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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

domingo, 2 de octubre de 2022

Evitar la histeria, cultivar la historia

 https://www.clarin.com/opinion/evitar-histeria-cultivar-historia_0_UvV3p5N5Kr.html

Todos nos hemos preguntado al menos alguna vez cómo deberíamos vivir. No hay respuesta final a esa pregunta. Pero está claro que no deberíamos vivir de la manera en que muchos lo estamos haciendo en la Argentina.

Sócrates respondía que para vivir bien uno debía autoexaminarse y, por ende, pensar que nuestras creencias podrían estar equivocadas, especialmente -como nos ocurre- si en nuestro sendero las puertas se cierran, las perspectivas se reducen, las posibilidades no se crean, haciendo incluso que algunos no alcancen a controlar las ansiedades psicóticas ligadas a la constitución de una identidad.

En este contexto, y en tiempos en que la política se ha mimetizado con la guerra y sus botines, las declaraciones que hablan de la violencia corren el riesgo de generar profecías autocumplidas cuando se habla de sangre derramada o muertos por venir.

Pero no debería inferirse una moral social de lo que se dice en los medios. Muchas cosas pueden pasar. El llamado “discurso del odio”, por ejemplo, podría no producir un incremento de comportamientos agresivos sino lo contrario: una acentuación de las sensaciones de victimización, de riesgo y vulnerabilidad personal.

La sociología ha detectado un modo de dominación que se funda en la institución de la inseguridad: la dominación por la precariedad de la existencia o lo que los alemanes llaman Unsicherheit y que, si bien puede traducirse como “precariedad”, refiere a “incertidumbre”, “inseguridad” y “vulnerabilidad”.

¿Cómo dialogan en este modo de dominación la percepción del riesgo de vida corrido aquel día por la vicepresidenta y el cotidiano de muchísimas personas en la Argentina? Interesante pregunta para un tiempo en el que los argentinos tenemos dificultades para encontrar un espacio de identificación y una memoria común.

El problema radica en la incapacidad de distinguir fantasía de realidad, es decir, es un problema de “saber y poder leer”, muy grave en tiempos de tragedia educativa. Porque habría que reconectar en la lectura la experiencia que aporta la crisis argentina con algún horizonte moral ni consumista ni fundamentalista, que no sea ni mero discurso político burocrático ni mero entretenimiento.

La visión de una persona apuntándole a otra con un revólver nos recuerda nuestra vida y su importancia. ¿Pero qué sucede cuando ello se convierte en mercancía política y agenda mediática y la lógica discursiva que debería gobernar en el ámbito político se ve relegada por otras lógicas?

Si bien mantenemos con vigor una mirada cínica y humorística para afrontar una realidad kitsch que se nos presenta, tal vez debamos recuperar asimismo una mirada trágica para restituir la dignidad de los sucesos.

El mayor reto que tenemos en ese momento es evitar la histeria y cultivar la historia: el melodrama en América Latina, como bien marcara Carlos Monsiváis, acaba con frecuencia en una complicidad con la violencia. Lamentablemente hay tradiciones políticas que funcionan como los medios y en los medios: no existen sin propaganda y, por ende, sin guerra.

Es comprensible una obsesión por el amor o el forzamiento de los tiempos de una declaración llevando al extremo la dramatización de los tonos o pretendiendo imponerse como una amenaza o un ultimátum cuando una identidad está constituida por la guerra.

Somos los argentinos creadores y prisioneros de una melodramática y vertiginosa contienda política en la que no sabemos dónde empieza y dónde termina una realidad en la que ciertas formas del delito y de la violencia son aceptadas. Su vértigo (el estado de una persona que no sabe más donde está) busca ser fijado y fijarlo es detener el tiempo en la obsesión de una mirada. No debería sorprender que, de formas más o menos ostensibles y diversas, terminemos besando maniquíes.

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