Los medios “públicos”
No es imposible imaginar medios “públicos” que ayuden a los ciudadanos a entender el mundo y comprometerse con él, efectivizando y ampliando la conversación nacional. Medios que hagan lo que otros medios no hacen, construyendo cohesión social y tolerancia a través de una comprensión más vasta y contenedora. Medios que enriquezcan la vida de los ciudadanos ayudándolos a ser más creativos y confiables lo que, a su vez, haría de estos medios lugares de mayor creatividad y confiabilidad. Pero para ello los personajes que habitan tales medios deberían empezar por ser personajes creativos y confiables. Y este no es siempre el caso.
¿Cómo movilizar a los medios hacia una esfera ética de la existencia cultural? ¿Qué otras cosas podrían decirse y mostrarse? Las respuestas a estas y otras preguntas son indispensables puntos de partida para la creación de nuevos modelos para los medios “públicos” de comunicación.
Los medios “públicos” podrían en primer lugar enseñarnos a leer, ser un escenario contra la mediocridad y autoritarismo, un lugar de resistencia contra el pensamiento único donde puedan debatirse cuestiones públicas abierta y gentilmente, con pluralidad de perspectivas, dándole voz a los que no la tienen cumpliendo un rol social, contribuyendo al pensamiento, a la reflexión sobre nuestra identidad. No se trata de garantizar su continuidad y existencia solamente para mantener la fuente de trabajo de los que allí se desempeñan. Mantener esa continuidad puede ser tan digno como sospechoso. La continuidad puede ser tan importante como parte del problema.
Los medios “públicos” deberían ser lugares de información, educación y entretenimiento que potencien una participación ciudadana responsable. Ello en un escenario en el que
los niveles de la información de la población sobre el país, sus recursos, sus diferentes formas de vida social, sus trabajos, sus historias, sus sueños, sus busquedas, sus geografias materiales e inmateriales, han caido bruscamente en el ultimo cuarto de siglo[1].
Aún el entretenimiento puede ser responsable y encuadrarse dentro de una ética compartida en un medio “público”. ¿Pero qué ocurre cuando es la humillación la que nos entretiene? ¿Qué ocurre cuando lo que nos entretiene es asistir a una decapitación? Es necesaria una agenda pública que no responda a los intereses de los dueños de los medios de comunicación ni del gobierno ni de las motivaciones más perversas de una sociedad de donde emergen gobiernos y medios.
¿Qué significa entonces “público” cuando hablamos de medios? En el contexto de los medios, “público” debería significar canales dedicados a buscar la participación más abierta, más plural de todo el país, desde los pequeños municipios hasta la cabeza de Goliath[2]:
toda la televisión pública necesita su identidad de proyecto nacional en términos de tener imaginación para recoger de los viejos géneros y nuevos géneros todo aquello que permita una participación cada vez mayor de actores sociales (…) Que todos los actores de nuestra sociedad, en todo su entramado, puedan tener presencia, visibilidad social[3].
Lo que realmente está en juego es un modelo de medios “públicos” que pueda funcionar en la Argentina. El modelo de la BBC es sin duda atractivo pero no es cierta su posibilidad de aplicación en nuestro contexto.[4] Hay que pensar modelos que salgan de una reflexión de nuestra propia cultura pública. Por ello tal vez no puedan ser “independientes” de lo político. Tal vez hasta no deberían serlo. La relación de la política con lo público es diferente en nuestros países y no siempre ese ha sido el “problema”. O si es el problema también es la posible solución. Algo es claro: la necesidad de criterio, valentía, y un modelo que surja de nuestra historia, historia que incluye los diálogos con historias latinoamericanas y con la historia del mundo.
En ese sentido, es valorable el coraje de quienes hacen el canal Ciudad Abierta con un modelo que nos insta a mirar, a leer, a sentir, a aprender, fuera de un marco instructivo, pedagógico o escolar. Si la televisión es imagen, precisamente eso es Ciudad Abierta: imágenes, rostros, paisajes urbanos, todo con un costo bajísimo, diferente ética y estéticamente, con participación real del ciudadano, con programas hechos con originalidad, inteligencia y respeto, con austeridad y hecho para mostrar otras cosas. Es un canal que evita la demagogia y que demuestra que el problema no es tanto la falta de equipos como la falta de ideas. Podría ser interesante comparar este caso con el de Tevé Ciudad de Montevideo, cuya
forma de televisacion de gente común en tareas comunes transgrede la imagen del éxito como única forma de expresión visible en la sociedad uruguaya, incorporando personajes citadinos que fracasan y triunfan pero cuyos referentes están muy lejos de la farándula o los patrones de felicidad del consumo mediático comercial (Radakovich 97).
¿Es factible un nuevo modelo latinoamericano de medios “públicos”? ¿Es posible una nueva forma de medios “públicos” con programas que motiven hacia una cultura que contrarreste las tendencias hacia la pasividad autolastimera y la propaganda gubernamental, como ha sido la tradición en América Latina?
El primer paso sería concebir estrategias educativas que nos permitan dejar de concebir lo público como botín, como territorio a ser usado, explotado, expoliado, vaciado, y donde tenemos derechos y obligaciones, entre ellas no siendo una menor la de la renuncia[5]. La pregunta es: ¿cómo hacer realmente “públicas” instituciones y medios que históricamente se han visto coaccionados por intereses comerciales, mafiosos o corporativos? ¿Cómo hacer de lo público un territorio rico a no ser desguasado?
[1] Aníbal Ford, “Lo que nadie hizo”, en Suplemento Radar, Diario Página 12, Bs. As., 20-6-2004.
[2] Expresion usada por E. Martinez Estrada para referirse a la ciudad de Bs. As. en el contexto del país.
[3] Jesús Martin Barbero, “Lo que no puede faltar en la legislación de televisión. Marco conceptual para el debate”, en http://www.comminit.com/la/lasth/sld-4735.html
[4] Esto tampoco significa que nada pueda adoptarse o apropiarse de ese modelo pero con el objeto de enriquecer un modelo que nazca de una problemática y culturas propias.
[5] En ese sentido, es interesante, novedoso y aleccionador el caso de la renuncia de Marcelo Bielsa, extécnico de la selección nacional de fútbol. Su relación con los medios de comunicación sería merecedora de un cuidadoso y potencialmente revelador análisis sobre fútbol, política y medios en la Argentina. Nicolás Casullo ha señalado de Bielsa “lo ásperamente claro que tenía lo que era en la Argentina la tarea informativa, la corporación periodística, el exitismo de la gente, el encabalgarse a las corrientes imperantes, los comentadores de pantalla. Habló desde una lucidez extraña que por lo general yo no encontraba ni en el campo cultural, académico ni intelectual que frecuento. Es como si el DT hubiese dado muy frecuentemente, y sobre todo al periodismo joven, lecciones. En una época donde esto último está tan desprestigiado y en desuso por el cinismo, el negocio, la demagogia, ‘el ganador’, hubo siempre en Bielsa como ‘una lección” nunca pedida, que amigos y enemigos calladamente le reconocen’ (en “Desa(in)comodando”, Diario Página 12, 15-9-2004, Bs. As., pág. 2).
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