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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Sentarse

  Alguna gente, no molesta con lo que escucha, no fracasa, no se muere de hambre, nada. No entienden nada de todo lo que se habla pero, a la vez, no les molesta. Eso sí, no sea cosa de que un día alguien salga y haga algunas preguntas. ¿Qué podemos hacer? Nada se demuestra tan rápido. Sin embargo, hoy no tenemos nada que perder. Recordemos que los nambiquara yacen desnudos luego de revolcarse por la arena. Mientras tanto, se volvía a oír la voz del Motú relatando:

            –Todo el mundo ha muerto. Ya no queda nadie. Ningún hombre, ninguna mujer. Nada.

            Martín no quería escucharlo. No quería escuchar la música ni quería escuchar nada. Sólo trataba de no pensar en nada.

–Nada, no dicen nada–, se decía.

            Catalina se hallaba ocupada haciendo compras, comiendo cosas ricas, bebiendo de más y haciendo proyectos de felicidad. No hacía nada que estuviera realmente mal y llevaba a flote su barco sin molestar a nadie.

            Pero en apariencia, casi nada andaba bien: ni los bolsillos ni las esperanzas. Cuando no tenía nada que hacer y se iba a jugar al truco con el Mono y el Loco en el bar de Martínez, Martín les contaba eso de ser aprobado y admitido cuando demuestre que no cree desesperadamente en nada, que no se aferra demasiado al colchón, y que no enloquecerá nunca por nada. Eso sí, todo sentado. Había que quedarse sentado en el sillón sin hacer nada.

            –Que vivamos en un sistema democrático no quiere decir nada: aquí hay una larga historia que no termina de un día para el otro, tal vez nunca–, solía decir Kojiro cuando le preguntaban sus amigos por la situación política. Y nada más lejos que la semana que viene cuando el sueño llega y desaparece el miedo. Nada mejor que el lenguaje ambiguo de las imágenes para la insinuación.

            La gente se sienta en las sillas para seguir escuchando al Motú cómodamente. El marinero Bugis, testigo del asesinato del bello guardaespaldas Macasar, perpetrado en agosto, contaría en el programa lo sucedido. Cada uno de sus dichos y consejos es como la ruina que ha quedado de un gran relato perdido:

            –El barco estaba allí, y de golpe no hubo más nada. Nada más que la repetición sin fin de la misma escena sórdida. Yo ya no tenía opinión sobre nada.

            A estas alturas, yo tan sólo quería tomar el asiento libre de un partido de cartas. Porque nada santifica, nada de verdad es santificado salvo por el juego del Señor que es, junto a su jugo, lo único verdaderamente divino. 

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