Habían obtenido óptimos resultados, para no inquietar a nadie, para pasar por alto. Yo ya conocía el libro de la Asociación y volví a verle a Martín poco antes de su muerte. Como los humildes, como los sedientos, uno por uno, todos los varones de la asociación habían pasado para despedirse.
–¿De quiénes?–, preguntó Martín.
No quieren dar los nombres. Ni quieren dar su nombre al libro. El resto era silencio. Blackhole me cansa y lo cierro. La muerte que este libro quiere tiene su nombre, acarrea un estigma de silencio.
–Lo que al fin queda de nosotros es una sola cosa: el nombre de la pasión o la idea fija con que vivimos–. Así culmina la obra.
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