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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

domingo, 22 de septiembre de 1996

Fútbol y Multitudes IX

La música y el canto

La voz de la multitud: grito al ver la cabeza decapitada. Cuando aparecen los jugadores un torrente de voces rueda por las gradas. la consternación que oprime a un jugador que acaba de errar un gol alcanza al a multitud que lanza un inmenso clamor de decepción. Ese ¡UUUUUUhhhhh!, sordo ruido, clamor, rugido, bramido ululante.

Un concierto de bocinas de automóviles, pitos, sirenas y matracas nos invade al ganar un campeonateo. Los árbitros son silbados por la multitud. El estadio es un griterío, con la elocuencia de las voces enronquecidas por un exceso.

Los biógrafos de Beethoven narran su impresión profunda cuando se volvió a contemplar las ovaciones que su sordera le impedía oír. La rapidez de pensar  y reaccionar de los jugadores les da a éstas también su ritmo. Los cantos populares de las tribunas tienen las marcas de la transmisión boca a boca, de la perservación sólo mediante la memoria y la tradición de cánticos que se inventan a partir de melodías provenientes de los medios.

Los chimpancés, en sus "carnavales", ya habían predescubierto el ritmo y la danza. La multitud suscita reacciones siempre idénticas: es el clamoreo que sigue al gol, los himnos entonados a coro, las voces de aliento. La mayoría de los descansos en los partidos internacionales son ilustrados por músicas con ritmos militares. En el oasis se detiene la caravana que descansa y a la que invade la fantasía de la música y el canto. La clausura de la ceremonia deportiva es en sí la apoteosis del jubileo militar: la entrega de condecoraciones.

El deporte cumple con la reducción de un público a la ondición de "máquinas aulladoras en sentido único" o de "hinchas". Este público así juega el papel de una claque permanente que vocifera, aplaude, patalea o insulta, cuando no pasa a la acción directa. El entusiasmo se expresa espontáneamente mediante el grito. Quien nunca haya mezclado su voz a la enorme de las densas multitudes hormigueantes del estadio, no tiene medio de acceso a las significaciones profundas del fútbol. Cuando se alza este largo clamor que se organiza en un canto de alegría amplio como un mar que truena, resulta imposible no sentir que allí es donde se cumple la catársis colectiva. La colectividad emocionada experimenta ese "sentimiento oceánico" del que habla Freud, que satisface la profunda tendencia masiva que incita a los individuos a sumergirse en el gran Todo, ese gran cuerpo humano totalmente cálido y palpitante que es una multitud ruidosa.

La música que sale a la calle, en especial los domingos (a pesar de que hay fútbol hoy prácticamente todos los días), es particularmente grotesca. Cuando ésta llega a las gradas forma un anillo viviente y vibrante en el aire. Al salir, se derrama por la ciudad en estribillos de júbilo que no alcanzan a ser canciones, gritada por multitudes que vociferan y se arrojan a la cara de los transeúntes. Sin duda el ruido contribuye al encanto. Los gritos de combate entre dos hinchadas sirven para que éstas se prueben a sí mismas y al enemigo su fuerza, para enmudecer al otro. Los cánticos y conjuros caracterizan, según Canetti, a la muta de la esperanza. Los sonidos preliminares aglutinan a decenas de miles de personas en un cuerpo que ulula en el límite de la conciencia. Los nervios, desafinados, aguardan. Una vez comenzado el encuentro, las canciones y lemas tienen que ver en parte con el juego en concreto, pero también incluyen como tema recurrente diversas provocaciones a luchar, amenazas de violencia contra los seguidores del equipo contrario y burlas por victorias anteriores. Aparecen palabras tales como "odiar", "morir" y aquellas que reflejan la desmasculinización simbólica de los aficionados rivales. También hay coros especiales para los famosos. Para muchos miles de argentinos no hay nada más importante que los gritos de la multitud mientras contempla a veintidós hombres dar patadas a un trozo de cuero, adolescentes con audífonos y gestos de felicidad o amargura incontenible.

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