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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

viernes, 3 de febrero de 2006

Violencia y Medios 3: Política, impunidad y violencia

Nadie puede pensar y golpear a alguien al mismo tiempo.

Susan Sontag

La violencia como camno para alcanzar la justicia racial es tan impráctica como inmoral. Es impráctica porque constituye una espiral descendiente que acaba en destrucción para todos. La vieja ley del ojo por ojo nos deja a todos ciegos. Es inmoral porque busca humillar al oponente en vez de ganar su comprensión; busca aniquilar en vez de convertir. La violencia es inmoral porque se alimenta del odio en vez de en el amor. Destruye la comunidad y vuelve imposible la hermandad. Deja a la sociedad en un monólogo en vez de en diálogo. La violencia acaba por derrotarse a sí misma. Crea amargura en los sobrevivientes y brutalidad en los destructores.

Martin Luther King

Como parte de las complejas relaciones entre narrativa, poder y cultura, existe una percepción social sobre las relaciones existentes entre política, impunidad y violencia. A diferencia de la ética, que es renuncia a la violencia, la política suele vivir preñada de esta última, traduciéndola, haciéndola hablar:[1]

Si, como escribe Arendt en La condicion humana, “solo la pura violencia es muda” , y los medios no alcanzan a dar cuenta de ella en términos verdaderamente significativos, la lógica discursiva que debiera gobernar en el ámbito político se ve relegada por las lógicas despóticas, aquellas cuyo imperio se ejerce en ambitos prepolíticos y prediscursivos, y para los cuales “ya no es necesaria ninguna opinión, y ninguna persuasión” (A. Teijeiro, Farré y F. Pedemonte 124)

Los debates públicos en la Argentina sobre las industrias culturales, afirma Washington Uranga, suelen evitar cuestiones como las condiciones políticas que hacen posible un escenario tal. Y si aún hoy no se ha podido avanzar en la legislación sobre comunicación “es porque no se ha construído una voluntad política para generar el cambio”. Y agrega:

la dirigencia política argentina se siente incapaz de enfrentar a los intereses económicos que dominan los medios (…) No hay un trabajo político de construcción de lo comunicacional como un lugar donde claramente se dan disputas de poder donde se juegan intereses económicos de primer nivel y donde, por lo tanto, se dirime también el sentido de la democracia” (Mastrini 2005: 7).

Las críticas a la política no son acompañadas por críticas al sistema de medios, terreno donde la política se manifiesta de manera cotidiana (Mastrini 2005: 24). Esta vinculación tiene su historia. Ya en la década del 30 se afirma una relación entre los propietarios de medios y los gobiernos mediante la cual estos últimos no entorpecen el desarrollo de las empresas a cambio de límites en los contenidos políticos de sus productos (Mastrini 50).

Los medios son escenarios de disputas políticas y presiones de todo tipo, e histórica y regularmente (aunque no solamente y hoy con más independencia) se han apoyado en datos provistos por la policía y agentes judiciales en lo que a noticias sobre violencia delictiva se refiere. Al hacerlo no es extraño que hayan resaltado aquellos temas elegidos por las instituciones de la justicia criminal y enmarcados por sus imperativos. Es importante analizar este elemento aquí ya que, coincidiendo con Murdock[2] y tal como dijeramos anteriormente, el afán en la investigación por la revalorización de las aptitudes de las audiencias y los estudios “etnográficos” de las mismas ha tendido a minusvalorar la cuestión del poder, cuestión siempre relevante y en tiempos en que estaría surgiendo "un modo de dominación que se funda en la institución de la inseguridad: la dominación por la precariedad de la existencia" (Bourdieu ST 90), o lo que los alemanes llaman Unsicherheit y que, si bien puede traducirse como “precariedad”, refiere a “incertidumbre”, “inseguridad” y “vulnerabilidad”, y que redunda en una pérdida de confianza en sí mismo y en los otros. Ese discurso se halla vinculado a intereses de grupos de poder que disponen de recursos para formular una definición dominante de la situación social, grupos de los que participan organizaciones mediáticas como “voz” y parte de esa estructura. La misma dependencia de la prensa de sus fuentes ha contribuido a la reproducción y legitimacion de esos discursos: en síntesis, los medios participan del teijido de la dominación politica (Van Dijk 53). Y no podría ser de otra manera en tanto el espacio comunicacional es esencial en la lucha por el poder. Y si no se puede ir más profundo en las representaciones mediáticas es porque ese saber revelaría el compromiso del poder y sus luchas (que incluyen a los medios) con el delito.

El tema que nos ocupa tiene una honda densidad en este campo puesto que, como sostiene Reguillo, quien controle los miedos de la sociedad controlará el proyecto político (SIM 2005: 21). La discusión y visualización extrema de las violencias, sostiene esta autora, es una coartada para no abordar un proyecto político de fondo. De esa manera podemos decir “qué horror” y cambiar de canal o comernos una milanesa, ya que respondemos menos a lo que se nos aparece como inevitable:

Si sentimos que no hay nada que "nosotros" podamos hacer -pero ¿quién es ese "nosotros"? -y nada que "ellos" puedan hacer tampoco- y ¿quiénes son "ellos?- entonces comenzamos a sentirnos aburridos, cínicos y apáticos (Sontag 117-8),

como ocurre en el caso de las películas ya mencionadas.

La violencia “es una vieja aliada del poder” (Feinmann LSD), y la violencia espectacularizada obturaría la reflexión sobre problemas políticos estructurales (F. Pedemonte 130), aunque se monte sobre la denuncia de personajes poderosos. Si, como ya adelantamos y afirmara uno de nuestros periodistas entrevistados, la “muerte violenta asociada a alguna forma de crueldad sexual” y a “personajes cercanos al poder” (…) “es la tríada (sexo, poder y violencia) que constituye una gran noticia”,[3] algunas de éstas muchas veces colisionan con la presunción de inocencia en narrativas dramáticas y poco reflexivas, apresurando el juicio de la opinión pública[4]. Y este apresuramiento hoy llega inclusive a sociedades en donde era inusual[5]. O, en otros casos, según Tiscornia, las noticias escandalosas desatan más escándalos y encubren “otras operaciones también delictivas” (Tiscornia 7).

Rutinas y negociaciones hacen la noticia[6], la noticia ha podido verse como sinónimo de negociación política.[7] Así a veces de las páginas policiales se pasa a las políticas en diarios que sostuvieron en sus editoriales políticas socioeconómicas que, como ya dijimos, hicieron posibles esas notas policiales. Se hace necesario, coincidimos aquí con Luchessi, reclamarles entonces a esos medios una responsabilidad social que no siempre han tenido (Luchessi 2005). En ese marco, los defensores del tratamiento de la violencia como un problema de salud pública suponen que un programa de concientización podría funcionar como estrategia de prevención. Tal programa incluiría cambiar las formas en que los medios informan sobre la violencia, pasar de coberturas de responsabilidades individuales a otras que subrayan las causas sociales.[8] Tales enfoques proponen recabar información que ayudaría a implementar políticas públicas para luchar contra el crimen y la violencia, y tal información podría, afirman los que subscriben estas miradas, reducir los temores identificando y comunicando quien está y quien no está en riesgo. Pero estos enfoques pueden implicar en algunos casos una concepción de la violencia delictiva (ligada al consumo de alcohol y drogas) que no deja de reproducir otros prejuicios y estigmas, sumándole a ello los mismos riesgos envueltos en delimitar personas en riesgo y personas que no lo están. En contraposición, lo bueno de esta perspectiva, y tal como afirma Coleman (1999), es que deja de pensar el problema como un problema de justicia criminal, y en eso acordamos con este autor.

Los medios juegan un papel en la perpetuación de las políticas públicas existentes. Iyengar (1991) sostuvo que las convenciones periodísticas aislan a las élites políticas de responsabilidades frente al crimen.[9] ¿Pero sería este el caso de Ibarra y sus funcionarios en el caso Cromagnon? Sin duda el caso fue utilizado políticamente, como también lo fuera el caso Blumberg. También se ha sostenido, en la clave durkheimiana ya mencionada, que los medios ofrecen un espectáculo de la violencia que “santifica el orden social” y “previene contra una violencia mayor”: la violencia contra la política y los abusos del “imperio de las imágenes” (Barrios 2002).[10] La información y la opinión circulan con frecuencia, como decíamos, como mercancía de negociación de los intereses de sectores corporativos y de la política, salvo en ciertos casos de la gráfica y la radio que pueden mantenerse fuera de los grandes multimedios. Y es difícil prever grandes cambios en este sentido sin cambios sociales y políticos que los hagan posibles. Ninguna fuerza política en la Argentina ha tomado el problema de los medios como un tema de discusión. ¿Qué significa que un tema así no esté instalado, siendo tan importante? ¿De qué tipo de ceguera nos está hablando? Pues de aquella invisibilidad a la que refieríamos con Bourdieu. Y en este contexto, la prórroga de las licencias de radio y televisión y la imposibilidad de sancionar una nueva ley de radiodifusión nos recuerdan la tesis del informe McBride de que “no hay un nuevo orden de la comunicación sin un nuevo orden económico” (1980).

Pero no se trata solamente de un nuevo orden económico. ¿Dónde comienza esa pasión por el linchamiento del criminal? ¿Dónde comienza la absoluta negación del otro como para ponerlo en la situación de que si se lo mata no importa, pasión que tanto se reproduce simbólicamente hoy en nuestros medios? Eduardo Subirats (1997), como ya adelantamos al comienzo de este trabajo en relación a otro de sus escritos, nos advierte que la matriz que acerca a los demás a leer lo que esta pasando tiene que ver con la muerte, el gran significante, y las relaciones violentas estarían en la matriz del complejo informacional. Por ello la guerra es un gran negocio periodístico. La mayor parte de los grandes medios televisivos y radiofónicos ha querido crucificar a Chabán en el caso Cromagnon, y eso impide cualquier avance en prevención que precisa de un buen narrador que enriquezca lo que se está viendo. Sucede que esto podría hacer del caso algo más complejo y esparcir las culpas hacia lugares indeseados (y el no hacerlo, paradójicamente, genera una percepción de Chabán o de Ibarra como víctimas). Porque el complejo informacional es, como ha sido dicho, ambiguo: nefasto, trivial y superficial pero, a la vez, generador de un debate público, lo cual permitiría corregir el sistema más que ser, como acentuaría Virilio, víctimas de las percepciones que el mismo nos permite. A la vez ya se ha discutido, cuestionando a Habermas, sobre el alcance real de tal acción comunicativa.

Por otra parte, y como ya mencionamos, los medios tienen la responsabilidad de transmitir e interpretar lo que sucede sin tiempo para meditar o recurrir a sutiles interpretaciones. Expuestos a la inmediatez del acontecimiento y a los imperativos de sus canales (primicias, espectacularidad, audiencias), la construcción que realizan de la realidad de la violencia delictiva depende de estas cuestiones y de la relación del medio con el poder político, los intereses y los valores de diferentes los actores sociales, incluyendo los del mismo medio. Las noticias son también relatos de control social (Pereyra 2005), pero hay ciertos relatos de delitos que controlan más que otros, en su presencia o ausencia.[11]

La producción de la noticia sobre la violencia delictiva es una coproducción entre el mundo de la política y los medios en la que se interpreta, se valora, se pondera, y se hacen acuerdos económicos e informativos. Lo que explica por ejemplo que pueda caer la información sobre secuestros aún cuando crezcan estos últimos, o viceversa.



[1] Las noticias publicadas constituyen “la expresión de negociaciones políticas entre las empresas de comunicación y el conjunto de actores que intervienen en el proceso de inclusión, exclusión y jerarquización informativa, dadas en torno a los intereses en pugna, las estrategias de construccion mediática y la participación de los medios como bisagras entre los públicos y los anunciantes, en la búsqueda de dos objetivos principales: obtener ganancias económicas y lograr influencia política, social, económica y cultural” (Miceli y Belinche 31).

Pero no todo es política y estrategia, esta es la crítica de Habermas a Bourdieu en este sentido. Ciertas teorías, como la de Bourdieu, disciernen sobre todo los elementos estratégicos de la práctica social. Otras, como la de Habermas, los elementos normativos. Y la actividad social no es reductible a la actividad estrategica así como la ética no lo es a la política.

[2] Citado por Morley (1996).

[3] Es interesante asimismo notar como el cine ha reflejado la apropación del poder de la violencia desde la década del 70: La Naranja Mecánica, Perros de Paja, El Padrino, Apocalipsis Now, Un maldito policía, Asesinos por naturaleza, La Bonaerense en la Argentina, pueden ser considerados también ensayos sobre el poder y la violencia, llegando a las llamadas snuff movies que se plantean en Tesis, y a otros films como Hannibal.

[4] Como Marília Denardin Budó y Ferrer vieran en el caso brasileño (2005).

[5] Ante el asesinato del cineasta holandes Teo Van Gogh en 2004, por primera vez en la historia holandesa la televisión de ese país mostraba la cara de un sospechoso antes de que fuera declarado culpable por la justicia

[6] Wolf, Mauro. Teorias da comunicação. Lisboa: Presença, 1994, p. 167, citado en Denardin Budó y Ferrer (2005).

[7] Miceli W.; Albertini, E. Y Giusti, E. “Noticia = negociación política” en Oficios Terrestres N° 6. La Plata, 2000, citado en Espeche y Ducrot (2005).

[8] Al estilo de los Berkeley Media Studies, ver www.bmsg.org

[9] Iyengar, S. Is anyone responsible?: How television frames political issues. Chicago: University of Chicago Press, 1991. p. 137, cit. por Coleman (1999).

[10] Porque, por otra parte, los llamados programas “blancos” (eufemismo para referirse a programas que no cuestionan en ningún punto el orden social) son los de mayor facturación publicitaria. El conflicto vende, claro, pero sólo en tanto escándalo. No tiene que resultar demasiado interesante o concientizador.

[11] Los delitos económicos, por ejemplo y tal como ya dijijmos, no se suelen pensar en la Argentina como un problema delictivo ni de seguridad, por lo que sus relatos no abundan. El Centro de Investigación y Prevención de la Criminalidad Económica trabaja para lograr que los mismos queden al descubierto (una base de datos con las 750 principales causas).

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