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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

domingo, 27 de diciembre de 1992

Pierre Menárd y la recepción II

"Conozco un texto, cualquier texto, porque conozco una lectura. La lectura de otro, mi propia lectura de ese texto, una mezcla de ambas"    H. Bloom, "The Breaking of Form".

           

            Lo que estápresente en los textos de Jauss, Iser, Grosman y Borges es la crisis de idea de verdad que, en la crítica literaria, estaba acompañada por el presupueto de que el texto era depositario de un sentido que la lectura debía descubrir. Lo que entra en crisis, junto con la idea de Verdad, es la idea de unidad textual.

            La restitución de la figura del lector se vincula con la restitución de la legitimidad del placer estético que Borges defiende. Hans Robert Jauss señala como una de las tareas básicas de la historia literaria la consideración de las diferentes modalidades de la experiencia estética, modalidades que llevan inscripta su marca histórica: según las sociedades y las instituciones culturales se establecerían relaciones de diferente tipo entre el placer, el conocimiento y la acción. El placer de la literatura se vincularía, para Jauss, con la liquidación temporaria de restricciones espaciales y temporales, la apertura del espacio lúdico de lo posible, el goce con aquello que, en la vida real, resulta difícil de aceptar y soportar. No es difícil encontrar en el discurso de Jauss las huellas de una posición clásica sobre la literatura y el arte, a la cual no permanece ajena la idea de catársis.

            A través de Jauss, las tesis de la hermenéutica sobre la naturaleza de la obra literaria encuentran una relectura contemporánea, en función de la reivindicación del lector. El significado del Quijote de Pierre Menard sería, para Jauss, el producto de la           

  "convergencia de la estructura de la obra y la estructura de la interpretación, cuyo instrumento es la                 reflexión hermenéutica".

            Restituida la interpretación a un lugar en la teoría crítica, lugar que había perdido en el auge del estructuralismo y la semiótica literaria, esta actividad es también reivindicada como práctica de lectura: existe una construcción de sentido a partir del texto.

            Con Iser vemos que el Quijote no es un lleno   sino un espacio globular, atacado por instersticios, blancos, fisuras, saltos, elipsis, silencios que ponen al lector en la obligación de realizar una serie de operaciones, no para restituir una unidad que nunca ha existido sino para construir un sentido que no yace absolutamente inerte en el texto.

            La diferenciación entre texto y obra literaria se ha vuelto clásica:

            "La obra es más que el texto, porque el texto sólo se vincula a la vida cuando es realizado, y,                 además, la realización no es de ningún modo independiente de las disposiciones individuales del                 lector...La convergencia del lector y texto trae a la existencia a la obra literaria." (Iser)

            Para Iser el texto está lleno de claves que orientan al lector, que le permiten acceder a las ideaciones que crean ese marco de referencia invisible. Iser destaca cuatro visiones narrativas: las que expone el narrador, las que componen y conducen la trama, las que incorporan los personajes y las del lector ficticio. La posición del lector en la estructura del Quijote de Pierre Menard, por ejemplo, genera nuevas perspectivas anteriormente invisibles o imposibles de percibir. También destaca Iser la función de las negaciones. Si el marco de referencia fuera totalmente familiar, el texto no cumpliría su cometido de comunicar algo nuevo al lector. 

            También podemos encontrarnos en la esquina con Grosman, que relativiza los actos verbales a las reglas del sistema de discurso en operación. Las palabras no reflejan pero nos contactan con el mundo. Las obras de arte lo interpretan, lo constituyen, lo demarcan, lo construyen. La manera en que leemos el Quijote depende de la visión del mundo en cuestión. Estas visiones del mundo y discursos descansan en sistemas culturales de mediación, en convenciones de lectura internalizadas, estructuras de interpretación que ya están previstas e incorporadas en el Quijote por su autor, sea cual fuere. Nuevas maneras de referir al mundo constituyen nuevas maneras de hacerlo.

            Hasta aquí las condiciones que hicieron posible el renacimiento del lector en la teoría literaria de los últimos años, que somete a crítica toda concepción reificante del texto y del significado: no permiten considerarlos como artefactos sistémicos con los cuales la única relación posible es la del desmontaje descriptivo.

            Para Jauss, en quien me extenderé puesto que es el que más me gusta (así de simple) literatura, sociedad e historia están implicadas en un tipo de relación que se hace evidente en la lectura del Quijote de Menard o el de Cervantes. La historicidad y socialidad del hecho literario no se demuestra sólo en el proceso de producción y en su vínculo con el sujeto-autor, sino también en el proceso de recepción (y respecto del sujeto-lector). Según Jauss, tanto el formalismo como el marxismo se limitan a una estética de la producción (y, en consecuencia, de la representación o del procedimiento): el formalismo supone a un lector que es sólo sujeto de la percepción y no configurador del sentido; la estética marrxista, por su parte, afirma a la producción como única instancia donde se elabora la significación. Jauss se propone interrogar las dos dimensiones o momentos del fenómeno estético:

                "La función social de la literatura sólo se manifiesta en toda la amplitud de sus posibilidades                 auténticas cuando la experiencia literaria del lector interviene en el horizonte de expectativa de su vida cotidiana, orienta o modifica su visión del mundo y, en consecuencia, reactúa sobre su comportamiento social" .

            Para Jauss el arte es un factor de "creación social", de formatividad de la experiencia colectiva, cuyo caracter activo se manifiesta en la vida cotidiana a través de intervenciones no sólo estéticas, sino también morales.

            La estética de la recepción cuestiona "el paradigma estructuralista dominante", en primer lugar por lo que considera Jauss sus tendencias ahistóricas; en segundo lugar, porque somete a crítica su noción de texto, como conjunto linguístico clausurado respecto del referente y, en consecuencia, de la realidad; finalmente, por la exclusión del sujeto ("sistema de signos sin sujeto y, en consecuencia, sin nexos con la situación de producción y recepción del sentido"). Jauss otorga, como Borges y Pierre Menard, la "prioridad hermenéutica" a la recepción:

            "Pues, de la misma manera en que todo productor, cuando comienza a escribir es siempre un                 receptor, así el intérprete debe poner en juego su propio estatuto de lector, si quiere entrar en el                 diálogo de la tradición literaria. La continuación de este diálogo no puede prescindir de esta                 instancia de la recepción. El lector que goza y que juzga, que plantea preguntas y encuentra                 respuestas, ese lector que, finalmente, se pone a escribir, es la única instancia mediadora en el                 pretendido 'diálogo de las obras'. Sin su intervención activa, toda intertextualidad, entendida en el  sentido de la teoría dominante como 'diálogo de los textos entre sí', es una ilusión idealista sin          puntos de referencia."

  Y Borges debe hacer lo mismo (¡y vaya si lo hace!) para entrar en ese diálogo de la tradición literaria. Creo que este párrafo Jauss lo escribió pensando en él.

            La estética de la recepción se propone, como Pierre Menard, al mismo tiempo, soldar la fractura que la perspectiva historicista crea entre el pasado literario y la experiencia contemporánea: la fractura entre historia y estética, que el historicismo ensancha al vincular unilateralmente al texto a la lectura contemporánea a su aparición, como única lectura comprensiva "verdadera". Jauss, como Borges con respecto al Quijote, sin dejar de reconocer el valor y la función socio-estética de la primera lectura, reflexiona sobre ella en dos sentidos: por un lado,la lectura del Quijote de Cervantes no se produce en un vacío, sino en un espacio donde persisten tradiciones literarias anteriores, sobre las que se recorta el juicio acerca de las nuevas obras. Por otro lado, la importancia y el valor de un texto resulta de su ubicación en la "cadena de las recepciones", donde la primera lectura, incluso, suele no ser decisiva para el destino posterior de la obra (1)

            Esta primera lectura, así como las posteriores, no deben pensarse como operaciones individuales y abstractas sino integradas en lo que Jauss denomina, con una expresión tomada del sociólogo Karl Mannheim, horizonte de expectativas. El Quijote no es producido ni percibido aisladamente, sino en un campo conformado por experiencias prácticas y estéticas, conocimientos, expectativas. La percepción no queda librada a la arbitrariedad de la subjetividad, sino que se produce como acontecimiento determinado en relación a un

            "sistema de referencias objetivamente formulable que resulta de tres factores principales: La                 experiencia previa que el público tiene del género al que la obra pertenece, la forma y la temática                 de obras anteriores cuyo conocimiento supone, y la oposición entre lengua poética y práctica,                 mundo imaginario y realidad cotidiana".

    Esta definición del horizonte de expectativas incluye el sistema literario y la distinción entre realidad social y literatura, discurso ideológico y discurso literario, arte y experiencia. La lectura del Quijote de Menard es una actividad inscripta en este horizonte que recorta la nueva experiencia sobre el fondo de la "experiencia estética intersubjetiva previa".

            En ensayos posteriores, Jauss desdobla el concepto de horizonte de expectativas, proponiendo un sistema doble, donde se distingue:

"el horizonte de expectativa literaria implicado por la nueva obra y el horizonte de expectativa social  ".

            Para Jauss, el proceso mismo de recepción es el contacto de los dos horizontes en la experiencia estética, que reivindica com o placer:

            "Veo las raíces de toda experiencia en el goce estético (sin él seimposible distinguir función estética de función teórica). Primum legere et frui, deinde interpretari:  la comprensión gozosa es a la vez pasividad y actividad y precede a la reflexión estética".

    La recepción del texto es una experiencia estética y, por lo tanto, social desde un doble punto de vista: por la interacción de dos horizontes, por una parte; por la otra, porque esta experiencia es sólo posible culturalmente y según pautas y reglas sociales.

            La noción doble de horizonte, le permite a Jauss diferenciar el efecto y la recepción de una obra. La experiencia estética es la articulación de ambos: :

             "El efecto de la obra y su recepción se articulan en un diálogo entre un sujeto presente y un                 discurso pasado".

            Comprender el Quijote de Menard significa entonces la captación de los presupuestos que lo originaron y, en consecuencia, la reconstrucción de su horizonte interno. Ahora bien, esta actividad del lector sería imposible desde un vacío ideológico y cultural. Por el contrario, precisamente se ejerce desde una:

    "precomprensión del mundo y de la vida en el cuadro de referencia literaria implicado por el texto.      Esta precomprensión del lector incluye las expectativas concretas que corresponden al horizonte de                 sus intereses, deseos, necesidades y experiencias, tal como han sido determinados por la sociedad y             la clase a la cual pertenece así como a su historia individual".

            Evitada de este modo la perspectiva sustancialista sobre la literatura, Jauss piensa que la teoría literaria está en condiciones de proponerse la historia de las obras, que es, esencialmente, una historia de sus lecturas.

            En síntesis, Jauss nos propone una nueva forma de hacer historia literaria, el arte como un discurso emancipatorio, de conocimiento, de liberación. Ahora la literatura podría generar actitudes como la de Menard y no la copia que pretendía el marxismo más banal. Cuando un texto no es más de lo mismo, cuando hay desvío del horizonte, como en Borges, podemos hablar con Jauss de evolución artística. Un texto tiene mayor valor cuando provoca shocks, diferencias, sorpresas (debe haber pocas en la literatura como aquella con la que uno se depara al encontrarse con que el texto de Pierre Menard es idéntico al de Cervantes), una evolución artística en el texto y en el lector. El arte que confirma horizontes de expectativas es sólo arte culinario.

            En síntesis, el estatuto social de la literatura se define también en la recepción. La historia ya no es sólo historia de textos sino de lecturas (Jauss). Si la historia es historia de lecturas, historia del presente (para hablar con Foucault), su objeto se desvanece en la multiplicidad y todo texto es siempre un pre-texto, toda lectura una escritura: "la historia", sostuvo Benjamin, "en todo lo que ella tiene, desde el debut, de inacabado, de doloroso y de insuficiente, tiene la forma de la máscara o más bien de una cabeza de muerto".

            Todo documento tiene una radical extrañeza respecto a nosotros. Esa extrañeza la determina la divergencia o distancia entre el documento y sus sucesivas lecturas no contemporáneas. Inclusive la lectura contemporánea es extraña porque exige la heterogeneidad irreversible entre documento y acto posterior del intérprete, dos cosas que sólo existen en la escición inseparable que les permite dar sentido a la realidad. Hoy menos que nunca es posible recurrir a un sentido único de explicación.

(1) En este aspecto es ilustrativo el ejemplo que analiza Jauss, de dos novelas, Madame Bovary   de Flaubert  y Fanny   de Feydeau. Esta última fue un éxito resonante, para ser luego desechada por los lectores y la crítica, que colocaron a Madame Bovary   en un lugar central del sistema.

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