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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

jueves, 16 de marzo de 2017

La música más maravillosa



Conseguís un asiento en el tren pero la mujer a tu lado no deja de hablarle al aire, al lado tuyo. Tiene uno de esos teléfonos que no se ven. Entonces querés leer pero no podés. Y esta persona grita más que habla. Y se come todas las "eses" mientras lo hace. Lleva 15 minutos hablando en voz alta al lado tuyo. Por su conversación te das cuenta de que es docente y habla con otra sobre algo que están organizando para los alumnos de alguna escuela. Intentás cambiarte de vagón pero en el otro hay un hombre escuchando cumbia a todo lo que da. Quiere que vos también la escuches. Llegás finalmente a Once. Te pasan por encima los que quieren subir al querer bajar vos del tren. Vas a tomar el colectivo. Llueve intensamente. Comenzás a mojarte. El colectivo nunca llega. Pasan 20 minutos. Alguien te avisa que el colectivo ya no para allí Querés tomar un taxi pero no hay ninguno. Te maltrataron tantas veces los taxistas y cobran tan caro que en un punto te alegrás. Decidís caminar bajo la lluvia hasta la parada siguiente. Llegás más mojado. Encontrás una cola importante. La hacés. El colectivo tampoco llega. Decidís volver a caminar, varias cuadras. Ya estás empapado. Ves pasar al colectivo semivacío, rápidamemente. No para. Y atrás otro velozmente en la misma condición. Qué extraño, te decís. Intentás pararlo en una esquina (entendías que los días de lluvia debían parar en cualquier esquina donde los requirieran), pero no para. Seguís caminando y mojándote. No encontrás señalizaciones de la parada. Finalmente un colectivo para gracias a un semáforo. Pero no te abre. Finalmente, ante tu insistencia y rostro bañado en desesperación, lo hace. Le preguntás ¿qué pasa con los colectivos? Levanta sus hombros indicando desconocimiento. Apoyás la SUBE. No tenés más crédito. Le contás todo lo que te pasó y le rogás que te lleve igual. El colectivero-juez es magnánimo. Le preguntás por qué no paran en todas las esquinas con pasajeros los días de lluvia. "¿No paran en las que tienen que parar y querés que paren en las otras?", te dice, usando la tercer persona del plural pero olvidando que él tampoco quería abrirte. Él no tiene nada que ver con él y con el estado de las cosas.

A la noche querés volver y recordás que no tenés crédito. Intentás cargar en dos lugares. En el primero la máquina no anda. En el segundo la máquina te toma un mínimo de 19 pesos y un máximo de 79. Tenés un billete de 10 y uno de 100. No te sirven. Intentás que el kiosquero te dé cambio para poder volver a tu casa pero te dice que no tiene. Sabés que tiene porque viste las compras que hicieron mientras vos intentabas usar la máquina. Tuviste un kiosco y sabés que es raro que a esa hora de la noche no tengan cambio. A los kioscos lo que normalmente les sobra, justamente, es el cambio. Le pedís por favor, te contesta agresivo recordándote que te dijo que no tenía. Finalmente conseguís que alguien te preste la SUBE y le das los 10 pesos. Subís y tenés que agarrarte fuerte del asiento para no caerte. Tenés una fractura en el brazo y llevás una férula pero al conductor de prominente quijada, tatuajes variopintos, barba sin afeitar de varios días, escarbadiente en su lugar, no le importa.  Como tampoco la salud de los otros que están a la merced de su locura. Querés decirle algo pero hasta mirarlo te da miedo. Parece haber salido ayer de Alcatraz. Ya te pasó en otro momento que le dijiste algo a uno y te sacó un bate para amenazarte.

El vehículo se desplaza a alta velocídad a solo unos tres o cuatro metros de la parte trasera del colectivo que va adelante. No hay momento en que no frene bruscamente. El riesgo es enorme y el accidente puede ocurrir en cualquier momento. Escuchás un grito de una mujer. "¡Hijo de mil putas!" Pensás que le gritaba al colectivero por como conducía, pero no. Nadie le dice nada y vos estás cansado de ser el único que lo hace. Un pasajero que acababa de subir le había arrancado el celular de su mano y bajó raudamente para salir corriendo. Mirás para atrás (porque recordás que hay allí un puesto de policía) y ves como el ladrón, ya a unos cincuenta metros tuyos, pasa corriendo en actitud muy sospechosa frente al policía que lo mira correr y que no se inmuta. El conductor tampoco se inmuta. Sigue conduciendo como si nada. No para el colectivo para ver cómo estaba la mujer. No se mueve del asiento. Ni mira para atrás. Nada.

Y ganan bien los colectiveros. ¿Ustedes creen que no hay relación entre el comportamiento de companias de transporte, pasajeros, colectiveros, kiosqueros, una educación desquiciada y lo que ocurrió en Olavarría? Pues ustedes no entienden nada de cómo funciona una sociedad que ha ensuciado sus calles, sus aulas y hasta su misma música. No en vano el general Perón dijo llevar en sus oídos la música más maravillosa, que era para él la música del pueblo argentino.

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