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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Explosi n

Explosi n

            En las clases de tradici n aqu aprendemos sobre el exterminio. Cuando estaban por matarlo, Mart n habría dicho:

            –Yo pensaba que eso correspond a a un compromiso moral, conservador.

            En estos d as terribles que lo dicen todo, dijeron tambi n que el que se equivoca siempre es el enemigo, que se fascinan por la ultranza y que no la admiten como compa era inevitable de lucha. El absurdo fantasma del silencio de las sonrisas fr as habla de necesidades y de tormentas.

            Jam s le hab a sido concedido a Martín avizorar la ira y la violencia. Conoc a su existencia, tal como uno sabe que hay cr menes y perversiones. Hab a o do hablar de ello como un pac fico ciudadano que oye hablar de batallas, hambrunas e inundaciones desde su barrio y que, no obstante, ignora por completo el verdadero significado de esos sucesos.

            Ahora las sonrisas se hielan, las armas salen del fondo de los cofres y el antagonismo entre los “hijos del sol” y los “hijos de la luna” explota con terrible violencia. El rencor, el odio, la revancha, la envidia, la traici n, son moneda corriente. Es precisamente el reino del terror, del desaliento. Aunque ambos sectores luchan contra nosotros, los hu rfanos, reforzándonos sin querer nuestros nervios y perfeccionando nuestras habilidades. Nuestros adversarios no hacen más que ayudarnos.

            Mart n ten a entonces una terrible necesidad de religi n. Palacios bizantinos, templos corintios, residencias renacentistas hac an estallar los viejos l mites y todo tipo de acentos. No combat a desde territorios tan lejanos para regresar coronado de flores en una ma ana de sol, entre sonrisas de mujeres j venes. Y entonces, al notarlo, le daba una tristeza tal en el pecho que el mar y la lluvia no pod an borrar.

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