Había jerarquías concatenadas encima de un fondo intocable. Y muchos azotes para papá. Parada entró y echó a todos los que vendían y compraban. Eso era el mundo, algo distinto a lo que imaginábamos, cotidiano y repetitivo: ir al supermercado y empujar el carrito. Lo peor era cuando por fin se lo enfrentaba. En la era de las superempresas y la supertecnología, en la era super, unos son supermercaderes y otros supermercancías. Y ahora venden el desprecio. Quien hace al enfermo, vende la medicina.
Son muchos los que cierran. Ante la muerte de Kojiro (no pudo soportar más la situación actual, dicen) el testamento da al menor de los hermanos, Yoshiaki, todo el emporio paterno. Seiji, cuya identidad comienza a delatarse ahora, en el declive, recibe tan sólo un almacén instalado en un populoso barrio de Blackhole. Al enterarse de esto, escribió y borró debajo de la palabra felicidad la palabra riqueza. Agarró el changuito y empujó hacia delante. Sentía, igualmente, que eran una trampa las sonrisas, las fotos y los supermercados.
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