Martín esperaba, finalmente. Al iluso lo doblegaron sin encontrar mucha resistencia. Ahí está ahora, marchito y triste, como un novio desengañado. Vagabundo de los aires, se hacía ilusiones, creía tener aún una inmensidad de tiempo disponible y había renunciado así a la lucha menuda por la vida cotidiana. El placer era el instante único cuya ilusión lo mantenía en vida. Y ha caído. A veces el que ha caído también se ríe: contra la lastimadura, contra la burla, contrafrente. Porque aún caído también se vive, ya sin ningún vínculo con el tiempo mecánico que ha perdido y, sin embargo, por eso mismo, sin haber perdido nunca su sentido, ganándolo al haberlo perdido, el sentido de los angelitos negros que llegan del más allá.
–Quién sabe...en el curso del tiempo algo puede cambiar–, solía decir, perdiendo el tono muscular y el aire de su voz. Su ilusión ya se desvanecía, pensando con el tiempo, pensando en su cuerpo, pensando en nada.
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