En el café, cada persona que entra es reconocida, mutilada. La historia, la percepción, todo lo tritura. Eso sucedió en el tiempo en que el abuelo de Martín era mozo, con aire de príncipe destronado. Hoy es un flamante gobernador a quien, no obstante, siempre resultó sublime saberse el centro de todas las miradas.
–¿Y a quién conoce usted?
–¿Y usted?
Martín entraba y entrará siempre en el café. Siempre le exige al mozo que le traiga un café bien caliente. Luego, lo deja enfriar.
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