Introducción
Escribo con incertidumbre. No hay linterna que
funcione bien. Los libros son imposibles, inaguantables, contaminados.
Escribir
genera cierta perplejidad, pero esa perplejidad no importa.
La literatura
es una pregunta, una ilusión. Las palabras son la negra, violenta y repetitiva
expresión de una infinita condena.
Este libro
responde a una cierta disposición imposible del espíritu.
Es conveniente precaverse si se intenta
acercarse a voces que desaparecen.
Nada referente a lo imposible es evidente.
¿Por qué escribir, sin evidencia entonces, sobre literaturas caídas y en caída?
Para pensar ese mismo desastre de estar escribiendo, al igual que Pessoa, como
una madre arrullando a su hijo muerto.
Se tratará de conversar con los libros futuros
y los que nunca se escribieron o, como dijera un poeta, se tratará de conversar
con cosas rotas. ¿Es posible verlas, escucharlas? Las literaturas perdidas
aparecen sorpresivamente en ciertos despertares o libros de lo imposible.
Historia de fracasos, de derivas, expansión de
una letra de tango con un pobre movimiento narrativo: un libro para los
muertos.
No es un juego de palabras. Es un
problema filosófico, ético, literario, artístico. Es una pérdida de sí, la carencia de un objeto.
En L'impossible, Bataille lo ve como
un vacío (O.C. III, 108) del cual no
regresa la libido y que lleva a la depresión, al sufrimiento del deseo
insatisfecho y a la imposibilidad de perseverar (O.C. V, 247).
¿Cuáles son las conversaciones que
lo imposible pone en movimiento? Lo imposible sólo puede ser evocado a través
de una cierta empatía de allí que sea complicado decir que es una literatura
imposible. Cuando esos relatos imposibles son contados dejan de pertenecer a
quienes los cuentan, así como cuando esos relatos cuentan el mundo éste deja de
pertenecerles. Como don Anselmo, aquel personaje de Vargas Llosa que “desdeñaba
todos los consejos y replicaba con frases que parecían enigmas” (V.Llosa 79),
así rumbean, conteniendo en sí mismos su propia disolución.
Todas las literaturas son imposibles. Toda
literatura constituye una relación paradójica entre lo imposible (lo que no se
puede hacer, aceptar o comprender) y lo posible, aquello que sobrevive: la
escritura. Doble caída de las literaturas, en lo imposible y en lo posible.
¿Cuál es la relación entre los abandonos de la literatura, sus silencios, sus
resistencias, sus búsquedas utópicas, sus explosiones y las literaturas
canónicas? Si el fracaso es el destino
de la literatura, ésta busca escribirse contra la escritura para que, como en
Dante, “la morta poesia resurga”.
En el caso del exiliado, su
impulso poético lo insta a evocar fragmentos como manera de librarse de las
imposibilidades de no escribir, de escribir en la lengua dominante o de
escribir de otra manera[1]. Dante, quien hace del
exilio su único lugar posible, intenta así dar abrigo a un mundo fragmentado a
través de De Vulgari Eloquentia[2]. ¿Cuáles son hoy los
hogares provisorios de lo abandonado, lo dejado de lado, lo extraviado?
Reconstruir pérdidas es tarea siempre incierta: ¿Cómo lidiar con el quidam [3],
el otro en blanco, aquel que no tiene nada escrito, no dice nada y no ha de
decir o con quienes, como Sem Tob o Tolstoi, emplean el verso y la prosa para
denunciar a la poesía y para anunciar sus retiros?
Hay quienes han recurrido a la
cábala, doctrina de exilio, para explicarlo. El mundo puede perder su sentido,
siente el exilado. En tal desorientación, ¿cómo hablar sin tartamudear, sin
temblar, sin caerse del mapa, sin territorio?
Hacer la experiencia de la literatura es perderse. Y es común entonces
el repliegue en el gueto, espacio de reconciliación identitaria, de suspensión
de lo precario, de refugio sectario.
Nuestra inacabada historia toma la
forma de literaturas muertas. Y pensamos desde lo inexplicable, la
contrateoría, lo imposible.
Decía escribir con incertidumbre. Confusión e
incertidumbre son los signos precursores de la complejidad, uno de los
referentes de lo imposible. Estas son artes de recuperación de mundos perdidos,
pero ¿cómo recuperar algo que no existe?
Nuestras literaturas imposibles
sólo pueden ser posibles, es decir, cuando accedemos a ellas dejan de ser lo
que son, con lo cual continúan siendo imposibles: ya no pueden ser imposibles, con lo cual vuelven a serlo.
Pero este ensayo demanda una
lógica posible aún recibiendo la presencia de lo imposible. Recibir es darse
intuitivamente a su existencia; pensar es dominar esta presencia en un discurso
que discrimina y conecta al nombrar (Ricoeur 19).
Si mi propósito era el de conducir hacia aquel dominio
que le está vedado a la palabra (Adorno, TE
270), ¿cómo puede lo imposible ser hablado? ¿No tiene
que ser posible para ser inteligible? ¿Cómo evitar el gesto de excluir lo
imposible? ¿Cómo comprender sin eliminar? ¿Cómo anunciar nuestro discurso?
¿Cómo puede formularse un lenguaje que cae antes de ser formulado? (Felman WM, 41).
Es necesario preservar lo imposible y ser entendido, lo que no es
tarea fácil. Foucault reconoce que su proyecto de decir la locura es imposible.
¿Pero no es todo escrito necesario fundamentalmente imposible?
¿Cómo
convencer de la validez o valor de mi lectura cuando la evidencia para ella es
negativa e inasequible? Lo imposible es una metáfora que funciona para referirse
a un dominio invisible. Sin duda las literaturas imposibles no existen. Nos
permiten, sin embargo, entender en parte los dominios que nos preocupan: la
sociedad, la literatura. Los autores de lo imposible y los libros imposibles
son nuestra vía de acceso a aquellas literaturas, nuestros sueños, nuestros
actos fallidos. Sin embargo, debo prevenirlos: mis escrituras y lecturas son
oraculares, sólo veo enigmas en los textos. No traduzco al escribir: me
espanto (W. Witt 13).
En fin, tengo que terminar con esta
introducción y comenzar. ¿Pero no es ingenua e irresponsable toda tentativa de
comienzo y separación de lo que nos precede? Por eso el verdadero libro sobre
literaturas imposibles está ausente, esperando ante la ley. Sus fronteras son
la mejor guía hacía su centro.[4] Exploremos entonces,
escuchando el eco de lo imposible, nuevas formas de lectura y nuevas formas de
apreciar lo que está en juego en la literatura. Lo que van a leer aquí son
sospechas intelectuales, turbulencias. Este escrito intentará fabular con
aquello que ya se ha roto, como el oscurecido rastro de una crítica imposible,
una cartografía cognitiva del fracaso, una fuga de cualquier dominio de
conocimiento. Porque el escritor, como el profesor suplente del cuento de
Ribeyro, se distrae, la realidad “se le escapaba por todas las fisuras de su
imaginación”[5].
Para iniciar este viaje tuve que
“salir de los hangares, atravesar un
puente sobre la vía férrea, contornar una larga pared que apestaba a orines y
cruzar … un mundo de rieles perdidos, de vagones abandonados, de casetas sin
destino, de vieja carga olvidada y herrumbrosa.”[6]
Es probable que me haya extraviado en algún vagón. O que
alguien --más probable aún-- me confunda con esa “vieja carga, olvidada y
herrumbrosa”.
Escribo sin dejar de hablar. Escribo otra
memoria. Memoria de las huellas y de la sensibilidad, por un lado; y memoria de
las palabras o de la voluntad, por el otro.[7]
[1] Cfr. Deleuze, G. y F. Guattari. Kafka: toward a minor
literature. (Minneapolis: University of Minnesota Press),
1986.
[2] Cfr. Menocal, M. Rosa. Shards of love: exile and
the origins of the lyric (Durham: Duke U. P.),
1994.
[3] Al que refiere Quevedo en su “Sueño de la muerte”.
Cfr. F. de Quevedo. Sueños. Madrid:
Akal, 1991.
[4]
Robert Harbison. The built, the unbuilt
and the unbuildable. The pursuit of Architectural meaning (Cambridge,
Mass.: MIT Press), 1991.
[5] Julio Ramon Ribeyro, “El profesor suplente”
en Cuentos Completos (Alfaguara:
Madrid), 1994.
[6] J. R. Ribeyro, “La estacion del diablo
amarillo”, en Cuentos Completos (Alfaguara:
Madrid), 1994.
[7]
Cfr. Friedrich Nietzsche, The Genealogy
of Morals (Cambridge, Mass.: MIT
Press), 1991.
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