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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

lunes, 20 de septiembre de 2004

Medios públicos son todos IV

Los medios y la cultura

En el esteticismo de los medios lo erótico y su violencia juegan un papel nada desdeñable y no es inusual observar una explotación estética de la violencia en detrimento de una reflexión ética de una manfiestación cultural. Y no es que el plano estético no sea un plano potencialmente reflexivo. Pero en los medios lo que tiene de arte tiende a diluírse en publicidad así como la reflexión ética tiende a diluírse en política empresarial. Y no se trata de demonizar a los medios. Los medios son como nosotros y nosotros estuvimos primero. Por otra parte, hay otros ejemplos mediáticos menos obvios de la aceptación y promoción de formas culturales del maltrato y el abuso, frecuentemente atravesadas por un humor que nos permite consentir lo imperdonable. La destrucción de lo que tiene vida es casi tan maravillosa como la creación de vida, por eso atrae a ciertos medios en su destructividad sádica, cínica o necrofílica, esta última tan cara a nuestra historia.

 

Todo esto en un lenguaje que ha sido puesto al servicio de una mentalidad que, o bien reproduce y genera una incapacidad para establecer una relación con el otro que no se resuelva en sometimiento o exterminio o bien tolera lo intolerable y nos ciega a las formas concretas de violencia cotidianas.[1] Hoy los medios juegan un rol importantísimo en la formación de identidades frente a una pérdida del prestigio simbólico de la educación, del campo intelectual y de la cultura letrada: la opinión pública se construye hoy a partir de la cultura mediática. Es necesario entonces redefinir que se entiende por cultura e identidad para repensar los medios públicos de comunicación.  Los medios cumplen hoy un papel muy importante en el diseño constante de esas narrativas.

 

Decíamos entonces que un nuevo modelo de medios públicos debería en primer lugar enseñarnos a leer, sabiendo que al leer buscamos insertarnos críticamente en esa conversación continua en la que estamos inmersos para abrir nuevas posibilidades para nosotros y nuestro país. Es una compleja interacción la que se da entre los medios, la sociedad civil y los actores políticos que van proponiendo lecturas. Si los medios colaboran en la creación de una manera de vivir y debatir, ¿cómo movilizarlos hacia una esfera ética ese debate y hacia una civilización del diálogo?

 

En medio de un mundo homicida hay que elegir el diálogo y poner en actividad un pensamiento posible imaginativo  y una memoria reaseguradora que no recaiga en una concepción estancada y patética de lo “nacional” que supone que poner en pantalla cantantes folclóricos, espectáculos de tango y del campo implica hablar del país. Es necesario entender la oferta cultural estatal como un rescate de las distintas identidades culturales, con sus propias miradas que vayan más allá de las telenovelas como la soja o el realismo mágico que un mercado mundial demanda de nosotros.

 

Hay un claro impacto de la globalización mediática en las modalidades del consumo cultural masivo; hay también una responsabilidad cultural de los medios públicos que incluye la exclusión de cualquier visión elitista o estática de la cultura y la pregunta por sobre quién tiene el micrófono en sus manos; hay una responsabilidad de incentivar afectivamete estimulando la curiosidad, la confianza y la energía en el reforzamiento de la identidad, lo que no excluye el humor y la fiesta como escenarios privilegiados; hay una memoria sociocultural, una memoria de expectativas, una memoria mediática que debe ser tenida en cuenta para hacer nuevos medios. Esa memoria incluye una memoria de los aciertos y de los fracasos, de resistencias culturales y de tradiciones estéticas y éticas. Sólo a partir de esa memoria puede pensarse la posibilidad de medios públicos que ensanchen el mundo cultural y nuestro protagonismo en el mismo en un diálogo vital con la cotidianeidad. Este diálogo no debería tener como consecuencia el abandono de otras formas culturales que, de hecho, hicieron posibles a los mismos medios y nuestra reflexión sobre éstos. Es necesaria una comprensión más compleja e integral de la cultura que se haga cargo de las transformaciones tecnológicas y mutaciones sociales que nos atraviesan en sus potencialidades tanto revolucionarias como enajenantes.

 

Los medios son y han sido importantes como actores de la vida cultural de la Argentina. La cultura sólo puede ser sinónimo de aburrimiento en una concepción desterritorializada de la misma y en la que los protagonistas siempre son otros. La globalización mediática ha impactado en el consumo cultural masivo y en el lugar del Estado y lo público. Frente a ello, Valerio Fuenzalida propone un reforzamiento de la identidad a traves de la “presencia de la cultura lúdico-festiva de la entretención popular latinoamericana”(44).

 

Pero la definicion de “cultura” no es unívoca en Latinoamérica. Podemos pensar nuevas formas mediáticas que promuevan una participación recuperadora de formas abandonadas de la cultura sin desdeñar por ello otras comprensiones de diversa complejidad, integrales o diferenciales en un contexto público masivo tan vasto y diverso como el latinoamericano. Según Nestor García Canclini, las políticas culturales tradicionales del Estado en América Latina han quedado centradas en aspectos marginales de la cultura y se han alejado de las vivencias culturales del pueblo. Viviencias que, como manifiesta el manual de la BBC en sorprendente clave heideggeriana y utilizando una metáfora que ya hemos usado aquí, puedan “ampliar la conversación nacional”.[2] Acorde a García Canclini, hoy la cultura es vista de diversas maneras como instancia en que cada grupo organiza su identidad, instancia simbólica de la producción y reproducción de la sociedad, espacio de reproducción social y organización de las diferencias, instancia de conformación del consenso y la hegemonía, o sea de configuración de la cultura política y también de la legitimidad, o como dramatización eufemizada de los conflictos sociales, teatro o representación (G. Canclini 36-38). Pierre Bourdieu señalaba en las estructuras simbólicas

 

una dimensión de todo poder, es decir, otro nombre de la legitimidad, producto del reconocimiento, del desconocimiento, de la creencia en virtud de la cual los personajes ejercen la autoridad y son dotados de prestigio (243-244)

 

Esta misma inquietud es la que décadas atrás incitó a Raymond Williams y Roland Barthes a lecturas trandsiciplinarias sobre los compromisos entre cultura, economía y poder.  Sabemos ya que los medios no pueden descifrarse sino como parte de las prácticas políticas, económicas y culturales que organizan el sentido y el conocimiento y lo difunden más que en las universidades, la literatura o cualquier forma premediática de la cultura.

La gestión del saber y la cultura ha pasado a manos de medios y empresas privadas sin territorio que seleccionan entre las creaciones culturales aquellas que puedan circular masivamente a través de aquellos. ¿En que medida puede entonces hablarse hoy de una gestion estatal de la cultura? En la medida en que la materia de la cultura es la cuestión del sentido (G. Canclini 211), el Estado no puede descomprometerse de esa cuestión.


[1] Ricardo Forster ha analizado con agudeza este problema en su libro Crítica y Sospecha.

[2] Ver http://www.bbc.co.uk/thefuture/text/bbc_bpv_complete.html

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