Lo que Martín acababa de ver se parecía a la perfidia, al malvado redondeo, al detestable pero inevitable periódico que a veces parece un milagro. Abandonándolo todo, riendo y desatando inconfesables manías, Martín Walker había conseguido llegar al extremo norte de la isla, creyendo haber llegado al pueblo de Orca Nueva, donde el milagro nunca se habría producido.
–Vean como he llegado a este último día: más quejumbroso que de costumbre, con más años aún de los que tengo–, se lamentaba el día de su supuesta muerte.
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