Crónica de una muerte anunciada
Los medios “públicos” siempre sufrieron la suerte y la impronta de los gobiernos de turno. En esa discontinua historia de infinitos interventores una continuidad, decíamos, fue garantizada, algo fue preservado. Y señalábamos que lo que sobrevive no siempre es bueno por haber sobrevivido, y tal vez sufra el trauma de esa supervivencia de y en mundos irregulares.
Al tratarse de la distribución de contenidos simbólicos, los gobiernos y los grupos económicos siempre han querido y no en pocas ocasiones han logrado controlar el funcionamiento de los medios a lo largo de la historia argentina. Desde su creación éstos estuvieron sometidos a todo tipo de vaivenes políticos, estilísticos, estéticos, económicos y jurídicos, reflejando lo que sucede en el país y el modelo de Estado vigente: hemos tenido medios populistas, progresistas, dictatoriales, timberos, obscenos, con las variantes que marcaran las diferentes internas políticas. Todos llevaban su muerte anunciada en las limitaciones de sus Estados, reproduciendo un discurso que los regeneraba y justificaba en cada temporalidad.
La historia de la radiotelevisión argentina muestra que el sector burocrático-estatal normalmente abanderado de lo “público” y el privado se han trabado el uno al otro, en un dualismo que ha condenado al país. Nos ha resultado difícil pensar los medios más allá de un juego estratégico de intereses que ponga a nuestros antagonistas de ocasión en una situación comprometida. Y el problema es que las prácticas de las fuerzas sociales que operan en el campo de la comunicación social masiva tienen una importancia político-social fundamental para nuestra socialización, nuestra identidad y nuestra democracia[1].
Septiembre, 2004.
[1] Germán Yances, en “La Televisión, un bien público y un papel social” sostiene que la televisión comercial “siempre intenta negar su función social”.
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