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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

domingo, 27 de diciembre de 1992

Pierre Menard y la recepción I

            Voy a empezar por el cuento. Para que no me critiquen. O para que lo hagan, ya que noto que siempre se empieza mostrando las teorías, como para decir: ¡Vean, aquí tienen! ¡Ahora duden si se animan! Vamos a olvidarnos por un momento de la academia a ver que pasa.....¿Qué pasa?....No puedo...No puedo...¿Será que ella ya me posee? ¿Será que ya no puedo leer sin ella? (la línea de censura es mía, por favor no me la quite). Es un vívido reflejo de mis carencias.

            Desde el primer párrafo el narrador nos habla de una obra "visible "[1]. Y continúa con una irónica referencia a supuestas malas lecturas, "omisiones y adiciones" para realizar una reflexión sobre la inevitabilidad del error en la lectura, de su acoso. Que nos hable de una obra visible  nos abre a la expectativa, nos sorprende, nos hace pensar en qué significa eso: ¿que hay una que no lo es? ¿"Visible" significa legible? El escritor crea la expectativa por esta significación.

            En este cuento la referencia y relación con el lector es constante. En el segundo párrafo intenta defenderse de él y acude a testimonios para que la lectura que se haga de lo que se relata sea menos desconfiada (en realidad, la ironía de las citas está construida adrede para provocar el efecto inverso).

            Cuando pasa a enumerar la obra visible  de Menard adelanta la problemática del lector al referir :

            "Una 'definición' de la condesa de Bagnoregio, en el "victorioso volumen" (...) que anualmente publica esta dama para rectificar los inevitables falseos del periodismo y presentar 'al mundo y a Italia' una auténtica efigie de su persona, tan expuesta (en razón misma de su belleza y de su actuación) a interpretaciones erróneas o apresuradas."

                Esta clara aquí la referencia a la literatura y a la inevitabilidad de la construcción de la obra literaria por parte del lector.

            Pero ¿cuál es la obra invisible de Menard? La inconclusa. Pero Borges dice:

            "¡ay de las posibilidades del hombre! la inconclusa"

                Esas posibilidades son las posibilidades de lectura, es la lectura la que las va a concluir, porque en los dos capítulos y medio escritos ya está el resto de la obra. Porque basta con tomar el Quijote y leerlo para hacerlo el Quijote de Menard...o el nuestro. Y Borges se espanta de esto como se espanta del universo.

            En el párrafo siguiente hay una mención a los textos que inspiraron a Menard para acometer su empresa con referencias a la idea de autoría y una reflexión sobre los anacronismos literarios. Ya estamos en el problema de la traducción, de la autoría, es decir, de la lectura. Que es eso lo que es Menard. Un lector. Un lector que quiere leer Don Quijote como nadie lo ha hecho, es decir, escribirlo. No otro, sino el mismo. Y para ser el mismo, tiene que ser otro. No una copia, sino una coincidencia sintagmática producto de arduos años de trabajo.

            Para ello, como para un crítico ideal, le era necesario:

            "Conocer bien el español, recuperar la fe católica, guerrear contra los moros o contra el turco, olvidar la historia de Europa entre los años de 1602 y de 1918, ser  Miguel de Cervantes".

                Tarea "imposible", palabra que pone Borges en boca del lector, previendo su reacción, más bien construyéndola. Aunque, Menard, haya descartado ese procedimiento por "fácil". Porque era mucho más difícil que eso

            "seguir siendo Pierre Menard y llegar al Quijote, a través de las experiencias de Pierre Menard"

                El cuento de Borges es una enseñanza de la lectura, de la humildad y relatividad con que debe encararse toda lectura, sobre todo la que pretende ser crítica. Por eso Borges habla de la "casi divina modestia de Pierre Menard", por eso ocultó o no terminó su obra, porque buscaba la pureza de la crítica y sabía que solo en la eternidad podría lograrla.  Porque no puede reproducirse, o "es casi imposible" hoy lo que aconteció entonces. "No en vano han transcurrido trescientos años". Tal vez, entonces, no se trate de reproducir. Lo que se explica de una manera en el Quijote  de Cervantes necesita, exige, genera otra explicación en el de Pierre Menard.

            Y aquí Borges hace un elogio de la ambiguedad, de la diversidad de lecturas (debo decir, de la lectura), del sentido abierto a la interpretación. Por eso dice que el Quijote de Menard es infinitamente más rico, porque ahora no se lo puede leer sin pensar en William James, en Nietzsche.  Porque podemos leerlo desde múltiples espacios, porque hay que re/crearlo, porque no está asentado en un espacio-tiempo determinado, porque es inacabado, porque es invisible, como los blancos de Iser, que posibilitan diversos horizontes de lectura. Porque así como la verdad histórica "no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió", la obra literaria no es el texto, sino lo que juzgamos/leemos que es el texto. Porque vemos estilos diferentes, porque el estilo está enraizado en una historia, en un contexto.

            Y Borges nos lanza entonces una frase lapidaria:

            "No hay ejercicio intelectual que no sea inútil".

                El ejercicio intelectual es, sin duda, la teoría, la crítica entendida como teoría, inevitable, interesante, diría Borges, pero inútil en cuanto asoma en ella una pretensión de verdad. Porque el tiempo es el asesino más buscado. Es una inutilidad que podría tener un uso.

            Y cuando Borges piensa en un segundo Pierre Menard, piensa en nosotros como lectores, piensa en él mismo como lector y vano reconstructor literario: no hay para Borges escritura que no sea crítica e intertextual: la literatura es literatura de la literatura.

            Y entonces, esta tarea, por ser inevitable en una persona inteligente, no debe sin embargo glorificarse, lo que confesaría:

            "nuestra languidez o nuestra barbarie".

                Borges, en gesto que él atribuye a Menard y que este repite, "ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas", propias de toda lectura que pretenda considerarse "seria", renovadora, vital.

            Dirá Borges: "Pierre Menard no era un imbécil [sino] un hombre que había llegado a un grado tal que no podía hacer más que esto."

             Vale preguntarse, como decíamos anteriormente, si Menard es escritor o crítico. ¿Opera como lector o escritor? Es claro que Borges confunde ambos papeles en su protagonista como nosotros en nuestras teorías.

            Borges y Menard anuncian una nueva era en la que, destruído el ego romántico, el poeta pierde su visión privilegiada. Estamos en la era del lector. ¿Dónde queda, entonces, la intencionalidad del texto? ¿Se puede conducir al lector, como en Lines de Wordsworth?

            Leer ese texto dos veces significa descubrir aquello que lo hace plural, no un texto, sino varios. Borges expresa en este cuento la idea de que "una literatura difiere de otra, ulterior o anterior, menos por el texto que por la manera de ser leída. Pierre Menard es el autor del Quijote por la razon suficiente de que todo lector lo es.

            El ejemplo de Pierre Menard prueba que sin tener que copiar el Quijote, se puede reproducir en el siglo XX; es decir, leer el Quijote como no pudo ser leído en la época de Cervantes.

            Que la selección de los tres capítulos no es arbitraria ha sido ya establecido por algunos críticos, que han comentado uno de ellos, el noveno. En el caso de este capítulo, Borges exige, en cierto modo, la consulta textual del lector, ya que el único fragmento visible del Quijote de Menard procede del capítulo IX. Al consultarlo, la crítica ha dado con el hecho de que este capítulo de la primera parte del Quijote es una especie de espejo del cuento borgiano. Presenta, por ejemplo, "precisamente el momento de don Quijote en el cual su autorazgo parece cuestionable". Para destacar las cuestiones de la autoría, la selección del capítulo IX no podría ser más acertada. El tratamiento de la traducción en "Pierre Menard" es la misma tesis borgiana de la imposibilidad de reconocer un solo autor para un texto.

            Los trozos idénticos son diferentes, sus conceptos casi antagónicos, debido a que todo texto es definitivamente original porque el acto de creación no está en la escritura sino en la lectura.

           

           

 


[1]La escritura de esta palabra en itálica es del mismo Borges, lo que habla  de su intención de remarcar , y al mismo tiempo, relativizar, este aspecto de la obra.


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