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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

jueves, 2 de febrero de 2006

Violencia y Medios 2: La Vida Cotidiana y las Percepciones de la Violencia


A vida é a arte do encontro, embora haja tanto desencontro nesta vida...

Vinicius de Moraes

Nadie está por fuera del lenguaje, las creencias y la construcción del sentido. Y nadie discute la influencia de las noticias sobre nuestras imágenes del mundo. Esas noticias, en el caso de la violencia delictiva, pueden generar profecías autocumplidas (siguiendo las teorías de Gregory Bateson y Paul Watzlawick):

Cuánto más usted crea que el mundo es peligroso, más razones encontrará para desconfiar de las cosas y de la gente, no solamente porque ud. es más sensible que otro sujeto a los índices de peligro, sino también porque inevitablemente, su actitud de desconfianza inducirá en sus interlocutores comportamientos que ud., con toda la razón del mundo, considerará sospechosos (Verón 2001: 77).

En este sentido, las cifras de las encuestas que dan cuenta de la percepción en la vida cotidiana sobre la violencia delictiva señalan el aumento de aquella: lo que más ha crecido es la creencia de que vivimos en una sociedad insegura. Si el consumo es también una actividad retórica (Morley 309), la audiencia de una cultura del consumo participa en la creación del sentido en la vida cotidiana y, por lo tanto, sugiere Morley que en el caso de los estudios sobre la audiencia (y en Morley se trata especialmente de audiencia televisiva) un desafío está en la capacidad para estudiar la audiencia como fenómeno social pero también semiológico-cultural. En el caso de la televisión, Morley pone el acento en la necesidad de “reconocer la relación entre los televidentes y el aparato de tv, en tanto ambos están mediados por las determinaciones de la vida cotidiana” (Morley 285).

Ahora bien, si el consumo es una actividad retórica, la senda de la retórica es sin duda un senda grata, que se siente cómoda en tiempos de posmodernidad, y tal vez nos haga caer en un "relativismo complaciente, en virtud del cual la contribución interpretativa de la audiencia se sobreestima hasta tal punto que la idea misma del poder de los medios pasa a ser una simpleza".[1] Creemos este alerta de Corner importante. Y volveremos sobre este tema más adelante, cuando nos refiramos a las relaciones entre política, impunidad y violencia. De la misma manera, podría discutirse la noción de que la “escena pública” es sólo para “mirar y disfrutar”, y “no para actuar” (Bauman 2004: 215).

Estudios realizados desde la década de 1960 hasta hoy muestran como los medios participan de la construcción de una percepción distorsionada de la violencia, deciden que ciertos hechos son violentos y otros que no[2]. En Argentina, por ejemplo, fueron contagiados de sida 211 pacientes hemofílicos en 2005, y algunas de sus parejas e hijos, sin que hubiera para ello prácticamente ninguna cobertura mediática, a pesar de que hubo médicos procesados por contagio doloso y, luego, sobreseídos definitivamente. Lo que Cohen calificó como “pánico moral” (1972) excluye estas construcciones, porque la moral social no parece estar demasiado preocupada por los hemofílicos. No hay “saga” para hacer de los hemofílicos. Pero, podría decirse contrariamente a esto, que el público distingue entre lo que ve y lo que piensa y que no puede inferirse una moral social de lo que se ve en televisión. Sin embargo, lo que piensa se haya, sin dudas, marcado e influido por lo que ve, y lo que ve son los llamados “casos”, como recoge en sus estudios el Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano[3]. Y lo que piensa tampoco es siempre lo más bello como una postura romántica supondría: “coincidiendo con Keane encontramos que los problemas que suscitan la violencia ... se encuentran tanto en el Estado como en la sociedad, productora de muchas incivilidades” (Isla y Míguez 316), no atribuibles al Estado o a los medios.

Coincidimos con el diagnóstico del venezolano Bisbal en que hay relaciones íntimas “entre lo que dicen los medios y lo que puede decir, ver y escuchar una sociedad sobre sí misma”[4]. Pero “así como el mundo comercial y político confía fuertemente en la influencia de las imágenes y los mensajes” nos parece ingenuo con Groebel “excluir la violencia en los medios de cualquier probabilidad de efectos”(8).

Las percepciones públicas del crimen se forman al menos parcialmente en base a la información presentada por los medios. Pero al dar sólo información episódica sobre la violencia delictiva, pareciera como si no hubiera nada que los ciudadanos pudieran hacer al respecto, incrementando así el miedo y, según algunos autores, reforzando la ideología dominante (Coleman). Todos nos volveríamos entonces más temerosos de lo que sería necesario, mezclando temores cotidianos y trascendentales. A este cruce de medios, experiencia cotidiana y dimensiones trascendentes, y en la línea de reflexión de Monsiváis sobre el tema, se ha referido con acierto Rossana Reguillo de la siguiente manera:

Creo que los medios, especialmente la televisión, han sido capaces de recuperar el “habla mítica” del pueblo, en el sentido de jugar con las ganas de experiencia, con la necesidad de un mundo trascendente que esté por encima de lo experimentado y que sea, paradójicamente, experimentable a través del relato de los miedos en los medios. Por ello, pienso, lejos de debilitarse, los miedos se fortalecen en la ampliación sobrecogedora de su narración mediática” (Reguillo 2000: 195).

A esa “trascedencia cotidiana” habría que agregarle entonces el fenómeno previamente mencionado de que, más allá de la veracidad o no de los datos informados sobre la violencia en los medios, y tal como venimos afirmando, “la imprecisión de por sí genera aún más inseguridad: es lo opuesto del orden racional, de lo asible, de lo combatible; la imprecisión multiplica el efecto de la violencia” (Rotker 12).

Así como el mundo académico durante mucho tiempo mantuvo una tendencia general a ignorar la vida cotidiana, lo mismo afirma Teun van Dijk que ocurrió con los “textos cotidianos de los informativos en los medios de comunicación, que empezaron a estudiarse sistemáticamente y desde un punto de vista del análisis del discurso” sólo en los últimos quince años (251).[5] Y esto a pesar de que, como señala este autor, probablemente no exista otra práctica discursiva, además de la conversación cotidiana, que se practique con tanta frecuencia y por tantos como el seguimiento de noticias en los medios (30). Ese seguimiento, en el caso de las noticias policiales, genera un sentimiento de inseguridad ligado, entre otras variables, al tiempo y al espacio dedicados a las noticias de este tipo. Chermak mostró además como el espacio dado en los medios a una historia de violencia delictiva dependía de lo emocional que se pudiera obtener de las víctimas[6] o, en voces de otros autores, de cuánto pudiera hacerse, de la violencia y la victimización, un espectáculo (Barrios). Fue ésta la situación, al menos parcialmente, en los casos Blumberg y Cromagnon, en este último además con episodios de cacerías, creación de monstruos y chivos expiatorios.

Entonces, insistimos, la discrepancia observable entre la violencia social real y la violencia medática tal como es percibida por la opinión pública a través de los medios no tendría como principal consecuencia, como han sostenido algunos autores, el incremento de comportamientos agresivos sino lo contrario: acorde a un informe del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Begrano, “produce una profunda acentuación de las sensaciones de victimización, de riesgo y de vulnerabilidad personal, amplificando la desconfianza hacia los demás y hacia el entorno social”.[7] En relación específicamente a los diarios, por ejemplo, Williams y Dickinson (1993) encontraron una alta correlación entre la lectura de periódicos sensacionalistas y un mayor miedo al crimen[8]. Los trabajos de Gerbner mostraron hace tiempo la correlación existente entre audiencia televisiva y sentimiento de vivir en un mundo riesgoso. Pero Sparks desestimó estas hipótesis argumentando que la visión de crímenes ficcionalizados, por ejemplo, contribuiría a una concepción del mundo donde la justicia se restaura al final, lo que ayudaría a hacer frente al temor.[9] No me resultan convincentes estos argumentos de Sparks. La restauración de la justicia actúa en un plano ficcional que, precisamente, podría también contrastar con una realidad donde la justicia no se restaura, generando exilios de lo social en los medios como otrora en la literatura. Sí podría decirse que la realidad misma podría considerarse una extensión de la ficción, pero esto requiere una operación de lectura de cierta sofisticación y entrenamiento. Los medios aumentan el pánico social mucho más de lo que lo reducen. Pero, en la línea de Sparks, muchos investigadores de comunicación suponen que los medios materializan las funciones durkheimianas que el crimen tendría en la sociedad: la construcción de la moralidad, la promoción de la cohesión contra el criminal y la imposición del control social. Sin embargo nosotros creemos (con Gerbner en este caso) que el crimen y su mediación no son una parte muy saludable del sistema social sino que esas narrativas cultivan una visión del mundo que ayuda a mantener el “status quo” que, al menos en nuestras sociedades latinoamericanas, no parece un horizonte deseable.

Entre esos crímenes, y tal como señalábamos con anterioridad, hay “casos” que facilitan una identificación en los “lectores” porque se sitúan “cerca” de la vida del “ciudadano común” imaginario e “ideal” (no necesariamente el real) con su terrible dramatismo (como ocurriera con el caso Blumberg, que “nace” dramático con la muerte del hijo). Y de “casos” como este, lo que más suele atraer la atención no son los los argumentos sino el drama de una persona y sus sentimientos. La forma del “caso” tiende a ocultar razones estructurales bajo la dramática individual que, desprovista de los recursos de una gran pluma (como la de Shakespeare en el “caso” Macbeth, por ejemplo, con treinta y tres asesinatos), reduce el evento a una mera anécdota que rompe con la cotidianeidad y puede catalizar nuestros miedos.

Si gran parte de lo que se aprende se aprende a través de la observación del entorno inmediato, los medios y sus textualidades violentas son claramente partes del mismo. La violencia siempre ha sido un tema importante de la vida cotidiana y la cultura popular, siempre ha habido una fascinación por ella, desde el discurso religioso a la jurisprudencia, del folklore a la ciencia (en este año una investigación realizada en la Universidad de Harvard y publicada en la revista Science la declara una enfermedad socialmente infecciosa)[10]. Y si, tal como lo señalara Renato Ortiz, “la mundialización de la cultura se revela a través de lo cotidiano”[11], el periodismo policial representa uno de los primeros géneros que agitan fantasmas de violencia delictiva otrora locales, hoy globales (sin dejar de ser locales y dejando muchos pueblos afuera), casi siempre urbanos, siempre modernos en la percepción de que la vida en las ciudades es peligrosa. Especialmente la violencia gratuita y sin sentido[12] genera mayor incertidumbre y tensiones sociales.

Si la Argentina se convirtió en algún momento en el país de América Latina con mayor sensación pública de inseguridad, ¿entonces qué rol jugaron los medios en esta percepción, creando a su vez una estigma de ámbitos y habitantes peligrosos e inmorales, presentando el delito como algo habitual en la vida cotidiana? Sin duda un rol importante. ¿Pero podrían haber jugado ese rol sin una realidad social como la del caso Blumberg que le estuviera abriendo el paso a tales narrativas? Sin duda que no. Al mismo tiempo, es sólo después del caso Cromagnon que los comunicadores (pero también ciudadanos y funcionarios) descubrieron de repente la inseguridad de todo tipo de instituciones y recintos públicos.

Y es que si bien hay delitos y violencias que tampoco son tratados como tales por los medios, Lagrange argumenta, tal vez no sin razón según creemos, que los criterios de selección de los medios respecto del crimen no son muy distintos a los que nos guían en otros ámbitos: los periodistas y editores no harían algo muy distinto de lo que hacen ciudadanos y funcionarios en su vida cotidiana al seleccionar lo que cuentan y como lo hacen. La misma audiencia habría antepuesto, por ejemplo, la obra filantrópica del padre Grassi a la probabilidad de que sea un pederasta, como marcara Aliverti en un editorial radial según revelaría la inmensa mayoría de los llamados a los medios.[13]

Es interesante asimismo notar que las llamadas “olas” de violencia generan opiniones favorables a políticas que la misma población no apoyaría en un debate más calmo. La misma persona que en su momento puede pedir por los derechos humanos puede asimismo reclamar mano dura en otro momento bajo presión emocional: paradojas de la percepción de la violencia en la cotidianeidad. El miedo[14] y la ansiedad se hallan ligados a la presión pública para solucionar problemas de seguridad a través de los medios: y el reclamo es por más policía y más punición (Surette).[15]

Y los medios tienden a hacer aparecer, precisamente, a los fenómenos de violencia e inseguridad como extraños y externos al sistema social, fácilmente condenables y ajenos, que nada tendrían que ver con el “ciudadano común”. Del delincuente sólo parece importar por lo general un prontuario que en nada nos toca.

En el caso argentino, por otra parte, la “inseguridad” como fenómeno tiene su espacio geográfico mediático en el Gran Buenos Aires y la Capital Federal, inseguridad generada en buena medida por regímenes políticos y económicos en la Argentina, y potenciada a su vez por los mismos discursos mediáticos que hoy se escandalizan por los crímenes que ayudaron indirectamente a generar.

Si el conocimiento público del crimen deriva en buena medida de los medios[16] y, como ya se ha sostenido (Gerbner), ver mucha violencia en tv llevaría mas al miedo que a la agresión y a la ya mencionada “mean world view” o “mean world syndrome” (Surette),[17] un análisis del discurso de los mismos sería relevante en tanto textos procesados (Van Dijk 68) para su consumo en la vida cotidiana, espacio donde se interioriza el orden social (Bauman 2004: 13) y donde se perciben y reprocesan las construcciones del crimen realizadas por aquellos.

Ahora bien, esa percepción cotidiana es parte de una recepción capaz de “mirar” la violencia e inclusive estar capacitada (y tal vez necesitada) de un goce perverso con ella. Hay delitos que pasan desapercibidos por no tener fuertes esos componentes claves para una gran noticia: poder, violencia, muerte, sexualidad, movilización social. El “caso María Soledad” los tuvo todos. Pero también un caso similar en otra provincia pudo no haber tenido ninguna trascendencia nacional. En Catamarca la tuvo porque en esa provincia había en ese momento un diario opositor. Una familia política puede caer o el servicio militar puede abolirse por la cobertura mediática de un crimen (caso Carrasco), porque puede darse una situación de alianza de los medios y la opinión pública contra la institución política. Y en situaciones de conmoción social los medios miden lo que conviene a sus intereses. Por otra parte, los crímenes de importancia política (como en el “caso Cabezas”), también tienden a recibir más la atención de los medios.

Pero más allá de las mayores o menores coberturas, nuestra falta de condolencia “ante el dolor de los demás”, como reza el título del libro de Susan Sontag, revelaría la monstruosidad moral de nuestra cotidianeidad. Sin imaginación, sin empatía, estamos muy cerca de los elementos que construyen a un criminal y que generan violencia. Sólo tenemos “la confundida conciencia ... de que suceden cosas terribles” (Sontag 21), tan sólo mirando lo que vemos (que es muy poco de lo que ocurre en términos de violencia delictiva) y que vemos y leemos como entretenimiento mientras comemos una tostada por la mañana o una pizza por la noche.[18] Es cuando las audiencias conciben que lo que ven o escuchan en los medios puede sucederles que estamos frente a una importante noticia, de allí que los medios enfoquen siempre desde una perspectiva asociada a los intereses de los segmentos que los consumen como una tostada o una pizza, que les atrae pero que desean consumirlas y que no los consuman.

Numerosas son las teorías sobre las percepciones de la violencia en los medios y sus efectos: teorías del aprendizaje observacional, de los efectos a largo plazo, del refuerzo, del cultivo, de desensibilización, de la catársis, y sus variaciones según el nivel de realidad, el tipo de identificación solicitada, el nivel de gratuidad de la violencia y la crudeza de la representación. Si bien, coincidiendo con Bonilla, podemos afirmar que ciertos sectores son blanco fácil de ciertos mensajes[19], las teorías de los efectos de la violencia en los medios, tal como dijeramos anteriormente, han generado poca claridad explicativa. Pero desconocer esos efectos, afirmamos junto a Bourdieu y Wacquant, es desconocer el ejercicio de una violencia que se ejerce en la medida de ese mismo desconocimiento.[20] La televisión imita los traumas de la vida cotidiana en relación con la ley[21], las personas ven programas que reflejan los temas que son parte de sus vidas (Curry), pero son las intersecciones de cultura y crimen tal como las presentan los medios de comunicación las que editan y recortan la experiencia de violencia y delito para la percepción de la vida cotidiana. Como mostraron tempranamente Cohen (1972) y Hall (1978), es la percepción de los problemas sociales lo que los vuelve problemáticos. Y son ciertas formas de delito las que se transforman entonces así en problemas sociales y no otras que tal vez produzcan igual o mas daño, como ejemplificáramos con el caso de los hemofilicos: si el poder es impunidad, “el poder simbólico es, en efecto, ese poder invisible que no puede ejercerse sino con la complicidad de los que no quieren saber que lo sufren o incluso que lo ejercen”. (Bourdieu 1999). De allí que complejidades sociopolíticas e históricas del delito como las que hacen a los casos Blumberg y Cromagnon queden veladas detrás de las emociones “humanitarias” que estimulan las estéticas mediáticas de la tragedia.

Un estudio realizado entre niños y adolescentes de distintos sectores sociales de la Argentina, a pedido de las Naciones Unidas, arrojó que una de las formas mas frecuentes de violencia que aquellos perciben es el maltrato dentro de sus familias. Identifican a la policía, al Estado y a la propia familia como las principales amenazas.[22] Esta “violencia delictiva” familiar, policial y estatal, sin embargo, no parece ser la que genere masivas manifestaciones en favor de la seguridad en nuestro país ni la que los medios retratan más a menudo.[23]¿Cómo puede hacerlo una pantalla que en los años de la dictadura preguntaba: “¿Usted sabe dónde está su hijo ahora?”

Es la representación sensacionalista de la violencia la que siempre gozó de popularidad, como dijimos, desde el circo romano a las hazañas de bandidos. Las ejecuciones públicas se suponía fueran instructivas y frenaran el crimen. Pero hoy no hay en los medios una reflexión sobre el efecto de lo que se muestra de las víctimas. Se piensa muy poco en eso y casi todo queda limitado a la responsabilidad individual del periodista o el editor. La “cotidianización de la violencia” y la permisividad por el bienvenido rechazo a la censura generaron, a su vez, una insensibilización (Barrios). Si bien el espectador siente que hay algo decisivo para comprender la naturaleza humana cuando la vida está en juego, como sostienen Imbert (1992) y Langer, y la visión de un lugar como Cromagnon en llamas o la de un hombre acercándose a nosotros con un cuchillo no deja de recordarnos nuestra vida y su importancia, como nos recuerda John Berger (2004), los relatos irónicos de la violencia en películas del éxito de Los perros de la calle, Pulp Fiction o Asesinos por Naturaleza revelan una mirada entretenida pero apática, sutil pero impiadosa, desencantada pero fatal, mirada que ya está en la sociedad pero que tales visiones y relatos reproducen y potencian.

El antiguo espéctaculo del sufrimiento hoy se provee en el marco de una homogeneización mercantil de las audiencias, más allá de la existencia de comunidades interpretativas (Dias Schramm). Se han “comercializado los derechos humanos” (Ferguson 1998) y los problemas de la humanidad han sido transformados en mercancías de la industria cultural (Ford 1999: 12). Y tal como señalaramos con Ford anteriormente, se vuelve a los arquetipos míticos, que también cumplieron su rol en la percepción de la violencia durante los años del terrorismo de Estado. En este sentido, no es descartable la hipótesis de Zillmann (1980) sugiriendo la situación en que ante un sentimiento continuo de temor exista también la posibilidad del refugio en la programación violenta de la televisión, debido a que la repetida exposición a estos contenidos sería capaz también de aliviar temores.[24] Pero el problema no es que tal exposición alivie o no temores, nos haga recordar o no ciertos hechos de violencia delictiva, nos grabe en la memoria las fotografías de Cabezas o de Axel, sino que sólo recordaríamos de ellos ciertos recuerdos: recordar es recortar. El recordatorio por este medio eclipsaría, supone Sontag, otras formas de entendimiento y de memoria (103). Recordar, afirma Sontag, es cada vez más ser capaz de evocar una imagen. ¿Pero, nos preguntamos con ella: “¿Somos mejores porque miramos estas imágenes?” ¿No se trata mas bien de que sólo confirman lo que ya sabemos (o queremos saber)?”(106-7)[25]

En muchas ocasiones los medios reprodujeron imágenes de las víctimas directas o indirectas, instituyéndose a la vez en canales de denuncia pública y presión judicial (como ocurriera en los casos María Soledad, Carrasco, Cabezas, por ejemplo). Pero, sobre todo, han contribuido a la percepción de que hay un problema de criminalidad, el que no siempre es tal como se lo recuerda y recorta. Y esa percepción es la que instala luego la “seguridad” como tema central y nuevas políticas para la criminalidad no siempre acertadas y peligrosamente apresuradas (como ocurriera con el caso Blumberg).[26]

En ultima instancia, y como sostiene la hipotesis de Gerbner, la violencia espectacularizada representada en los medios, magnificadora de la violencia social, termina por “cristalizar” contenidos informativos en la forma de un saber distorsionado que guia la actuación de los sujetos sociales en la vida cotidiana (A. Teijeiro, Farré y F. Pedemonte 131). Según un estudio realizado en 1993, los crímenes violentos en la tv estadounidense llegan al 56% del total de los actos ilegales representados, mientras que constituyen solamente el 5% del total de los crimenes cometidos en realidad.[27] Muchos son los autores que destacan la importancia de esta distorsión de los medios en la percepción cotidiana de la amenaza de la inseguridad.

Si el entretenimiento violento y las narrativas del delito, como dijimos, son históricamente populares (por lo que tienen además de prohibido y de tabú) en los medios[28]; si los medios presentan recuentos exagerados del crimen violento en la sociedad (Potter y Kappeler 1998; Gottfredson y Hirschi 1990; Chermak 1994; Graber 1980)[29]; si la mayor parte de la gente aprende sobre el crimen a partir de lo que ve en los medios (Graber 1980; Surette 1992) [30]; y si a eso le sumamos el énfasis en lo atípico y la celebración de lo violento, podemos llegar a tener, supone Ronald Burns , recepciones cotidianas erradas sobre el crimen (Chermak 1994; Gottfredson y Hirschi 1990).[31] Y si esas percepciones son erradas o prejuiciosas, las respuestas resultan en políticas menos efectivas de prevención y control.[32] A su vez, los agentes de control social recomiendan por lo general estrategias individuales de prevención, dejando sin analizar cuestiones ideológicas institucionales y estructurales.[33]

Entonces, si la cobertura mediática del crimen tiene un impacto sobre la opinión pública y los medios generan los conocimientos que les permiten a sus audiencias forjarse una opinión sobre el mundo que les rodea, en el caso de la violencia delictiva existe un lazo entre el crimen, la cobertura mediática, la opinión pública y las políticas públicas: hay un lazo entre esa cobertura que sobreenfatiza el crimen violento (Chermak, 1994, 1995; Graber, 1980; Marsh, 1988; Sheley & Ashkins, 1981; Skogan & Maxfield, 1981)[34], la percepción del riesgo y las preferencias de la población por politicas de intervención dura de las autoridades contra la criminalidad.[35]

En tiempos en que las acciones del “deber ser” se hallan en baja ante la dictadura del entretenimiento y del escándalo, tiempos en que desde la vida cotidiana se ha priorizado más la “seguridad” que los “derechos humanos” (y el caso Blumberg se dió en el marco de ese debate), no está mal recordar que “no hacen falta mil disparos para entender lo violento”, y que “los más grandes directores de cine la trabajaban (la violencia) como irrupción dolorosa y oscura”.[36] Si la velocidad y el accidente (que la misma entraña junto al riesgo y la incertidumbre) han tenido efectos drásticos en nuestra vida cotidiana urbana pasando de una cosmópolis a una claustrópolis, de la reflexión a la emoción ante la angustia y el pánico escandalizadores y estandarizadores, tal como marcara Paul Virilio, esa situación nos interpela y nos produce una profunda incomodidad en tanto, por un lado, se vuelve necesario enseñar a leer los medios (la televisión se había convertido para el autor francés en un “museo de accidentes” que solo podía destruir, y veía por tanto a McLuhan como completamente equivocado en su visión idílica de la misma) y, por el otro, esa enseñanza se ve deglutida por los mismos medios en tanto todo lo que los rodea se convierte en mercancía y moda.[37] Mi pregunta sería en este sentido: ¿es construible otro régimen de visibilidad? Si sabemos que los “hechos violentos” dependen también de cómo han sido construidos por los medios como mercancías en la “opinión pública”, construída ésta última a su vez a través de encuestas en las que la reflexión y el análisis suelen estar ausentes, una postura comprometida, como intenta serlo la nuestra, con los derechos humanos, no puede sino cuestionar esa trama, aún concientes de la dificultad de argumentación por fuera de los discursos mediáticos y de la “opinión pública” (Tiscornia 11).

Finalmente, es preocupante notar que hemos perdido el asombro frente al delito. ¿Han notado como ha pasado a usarse en nuestra vida cotidiana, con una sonrisa en los labios y con harta frecuencia, una palabra muy difícilmente hallable fuera de los estrados judiciales antes de los años 90’: “inimputable”? Se perdió el asombro frente al delito que borra sus fronteras con la “avivada” y la aceptación social de los mismos bordeando la misma admiración (Barreda matando a su suegra, Fiendich llevandose el dinero del tesoro, personajes que la opinión pública no condena tan claramente como a Chabán: el perdedor siempre es condenado, aunque media sociedad comparta las prácticas que lo llevaron a la derrota. Y es inconveniente para el periodista resaltar su inocencia hasta que se pruebe lo contrario, ya que la prensa siempre está con las víctimas). Nuestra sociedad no puede percibir como violencia delictiva comportamientos que constituyen prácticas habituales, aceptables y justificables de su vida cotidiana y que son retratadas con ironía en los medios de comunicación.

El miedo ahoga la piedad, la conmoción bretoniana se ha vuelto corriente, nos habituamos al horror:

...los rostros hendidos por los golpes del machete de los tutsis supervivientes al desenfreno genocida lanzado por los hutus ruandeses: ¿es correcto afirmar que la gente se ACOSTUMBRA a verlos? (Sontag 97)

¿O a NO verlos?, podríamos agregar.

Las atrocidades que no estan guardadas en nuestra mente mediante imagenes fotograficas ampliamente conocidas, o de las que simplemente contamos con pocas imagenes -el exterminio total de los hereros en Namibia decretado por el gobierno colonial aleman en 1904; la furiosa embestida japonesa en China, sobre todo la masacre de casi cuatrocientas mil y la violación de ochenta mil chinas en 1937, la llamada masacre de Nanjing; la violación de unas ciento treinta mil mujeres y niñas (entre las que diez mil se suicidaron) por parte de los soldados soviéticos victoriosos cuando fueron desatados por sus comandantes en Berlín en 1945-, parecen más remotas (Sontag 99).

Nos rendimos en nuestra vida cotidiana a atractivos violentos. Pero Sontag cree que “la visión del sufrimiento (…) arraigada en el pensamiento religioso” y que “vincula el dolor al sacrificio” y “a la exaltación” es “ajena a la sensibilidad moderna” que “tiene al sufrimiento por un error, un accidente o un crimen” (115). Yo no creo que nos hallemos ante visiones inconmensurables. Por el contrario, el crimen contiene en sí elementos del sacrificio y la exaltación, y permanecen juegos simbólicos intertextuales en ese sentido en la percepción cotidiana. Y si bien es cierto, como dice Sontag que hay imágenes de violencia que hoy no nos trastornan y que hace cuarenta años hubieran generado rechazo, también es cierto (lo que no menciona aunque seguramente sabía) que violencias que en su momento no conmovían y ni eran consideradas criminales hoy nos parecen inaceptables.

Sontag nos alerta de la simpatía con la víctima que nos aleja de nuestra complicidad con su victimización (pero nos recuerda que la literatura nos enseña la simpatía con lo otro, aumenta nuestra capacidad de compasión, así como Bourdieu enfatiza el rol tanto de la literatura como del arte en la crítica y el debate público). Y la modernidad es el espacio en que, como decíamos, desayunamos y manifestamos nuestra simpatía con esas víctimas en los periódicos. Baudelaire escribirá en sus diarios, anticipando el nuevo formato tabloide de The Independent:

Es imposible recorrer cualquier periódico, de no importa qué día, mes o año, sin encontrar en cada línea los signos más espantosos de la perversidad humana (...)

Todo periódico, de la primera línea a la última, no es sino un tejido de horrores. Guerras, crímenes, robos, impudicias, torturas, crímenes de príncipes, crímenes de las naciones, crímenes de los particulares; una embriaguez de atrocidad universal.

Y es con ese aperitivo repugnante el hombre civilizado su comida de cada mañana" (mi traducción).

Pero no es que la realidad se haya convertido en un espectáculo como afirmara Debord. En todo caso puede ser más el caso de la realidad privilegiada de ciertas regiones del mundo. Por una parte, no es posible generalizar sobre la recepción de las representaciones de la violencia delictiva a partir del consumo de quienes más lejos suelen estar de ella. Y como en un espejo, por otro lado, está siendo cuestionado hoy el “lazo emocional que anuda la creencia y, por tanto, la credibilidad”(Arfuch ALS 1) garantizadas en el testimonio, rasgo hoy problematizado como valor de verdad en el último libro de Beatriz Sarlo (2005).



[1] Corner, 1991, citado en David Morley (41).

[2] Más extensivamente, desde principios de siglo contamos con estudios sobre la delincuencia y la violencia en los medios, y las conferencias, simposios y libros publicados desde entonces sobre este tema son incontables. Muchos de ellos son estudios originarios de EEUU, Canadá, Australia, Nueva Zelanda o Europa Occidental. Pero cada vez mas Asia, América Latina y África están contribuyendo al debate sobre estas cuestiones, con miradas que van desde los estudios culturales al análisis de contenido de los programas de los medios y la investigación conductual. En Paris, en 1997 se celebró un congreso auspiciado por la UNESCO, continuación de las reuniones de Lund en 1995, sobre estos temas.

[3] Ver www.onlineub.com/encuestas/IVSP/v4.pdf

[4] Marcelino Bisbal, “Violencia y televisión o el discurso de la conmoción social”, en Guillermo Orozco Gómez, coord.., Miradas latinoamericanas a la televisión. Universidad Iberoamericana, México, 1996, p. 125. Las comillas pertenecen a ese autor, citado en T. Delarbre, Raúl, op. cit.

[5] Van Dijk menciona entre ellos los trabajos de Fairclough y Fowler.

[6] Steven Chermak. Victims in the News: Crime in American News Media. Boulder, CO: Westview Press, 1995, citado en Steven Chermak (1995).

[7] Esto ha sido demostrado en estudios de George Gerbner y Gross L., “Living With Television: The Violence Profile”, Journal of Communication, n. 26, 1976; Gerbner G., Gross, M. Morgan y N. Signorielli, “The Mainstreaming of America: Violence Profile n. 11” en Journal of Communication n. 30: 10-29; y Jo Grebel, op. cit. Ver al respecto el índice de violencia social percibida del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano del 20-6-2002. www.onlineub.com/encuestas/IVSP/v4.pdf

[8] Renita Coleman, op. cit., nos recuerda como la cobertura de los crímenes y el énfasis en la violencia ha sido consistentemente correlacionada de manera positiva con el miedo público a la victimización (Graber, 1980; Einsiedel, 1984; Gebotys, 1988; Gordon & Heath, 1981; Graber, 1980, Heath, 1984; Jacob, 1984; Liska & Baccaglini, 1990; O’Keefe & Reid-Nash, 1984; Smith, 1984; Williams & Dickinson, 1994, citados por la autora).

[9] Ver Sparks, R. L. Television and the Drama of Crime: Moral Tales and the Place of Crime in Public Life. Buckigham: Open University Press, 1992, citado en

[10] Constance Holden, “Controversial Study Suggests Seeing Gun Violence Promotes It” en

Science Magazine, Vol. 308, 27 de mayo de 2005.

[11] Renato Ortiz, 1994, citado por Aníbal Ford (1999:66).

[12] Que según otros estudios es lo que más se recuerda de los fenómenos de violencia, ver F. Pedemonte, op. cit.

[13] Editorial del 26-10-2002

[14] Entre las variables que hoy el PNUD escoge para medir el desarrollo humano hay medidores del miedo.

[15] Ver Barille, L. “Television and Attitudes About Crime: Do Heavy Views Distort Criminality and Support Retributive Justice?” en Ray Surette (ed.) Justice and the Media: Issues and Research. Springfield, Illinois: Charles C. Thomas, 1984 citado en Dowler, “Media Consumption...”.

[16] Ver Roberts, J. Y A. Doob, “Public Estimates of Recidivism Rates: Consequences of a Criminal Stereotype” en Canadian Journal of Criminology 28: 229-241; y Surette, Ray, op. cit., referidos en Dowler, op. cit.

[17] Pero si el crimen ocurre lejos de casa el efecto es el opuesto, generando una sensación de “sentirse seguro por comparación”: ver Liska y Baccaglini, “Feeling Safe by Comparison: Crime in the Newspapers” en Social Problems 37, p. 360-374, 1990), citado por Dowler, op. cit.

[18] En el año 2003 salió una nueva versión del periódico inglés The Independent que incluía un dibujo del café y un huevo frito en la tapa, mostrando como el nuevo formato dejaba espacio para el desayuno en la mesa

[19] Bonilla, J. I. Violencia y Medios de Comunicación. Otras pistas en la investigación. México: Trillas, 1995. Citado por García Silberman, Sarah y Luciana Ramos Lira (1998).

[20] Bourdieu, Pierre y Wacquant, Loic, J. D. Respuestas. Por una Antropología Reflexiva. México: Grijalbo, 1995, p. 120, citado en Fernández Pedemonte (2001).

[21] Ronell, Avital. "Video/Television/Rodney King: Twelve Steps beyond the Pleasure Principle." Págs. 105-119 en P. d'Agostino y D. Tafler (ed.) Transmission: Toward a Post-Television Culture, Thousand Oaks, Ca: Sage Publications, 1995, citado por Kathleen Curry (2001)

[22] Poner datos del estudio.

[23] ¿Pero cómo cuestionar la violencia de la institución familiar, la policía y el Estado sin convertirse en un discurso inviable para las grandes empresas mediáticas? ¿Pueden hacer esto diarios como Clarín o Nación? ¿En qué medida? ¿Con qué lenguaje y qué contextualización?

[24] Citado en García Galera (2000).

[25] En Ante el dolor de los demás, Susan Sontag nos llama a reflexionar sobre una ecología de las imágenes (fundamental para pensar en la televisión) y sobre nuestra adormecida capacidad de conmoción y compasión (106-7).

[26] Este mecanismo no es privilegio de nuestro país sino que ha sido estudiado en relación a otros países también Burns refiere en este sentido a la obra de Kappeler, V., M. Blumberg, and G. Potter. The Mythology of Crime and Criminal Justice. Prospect Heights, IL: Waveland., 2000.

[27] Medved, Michael. Hollywood vs. America. New York: Harper Collins, 1993, págs. 196-7., citado en Bettetini y Fumagalli (2001).

[28] La violencia está en el cine desde su surgimiento, y el primer efecto especial en la historia del cine fue la decapitación simulada de María, reina de Escocia, en un film de 1895.

[29] Referencias extraídas de Burns (2001)

[30] Referencias extraídas de Burns (2001).

[31] Referencias extraídas de Burns (2001).

[32] Ver Combs & Slovic, “Newspaper coverage of causes of death”, en Journalism Quarterly, 56: 837- 843, 849, 1979, citados por Renita Coleman (1999).

[33] Grabe, M.E. “Tabloid and traditional television news magazine crime stories: Crime lessons and reaffirmation of social class distinctions”, Journalism and Mass Communication Quarterly, 73(4): 927, 1996, citado por Coleman (1999). Esto ocurre más claramente en el caso estadounidense. Interesante es en ese sentido el énfasis contrario al respecto en varias experiencias y programas del Brasil, donde el acento ha sido mayor sobre los contextos de injusticia social (ver Dastres y Muzzopappa).

[34] Citados por Chermak (1995).

[35] Así como ocurre en la Argentina, y como también ha ocurrido en Italia, los irlandeses también han creído vivir una crisis de seguridad generada por las coberturas mediáticas. Segun O’Connell M., “Is Irish Public Opinion Towards Crime Distorted by Media Bias?” en European Journal of Communication 14: 2, 1999, 191-212, citado en Dubois (2002). La percepción es allí también deformada: crímenes extremos o atípicos, víctimas vulnerables y criminales invulnerables se reportan más, lo que genera un mayor pesimismo sobre el funcionamiento de la justicia. Acorde a Foucault, el gran espacio diario concedido a la criminalidad en los medios se remonta a 1830, cuando comenzarían campañas sobre el crecimiento de la delincuencia que harían aceptables los sistemas de control (1976).

[36] Fabián Bielinsky, nota en Página/12 del 15-9-2005

[37] El hecho de que haya que enseñar a leer y a usar los medios más que censurar lo que no implica que no deba haber límites o restricciones, pero no es saludable que estas últimas emerjan de una situación de “pánico moral”.

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