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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

lunes, 20 de septiembre de 2004

Medios públicos son todos I

Los medios públicos y los medios

            Para entender a los medios públicos argentinos hay que entender a los medios. En principio porque todos los medios son públicos en el sentido en que afectan al espacio público. Y como los “privados” son más vistos y escuchados pues más “públicos” son en este último sentido, aún más que aquellos “públicos” por pertenecer al Estado.[1] De allí nuestras comillas. Vayamos a los medios entonces.  Y para ello puede ser de ayuda una reflexión de Giorgio Agamben sobre esa enfermedad de los monjes medievales que, acosados por la soledad, les hacía “ver” fantasmas. Enfermedad que

 

genera ante todo malitia, el ambiguo e irrefrenable odio por el bien en cuanto tal, pussillanimitas, el ánimo pequeño, y el escrúpulo que se retrae espantado frente a la dificultad y al esfuerzo de la existencia espiritual; verbositas, la “charla”, que en todas partes y sin cesar, disimula lo que debería revelar; […] curiositas, es la ‘curiosidad’ que busca lo que es nuevo solo para saltar una vez mas hacia lo que es mas nuevo aún […] es la imposibilidad de detenerse, la instabilitas, la constante disponibilidad de las distracciones. Desperatio, la oscura y presuntuosa certeza de estar ya condenados por anticipado y el hundirse complacientemente en la propia ruina como si nada, como si ni siquiera la gracia divina, pudiera salvarnos; torpor, el obtuso y somnoliento estupor que paraliza cualquier gesto que pudiera curarnos; y finalmente, evagatio mentis, la fuga del ánimo ante sí mismo y el inquieto discurrir de fantasía en fantasía.[2]

 

Fantasmas hamletianos son nuestros medios gestionando nuestras voces, nuestros lenguajes, colaborando en la creación de nuestra manera de vivir, asumiéndose como el terreno sobre el cual buscamos una redefinición de nuestra identidad y nuestros valores.

 

Las características de cualquier sistema de medios dependen de factores ligados a las estructuras sociales, demográficas, educacionales y económicas de un país, de difícil modificación a corto o mediano plazo, estructuras por otra parte ocultas muchas veces por esos mismos medios que son el resultado de ellas y cuyos discursos adquirieron una posición de dominio trascendental en medio de la crisis de nuestras instituciones sociales, políticas, educativas y jurídicas.

 

En nuestro país la matriz de pensamiento de la última dictadura militar afectó la constitución última de los medios. Desde entonces no hemos sido sólo rehenes de una determinada clase política sino también de ciertos medios de comunicación que lucraron junto a ella. Apoyos, consensos y complicidades mediáticas hicieron posible la implementación y las políticas de dictaduras y democracias que llevaron al país al estado en que se encuentra. También es cierto que ha sido a través de ciertos medios de comunicación que han podido vehiculizarse protestas, denuncias y voces disidentes. Más aún, los mismos medios de comunicación se han apoderado en los últimos años del escenario institucional ante el llamado “desencanto de la democracia”.

 

Fusiones, compras y adquisiciones cambiaron el mapa de medios, de la información, el conocimiento y el poder en la Argentina. Esto ha ido generando conciencia sobre la importancia de encontrar alternativas al actual sistema de medios de comunicación, como modo de proteger la libertad de expresión y el derecho a la información de los habitantes.

 

Los grandes medios se han consolidado como actores políticos, prevaleciendo en ellos el utilitarismo y el mantenimiento de la industria. Se hace necesario por ello generar una agenda pública que no responda a los intereses de los dueños de los medios de comunicación y ponernos de acuerdo sobre los “deberes”[3] de los medios, vidrieras en donde debería primar el respeto, la prudencia, la inteligencia, la responsabilidad: la forma en que se realizan sus producciones expresa los valores y medios que la sociedad defiende y en los que se inspira.

 

Si los medios se mueven en la crisis con proyectos ligados a intereses corporativos que hicieron posible el “Proceso” y el hundimiento de la Argentina, es el modelo mismo de los medios el que tiene que ser cambiado, repensado, recordando que ejercen éstos una enorme influencia en la formación de la opinión, tienen dimensión de servicio público esencial y el desafío de entregar información completa, plural y objetiva.


[1] No es común encontrar académicos o periodistas que afirmen que todos los medios son públicos. En la mayor parte de los casos, observamos con Belén Igarzabal, la división entre “públicos” y “privados” se mantiene férrea, y las demandas de transparencia, cultura y educación se concentran por lo general en los públicos. En el primer Congreso Internacional de Democracia y Medios públicos (Septiembre 2004, México), ejemplo reciente, se habría hablado de los que dependen del Estado sin comentar sobre los que pertenecen a empresas privadas.

[2] Giorgio Agamben, Estancias, Valencia: Pre-textos, 1995.

[3] Este escrito, inspirado por la percepción de un deterioro en la concepción de “lo público”, abunda concienzudamente en el ejercicio del verbo “deber” o en sinónimos del mismo, como no es inusual en las reflexiones sobre el dominio de lo político.

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