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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

sábado, 25 de octubre de 2008

Atraso

            Martín lo quería entonces, aunque no haya estado en lo cierto, aunque haya actuado como un imbécil. Era mejor ser espectador regocijado que víctima rencorosa. Pero no había lugar para sentarse, había que abrirse paso a codazos entre el aire acondicionado, esquivándolo, venciéndolo. Los parlantes lamentaban mensajes esquizoides, olía a hígado y se sentía en la nuca como una video-raqueta con encordado de tripa. Y, entre tanto, los otros llegaban, se disputaban el paso para ser los primeros, ávidamente, se adelantaban en la carrera a Martín, sin saber lo que le sucedería, caminante de las márgenes, sin preocuparse por él. Y así, lo dejaban atrás como lo dejan ahora atrás, atrás de todo, atrás de las puertas. Muchos ahora no encuentran un lugar y se vuelven apáticos de repente, pasando ligeramente de la risa al llanto.

            Martín entremezclaba pensamientos y dolencias, y los miraba desaparecer allá al fondo, con ideas que aún lo exaltaban como a un tablón de cancha, perplejo, con libros leídos y muchos que quedaron por leer, y la miseria del desterrado, violado por desgarradoras dudas, propias del que huye de la vida. ¿Y si se hubiera equivocado realmente? ¿Si hubiera sido tan sólo un hombre común al que le tocó por derecho sólo un mediocre destino? En los sillones de paja del corredor, o en los cuadrados del comedor manchados se permitía entrever este pensamiento produciéndole, sobre todo, bastante dolor de cabeza.

            Martín creía y seguía creyendo que se equivocaba realmente. O, mejor dicho, había tanta fe en sus equivocaciones que luego le resultaba fácil convertirlas en aciertos. Hubo un tiempo de cuestionárselo todo como, por ejemplo: ¿Por qué me vine?  ¿Por qué no me quedé allá? ¿Por qué no me volví antes? A menudo Martín pensaba de manera tan equivocada porque pensaba como si le hablara a otro. A mí, por ejemplo. Como si yo fuese toda la gente y aquella gente no. Su maestro de música clásica solía decirle:

            –Si cometes un error, no te detengas; conviértelo, tanto como puedas, en una parte de lo que estás ejecutando.- Pero sus compañeros “habían sido más rápidos”, pensaba Martín. Y tampoco había que excluir la posibilidad de que fueran realmente mejores; esta podría también ser la explicación.

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