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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

viernes, 24 de octubre de 1986

Teoría sociológica, homogeneización social y paralización de la historia

Empecemos desordenadamente quizás: por el marxismo. La mayoría de las veces el marxismo en la Argentina consistió en la aplicación a un área periférica del mundo (en este caso, a cualquier área en otros), al presente, al pasado y al futuro, de una teoría de la historia, una filosofía de la historia con un principio y un fin en donde la sociedad se homogeiniza: no hay más clases sociales. Criterios que son tan ciertos en Paris como en Londres, Moscú, Nueva York o Buenos Aires y que en el popperianismo (epistemología paralizadora de la historia) se traducen como la imposibilidad de aceptar relativismos de clase, de cultura o de ideología respecto a las normas de validación científica. 

Tengamos en cuenta, además, que en nuestras sociedades la sociología reemplaza un poco al rol interpretativo que la religión (homogeneizadora y paralizadora) cumple en otras. Basta con recordar la encuesta de Gouldner entre los sociólogos americanos para dar cuenta de esta posible relación. 

Esa visión totalizante de la sociedad se daba en cierto marxismo en la Argentina que no casualmente en muchas de sus vertientes terminó ligándose a otra importante corriente teórica: el nacionalismo, del cual hablaremos después. Una cosa es desear una sociedad homogénea (tema igualmente a discutir), pero otra es pensar que esa sociedad perfecta está a la vuelta de la esquina. No habría tampoo que desligar todo esto de la tendencia generalizante en la que fácilmente caemos los sociólogos, pocas veces ligados a la historia, escrutadores de la sociedad vista como un todo.

La interpretación de la realidad por medio de la llamada sociología, decía Murena "nos arrastra hacia el anonimato existencial": los "tipos ideales" de la sociología paralizan también, y dejan con la expresión atónita a muchos cuando se quiere a través de ellos dar cuenta de una realidad (también podemos llamarlos "modos de producción").

Pero: ¿Qué es la historia desde el momento en que se produce la partición entre lo verdadero y lo falso de la que hablamos en "El mal nunca triunfa porque cuando triunfa se llama bien"? Poco es. Mantener la sociedad como un Todo es el interés máximo del poder, y para elo es primordial paralizar la historia. Sólo al Estado le pasarían realmente las cosas: Hegel. Sólo el Poder total bajo su revestimiento patriótico o nacional (pensemos en la llamada sociología nacional peronista) tiene auténtica vida y, por tanto, nada fuera de él sucede, en el sentido fuerte de la palabra. Es también, desde otra cara de la moneda que es la misma, la parejita "regla y conflicto", "normal y patológico" de Germani.

¿Y qué creemos nosotros? Que la historia se crea y se la toma en cuenta desde el siglo XIX: el estudio de la economía, la historia de la literatura, de la gramática. Pero lo que probablemente había comenzado a ocurrir era que el ser humano comenzaba a no tener ya historia: volvemos a lo positivo/negativo, la conciencia de la historia manifestando el hecho de que no es eso otra cosa que un hombre vacío de historia. La aparición de un sol que surge, de un cielo, de un fin de la historia, de un stop es también Germani, Parsons, Popper: diversos planos. Como podría decir Nietzsche, necesitaban la historia como el holgazán malcriado en los jardínes del saber.

Volviendo al marxismo, la conciencia de clase hace saltar el continuum de la historia: ello es propio de las clases revolucionarias en el momento de su acción: el fin de la historia escrito en sus comienzos. No ocurre así con el postmodernismo que lo que hace es acentuar la homogeneización de la sociedad y la paralización de la historia.

La apelación por parte de los sociólogos argentinos marxistas, nacionales o positivistas a la "realidad social" muchas veces es más una frase hecha, paralizada, en la cabeza de los mismos, que lo que ocurre en las calles. Como sostiene Héctor M. Colón en "La calle que los marxistas nunca entendieron": "y todos aquellos que anden buscando en esta música el extraño espejito con que la superestructura dicen que refleja la estructura o que le anden metiendo el medidor de falsa conciencia a las letras de la salsa y crean encontrar peligrosos altos niveles de falsa conciencia en la burla, en el desplante, en la sexualidad, chocarán siempre con ese negro que se ríe, que si lo explotan ríe, que si hace una revolución ríe" (en la revista David y Goliath n. 49).

La sociología nacional, por otra parte, creación nueva de la modernidad que volvió a pensar en la unificación y homogeneización de los estados nacionales ante una virtual imposibilidad de unficar y homogeneizar el mundo, comenzó a hablar de revolución nacional y popular inscribiéndose en el mismo proyecto moderno, negador de lo diferente. Porque: ¿hay prácticas sociales nacionales? Si no hay, las creamos y, luego, para desnudar más nuestra modernidad, el mundo deberá copiarnos, imitar nuestro modelo verdadero, el de la tercera posición creada por Perón.

Doblando en la vereda del funcionalismo, el paradigma conceptual del mismo predicó la existencia de conductas sociales recurrentes de relativa persistencia mostrando cuáles son las contribuciones que dichas actividades o prácticas efectúan en favor del desarrollo de la homogeneidad social. Hay en ello implícito un alto grado de unidad social en las distintas sociedades y de que las prácticas anteriormente mencionadas satisfacen alguna necesidad preexistente (prerequisitos funcionales) esencial para la supervivencia de la sociedad. 

Tanto la psiquiatría, por otra parte, como la psicología y la sociología clásica se han preocupado por observar las formas de pensar el hombre y de ver como "disciplinarlo". Por ello es que se hablará de lo normal y lo patológico, de una ley histórica del desarrollo (que está en el marxismo y en el estructural-funcionalismo): P lleva necesariamente a Q, la condición de una ley en forma de predicción o profecía.

La explicación de Germani en la Argentina por eso funcionaba mostrando como supuestos: a) que la sociedad funciona adecuadamente en el tiempo; b) que responde a ciertas reglas de interconexiones condicionales y c) que siempre se satisface el intercambio generalizado. El problema intrínseco aquí es la dificultad de producir sin tener a mano otro tipo de hipótesis, por ejemplo, de tipo histórico. pero ya no serían análisis funcionalistas: el funcionalismo se dedica a ver cómo funciona la máquina social sin atender a su historicidad.

La filosofía esencialista subsistiría en la base del análisis de Germani, al considerar ciertas características como datos naturales, necesarios y eternos, cuya eficacia podría ser captada independientemente de las condiciones histórico-sociales que los constituyen en su especificidad: "una disciplina cuyo primer objetivo, sino el único, es analizar e interpretar las diferencias evita toda dificultad al tener en cuenta nada más que las semejanzas. Pero, al mismo tiempo, pierde toda capacidad para distinguir lo general, a lo cual aspira, de lo vulgar con lo que se contenta" (Levi-Strauss, Antropología Estructural).

Provisto del método correcto y de la oportunidad, Germani pensaba que el sociólogo podría construir un orden social atemporal (en teoría) como un teorema matemático (que hoy se sabe no tan atemporal y objetivo), lo cual, por supuesto, no llega a hacer en virtud de la vaguedad de los términos utilizados para formular los requisitos de ese mismo orden social.

En estos espacios que hemos descripto la sociedad funciona adecuadamente en el tiempo, llevando inscripta en sí el mito característico de la ciencia decimonónica: la posibilidad de la sociedad develándose a sí misma.

El progreso actual de la incertidumbre en la ciencia nos podría liberar de la ingenua visión totalizadora, homogeneizadora y paralizadora y hacernos más socráticos: saber que no sabemos y, de esta manera, pasar de un mundo cerrado a otro en expansión, recordar la historia y desontologizar el mundo.

Para el filósofo español Fernando Savater, el gran fetiche actual homogeneizante es el de la deconstrucción en la ciencia. Theodor Adorno, uno de los precursores del deconstruccionismo, dijo: "Lo verdadero y lo mejor en todo pueblo es más bien lo que no se ajusta al sujeto colectivo, y que, llegado el caso, se le opone". 

Con la des-historización de las ciencias sociales se liquidó toda idea de regímenes de verdad, de verdades zonales y localizadas, de parciales legitimidades, para organizar prácticas y discursos intelectuales bajo el fuerte imperio de la política: enfermedad de la "sociología nacional".

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