Hace unos años partió Horacio González, en estos días lo hizo Beatriz Sarlo. Escuché el nombre de Beatriz por primera vez cuando era estudiante de Sociología en los años 80, justamente creo que en boca de Horacio. Y, si mal no recuerdo, lo primero suyo que leí fue algún artículo en la revista Punto de Vista, que por entonces ella dirigía.
Si bien yo estudiaba en la Facultad de Ciencias Sociales, dado mi interés particular entonces en la sociología de la literatura yo ya había leído sus libros Conceptos de sociología literaria y Literatura/Sociedad, concebidos junto a Carlos Altamirano. Luego vendrían El imperio de los sentimientos y Una modernidad periférica: Buenos Aires, 1920 y 1930. Recuerdo aún el impacto que me produjo la lectura de este último libro, que todavía hoy consultaría si no fuera porque está en una de las 70 cajas de libros que tengo guardadas en casas de amigos hasta que consiga un hogar donde volver a contar con ellos, si es que lo consigo.
Entusiasmado entonces por esas lecturas decidí inscribirme en un curso que ella dictaba en la Facultad de Filosofía y Letras sobre historia cultural e intelectual. Una vez éste finalizado, seguimos en contacto porque le envié el borrador de un proyecto titulado “Identidad y Novela en América Latina” que, más allá de alguna monografía universitaria escrita hasta entonces en esa línea, creo que fue mi primer proyecto de investigación ambicioso e interdisciplinario entre la literatura y la sociología. Recuerdo que ese proyecto le había gustado mucho y lo discutimos en diferentes oportunidades. Yo acababa de cumplir 26 años y le pedí una carta de recomendación para obtener una beca de estudios en la Universidad de Princeton que gentilmente me escribió en ese año de 1990, luego de mi breve estadía en Río de Janeiro. Ella trabajaba entonces como investigadora del CISEA.
Más allá de algún encuentro ocasional, la verdad es que dejamos de frecuentarnos, en buena medida porque yo había decidido alejarme de la vida universitaria por unos años hasta irme a Puerto Rico en 1992.
No sé si por mi juventud o porque realmente eran grandes libros esos primeros escritos suyos, poco de su vasta obra posterior me impactó especialmente. Es cierto que no la he leído toda, pero cuando comenzó a aparecer en los medios o tal vez porque ya había comenzado a tener otros referentes intelectuales más inspiradores, su vasta producción posterior empezó a dejar de tener el mismo interés para mí. Como en algún momento escribí cuando falleció Horacio González, creo que tanto a él como a ella la fama y la televisión los empobrecieron. De cualquier manera, y como también ocurriera con Horacio, la Argentina es sin ninguna duda hoy mucho más pobre sin ella.
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