Soy Licenciado y Profesor de Sociología de la UBA y Doctor en Letras de la Universidad de Yale. He partido en 1990 de la Argentina ante lo que percibía como una ausencia de corporalidad propia de una nauseabunda decadencia. Me he especializado en Puerto Rico, Portugal, EEUU, y Canadá. Tengo 18 años de experiencia docente a nivel secundario, terciario y universitario en diversas partes del mundo. Regresé hace unos meses en momentos en que me pareció necesario y a la vez factible hacerlo. No estoy seguro de continuar en la universidad. Mucho huele a roído en las universidades, de Argentina y del mundo. Las universidades no podían ser ajenas a la corrupción y mercantilización de los años 90. La banalidad de salón que ha hecho su nido de plástico en los 90 tiene que ser criticada si nos interesa rescatar la tarea intelectual de potenciales lectores y escritores de un país independiente. La posibilidad de la recuperación de la Argentina es, entre otras cosas, la posibilidad de la producción de un pensamiento. Lo que está en juego es la escritura de nuestra independencia. La erosión de la palabra escrita y hablada, la falta de compromisos, las ignorancias doctorales y populares, la rendición al presente, fue fundamentalmente obra nuestra.
Los especialistas en educación nos dicen que los resultados educativos, nuestra capacidad para leer y escribir por ejemplo, están relacionados con una situación social del país que se deteriora crecientemente. Eso es solo parcialmente cierto. Ya que ésta es la situación social presente también en el mundo desarrollado. Y los jóvenes docentes enfrentan el riesgo de una educación donde la relación docente/alumno se quiebra porque se incorporan a la enseñanza y al aprendizaje universitario jóvenes con un universo cultural e utopías diferentes a los históricos de la universidad. Y aplicar estímulos salariales en relación con resultados y rendimientos de las instituciones educativas con frecuencia sólo genera una hiperinflación y ficcionalización de los resultados. Los alumnos terminan aprobados por cuestiones sociales, ideológicas, económicas o derivadas de un marco de emergencia.
Hoy los alumnos dejan de ser alumnos y ejercen reivindicaciones y reclamos sin saber quien es el vicepresidente de la nación o qué es el FMI. Todo mezclado en nuestro cambalache, con la desordenada ley enmarcada en un supuesto compromiso social.
Las instituciones educativas tienen un problema muy serio que nadie parece querer enfrentar. Los estudiantes egresan sin rigor alguno. Y entran a la universidad como a un estadio de fútbol, sin ser examinados. No hay contención, dicen. Es mucha exigencia para los estudiantes, dicen. Yo creo que estos discursos están arruinando a nuestros jóvenes y a nuestra universidad. La universidad requiere cierto esfuerzo sistemático y disciplina que los nuevos sectores que la habitan no quieren practicar.
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