Paul de Man definió también a la aporía como un lugar: el del momento de la indecidibilidad (de Man 13). Momentos que aparecen, segœn Lukács, en tiempos sin Dios que nos instan, y tal vez instaron a Cervantes, a una actitud de docta ignorantia  hacia el significado,

                       

a portrayal of the kindly and malicious workings of the demons, a refusal to comprehend more than the mere fact of these workings; and in it there is the deep certainty, expressible only by form-giving, that through not-desiring-to-know and not-being-able-to-know he has truly encountered, glimpsed and grasped the ultimate, true substance, the present, non-existent God (Lukacs 90).

 

Y agrega más adelante:

                       

And Cervantes, the faithful Christian and naively loyal patriot, creatively exposed the deepest essence of this demonic problematic: the purest heroism is bound to become grotesque, the strongest faith is bound to become madness, when the ways leading to the trascendental home have become impassable[6].

 

La misma obra parte de un postulado imposible: acabar con algo que ya  estaba acabado en su tiempo: las novelas de caballería. Otis Green había intuido este juego aporético al afirmar que

The ideology of Cervantes is not rigorous, except for his firmly held belief in an ultimate overarching harmony wherein the positives and the negatives agree (qtd. in Echevarría 65).

Veamos ahora por qué hablar de aporías es algo diferente que hablar de ambigüedades, inseguridades y ambivalencias.


[1] Ver Paul de Man, Blindness and Insight. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1975: compleja teoría al respecto.

[2] Aquí claramente el autor recuerda la famosa aporía que, intentando desacelerar a su lector,  Macedonio Fernández popularizó entre sus escasos lectores en América Latina.

[3] Si esto sigue así, si esto va en serio, no hay nada que pueda hacerse con el autor, sólo tal vez aceptarlo como es y deplorar el hecho de que la locura que deviene a  los estudiantes de El Quijote ya haya empezado a secar su cerebro

[4] “Das Leben lebt nicht”, cita  Adorno (maestro de la aporía) en Minima Moralia. London: New Left Books, 1974.  Es que la vida está hecha de muerte y la muerte de vida. Edgar Morin estudió muy bien este proceso e Illia Prigogine explicó como era posible compatibilizar, entonces, a  Darwin con la termodinámica, es decir, la evolución (vida) con la entropía (muerte). Prigogine desarrollara su idea de antientropía, o bolsones de vida  que viven rapiñandole a la muerte. Para entender mejor esto ver I. Prigogine e I. Stengers: La nouvelle aliance. Paris: Gallimard, 1979: o sobre las aporías en el universo.

[5] En ese sentido, vale la pena consultar la obra de Gregory Bateson, Steps to an ecology of mind. New York: Ballantine Books, 1972; en donde, justamente, define a una hipótesis científica como lo que consiste en dejar de preguntar.

 

[6] Las negritas son mías (léase bien).

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