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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

viernes, 24 de marzo de 2017

Hablemos de literatura

Hablemos de literatura. Habrán visto que me apasionan las diatribas, las invectivas, los lenguajes vitriólicos, las tradiciones moralistas como las de Céline o Martínez Estrada (me considero, yo mismo, un moralista), la parodia, la sátira: “O sacred Weapon! Left for Truth's defence / Sole dread of Folly, Vice, and Insolence!” (A. Pope). Me ha marcado mucho Rabelais (maestro de Céline) pero también Molière ridiculizando la hipocresía social en sus comedias. La invectiva es denunciatoria, exige la vituperación y ha sido usada por muchos escritores para expresar disgusto, desprecio e incluso odio, a veces contra una clase o un grupo social, como hiciera Swift con la nobleza inglesa en sus “Viajes de Gulliver”, pero la tradición llega para atrás hasta Arquíloco (uno de mis poetas antiguos favoritos, siglo VII a.c., poeta de lo imposible), las obras de Aristófanes y, sin dudas a Juvenal, particularmente salvaje el muchacho. Siempre me vi atraído por la sátira que censura, desprecia y ridiculiza las imbecilidades sociales. El escritor satírico es una especie de terapeuta espiritual, pero Juvenal se consumía en su indignación. En esta última tradición es que Voltaire, entre otros, buscó ser un guardián de la civilización en tiempos de pobreza, miseria y dolor. En nuestros tiempos hoy llamados “posmodernos” no hay menos pobreza, miseria y dolor y, sin embargo, la tradición satírico-paródico-civilizatoria ya se volvió rara, casi reducida solamente a la caricatura. Es en este contexto literario que me interesan en especial aquellos escritores que, como Sarmiento, fueron corajudos y vitriólicos guardianes de la civilización a través de sus obras. Nadie hizo más por la escuela pública en este país y nadie ha sido más vituperado y despreciado por los gusanos que se devoraron el podrido queso en el que en buena medida se convirtió la educación pública argentina.

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