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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

sábado, 4 de febrero de 2006

Violencia y Medios 4: Identidad


El camino a la identidad es un interminable campo de batalla

entre el deseo de libertad y la demanda de seguridad.

Zygmunt Bauman

Lo que somos se construye en nuestras conversaciones históricas acerca de nosotros mismos, incluyendo las narrativas históricas en las cuales nacemos sin tener conciencia de ello.[1] Cuando leemos acerca de una violación, de un asesinato, de un atentado, no estamos leyendo solamente acerca de lo que sucedió: estamos leyendo nuestro bagaje histórico. Y nuestro modo de leer un hecho violento diseña nuestras capacidades para lidiar con el mismo, es decir, con nosotros mismos, con nuestra historia, con nuestra identidad.

Los medios colaboran notablemente en la construcción de una identidad social a la que la retórica del melodrama, como mostrara Monsivais, no es ajena.[2] En ese marco, y como señalábamos, las representaciones de violencia delictiva contribuyen muchas veces a una lógica identitaria de negación del otro, fundando una identidad en la negación de otra, identidad que a su vez sólo poseía el recurso a la violencia para legitimarse, negando a su vez a quien lo niega.[3]

Cuando la violencia llega a ser una forma de identificación surge una cultura de la misma (Imbert 2004). Y cuando hablamos de cultura de la violencia nos referimos a un culto a la violencia en cuanto a imágenes y representaciones sobre las que se construyen identidades grupales y colectivas. Identidades de la violencia son todas aquellas cuya explicación se articula sobre el recurso al conflicto como origen y constante (Aguado Terrón 255). En la raíz de nuestra pregunta por las representaciones de la violencia delictiva descansa la cuestión de las dinámicas de la identidad (Alsina: 2004).[4] Y en el caso aún más específico de los medios, coincidimos con Morley en que

así como tendríamos que interesarnos por el rol que desempeñan las tecnologías de la comunicación en la constitución de la identidad nacional, tambien deberíamos hacerlo por el análisis de la función que cumplen esas tecnologías en la construcción de las identidades en el nivel doméstico (420).[5]

Es claro como los “casos” mediáticos de violencia delictiva facilitan la emergencia de identificaciones que tendrán un lugar en nuestro pensamiento cuando juzquemos la peligrosidad del mundo o la inevitabilidad de la violencia, recreando identidades sociales temerosas y paranoicas. Coincidimos con Barbero en que la construcción de identidades nacionales no se puede entender sin el papel que cupo y cabe a los medios brindando “un espacio de identificación”: una memoria común y una experiencia de encuentro. En el caso específico de los relatos de violencia delictiva, estos nos enfrentan directamente con la pregunta sobre el ser y sobre lo que no entendemos de nosotros mismos (Delgado). De igual manera, nos dificultan imaginarnos como otros, ponernos en el lugar del otro, cuando esos otros aparecen como la encarnación del mal (y no podemos dejar de mencionar aquí que victimarios y víctimas de la violencia delictiva suelen ser frecuentemente hombres de clases populares) o cuando un barrio o ciertas regiones aparecen como la encarnación del mal en las “cartografías del delito” ya mencionadas. Todo esto más allá de los heterógeneos pero no por ello menos atendibles resultados mencionados de todas las investigaciones realizadas (especialmente en los EEUU) sobre los efectos de la violencia en los medios sobre las actitudes, sensibilidades y temores de sus audiencias y, por lo tanto, sobre las identidades.

Es en este sentido que en función de lo dicho anteriormente un modelo de prevención de la violencia debería en primer lugar enseñarnos a leer. [6] Cada cultura[7] tiene los valores que tiene, ve las posibilidades que ve y actúa como actúa, sobre la base de ciertas narrativas históricas que las aquellas construyen para explicar, justificar y dar coherencia a través del tiempo a sí mismas y a sus mundos. Al explicar, justificar o dar coherencia a nuestras historias de violencia y nuestras maneras de lidiar con ellas, producimos “ficciones” acerca de lo que somos y como llegamos a ser quienes somos. Y los medios cumplen hoy un papel muy importante en el diseño constante de esas narrativas. Nuestra lectura de un hecho violento es una conversación que nosotros, como lectores, producimos dentro de las narrativas que ya somos. Aquí entonces estamos proponiendo leer las historias de los medios y sus lenguajes sabiendo que al leer nos insertamos críticamente en una conversación continua en la que estamos inmersos para abrir nuevas posibilidades en función de generar modelos de prevención de violencia eficaces en la Argentina.

La violencia es humana, demasiado humana, tanto como su captación por una cámara, y la contemplación de lo atroz puede, como vimos y afirma también Sontag, fortalecernos, volvernos más insensibles, o hacernos reconocer lo irremediable (Sontag 114). La seguridad es amiga de la indiferencia y una identidad demasiado sólida sólo se construye a base de ignorancias y negaciones de otras, negaciones violentas de quienes, pobremente, sólo conocen esa vía para estar presentes en la consideración del otro.



[1] “Nosotros tenemos, todos y cada uno, una historia biográfica, una narración interna, cuya continuidad, cuyo sentido, es nuestra vida. Podría decirse que cada uno de nosotros edifica y vive una ‘narración’ y que esta narración es nosotros, nuestra identidad” (Sacks 1988).

[2] Y sin duda los nuevos medios electrónicos juegan ahora un papel esencial en ese sentido.

[3] “Dennet (1998) entiende la identidad subjetiva como un ‘centro de gravedad narrativa’ que articula la coherencia de lo que el sujeto vive de sí. Varela (1996), en un sentido divergente” (y que nos es más afin) “plantea un enfoque de resonancias fenomenológicas al hablar de microidentidades pragmáticas (asociadas al contexto) articuladas en un plexo narrativo o representacional (simbólico)” (Aguado Terrón: 2004).

[4] Esta cuestión ha sido abordada también por Homi Bhabha en cuanto a la relación que existe entre "nación" y "narración" y a la la "performatividad" del lenguaje en la construcción de las narrativas de las identidades (1990).

[5] David Morley propone una alternativa a la sobredeterminación de las industrias culturales por parte de la escuela de Frankfurt concluyendo que la determinación económica es insuficiente para dar cuenta de la determinación de las prácticas culturales y sugiere que las identidades de género, étnicas y etarias, son mucho más determinantes en la constitución del habitus.

[6] Ver al respecto del aprendizaje de le lectura y la imposibilidad final y acabada de esta tarea la obra de Paul de Man (1975, 1990).

[7] Ver al respecto del concepto de cultura: Geertz (1983).

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