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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

miércoles, 22 de octubre de 1986

El mal nunca triunfa III (porque cuando triunfa se llama bien)

La noción de búsqueda de la unidad teoría-praxis como pre-concepto ideológico es una proposición de la cual (como todas) es muy difícil predicar su verdad o falsedad (¿Hasta qué punto'?) Sin duda que el principio de unidad entre teoría y práctica es el principio de la ideología que se daba en los comienzos de la sociología como ciencia, y que hoy las ciencias sociales rechazan sumergiéndose en el terreno de la pura comprensión.  En sus orígenes, los científicos sociales tenían, además, que gobernar la sociedad, que ser vanguardias. Poco a poco esto se va separando de la práctica teórica en la que el sociólogo se limita a diseñar teorías, alejadas de lo ideológico. Las ciencias sociales subestimarán la ideología, siendo ésta el único lugar donde se puede criticar el dominio de las ciencias (Gouldner). La ideología organiza acciones sociales en las que se mezclan tanto conservadores como radicales en cuanto son ambos portadores de una moral. En medio de un espíritu protestante, la ideología era el evangelio del trabajo de la política: las palabras obligando a las personas y justificando intereses personales y motivación al poder. Pero: ¿puede haber un poder no ideológico? Pregunta de la llamada "post-modernidad". Si la ideología es sinónimo de secularización, de ejes que hacen posible el orden social, de Modernidad y autofundamentación, cuando se disocian entre sí lo político, lo social y lo económico, la teoría y la praxis, entramos en terreno de la "post-modernidad": la idea de revolución permanente, la imposibilidad de proyecto. De esta manera la ideología se da una superioridad moral a sí misma equiparable a la superioridad cognoscitiva que las ciencias sociales se dan a sí mismas.

De tal manera que la búsqueda de una unidad es ideológica. No sé si llamarla "pre-concepto" pues habría entonces un concepto no ideológico, cuestión de la que me permito dudar. Pues no sería esta búsqueda "ideológica" si nos atenemos al a concepción de lo ideológico como falso, velado, pre-científico, cáscara. Una tercera opción, ni más ni menos válida que las otras dos, es pensar la búsqueda de una unión como una búsqueda vana. Una pregunta inconducente, pues: ¿qué sería la no unidad? Y sí, en cambio, preguntarnos por las mutuas transgresiones de los elementos de esa unidad. No confundirlos, sí diferenciarlos mediante su misma unificación dialéctica: no una suma teoría y praxis sí una puesta entre paréntesis de esas nociones en las que cada una está, a su vez, interactuando no instructivamente con la otra (teoría/praxis). Pero, empapados de dogmatismo lógico y religioso, ¿cómo aparece la transgresión? ¿Cómo mezclar lo bajo y lo alto para dar un salto? Quizás se trate de una utopía al revés: no la unificación del cielo y la tierra en la revolución, sí una deconstrucción de ese cielo y esa tierra: una revalorización de lo no necesariamente productivo? 

Es que: ¿hay un cielo? ¿Existe un fin de la historia, un estadio positivo final, una cura? O incluso peor: ¿hay algo a lo que podamos llamar unidad saludable? Es el intento de la modernidad: curar, homogeneizar, volver a integrar: Comte y Marx: Eros al ataque, pretendiendo integrar o curar algo que no ha estado enfermo o roto, sino que ha sido roto y dividido para poder luego operar: aparición de las ciencias sociales, auge de las prácticas médicas, Histoire de la sexualité.

Eso no quiere decir que no debamos reconocer las grietas como condición para que incluso Eros venza por lo menos temporariamente al otro invencible: Tánatos. Pero antes de ello debe "despertar el alma dormida" de la que habla Cioran. En síntesis, se trata de poner en cuestión la idea misma de diseño como planificación: ¿idea de reflexión práctica? La revalorización de lo simbólico ante lo sustantivo ya ha constituido un gran golpe a la creencia en los "grandes métodos". Esta reconceptualización de la relación teoría-práctica de la que estamos hablando está íntimamente relacionada con la problemática del Diseño. No es que yo opte por no diseñar, sino que la cuestión es: ¿cómo diseñar lo indiseñable, la sociedad, la libertad? ¿Cómo ser sociólogo? ¿En qué medida nuestras teorías tienen que ver con una praxis social y actúan sobre ella?

Lo primero que tenemos que hacer es quizás revisar la concepción del sistema viviente que estamos usando, cuál es nuestra antropología (base de toda ideología). A partir de allí construimos nuestro objeto de conocimiento y apelamos a la causalidad para explicarlo. Pero la causalidad, si bien indispensable, es completamente arbitraria desde Hume. Más aún en los sistemas complejos que tienen a la paradoja (para el observador externo) como estado propio. Entonces digo: rompamos con la noción de teoría que se aplica a la práctica. No sabría bien qué hacer después. Pero, al menos, reevaluemos la práctica y devaluemos la teoría. Relativizemos los enunciados: las hipótesis y conjeturas pasan por el lenguaje, no existe "la" realidad, "la" Argentina. ¿Podrán los científicos sociales reflexionar en la acción?

El mito de la unidad es el mito de un saber omnisciente que establece una resonancia entre un discurso teológico y la actividad experimental de teoría y medida. Según Whitehead hacía falta esto: "Quiero decir con ello la convicción invenible de que cada acontecimiento puede ser puesto en correlación con sus antecedentes de una manera del todo definida, aplicación de principios generales (...) es el convencimiento instintivo...: que hay un secreto que puede ser develado. Aquel no parece poder encontrar su origen más que en una fuente: la insistencia medieval sobre la racionalidad de Dios, concebida con la energía personal de Jehová y con la racionalidad de un filósofo griego".

Los sociólogos funcionan a su vez como extensiones de esta unidad: el teórico institucional por un lado (ordenando lo social) y el sociólogo empírico por el otro (comerciando encuestas que legitimen ese orden): "saber y prácticas sin relieve ni profundidad", al decir de Ibañez.

Así pasamos por nuestra historia, sociólogos, desde una (ciencia)/técnica a una ciencia/(técnica), de lo impuro a lo puro: "sólo en el medio (ciencia/técnica) es fecunda, cuando ha progresado su pureza sin eliminar las impurezas. Pues la "impureza" es la "condición de posibilidad de la experiencia" (Serres). Al caer la sociología socialista en una "repetiión monótona y dogmática de clisés"(Ibañez), nos queda la reflexión sobre nuestro método,  sobre lo que no dice y lo que no puede decir: relativizar esa tentativa de unidad para "reducir lo que hay en su contexto biográfico y subjetivo de racionalización", y lo que hay en su contexto histórico u objetivo de ideológico" (Ibañez). Quizás esto sea pedirnos ir "más allá de la sociología", más allá de la pelea naturalismo/antinaturalismo y no buscar la Exactitud (que este escrito no tiene pero que tampoco tienen las ciencias naturales o sociales) ni la Inexactitud, sino husmear una anexactitud, con minúsculas, escéptica y esperanzadamente.


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