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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

lunes, 20 de septiembre de 2004

Medios públicos son todos IX

 

¿Quiénes supervisan a los medios? Gobierno, Estado, política y medios

            Los límites y funciones de los medios de comunicación no pueden estar fijados por la ética individual de cada funcionario, periodista o actor. Los gobiernos de turno suelen archivar las buenas intenciones de promover controles públicos o estatales a los medios que resulten en un poder de sanción real. La clase política es responsable de establecer normas para que los medios se rijan con principios éticos y de independencia. Las exigencias de una información completa, plural y objetiva deben ser para todos los medios de comunicación (sobre todo para aquellos que declaman ofrecerla) y también para los profesionales que forman parte de ellos.

 

La historia de los medios públicos es también la historia de la confusión entre lo estatal, lo gubernamental, lo privado y lo público. Como sosteníamos anteriormente, tal vez sea imposible y hasta indeseable que los medios públicos sean en nuestros países totalmente independientes de la política. El periodismo argentino ha estado siempre involucrado en la lucha política. Lo que es imprescindible es cambiar las leyes de funcionamiento de la política, de los medios y de las relaciones entre estas dos esferas. A pesar de esta urgencia y de la clara concepción de los medios como actores políticos, la sanción de una nueva ley no parece ser vista como prioritaria hoy por el gobierno[1]. La crisis de los medios públicos es de naturaleza y responsabilidad políticas en el marco de un aparato estatal que ha intervenido directamente en graves delitos y ha sido con frecuencia también objeto de ellos.

 

¿Cómo se reacciona ante un régimen mediático, se pregunta Umberto Eco, visto que para reaccionar sería necesario tener ese acceso a los medios de información que el régimen mediático precisamente controla?[2] No hay una política para los medios públicos porque no hay Estado en el sentido estricto o estrecho de la palabra, o el Estado siempre fue el gobierno de turno. El Estado ha sido el gobierno y lo privado lo exclusivamente mercantil. Y quienes más han protegido lo estatal han sido muchas veces las mismas burocracias políticas, militares y sindicales que gracias a ese Estado viven. O sea, lo han protegido muchas veces los mismos que han contribuido a su hundimiento.

 

La reducción de lo público a lo estatal, y de lo estatal a lo gubernamental, ha facilitado la discrecionalidad del poder de turno en el manejo de y las relaciones con los medios públicos.  En este marco se hace necesario evitar la degradación de la información política: es decir, luchar contra los intereses cortoplacistas que suspenden el debate serio y de largo plazo.  En la Argentina los medios han nacido con funciones de persuación política y fueron botines de gobierno, como lo fueron la Corte Suprema y  otros organismos que se supone estatales, independientes y que, en cambio, respondían al gobierno de turno. Ese es un problema. La posible desaparición de los medios públicos y de la percepción de todo medio de comunicación como medio público es el otro.

 

Se hace imprescindible entonces enfrentar una historia de burocracias sindicales, de intervenciones militares, de despilfarros financieros, de ausencias de políticas de largo plazo, de improvisaciones y provisionalidades institucionalizadas, de fracasados intentos renovadores, de superficilidades e irresponsabilidades, de baja calidad institucional, de ausencia de regulaciones, de intereses comerciales y negociados que son reflejos de nuestro país, de sus irregularidades, de su violencia e inestable administración y corrupción. Sin un abordaje corajudo, ético y profesional continuará, entre otras, una historia de impunidad e incompetencia en los medios públicos, que lo son todos, y en el país del cual son expresión, más allá de que los tibios aires de renovación y reconstrucción siempre nos reconforten temporariamente.


[1] Frente a una situación de desequilibrio entre el poder nominal y el real, el tema de los medios se ha vuelto para los gobernantes tan importante como intratable. El secretario de la presidencia, Oscar Parrilli, reconoció que la sanción de una nueva Ley de Radiodifusión es “una deuda pendiente de este gobierno”, aunque admitió que no es un tema prioritario en su agenda actual. (Diario Página12, Bs. As., 14-9-2004).

[2] Unberto Eco, “Los ojos del Duce”, Diario El País, 26 de enero de 2004

Medios públicos son todos VIII

Crónica de una muerte anunciada

 

Los medios “públicos” siempre sufrieron la suerte y la impronta de los gobiernos de turno. En esa discontinua historia de infinitos interventores una continuidad, decíamos, fue garantizada, algo fue preservado. Y señalábamos que lo que sobrevive no siempre es bueno por haber sobrevivido, y tal vez sufra el trauma de esa supervivencia de y en mundos irregulares.

 

Al tratarse de la distribución de contenidos simbólicos, los gobiernos y los grupos económicos siempre han querido y no en pocas ocasiones han logrado controlar el funcionamiento de los medios a lo largo de la historia argentina. Desde su creación éstos estuvieron sometidos a todo tipo de vaivenes políticos, estilísticos, estéticos, económicos y jurídicos, reflejando lo que sucede en el país y el modelo de Estado vigente: hemos tenido medios populistas, progresistas, dictatoriales, timberos, obscenos, con las variantes que marcaran las diferentes internas políticas. Todos llevaban su muerte anunciada en las limitaciones de sus Estados, reproduciendo un discurso que los regeneraba y justificaba en cada temporalidad.

 

La historia de la radiotelevisión argentina muestra que el sector burocrático-estatal normalmente abanderado de lo “público” y el privado se han trabado el uno al otro, en un dualismo que ha condenado al país. Nos ha resultado difícil pensar los medios más allá de un juego estratégico de intereses que ponga a nuestros antagonistas de ocasión en una situación comprometida. Y el problema es que las prácticas de las fuerzas sociales que operan en el campo de la comunicación social masiva tienen una importancia político-social fundamental para nuestra socialización, nuestra identidad y nuestra democracia[1].

 Septiembre, 2004.



[1] Germán Yances, en “La Televisión, un bien público y un papel social” sostiene que la televisión comercial “siempre intenta negar su función social”. 

Medios públicos son todos VII

¿Quiénes deben estar al frente de los medios públicos, que lo son todos?

           

Sin duda profesionales responsables, creativos, honestos. Casi siempre falta un personaje en el recuento de la tragedia nacional: los mismos medios y los periodistas. Muchas personas capaces se han ido de esos escenarios (como de la política, de las aulas, o del mismo mundo) voluntaria e involuntariamente. En nuestro país (y tal vez en muchos otros países) con frecuencia han sido los honestos los que renunciaron, los que han desaparecido. Por eso, insisto, no es sólo un problema de discontinuidad sino también de continuidad de quienes siempre se han quedado en pantalla, al aire o en la página, sobreviviendo a las más diversas administraciones. El problema de quienes habitan con continuidad los medios de comunicación y gozan de sus micrófonos, altoparlantes y columnas, no es muy diferente del problema de quienes habitan con continuidad otras áreas de lo público en un país de vaivenes como el nuestro.

 

Necesitamos profesionales criteriosos, con capacidad lingüística y reflexiva, responsables en el tratamiento de la información. Es necesario generar una ética periodística que ponga límite a quienes no pueden dar cuenta de profesionalidad, criterio o capacidad de reflexión y que, sin embargo,  “forman” nuestras opiniones junto a otros que sí han cultivado la palabra, son profesionales, y reflexionan con criterio. Pero estas voces más autorizadas o responsables frente a una audiencia masiva muchas veces quedan fuera de los medios de comunicación donde nos encontramos con algunos gritones locutores o conductores de pobres recursos linguísticos en programas que oscilan entre la chabacaneria y la superficialidad.

 

Se necesitan personas idóneas y sin amiguismos espurios para rediseñar los medios a partir de lo que es clave en ellos: quién programa, quién produce, quién conduce.  Y requerir calidad profesional e intelectual para una organización de servicio público, como lo es todo medio, público o privado. Es necesario en ese sentido atraer a personas de confianza pública e intachable trayectoria para las voces de los micrófonos, voces que no tienen por que no ser entretenidas sin ser embrutecedoras o siniestras.
 

Medios públicos son todos VI

Sueño con serpientes

Se espera mucho de los “bienes simbólicos” que los medios pueden redistribuir. En ese sentido, E. Fox ha señalado que

 

Ante el fracaso de esquemas de desarrollo político y económico para alcanzar la democracia, la cultura y la comunicación han llegado a ser vistas como la última avanzada de la diversidad y la libertad.[1]

 

Pero hay un modo de interacción social, una construcción del conocimiento, en el lenguaje y ritmo de la comunicación audiovisual que nos lleva a replantearnos nuevamente en qué consiste ser sujeto:

 

 ¿Cómo pasar de los sujetos simulados por el populismo mediatico y político a la construcción de escenas ciudadanas verosímiles donde muchas voces confíen duraderamente que vale la pena hablar y escuchar a los otros?

En un mundo donde las decisiones anónimas –del mercado, de las siglas transnacionales- empeoran las condiciones de vida de las mayorías es peligroso que la tecnocracia económica ahogue a los actores políticos y reduzca las ocasiones de que existan sujetos a las escenas imaginarias de los medios (G. Canclini 211-212).

 

Jürgen Habermas vio con preocupación la caída del discurso público sin cuya reconstrucción no era imaginable el progreso. El consenso genuino sólo se podría construir si todos los participantes en el diálogo tienen una justa parte en el discurso y se les permite libremente afirmar o cuestionar cualquier declaración, pudiendo expresarse sin ser dominados, material o ideológicamente, por otro hablante.[2] De allí la importancia de una concepción pública de los medios.

 

Hannah Arendt, por su parte, distinguió a los reinos privado y público como “la distinción entre las cosas que deberían estar escondidas y las cosas que deberian mostrarse” (72). En las últimas décadas en Argentina hubo mucho para esconder, lo que salía a la luz se esperaba quedase oculto y nos quedamos sin territorio público salvo el que asumieron para sí los medios privados de comunicación a donde recurrían los ciudadanos desamparados por lo público. Así la denuncia periodística fue una manera de esperar que los medios se hagan cargo de nuestras palabras y actúen por nosotros. Si “hoy la política y los políticos se construyen en la televisión”[3] es porque la televisión es una nueva forma que ha asumido el espacio público. Y

 

toda construcción social de una nueva instancia del espacio público interviene en una redefinición de las relaciones políticas entre la ciudadanía y los institutos de poder del estado e, inclusive, en las formas mismas que debe entonces adoptar el régimen de gobierno (Caletti 82).

 

El impulso vital que caracteriza un espacio público era para Simmel, “un impulso de vitalidad contenida”, un horizonte de paz pero con dos límites aterradores: la identificación (que no deja espacio para la libertad) y la invasión (por ser un espacio de reserva y recados). El horizonte del espacio público es entonces hoy un frágil horizonte de paz en tiempos oscuros de sociedades fragmentadas, privatizadas, en retirada:

 

Un número continuamente creciente de hombres en los países del mundo occidental donde, desde fines de la antigüedad, la libertad de no hacer política se concibió como una de las libertades fundamentales, hace uso de esta libertad y se retira del mundo y sus obligaciones…Con cada retiro de este tipo se produce una pérdida casi demostrable; lo que se pierde es el intervalo específico y habitualmente irremplazable que habría debido formarse entre ese hombre y sus semejantes (Arendt, VP 13).

 

Todos somos de alguna manera inmigrantes de ese espacio, siempre pensando en la posibilidad de volver a hacernos cargo hoy del babelismo cultural de lo público y sus problemáticas interacciones donde todo debe recomenzar siempre (Joseph 146). La misma historia de la cultura pública es la historia de las pérdidas y recuperaciones de confianza en la capacidad de la comunicación. ¿Y desde qué basamentos se recupera esa confianza, se funda la solidaridad, se reconstruyen un tejido ético y una moral cívica en tiempos de zozobra? Podemos imaginar a los medios, forzando a Durkheim a una historia que no conoció, como instrumentos de influencia, responsables de tareas de asistencia, educación, vida estética y recreación: sueño con serpientes de recreadas y recreativas corporaciones mediáticas colaborando hacia una concepción de lo público y lo político que no las deja afuera.


[1] En Muraro, Heriberto.  La comunicación masiva durante la dictadura militar y la transición democrática en la Argentina 1973 – 1986, en http://members.fortunecity.es/robertexto/archivo/comunic_masiva.htm

[2] Habermas, The Philosophical Discourse of Modernity, 1985.

[3] Sarlo, B. “Estetica y politica, la escena massmediatica”, en Schmucler, H. Y Malta, M. C. (coords.) Politica y Comunicación, Catalogos, Bs. As., 1992.

Medios públicos son todos V

¿Qué modelos queremos para los medios públicos, que lo son todos?

¿Cuáles son los intereses de los ciudadanos con respecto a los medios públicos, a su programación? ¿Hay que seguir esos intereses al pie de la letra? ¿Qué significa “que sea de interés para la comunidad” cuando una comunidad se halla resquebrajada? ¿Cuál es ese interés? ¿Quién lo define? ¿Cuál es el “beneficio de la comunidad”?

 

La oferta también construye una demanda. Limitarse a seguir el interés de consumo de la audiencia puede ser tan peligroso como ignorarlo.  Hay cosas que la opinión pública prefiere ignorar, no ver, noticias indeseadas y noticias deseadas. Y en nuestra historia

 

ambos, audiencias y medios, construyeron la nave demencial en la que las mayorias se embarcaron para navegar por las aguas turbulentas de la noticia deseada aunque corriera sangre por ello (Wiñazki 166).

 

E insiste Wiñazki:

 

La noticia deseada es una construccion uteromórfica plural, un sistema de representaciones sin articulación empírica en que la sociedad se inserta como quien se sumerge en aguas uterinas como protección contra la realidad misma. Con los ojos cerrados, el pulgar en la boca y los sentidos adormecidos por la situación no objetal, prenatal, en la que se encierran, las masas infantilizadas encuentran sus úteros masivos (225).

 

Hay que tener cuidado con la expresión “lo que la gente quiere”. El uso de la misma expresión “gente”, tan mediática en estos años, precisaría ser revisada en lo que anula. No hay “gente” sin medios que co-construyan su voluntad en un país que ha preferido no ver, donde muchas veces no se quiere saber, tal vez porque lo que hay que ver y saber es muy terrible de enfrentar o no puede ser enfrentado. Y allí aparecen los medios para hacernos sentir “gente”. Tal vez se trate de no ser más exclusivamente “gente”, “aburridos” o “divertidos”.

 

¿Cómo recuperar la concepción de la comunicación como un bien público?[1] Se ha naturalizado una noción de comunicación privada comercial cuando la comunicación es un bien público que nos atraviesa y conforma como sociedad. Una nueva legislación al respecto es una necesidad tan clara como poderosas las fuerzas que han postergado esa instancia[2]. Pero también sabemos lo limitado del peso de las leyes en nuestra sociedad, con lo cual no alcanza con legislar aunque este soporte sea imperioso y fundamental para una recuperación de la comunicación como actividad que se desarrolla e impacta en el mundo de lo público[3].

 

Pero ni siquiera es claro hoy qué es un medio “público”. Tibios y bienvenidos debates se han iniciado ante la ausencia de una política clara al respecto[4] de parte de un Estado que ha estado hasta hace poco tiempo en retirada de su misma esfera de competencia[5]. Carlos Gabetta nos recuerda que en Francia

 

 "y en circunstancias parecidas a las nuestras de hoy, el entonces presidente Mitterrand armó una comisión pequeña, con gran capacidad técnica, nula burocracia e integrada por una periodista independiente, legisladores y sindicalistas, que en seis meses hizo una serie de propuestas sobre los medios públicos abiertas a la opinión pública".[6]

 

Pero esta ha sido una salida francesa. Las circunstancias pueden ser parecidas pero la historia de sus medios y organizaciones de la sociedad civil no lo es, salvo en las marcas directrices del proceso civilizatorio y del derrotero del Estado capitalista que afectan de manera desigual a los diversos países.

 

En América Latina en general los medios combinaron características de los modelos europeos y norteamericano pero con preponderancia de este último.

En muchos de los países europeos occidentales, la radiodifusión, definida como servicio público quedó, en un principio, en manos del Estado. Y si con el tiempo se otorgaron licencias a empresas privadas se le impusieron a éstas obligaciones propias de una actividad pública.[7]  En Estados Unidos, en cambio, la radiodifusión ha sido concebida fundamentalmente como un negocio comercial de libre competencia. A pesar de ello, allí el Estado reservó una parte también para el sector público.[8]

 

En la Argentina está pendiente un tratamiento de una nueva ley para los medios públicos y privados y más de veinte años de democracia no han sido suficientes para materializarla. De ello los mismos medios son también responsables como actores fundamentales de la vida cultural, política e institucional de nuestro país.

 

La apertura y ampliación de la escena mediática que llegaron con la democracia multiplicaron las voces del espacio público pero, al mismo tiempo, se produjo una concentración en la propiedad creándose grupos multimedia que dominan ese espacio y cuya puerta fue abierta por las modificaciones realizadas a la legislación de medios en los años 90. Como resultado, existe hoy una preocupación en torno a la concentración en el suministro y la distribución de la información por parte de los multimedios privados o con una influencia política del gobierno en el caso de los medios estatales. Los sucesivos decretos emitidos con la esperanza de generar un cambio en estos últimos son una muestra del fracaso hasta hoy en lograr un marco diferente[9]. 

 

Soledad Gallego Díaz, columnista de El País de Madrid,  abordaba hace unos días la suerte de RTVE, Radio Televisión Española, cuyo futuro también está en debate:

Para mejorar RTVE no hace falta que sus respectivos responsables sean unos genios, capaces de arreglar cualquier problema en menos de dos meses. Lo que hace falta es que, dirija quien dirija los medios de comunicación de propiedad pública, estén obligados a seguir unas determinadas normas de funcionamiento y se les pueda exigir su cumplimiento escrupuloso, bajo pena de cese.[10]

 

Con excesiva frecuencia aún la pobre legislación existente sobre medios ha sido burlada. El comportamiento de éstos también depende de las características estructurales del sistema político vigente en el país donde operan, del poder o debilidad de sus audiencias, de la autoridad y capacidad de acción de sus partidos políticos y asociaciones civiles.  En ese contexto, se hace necesario repensar lo público desde lo regional, lo local y lo comunitario; repensar los medios y una mentalidad sobre el Estado y lo público concibiendo todos los medios como medios públicos, algunos privados y otros estatales.

 

Pero aún dentro de la concepción restringida de lo público como estatal también mucho es lo que puede hacerse. En Italia ciudadanos organizados a través de distintas instituciones académicas y políticas están tratando de repensar el sentido de los medios públicos hacia una concepción social y participativa. Y en Colombia, acorde a Jesús Martín Barbero:


lo que estamos pidiendo al canal público es una identidad de marca, para competir con la identidad de marca de los privados, de esta sociedad de mercados; hasta lo público tiene que tener su rostro, su propia identidad (…) toda la televisión pública necesita su identidad de proyecto nacional en términos de tener imaginación para recoger de los viejos géneros y nuevos géneros todo aquello que permita una participación cada vez mayor de actores sociales (…) hay que pensar en serio una integración (…) de la programación que permita hacer una carpa gigantesca a People a Discovery Channel a los programas de geografía, de historia del mundo, que pueden ser vistos por la mayoría de colombianos que jamás podrían suscribirse a televisión por cable (…) esos canales pueden ser comprados y pueden ser puestos en la televisión publica posibilitando a la mayoría de los colombianos ver lo mejor del mundo desde los canales comunitarios, desde señal Colombia y desde los regionales[11]

 

En Europa, como dijimos, se adoptó en su momento una estructura de servicio público precisamente para que el Estado garantice la libertad de expresión, siendo éste también uno de los argumentos que se ha utilizado en el contexto latinoamericano para su privatización. Pero, como ya señalamos, la tradición pública europea es distinta de la Argentina por lo cual es peligroso importar modelos nacidos en otras culturas públicas. La pregunta es: ¿Cómo se cambia una cultura pública? ¿Cuánto tiempo y que tipo de continuidades y discontinuidades son necesarias?

 

En cuanto a las vinculaciones con los gobiernos, éstas siempre existen. No se puede pensar en un sistema completamente independiente del poder político ni tampoco hay porqué pensarlo como medio de propaganda de este último. Ese es también el caso de los medios públicos en Gran Bretaña y los países escandinavos y, con mayor claridad, los casos de Francia e Italia. Siempre hay presiones con mayor o menor grado de influencia.  Un caso interesante es el modelo sueco donde entre los accionistas privados de las corporaciones hay movimientos sociales y aquellas se hallan bajo claras estructuras de regulación y control público. Otro ejemplo a considerar es el de la subasta de espacios anuales de televisión en Gran Bretaña por parte del Estado que juzga los productos.

 

La historia de los medios y del Estado en la Argentina ha también continuado en parte las tendencias globales en el capitalismo occidental. A mediados de los años 40 los medios públicos constituían una pequeña y acotada corporación en casi todos los países. Luego de la guerra, la necesidad de consenso para la reconstrucción de la sociedad europea redujo las diferencias y facilitó la elaboración de políticas de Estado para los medios, tan necesarias hoy en la Argentina. La aparición en los ’70 del cable, las grandes estaciones satelitales y la FM  restringieron la idea de un monopolio estatal lo que, sumado a una fuerte crisis económica, derrumbó el consenso mencionado. Las radios libres europeas crecieron junto a un uso comercial de las FM y ante un modelo que perdía legitimidad. Y allí las cadenas y productoras norteamericanas vieron el negocio junto a las grandes agencias de publicidad que encontraron un territorio virgen que se abría con capacidad de consumo. La prensa ya concentrada percibió posibles inversiones en el sector con un mercado de lectura de diarios ya saturado. Pero además se había consolidado la empresa multinacional que no iba a defender sistemas nacionales opuestos a la internacionalización y apertura de los mercados. Así desde 1980 en adelante se llevo a cabo una privatización de algunos servicios públicos mientras otros han logrado mantenerse en la diferencia. 

 

Pero al mismo tiempo, en esos diversos países europeos, en los Estados Unidos, Canadá y en algunos países de América Latina (Colombia y Chile, por ejemplo) se han creado comisiones o consejos encargados de la temática de la radiodifusión. En Gran Bretaña existen varios organismos encargados de la materia.[12] En Francia, una ley puso el conjunto de las redes televisivas y radiofónicas francesas bajo la autoridad de un organismo administrativo independiente, como existe también en Estados Unidos (Federal Communications Comission - FCC)  y Canadá, denominado Consejo Superior de lo Audiovisual y encargado, entre otras cosas, de controlar con poder de sanción el respeto de los medios de sus obligaciones legales, velar por la protección de la infancia y defender la lengua francesa. En Argentina tenemos el COMFER, que depende de la presidencia de la Nación, y cuyas regulaciones no han sido siempre suficientes o eficaces para evitar los problemas que se han presentado. Por ello, debe llevarse a cabo un cambio sustantivo.  Sosteniendo esto último y pensando en el caso peruano, Samuel Yupanqui afirma que

 

Resulta indispensable crear un Consejo Nacional de Televisión, ajeno al gobierno

encargado de conceder y revocar las autorizaciones y licencias y verificar las faltas

cometidas, como sucede en Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Colombia, Chile, etc. Su composición, forma de designación de sus miembros, y competencias, deberá garantizar su autonomía frente al gobierno (12)

 

El problema es que, como Valerio Fuenzalida ha sostenido, la definición de lo que se entiende por servicio público es una definición local. Por eso,

 

no hay un solo concepto de TV pública. Éste ha ido cambiando y se acabó esa idea de que los conceptos europeos eran los vigentes[13]

 

Por lo general, medios “públicos” han sido sinónimos de medios estatales e injerencia política. Esta relación es hoy controversial en la Italia de Berlusconi, en España (donde el nombramiento de la cabeza de TVE, como en Argentina, depende del presidente de turno)[14] o hasta en la novedosa experiencia chilena, donde sería igualmente el “cuoteo” entre los partidos el que determinaría la selección de los miembros del directorio.[15]

 

De cualquier manera y acorde al devenir del Estado capitalista, en muchos lugares los medios públicos en su versión estatal vienen atravesando una crisis que ha llevado a replantearse su misma existencia generando acuerdos con los canales privados. En EEUU todas las redes de cable con mas de 3500 abonados fueron obligadas crear un canal estatal y un espacio televisivo a disposición de cualquier grupo o individuo que quisiera transmitir mensajes no comerciales[16]. En Canadá, los operadores de tv cable deben ofrecer un canal comunitario (Radakovich, 19-20)

 

En ese sentido puede pensarse que el futuro de los medios va a depender de los consensos entre los ámbitos “público” y “privado” que puedan lograrse en el ámbito político de cada país, consenso que de manera interesante tiene como escenario de posibilidad las voces dentro de esos mismos medios. Y entonces el facilismo de la exhibición de un modelo europeo exitoso puede contrastar con la realidad de las necesidades, posibilidades y tradiciones locales.

 

De la misma manera, si bien hay quienes plantean un modelo latinoamericano de medios públicos (específicamente para el caso de la televisión) las diferencias regionales latinoamericanas ya mencionadas tampoco facilitan la adopción de un modelo único. La reforma estructural que necesitan los medios en Argentina y en otros países de Latinoamerica no puede ser saldada con modelos europeos modernos ni con americanos precolombinos o norteamericanos donde el sector privado realiza un aporte interesado e interesante a la esfera pública.

 

La tendencia mundial de cancelación de proyectos públicos ha tenido diversos efectos y se ha materializado de diversas maneras según las tradiciones e historias políticas de cada país, como era de esperar. Por ello lo que es saludable para un país en términos de políticas públicas puede ser y ha demostrado ser devastador para otro donde los derechos y controles sociales sobre la producción y circulación de la información y el entretenimiento en manos privadas no pueden materializarse, donde el Estado ha agonizado ante la mercantilizacion de la vida social y se ha limitado por la transferencia de sus poderes a instancias trasnacionales.  

 

¿En qué se van convirtiendo entonces el espacio público y la política como gestión de la sociedad? Mientras el ciberespacio se convierte en una nueva instancia de la vida social y del espacio público, más allá del todavía dominio de la televisión en este sentido (espectacularizando lo público y reduciendo el papel de la vida social), a la ”retirada del Estado” ha correspondido una “retirada de la ciudadanía”, definiéndose el espacio público argentino hoy por su mismo desequilibrio y descontrol. Hoy vivimos una confusión entre la vida privada y la pública. En algún momento “público” solía significar “bien común”, “abierto a la observación general”. Y “privado” quería decir “privilegiado”. Lo público también ha significado limitaciones a la expresión, cuidados a la infancia, promoción de la civilidad. Hoy esa vida pública parece abandonada.


[1] La Constitución colombiana señala que “el espectro electromagnético es un bien público inenajenable e imprescriptible sujeto a la gestión y control del Estado” (artículo 75).

[2] Esta legislación podría entre otras cosas promover que se declare de interés público y comunitario a los pequeños y medianos medios de comunicación, lo cual es una reivindicación promovida por Fetracom (Federación de Trabajadores de la Comunicación). Vre http://www.enredando.org.ar/noticias-rytics.shtml?x=11791

[3] Ver Washington Uranga, “La ley de radiodifusión”, Diario Página 12, 28 de septiembre de 2004.

[4] El mismo Alberto Fernández ha reconocido que “falta una política para los medios públicos”. Diario Clarín, 29/05/04. En  cuanto a los debates, la FETRACOM ha decidido abrir conversaciones con sectores sociales, culturales, educativos, gremiales y estudiantiles para discutir también qué tipo de periodismo y trabajadores de la comunicación son necesarios en una etapa social y política como la actual.

[5] Enrique Albistur, secretario de medios de la Nación, afirmó que “durante muchos años se preguntaron para qué tener un medio público, de qué servía”. En esa misma entrevista los senadores Latorre y Conti manifestaron la necesidad de reafirmar “el carácter público de la comunicación”. Ver http://www.rt-a.com/86/06-86.htm

[6] En “Canal 7. Debate sobre Medios Públicos. En la vuelta de “Los siete locos”, 28-4-2004. Como interesante punto de partida en este sentido existe en nuestro país un documento titulado "Una radiodifusión pública para la democracia. Principios básicos sobre el funcionamiento de la Radio y Televisión", elaborado por la Asociación por los Derechos Civiles (ADC), Poder Ciudadano, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN), el Foro de Periodismo Argentino (FOPEA), la Asociación Periodistas, con el aporte de periodistas, personalidades de la cultura, intelectuales y expertos en radiodifusión.

[7] En el Fórum Barcelona 2004 «Por una redefinición de los medios de comunicación públicos», el director general de la Corporación Catalana de Radio y Televisión (CCRTV), Joan Majó, afirmó que «las empresas privadas también tienen obligaciones de servicio público». Jerry Starr, representante de la BBC sostuvo que «las ondas hertzianas son públicas y deben estar reguladas». Por su parte, el director general de la Radio Televisión de Andalucía, Rafael Camacho dijo que los medios deben garantizar ciertos derechos y que, por tanto, «es necesaria una redefinición de su modelo».
Ver http://www.barcelona2004.org/esp/actualidad/noticias/html/f042054.htm

[8] En 1967, la Comisión Carnegie para Televisión Educacional de Estados Unidos, propuso un sistema de radiodifusión que fuera capaz de servir como "foro de debate y controversia, proporcionando voz a aquellos grupos de la población que de otro modo no serían oídos, para así poder ver los Estados Unidos en toda su diversidad". Ver documento “Una radiodifusión pública para la democracia” en http://www.cels.org.ar/Site_cels/documentos/a_docs_trabajo/7_acceso/acceso_pdf/Radiodifusion.pdf

[9] Decretos:      - 1/2001, se disuelve ATC SA y TELAM SA y se crea el Sistema Nacional de Medios Públicos Sociedad del Estado

- 2/2002, Se intervino el SNMP. Por  180 días hábiles se declaró interventor a Marcelo Simón para auditar y reestructurar alas sociedad por irregularidades.

- 9/2002, Por dificultades operativas planteadas por el interventor se otorgó una prorroga de 120 días más.

- 8/2003, Subsisten los motivos de la prórroga por lo tanto se designa un nuevo interventor, José Paquez.

[10] En Susana Reinoso, “Canal 7 y un modelo ausente”. Se ha visto enormemente afectada nuestra capacidad de exigir, de demandar el cumplimiento de normas y de esperar ciertos comportamientos en un mundo que ha decidido justificarlo y aceptarlo todo, donde el mal –como claramente señalara Hannah Arendt- se ha banalizado, donde la indignación se ha vuelto un valor anacrónico.

[11] Jesús Martín Barbero, “Lo que no puede faltar en la legislación de televisión”, cit. en bibl.

[12] La Independent Televison Commission (ITC) regula la televisión privada, regional y local, otorga licencias e impone sanciones incluyendo la revocación de las licencias. La Broadcasting Complaints Commission (BCC) decide acerca de los reclamos por tratos injustos y por violaciones a la intimidad en la programación. Su financiamiento corre a cargo de los entes de televisión. Y la Broadcasting Standards Council (BSC) elabora estándares en materia de sexualidad, violencia, gusto y decencia a los cuales deben sujetarse las emisiones de televisión; supervisa las emisiones que proceden del exterior y que pueden ser recibidas en el Reino Unido. Ver Yupanqui , Samuel B. Abad. “Derechos fundamentales y regulación democrática de la televisión” cit. en bibl.

[13] En “Chile: La tarea pendiente”, 

http://www.quepasa.cl/revista/2004/03/19/t-19.03.QP.CYT.TVN.html

[14] En “Chile: La tarea pendiente”, 

http://www.quepasa.cl/revista/2004/03/19/t-19.03.QP.CYT.TVN.html

[15] Horacio Brum, “Chile: ¿A quién representa TVN?” en http://www.portaldelpluralismo.cl/interno.asp?id=2253

[16] Radakovich aclara que esta reglamentación ha variado a lo largo de los años

Medios públicos son todos IV

Los medios y la cultura

En el esteticismo de los medios lo erótico y su violencia juegan un papel nada desdeñable y no es inusual observar una explotación estética de la violencia en detrimento de una reflexión ética de una manfiestación cultural. Y no es que el plano estético no sea un plano potencialmente reflexivo. Pero en los medios lo que tiene de arte tiende a diluírse en publicidad así como la reflexión ética tiende a diluírse en política empresarial. Y no se trata de demonizar a los medios. Los medios son como nosotros y nosotros estuvimos primero. Por otra parte, hay otros ejemplos mediáticos menos obvios de la aceptación y promoción de formas culturales del maltrato y el abuso, frecuentemente atravesadas por un humor que nos permite consentir lo imperdonable. La destrucción de lo que tiene vida es casi tan maravillosa como la creación de vida, por eso atrae a ciertos medios en su destructividad sádica, cínica o necrofílica, esta última tan cara a nuestra historia.

 

Todo esto en un lenguaje que ha sido puesto al servicio de una mentalidad que, o bien reproduce y genera una incapacidad para establecer una relación con el otro que no se resuelva en sometimiento o exterminio o bien tolera lo intolerable y nos ciega a las formas concretas de violencia cotidianas.[1] Hoy los medios juegan un rol importantísimo en la formación de identidades frente a una pérdida del prestigio simbólico de la educación, del campo intelectual y de la cultura letrada: la opinión pública se construye hoy a partir de la cultura mediática. Es necesario entonces redefinir que se entiende por cultura e identidad para repensar los medios públicos de comunicación.  Los medios cumplen hoy un papel muy importante en el diseño constante de esas narrativas.

 

Decíamos entonces que un nuevo modelo de medios públicos debería en primer lugar enseñarnos a leer, sabiendo que al leer buscamos insertarnos críticamente en esa conversación continua en la que estamos inmersos para abrir nuevas posibilidades para nosotros y nuestro país. Es una compleja interacción la que se da entre los medios, la sociedad civil y los actores políticos que van proponiendo lecturas. Si los medios colaboran en la creación de una manera de vivir y debatir, ¿cómo movilizarlos hacia una esfera ética ese debate y hacia una civilización del diálogo?

 

En medio de un mundo homicida hay que elegir el diálogo y poner en actividad un pensamiento posible imaginativo  y una memoria reaseguradora que no recaiga en una concepción estancada y patética de lo “nacional” que supone que poner en pantalla cantantes folclóricos, espectáculos de tango y del campo implica hablar del país. Es necesario entender la oferta cultural estatal como un rescate de las distintas identidades culturales, con sus propias miradas que vayan más allá de las telenovelas como la soja o el realismo mágico que un mercado mundial demanda de nosotros.

 

Hay un claro impacto de la globalización mediática en las modalidades del consumo cultural masivo; hay también una responsabilidad cultural de los medios públicos que incluye la exclusión de cualquier visión elitista o estática de la cultura y la pregunta por sobre quién tiene el micrófono en sus manos; hay una responsabilidad de incentivar afectivamete estimulando la curiosidad, la confianza y la energía en el reforzamiento de la identidad, lo que no excluye el humor y la fiesta como escenarios privilegiados; hay una memoria sociocultural, una memoria de expectativas, una memoria mediática que debe ser tenida en cuenta para hacer nuevos medios. Esa memoria incluye una memoria de los aciertos y de los fracasos, de resistencias culturales y de tradiciones estéticas y éticas. Sólo a partir de esa memoria puede pensarse la posibilidad de medios públicos que ensanchen el mundo cultural y nuestro protagonismo en el mismo en un diálogo vital con la cotidianeidad. Este diálogo no debería tener como consecuencia el abandono de otras formas culturales que, de hecho, hicieron posibles a los mismos medios y nuestra reflexión sobre éstos. Es necesaria una comprensión más compleja e integral de la cultura que se haga cargo de las transformaciones tecnológicas y mutaciones sociales que nos atraviesan en sus potencialidades tanto revolucionarias como enajenantes.

 

Los medios son y han sido importantes como actores de la vida cultural de la Argentina. La cultura sólo puede ser sinónimo de aburrimiento en una concepción desterritorializada de la misma y en la que los protagonistas siempre son otros. La globalización mediática ha impactado en el consumo cultural masivo y en el lugar del Estado y lo público. Frente a ello, Valerio Fuenzalida propone un reforzamiento de la identidad a traves de la “presencia de la cultura lúdico-festiva de la entretención popular latinoamericana”(44).

 

Pero la definicion de “cultura” no es unívoca en Latinoamérica. Podemos pensar nuevas formas mediáticas que promuevan una participación recuperadora de formas abandonadas de la cultura sin desdeñar por ello otras comprensiones de diversa complejidad, integrales o diferenciales en un contexto público masivo tan vasto y diverso como el latinoamericano. Según Nestor García Canclini, las políticas culturales tradicionales del Estado en América Latina han quedado centradas en aspectos marginales de la cultura y se han alejado de las vivencias culturales del pueblo. Viviencias que, como manifiesta el manual de la BBC en sorprendente clave heideggeriana y utilizando una metáfora que ya hemos usado aquí, puedan “ampliar la conversación nacional”.[2] Acorde a García Canclini, hoy la cultura es vista de diversas maneras como instancia en que cada grupo organiza su identidad, instancia simbólica de la producción y reproducción de la sociedad, espacio de reproducción social y organización de las diferencias, instancia de conformación del consenso y la hegemonía, o sea de configuración de la cultura política y también de la legitimidad, o como dramatización eufemizada de los conflictos sociales, teatro o representación (G. Canclini 36-38). Pierre Bourdieu señalaba en las estructuras simbólicas

 

una dimensión de todo poder, es decir, otro nombre de la legitimidad, producto del reconocimiento, del desconocimiento, de la creencia en virtud de la cual los personajes ejercen la autoridad y son dotados de prestigio (243-244)

 

Esta misma inquietud es la que décadas atrás incitó a Raymond Williams y Roland Barthes a lecturas trandsiciplinarias sobre los compromisos entre cultura, economía y poder.  Sabemos ya que los medios no pueden descifrarse sino como parte de las prácticas políticas, económicas y culturales que organizan el sentido y el conocimiento y lo difunden más que en las universidades, la literatura o cualquier forma premediática de la cultura.

La gestión del saber y la cultura ha pasado a manos de medios y empresas privadas sin territorio que seleccionan entre las creaciones culturales aquellas que puedan circular masivamente a través de aquellos. ¿En que medida puede entonces hablarse hoy de una gestion estatal de la cultura? En la medida en que la materia de la cultura es la cuestión del sentido (G. Canclini 211), el Estado no puede descomprometerse de esa cuestión.


[1] Ricardo Forster ha analizado con agudeza este problema en su libro Crítica y Sospecha.

[2] Ver http://www.bbc.co.uk/thefuture/text/bbc_bpv_complete.html

Medios públicos son todos III

Los medios “públicos”

            No es imposible imaginar medios “públicos” que ayuden a los ciudadanos a entender el mundo y comprometerse con él, efectivizando y ampliando la conversación nacional. Medios que hagan lo que otros medios no hacen, construyendo cohesión social y tolerancia a través de una comprensión más vasta y contenedora. Medios que enriquezcan la vida de los ciudadanos ayudándolos a ser más creativos y confiables lo que, a su vez, haría de estos medios lugares de mayor creatividad y confiabilidad. Pero para ello los personajes que habitan tales medios deberían empezar por ser personajes creativos y confiables. Y este no es siempre el caso.

 

¿Cómo movilizar a los medios hacia una esfera ética de la existencia cultural? ¿Qué otras cosas podrían decirse y mostrarse? Las respuestas a estas y otras preguntas son indispensables puntos de partida para la creación de nuevos modelos para los medios “públicos” de comunicación.

 

Los medios “públicos” podrían en primer lugar enseñarnos a leer, ser un escenario contra la mediocridad y autoritarismo, un lugar de resistencia contra el pensamiento único donde puedan debatirse cuestiones públicas abierta y gentilmente, con pluralidad de perspectivas, dándole voz a los que no la tienen cumpliendo un rol social, contribuyendo al pensamiento, a la reflexión sobre nuestra identidad.  No se trata de garantizar su continuidad y existencia solamente para mantener la fuente de trabajo de los que allí se desempeñan. Mantener esa continuidad puede ser tan digno como sospechoso. La continuidad puede ser tan importante como parte del problema.

 

Los medios “públicos” deberían ser lugares de información, educación y entretenimiento que potencien una participación ciudadana responsable. Ello en un escenario en el que

 

los niveles de la información de la población sobre el país, sus recursos, sus diferentes formas de vida social, sus trabajos, sus historias, sus sueños, sus busquedas, sus geografias materiales e inmateriales, han caido bruscamente en el ultimo cuarto de siglo[1].

 

 Aún el entretenimiento puede ser responsable y encuadrarse dentro de una ética compartida en un medio “público”. ¿Pero qué ocurre cuando es la humillación la que nos entretiene? ¿Qué ocurre cuando lo que nos entretiene es asistir a una decapitación?  Es necesaria una agenda pública que no responda a los intereses de los dueños de los medios de comunicación ni del gobierno ni de las motivaciones más perversas de una sociedad de donde emergen gobiernos y medios.

 

¿Qué significa entonces “público” cuando hablamos de medios? En el contexto de los medios, “público” debería significar canales dedicados a buscar la participación más abierta, más plural de todo el país, desde los pequeños municipios hasta la cabeza de Goliath[2]:

 

toda la televisión pública necesita su identidad de proyecto nacional en términos de tener imaginación para recoger de los viejos géneros y nuevos géneros todo aquello que permita una participación cada vez mayor de actores sociales (…) Que todos los actores de nuestra sociedad, en todo su entramado, puedan tener presencia, visibilidad social[3].

 

Lo que realmente está en juego es un  modelo de medios “públicos” que pueda funcionar en la Argentina. El modelo de la BBC es sin duda atractivo pero no es cierta su posibilidad de aplicación en nuestro contexto.[4] Hay que pensar modelos que salgan de una reflexión de nuestra propia cultura pública. Por ello tal vez no puedan ser “independientes” de lo político. Tal vez hasta no deberían serlo. La relación de la política con lo público es diferente en nuestros países y no siempre ese ha sido el “problema”. O si es el problema también es la posible solución. Algo es claro: la necesidad de criterio, valentía, y un modelo que surja de nuestra historia, historia que incluye los diálogos con historias latinoamericanas y con la historia del mundo.

 

En ese sentido, es valorable el coraje de quienes hacen el canal Ciudad Abierta con un modelo que nos insta a mirar, a leer, a sentir, a aprender, fuera de un marco instructivo, pedagógico o escolar. Si la televisión es imagen, precisamente eso es Ciudad Abierta: imágenes, rostros, paisajes urbanos, todo con un costo bajísimo, diferente ética y estéticamente, con participación real del ciudadano, con programas hechos con originalidad, inteligencia y respeto, con austeridad y hecho para mostrar otras cosas.  Es un canal que evita la demagogia y que demuestra que el problema no es tanto la falta de equipos como la falta de ideas. Podría ser interesante comparar este caso con el de Tevé Ciudad de Montevideo, cuya

 

forma de televisacion de gente común en tareas comunes transgrede la imagen del éxito como única forma de expresión visible en la sociedad uruguaya, incorporando personajes citadinos que fracasan y triunfan pero cuyos referentes están muy lejos de la farándula o los patrones de felicidad del consumo mediático comercial (Radakovich 97).

 

¿Es factible un nuevo modelo latinoamericano de medios “públicos”? ¿Es posible una nueva forma de medios “públicos” con programas que  motiven hacia una cultura que contrarreste las tendencias hacia la pasividad autolastimera y la propaganda gubernamental, como ha sido la tradición en América Latina?

 

El primer paso sería concebir estrategias educativas que nos permitan dejar de concebir lo público como botín, como territorio a ser usado, explotado, expoliado, vaciado, y donde tenemos derechos y obligaciones, entre ellas no siendo una menor la de la renuncia[5]. La pregunta es: ¿cómo hacer realmente “públicas”  instituciones y medios que históricamente se han visto coaccionados por intereses comerciales, mafiosos o corporativos? ¿Cómo hacer de lo público un territorio rico a no ser desguasado?


[1] Aníbal Ford, “Lo que nadie hizo”, en Suplemento Radar, Diario Página 12, Bs. As., 20-6-2004.

[2] Expresion usada por E. Martinez Estrada para referirse a la ciudad de Bs. As. en el contexto del país.

[3] Jesús Martin Barbero, “Lo que no puede faltar en la legislación de televisión. Marco conceptual para el debate”, en http://www.comminit.com/la/lasth/sld-4735.html

[4] Esto tampoco significa que nada pueda adoptarse o apropiarse de ese modelo pero con el objeto de enriquecer un modelo que nazca de una problemática y culturas propias.

[5] En ese sentido, es interesante, novedoso y aleccionador el caso de la renuncia de Marcelo Bielsa, extécnico de la selección nacional de fútbol. Su relación con los medios de comunicación sería merecedora de un cuidadoso y potencialmente revelador análisis sobre fútbol, política y medios en la Argentina.  Nicolás Casullo ha señalado de Bielsa “lo ásperamente claro que tenía lo que era en la Argentina la tarea informativa, la corporación periodística, el exitismo de la gente, el encabalgarse a las corrientes imperantes, los comentadores de pantalla. Habló desde una lucidez extraña que por lo general yo no encontraba ni en el campo cultural, académico ni intelectual que frecuento. Es como si el DT hubiese dado muy frecuentemente, y sobre todo al periodismo joven, lecciones. En una época donde esto último está tan desprestigiado y en desuso por el cinismo, el negocio, la demagogia, ‘el ganador’, hubo siempre en Bielsa como ‘una lección” nunca pedida, que amigos y enemigos calladamente le reconocen’ (en “Desa(in)comodando”, Diario Página 12, 15-9-2004, Bs. As., pág. 2).