Y llegaron las “fiestas”. O, al menos, eso dicen. Porque las busco y no las encuentro. Van a terminar y yo no voy a haberlas encontrado.
Busco en el mundo bucal y, más allá de algún saludo protocolar acorde a la ocasión, veo sobre todo dientes, lenguas y salivas socarronas.
Estas “fiestas” me encuentran melancólico.
Por tanto, y para no amargarlos, del mismo modo que yo me doy en cuerpo y alma, abrasado por el mal de la tierra y sus pestes, y lamentándome del estado espiritual en que viven, les deseo encarnen todas las borracheras y entreguen entonces todo para el sexo y el mondongo. ¿Ni eso pueden?
Intenten al menos que el mundo exterior los penetre a través de orificios, protuberancias, ramificaciones y excrecencias, por la boca, los órganos genitales, los senos, los falos, las barrigas y la nariz, en actos tales como el sexo, el embarazo, el alumbramiento, la agonía, la comida y la satisfacción de las necesidades naturales. ¿Ni eso pueden?
Disfruten de todos los posibles goces materiales ya que solo han conseguido corromper los espirituales.
La regla de la casa rabelaisiana era algo así como: "Todo para la tripa", y el único oráculo el de la Diosa Botella. Pero me temo que en muchos casos ni eso pueden...
Entonces les advierto, como obsequio navideño: no intenten ir a ningún lado pasada la medianoche; ya no pareciera haber por aquí calles verdaderas y, las que simulan serlo, se encuentran torcidas, mutiladas, amenazantes o, en el mejor de los casos, fantasmales y abandonadas. Mejor entregarse rápidamente al sueño, que los sueños, sueños son.
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